martes, 22 de diciembre de 2009

El peletero/Ángela (10 de 20)


15 Junio 2009

10. Pedazos de la vida de Ángela Martínez López.

Daniel se alimentó de los biberones que Ángela le daba como si fueran su verdadera leche, no pudo ofrecerle la suya al no estar amamantando ningún hijo, pero lo crió como si a Daniel lo hubiera parido ella misma.

Ángela tuvo una hija propia a los 45 años, nadie supo con quién, en el límite de la edad fértil y cuando Daniel ya había cumplido los diez. Esa hija la envió a vivir con una de sus dos hermanas casadas, en un pueblo, fuera de la ciudad. Su hija no podía quedarse y estar en la casa de los señores como hija de ángela. O la enviaba con un familiar, que es lo que hizo, o tenía que irse ella también.

Era una paradoja. Cuidaba de un hijo ajeno y no podía cuidar de una hija propia. O si lo hacía debía de renunciar al primero. No podía ser la madre de los dos, debía elegir.

Eligió a Daniel.

Ángela se jubiló a los sesenta y cinco años justos. Medio la echó la nueva señora de la casa, Cristina, la esposa de Daniel, medio quería irse ya, aunque legalmente tampoco podía seguir trabajando. Ya no era útil como antes.

Los tiempos habían cambiado, pero la hija de Ángela todavía no trabajaba en algo que diera suficiente dinero para las dos y así poder ayudar a su madre, que debía vivir con una pensión mísera.

En aquella época Daniel ganaba dinero y sé que la alojó en un piso que compró para ella. Allí la tenía, corriendo él con todos los gastos que los ínfimos ingresos que Ángela percibía no podían cubrir.

Todas esas cosas las sé por él, Daniel me las contaba y siempre lo hacía embargado por una tristeza extraña. Ángela había sido su verdadera madre, la que lo había querido, cuidado y educado. La madre que estaba a su lado cuando enfermaba, la que lo llevaba a la escuela y la que lo recogía a su salida. La que le daba consejos, la que escuchaba sus penas y la que lo consolaba de ellas. La que hubo de esconderse tras una columna de la iglesia para asistir a su boda, y la que casi hubo de mantener oculta como si en lugar de madre fuera su amante clandestina. Ángela había sido una verdadera madre, pero no formaba parte de su vida, de sus ambientes, de sus círculos de amistades. Ángela estaba sola, su única familia eran dos hermanas que casi no había frecuentado y una hija tenida nadie sabe con quién.

La hermana se hizo suya la hija que le entregó Ángela para cuidarla y educarla, era normal y lo sigue siendo todavía en muchos lugares. Esa hermana no podía tener hijos, y ella y su marido la adoptaron como propia. Eso ha sucedido siempre, en muchas familias sobra gente y en otras falta.

A Daniel no le gustaba hablar de eso. No se avergonzaba de ella, la quería profundamente, pero no formaba parte de su mundo.

¿Has puesto el piso a su nombre?, recuerdo que le pregunté cuando la llevó allí. No, el piso es mío, me respondió, está a mi nombre, ella solamente vive en él, pero no le cobro nada, no paga ningún alquiler. Todas las facturas se cargan en mi cuenta, yo me ocupo de ellas. Incluso había pensado contratar a alguien para que la ayudara en las tareas domésticas, pero no ha querido, no quiere que otra persona la sirva como criada. Eso fue lo que me contó un día.

Desde entonces han pasado veinte años, son muchos y ahora debe de tener ochenta y cinco ya.

Pero Ángelas hay muchas, ésa de la guía telefónica no sé si es ella, no recuerdo la calle de ese piso donde la alojó, no sé si es el mismo al que ahora acude mi amigo cada jueves de una manera que a mí me parece furtiva. No lo recuerdo o no lo sé. Quizás no me lo dijo o yo nunca se lo pregunté.

Quizás sea ella, tal vez sea Ángela, su ama y su madre verdadera en último caso. O no, y mi primera impresión sea la correcta y solamente busque sexo de pago en ese burdel que se llama “El Paraíso”.

El peletero/Ángela (9 de 20)

12 Junio 2009

9. De cómo fue la infancia de Daniel.

A las cinco, una hora antes de lo habitual, me desperté. Empecé a dar vueltas y más vueltas en la cama, insomne y nervioso y sin saber por qué. Toda aquella hora que faltaba para que el despertador sonase me la pasé incómodo y despierto. Así que cinco minutos antes de las seis me levanté, desconecté el despertador y me fui directo a la ducha.

