jueves, 5 de junio de 2008

El peletero penitente



10 de mayo de 2006


Tanto San Agustín como Albert Camus creían que todos somos culpables, yo también así lo creo, pero San Agustín a pesar de ser un hombre de su época debía de estar loco o por ser santo de una imaginación tan perversa como alucinada, si no a que mente en su sano juicio se le ocurre creer que la bondad es consecuencia de la Gracia arbitraria de Dios (somos buenos porque hemos sido elegidos, y no, hemos sido elegidos porque somos buenos).

Albert Camus que no tenía nada de santo, en cambio, nunca estuvo loco, un poco raro si que era y tal vez lo era porque nunca fue un hombre de su época a pesar de escribir constantemente sobre ella, criticándola, diseccionándola y destripando sus prejuicios. Sea como fuere la cuestión es: ¿cuál es la culpa de los peleteros? y también, ¿somos los peleteros hombres y mujeres de nuestro tiempo?. En relación con esta segunda cuestión, la respuesta es si y no. Sí porque aún seguimos vivos, y no, porque no importamos a nadie excepto a nosotros mismos y a nuestras familias, en los amigos es mejor no confiar demasiado, nos podríamos llevar sorpresas muy desagradables. Respecto a la culpa, somos culpables de no ser hermanitas de la caridad, en serio, no es broma, lo primero es lo primero y lo segundo todo lo demás y los peleteros, hemos de reconocer, nos dedicamos a lo segundo. Somos pues culpables de construir sólo cosas bellas, tan bellas que sólo se pueden conseguir a cambio de mucho o bastante dinero, ¿porqué no las regalamos?, en serio, no es broma, el voto de castidad o el de obediencia pueden provocar risa hoy en día, pero el voto de pobreza continúa siendo emocionante, toda una aventura y que sólo unos pocos valientes están dispuestos a afrontar. Somos pues malos samaritanos, codiciosos y cobardes y por ello debemos ser castigados. ¿Cómo?, muy fácil, en el propio pecado está la penitencia, así pues no hagamos nada, no cambiemos, seamos fieles a nosotros mismos, ¿a qué otra cosa podríamos ser fieles? Eso si, hemos de saber que ese será nuestro infierno, nada de llamas y tormentos sin fin, si no tableros, cuchillas, máquinas de coser, patrones, clientes y clientas exigentes y quisquillosos, y montones de pieles, no, montones no, montañas de pieles, las mejores y las más bellas. Toda una eternidad, ¿os lo imagináis?