Allí me vino a la mente uno de aquellos nombres. Ángela Martínez López.

Daniel era hijo de una familia rica de antiguo, igual que su esposa. Ambos estaban acostumbrados al dinero, a tenerlo sin darse demasiada cuenta que lo tenían, a que formara parte de su vida como lo hacían los trajes elegantes y las cosas bellas que acostumbran a ser siempre las más caras.

El padre de mi amigo falleció en un accidente de automóvil dos meses antes que él naciera.

Al dar a luz su madre lo entregó a una mujer que servía en la casa para que se hiciera cargo, para que se convirtiera en su ama aunque no lo amamantara.

Fue un parto fácil, y pasado el par de semanas necesarias de recuperación, se fue de viaje. Esa era su vida, la vida de la madre de Daniel consistía en eso, estar de viaje, regresaba de cuando en cuando y volvía a irse.

Daniel fue criado por esa ama llamada Ángela y cuyos apellidos nunca supe, así como tampoco si todavía vivía o ya había fallecido. Lo que sí recuerdo fue el cariño y el amor que ambos se profesaban y que Daniel nunca escondió. Creo que Ángela no llegó a cambiar en Daniel la influencia de su estirpe, pero sí logró que tuviera una mirada un tanto diferente sobre lo que son las cosas y las personas. Ese segundo ángulo tan necesario para ver el mundo. También recuerdo la extraña y curiosa animadversión que por ella sintió Cristina, la que luego fue su esposa, nada más conocerla. Daniel me decía que la veía como a una intrusa, no soportaba que una simple sirvienta tuviera ese ascendente en él. Daniel era muy propenso a citarla, “Ángela dice”, “Ángela piensa”, “Ángela cree”, y Cristina no podía soportarlo. “Nunca dices eso de mí”, le replicaba. Y era cierto, Daniel nunca contaba lo que Cristina pensaba, decía o creía.

Según parece y según le parecía a su marido, mi amigo, creía que Cristina veía a una rival en esa mujer, una criada que siempre fue mayor, incluso cuando aún era joven. No una rival sentimental ni mucho menos sexual, pero sí una rival.

Ángela fue la típica doméstica, niñera y cocinera que siempre trabajó en la misma casa, sirviendo a los mismos señores y a los hijos de ellos, sustituyendo incluso a las que eran las verdaderas madres.

El peletero/Ángela (8 de 20)


10 Junio 2009

8. De cómo averigüé que quizás alguien seguía a Daniel.

Un jueves me tomé el día libre y esperé toda la tarde, apostado en una de las mesas del restaurante para verlo salir. Lo hizo a las ocho de la noche. Le seguí. Caminó dos calles, torció a la derecha, caminó tres calles más y se dirigió a una parada de taxis, tomó uno y se fue.

Hubiera podido subirse a uno de ellos antes, haberlo llamado en cualquiera de los cruces de calles que habíamos pasado. También había cerca una parada de metro de la línea que lo llevaba directamente hacia su casa. Esperé medía hora y le llamé por teléfono. Pregunté por un libro del que habíamos hablado en la cena. Le pedí si me lo podía prestar, me respondió que en aquel momento lo estaba leyendo su mujer, que en cuanto terminase me lo pasaría. En realidad lo llamé para averiguar si había ido directamente a casa o se encontraba en otro sitio.

Sí, allí estaba, en su casa. Pregunté por Cristina, le dije que quería saludarla, siempre lo hacía y aunque los dos sabíamos que nunca habíamos sido amigos ni nunca lo seríamos, manteníamos una relación educada. Ella sabía que yo estaba y estaría siempre de parte de Daniel. Nos saludamos correctamente, aparentamos unas palabras amigables y colgamos.

Aquel complicado itinerario que seguía al salir del portal parecía dar a entender que se escondía de alguien o bien que tomaba precauciones como hacen los espías en las películas. O quizás me figuraba que era así.

El siguiente jueves también lo esperé. El recorrido fue un poco distinto, pero ocurrió algo. Vi un automóvil que me recordó a otro automóvil. Anoté la matrícula. El otro jueves lo vi de nuevo, era el mismo automóvil. Dentro había un hombre. Los otros jueves también. Alguien le seguía. Pero quizás todo eran imaginaciones mías. No sabía qué hacer con aquella suposición, ni como confirmarla o desmentirla. Un auto lo esperaba a la salida del portal, lo seguía hasta que llamaba un taxi, y luego se iba tras él.

¿Lo seguía de verdad o era una pura casualidad?, ¿era alguien que más o menos hacía el mismo recorrido? La verdad es que parecía que estaba estacionado y que esperaba hasta que él salía del portal. Lo seguía a unos metros de distancia por una calle o por otra, él cambiaba su recorrido cada jueves y el auto también. Que él cambiase daba a entender que sospechaba o temía realmente que lo pudieran seguir. ¿Qué iba a hacer en aquel piso?

Tomé el metro, y en el trayecto pensé que todavía no había hecho algo obvio: mirar el listín telefónico para saber las personas que vivían en aquel portal. Debía encontrar uno en el que estuvieran listadas las calles, y en cada número de casa todos los abonados. La compañía de teléfonos ya no los editaba, pero en mi casa conservaba uno de viejo, de quince años atrás, no sabía si me podría indicar algo.

Al llegar lo busqué y lo hallé en el armario donde estaban los demás. Lo abrí y miré el nombre de los abonados que allí aparecían y que debían vivir en esa casa de apartamentos. Ninguno me dio una sola pista de algo. Nada. Preparé mi cena, vi algo de televisión, me acosté y al empezar la tercera página del libro que estaba leyendo en mi cama me quedé completamente dormido.

El peletero/Ángela (7 de 20)


8 Junio 2009

7. De cómo Daniel justificaba ante mí a su esposa.

Ella es una persona normal, me replicó, no es ninguna heroína. Tampoco es una mujer enferma ni nada parecido, es una mujer, un ser humano como cualquier otro, nada más. Me quiere y me quiere con ella. Creo que eso es razonable. Las personas no queremos en abstracto, no somos ángeles rubios y asexuados.

¿Y tú?, ¿a ti te satisface esta situación?

No creo que ésa sea la pregunta que deba hacerse.

Respóndela de todos modos, insistí.

No, claro que no me satisface, hay algo que no termina de estar en su lugar. ¿El qué?, yo mismo, yo soy el que no está en su lugar, en el lugar que le corresponde. No lo digas tú, ya lo diré yo. No debía de haber aceptado su dinero a cambio de un matrimonio legal, pero falso. Ya lo sé, es cierto, pero… Lo acepté.

¿Crees que tiene un amante?, le pregunté.

No lo sé, ni tampoco me importa demasiado, me respondió. Solamente pienso que la conozco algo, poco, pero algo, y sé cómo era entonces en la cama. Era…

¿Cómo?

No sabría decirlo, normal, creo. En cualquier caso sería lo más lógico del mundo que tuviera un amante, a nadie debería extrañar. Me sorprende, e incluso afecta un poco mi orgullo masculino que desde mi regreso a casa y mi renuncia al divorcio no me haya buscado ni se me haya ofrecido.

¿A qué lo atribuyes?, le pregunté.

Creo que tiene miedo a mi rechazo. Piensa que ella y yo nos conocemos desde que éramos adolescentes, me respondió mirándome. Nos llevamos un año solamente y la primera vez que nos vimos fue en mi fiesta de cumpleaños, entonces ella tenía 13 y yo 14.

¿La rechazarías?

Es demasiado tiempo.

¿Lo es, Daniel?

Sí, lo es porque lo conoces todo del otro. Yo no quiero afirmar tanto, no quiero pensar que conozco todo lo que ella es, pero sea lo que sea eso que conozco de ella, creo que es excesivo.

No se puede obligar a nadie a permanecer a tu lado en contra de su voluntad.

¿Quién dice que no?, me respondió algo brusco, levantándose y buscando su abrigo que había colgado del respaldo de una silla.

Era tarde y Daniel quería irse ya. Al salir le pregunté a bocajarro qué clase de vida sexual tenía. ¿Recurres a alguna profesional?

Todavía no, me respondió con una media sonrisa, ¿me recomiendas alguna?, me preguntó.

El peletero/Ángela (6 de 20)


5 Junio 2009

6. De cómo Daniel me contaba cosas de su esposa Cristina.

Daniel me contaba que al menos eso era lo que Cristina decía, aunque decir dice muchas cosas, continuaba, y algunas de ellas no cuadran con otras que dice o con otras que hace. Pero eso le ocurre a todo el mundo, ¿verdad? Todos decimos o pensamos que decimos lo que luego no hacemos, y yo no quiero discutir más, ya lo hice en su momento y no quiero seguir hablando para nada. Incluso pienso a veces que quizás tenga un amante. En cualquier caso ella ha pagado dinero por algo, es bueno que quiera cobrárselo. No me pide que me acueste con ella en la misma cama, no me exige eso. Puedo sentirme satisfecho, ¿no crees?

Pensé de nuevo que esa era también una frase enigmática, que quizás encerraba algo que Daniel conocía de Cristina y que no quería contar de forma explícita.

¿Qué era eso que no cuadraba en Cristina?

Daniel tenía razón en algo, pero era una razón demasiado obvia, casi banal. Decir y hacer otra cosa distinta nos sucede a todos, incluso, en la mayoría de ocasiones, ni siquiera somos conscientes de ello y nos pensamos que actuamos de forma coherente, que somos personas consecuentes, cuando, la verdad, pocos consiguen serlo.

¿Qué quieres decir con eso de que hace algo distinto de lo que dice?

Todo depende del dinero con el que pagas, si es tuyo o es el de otros, a todos nos ocurre igual, es una manera de hablar, ya lo sé. Cristina es una buena persona, pero no sabe porque no quiere saberlo, el origen de su dinero.

¿Qué insinúas?, ¿es ilegal?

No, no lo es, al menos no todo, solamente una cantidad pequeña, como en todas partes, eso sucede en todas las casas, pero ella no quiere saber nada. Su patrimonio lo administran sus hermanos, ellos se encargan de todo.

¿Sus hermanos saben que ha pagado tus deudas?

Ella dice que no, pero no lo sé.

¿De dónde ha sacado el dinero entonces y sin que lo sepan sus hermanos?

De sus ahorros, me ha dicho.

¿Y tú te lo crees?

No me queda más remedio. Piensa que no tiene demasiada importancia lo que hacemos mientras haya alguien que crea en nuestra palabra.

La palabra dada es una especie de salvoconducto, ¿verdad?

Sí, te redime de tus pecados si alguien la acepta, y yo, aunque no puedo hacer otra cosa, he aceptado la suya y ella la mía. Ambos hemos cumplido.

Si te quisiera hubiera pagado tus deudas y te habría dejado ir, las dos cosas, y ambas al mismo tiempo, añadí.

El peletero/Ángela (5 de 20)


3 Junio 2009

5. De cómo Daniel me dijo que no tenía ninguna amante.

Al otro día, viernes, regresé al mismo restaurante, “El Circo”, pero no lo vi.

La semana siguiente hice lo mismo, decidí seguir instalado en mi “observatorio” y jugar a ser un espía durante la hora escasa de que disponía para almorzar. Solamente lo vi aparecer el jueves, de nuevo un jueves. Llegó, llamó, le abrieron y entró. Eso hizo las cuatro siguientes semanas. Exactamente lo mismo, todos los jueves a las 14,30 horas exactas.

No sé a qué hora se iba, yo debía permanecer en mi oficina trabajando, no podía apostarme como si fuera un verdadero policía. Y en cualquier caso tampoco debía, no era de mi incumbencia. Pero la curiosidad me ganaba. Así que le llamé.

Como excusa usé una casi verdad: le dije que deseaba verlo y charlar, porque habían pasado ya siete meses desde la última vez. Me respondió con alegría. Me contó que estaba ocupado en nuevas cosas, pero que podíamos quedar para cenar. Así lo hicimos. Concretamos la cita, el lugar y la hora. Los dos solos, Cristina no vino, se quedó en casa.

Fuimos a un buen restaurante y luego a un bar de copas para personas que solamente desean conversar en un buen ambiente.

Hablamos de todo y hablamos de él. Me confesó, una vez más, que sus problemas económicos por fin habían terminado, que su esposa había cumplido con el compromiso contraído. Que ahora estaba intentando encontrar un trabajo modesto, pero en el que se pudiera sentir cómodo. No tenía prisa, su mujer cargaba con todo, ella podía hacerlo y no le exigía nada excepto comportarse en público como un matrimonio bien avenido. Naturalmente no había vida amorosa, ni ternura ni amor y, por supuesto, sexo tampoco. Solamente permanecía un ligero cariño, los restos mustios de aquella hermosa y antigua amistad que también los había unido en el pasado. Pero esa correa corta que lo ataba a ella malhería su ánimo, su dignidad y su orgullo.

Se lo pregunté directamente. ¿Tienes alguna amante?

¡Por supuesto que no!, me respondió. Ni me apetece ni tampoco debo tenerla si quiero que las cosas permanezcan igual.

¿Igual? Ella ya ha pagado tus deudas, déjala, pide ahora el divorcio. Pórtate como un canalla, incumple tu promesa, le dije sin miramientos.

Ya lo he pensado, me confesó. Pero necesito todavía su dinero para resarcirme y no sé si podré devolvérselo, ella no me lo pide, no hemos firmado ningún papel, no me lo puede reclamar legalmente, pero lo intentaré, quiero devolvérselo. Ella me ha salvado a cambio de seguir manteniendo una pantomima que le interesa continuar. No quiero ni deseo criticar su ética de las cosas, no soy nadie para hacer eso, y mucho menos después de haberme salvado de la ruina. Ésa es tan buena razón como cualquier otra, ¿no crees? Además, me quiere.

El peletero/Ángela (4 de 20)


2 Junio 2009

4. Una escena triste.

Recordé entonces una triste escena vivida con otro amigo y su madre enferma. Aquella mujer iniciaba una demencia que yo creo, sin embargo, que adquirió al nacer y no más tarde, al envejecer y acercarse a la muerte.

Era una anciana que solamente sabía hablar de sí misma colocándose en un pedestal y buscando un público inexistente que aplaudiera. Decía sin ningún atisbo de vergüenza que era un modelo de bondad y de virtud.

En cambio, según su propio hijo afirmaba, no hacía más que tergiversar de la manera más descarada, verdulera y desvergonzada los hechos, las circunstancias de las personas y las personas mismas para que todo encajara en el modelo que ella se había construido.

Todo era falso, todo era mentira.

Fue una escena lamentable y triste para mí y para ese hijo que cuidaba de su madre, para ese amigo mío que trataba de parapetarse y protegerse de ella en un cinismo de cartón.

Yo lo miraba apenado y veía su sonrisa mientras iba desmintiendo, una y otra vez, las palabras de su madre, desvelando a los presentes, incómodos y sorprendidos, el rostro de una bestia, estulta y maligna, ignorante de su maldad, estúpida y dañina, agazapada en algún rincón de su propio cerebro.

En ese lugar recóndito y lejano en el que todos nos hallamos.

Es en esa esquina opaca donde se desarrolla nuestra vida secreta, es decir, nuestra vida sin más.

Porque nuestra vida es siempre secreta, lo es indudablemente para los demás, esa es la realidad, lo malo es que lo sea también para nosotros mismos.

Iba dando vueltas a esos turbios pensamientos cuando recordé algo. Terminé mi café, pagué y me acerqué de nuevo hasta el portal donde había entrado hacía pocos minutos antes mi amigo Daniel. Miré los timbres del interfono. En uno de ellos, en el del entresuelo, había una flecha roja que señalaba un pequeño letrero, en él había escrito, “El Paraíso”. Era indudablemente un burdel.

¿Ahí había ido mi amigo?, ¿se encontraba ahora en manos de una preciosa mulata? No podía esperar su salida, debía volver a la oficina, tampoco hubiera sido correcto encontrármelo, descubrir su secreto, si así podía llamarse, ponerlo en evidencia. Tampoco estaba del todo seguro de que ése fuera el piso al que se había dirigido. Debía regresar al trabajo.

El peletero/Ángela (3 de 20)

30 Mayo 2009

3. De lo que la gente hace y de lo que la gente dice que hace.

He de confesar, sin embargo, que me intrigó y me desconcertó todavía más un día que ella y yo nos encontramos casualmente por la calle. Nos saludamos con alegría educada, la invité a tomar un café en un bar cercano y al despedirnos me dijo que no debía fijarme en lo que la gente dice, solamente en lo que hace. ¿Por qué lo dices?, le pregunté. No me respondió. Estaba próxima la Navidad, iba cargada con muchos paquetes envueltos en papel de regalo para sus muchos sobrinos de sus muchos hermanos y hermanas, primos y primas. Ellos dos no tenían hijos.

Es cierto, pero es difícil saber lo que la gente hace, incluso cuando puedes observarla en secreto sin ella saberlo. Sus actos nunca son del todo evidentes y nítidos, tampoco sus palabras. No lo son en ellos mismos, en su mera descripción y mucho menos en su significado.

Al pensar en esas cosas recordé un párrafo que escribió Marcel Proust y al llegar a casa lo busqué para releerlo. En “El mundo de los Guermantes” afirma eso mismo al decir que nadie nunca está inmóvil y claro “ante nosotros, con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias...”

Cristina no era exactamente una “intelectual”, ni tampoco una poeta, pero estaba orgullosa de sus convicciones. En su familia había llegado al gran status de “tía”, era casi un título de nobleza. La vi irse cargada con todos esos paquetes llenos de regalos para sobrinos primeros y primos segundos, hermanos y demás familia. Al verla llamar a un taxi, y llenar el portamaletas con todos los bultos que traía Santa Klaus, comprendí por un instante que no permitiera el divorcio de su marido y que incluso llegara a pagar por él.

En un primer momento pensé que Cristina me retaba y me proponía una especie de acertijo, que insinuaba un rompecabezas haciéndose más la víctima que la misteriosa. Seguramente Cristina se refería a sí misma, y a la mala opinión generada en los demás por pagar unas deudas a cambio de un marido.

Era indudable que ella debía tener otra imagen de sí, de sus propios actos y palabras, y sin duda ése era un sentir positivo y satisfactorio sobre su persona, su voluntad y la manera de hacerla efectiva.

Pero una vez más me encontraba con esa diferencia entre lo que decimos, hacemos y decimos que hacemos.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El peletero/Ángela (2 de 20)


27 Mayo 2009

2. De cómo mi amigo Daniel renunció a divorciarse de su esposa.

En los últimos seis meses no nos habíamos visto, pero seguíamos siendo buenos amigos, no necesitábamos vernos cada día ni cada semana. Nuestros encuentros oscilaban entre un olvido falso y una frecuencia alta.

Recuerdo que los dos últimos años no habían sido buenos para Daniel. Sus negocios estaban en bancarrota y su matrimonio naufragaba por todas partes. Su esposa Cristina y él estuvieron varios meses, casi un año entero, separados, aunque no llegaron al divorcio.

Él se fue a vivir a un apartamento pequeño y barato que apenas podía pagar. Incluso le llegué a prestar dinero para cubrir alguna de sus mensualidades. Le ofrecí mi casa, pero sólo consintió venir el primer mes, hasta que encontró ese apartamento pequeño en una casa sin ascensor.

Durante todo este tiempo mantuvieron un “status quo” extraño, esperando una especie de milagro que en cierta manera se produjo.

Daniel siempre fue un hombre independiente y orgulloso, por eso me sorprendió lo que sucedió después.

Al cabo del año se reconciliaron y rehicieron su vida. Al menos eso decían, pero yo sé que no era así, él mismo me lo había contado. Me dijo que ella lo tenía agarrado del cuello, que dependía de su dinero. Por vergüenza no quiso contarme nada más ni yo tampoco le pregunté los detalles ni las intimidades, pero luego se sinceró conmigo. Ella había sido quien le había salvado de la bancarrota pagando sus deudas. Ése terminó siendo uno de esos secretos a voces, esa clase de cosas que todo el mundo sabe pero que nadie termina de contar abiertamente, tratando así, dicen, de salvaguardar la dignidad de los protagonistas de la historia.

Parecía que habían logrado restablecer la convivencia matrimonial, pero su vida íntima no existía. Eso me contó luego mi amigo, no tenían vida privada, únicamente pública. Su esposa parecía ser una de esas personas que valoran demasiado la opinión de los demás. Al menos eso decía Daniel y creo que tenía razón. Ya hacía muchos años que yo también la conocía. Era una mujer algo anticuada en ese tipo de cuestiones, de familia rica y de ideas conservadoras, pero que trataba de ser moderna y desprendida, laxa, relativista, en esa moda tonta que cree que cada cual tiene sus razones para actuar como lo hace, dando por supuesto que eso ya es de por sí suficiente. En según qué momentos me entristecía ver la mala interpretación que protagonizaba, sin darse cuenta de que no llegaba más que a ser una mala caricatura.

Un día, Cristina, pareció confesarse ante mí, esa fue la palabra que usó, confesión, como si yo fuera un sacerdote o un psicoanalista argentino. Sus lágrimas me parecieron sinceras. Me contó que no hiciera caso de chismes, que la razón de su vuelta era que amaba a su marido. Así lo contaba, decía que era ella la que había vuelto, no él. Seguramente era así, no soy quién para dudar de ello, pero también había de ser cierto lo que Daniel decía. Según mi amigo, él no debía solicitar el divorcio si quería que ella saldase sus deudas. Esas fueron las condiciones que le impuso su esposa. Daniel aceptó y al hacerlo evitó que los bancos lo dejaran literalmente en la calle.

El peletero/Ángela (1 de 20)


25 Mayo 2009

1. De cómo vi a mi amigo Daniel entrar en un portal con aire furtivo.

Mi jornada de trabajo era intensa, de ocho de la mañana hasta cerca de las diez de la noche, catorce horas casi seguidas sin apenas interrupciones. En algunas ocasiones podía irme antes, todo dependía de los asuntos que hubiera que resolver. Al medio día, alrededor de las dos, nos tomábamos un pequeño descanso para comer. Había quien se llevaba la comida preparada de casa; en una de las habitaciones teníamos una nevera, un microondas, una pequeña cocina eléctrica y un fregadero, todo lo necesario, incluida la mesa y las sillas, para poder guardar productos frescos o calentarnos algo rápido y comer decentemente. Otros iban al restaurante, teníamos algunos de ellos cerca. Esos que anuncian comida casera y precios módicos.

Yo alternaba las dos modalidades, había temporadas que me traía la comida de casa y otras que iba con algún compañero a uno de esos restaurantes. Era un barrio con bastante oferta de este tipo, comida para oficinistas, dependientas y gente así, no especialmente buena ni tampoco mala ni variada, pero sí barata.

Aquella semana le había tocado el turno al restaurante más alejado de mi oficina. Restaurante “Circo”, ése era su nombre, ¿por qué?, porque su propietaria se llamaba así. Ana Circo López, así de fácil, no era ni malabarista, ni trapecista ni payasa, aunque por lo que alguno contaba es posible que fuera contorsionista.

Un jueves lo vi. Desde los amplios ventanales del “Circo”, y mientras tonteaba con su propietaria, vi a mi amigo Daniel entrar en el portal que se hallaba enfrente, al otro lado de la calle. Quise llamarle y saludarle, pero cuando abrí la puerta del restaurante él ya había entrado. Crucé la calle, me acerqué a la puerta, que era de madera, y me quedé allí sin saber qué hacer, como un pasmarote, miré los timbres del portero automático y regresé al restaurante para terminar mi café.

Me lo bebí pensativo. Mi amigo Daniel tenía un aspecto triste, la cabeza gacha, y al detenerse en la puerta del edificio miró a derecha e izquierda como si quisiera asegurarse que nadie le seguía. Me fijé en que había llamado a uno de los timbres y que le habían abierto desde alguno de aquellos apartamentos. Él no había usado ninguna llave para entrar.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (Contenido)


22 Mayo 2009

Contenido


“La literatura es el lugar en el que puede encontrarse la vida real. Es bajo la máscara de la ficción que se puede decir la verdad”.


(Gao Xingjian, Fragmento del discurso de entrega del Premio Nóbel.)

1. El misterio y el limo.

2. El heterónimo.

3. La soledad.

4. La caricatura.

5. Allí.

6. Alicia.

7. La ruina.

8. La certeza.

9. El peletero colérico.

10. El monólogo.

11. El escarabajo.

12. El peletero.

13. El espectáculo.

14. El Gigante.

15. Crash.

16. El sexo y la carne.

17. La guerra.

18. El griterío.

19. La primera noche.

20. Dos en uno.

21. La ciudad y el paisaje.

22. Disponible.

23. El poder y el idiota.

24. Splash.

25. Blam.

26. Dios.

27. La realidad.

28. E pur si muove.

29. Cayendo.

30. Nicole.

31. Jane.

32. Upepo.

33. Los milagros.

34. La máscara.

35. El lobo.

36. El mentiroso.

37. ¿Quién?

38. Epílogo.

39. Traum.

40. Christiane.

41. La luz.

42. El jardín y el eco.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (y 42)


20 Mayo 2009


42. El Jardín y el eco.

Para Christiane es injusto que alguien compare sus jardines con aquel que pintó Velázquez, el mejor de toda la historia de la pintura, “El jardín de la Villa Médicis” y que al pintarlo no lo pintó, pues solamente pintó su entrada con su puerta desvencijada. Efectivamente, no podemos compararla con el mejor de los pintores que siempre conseguía pintar lo que hay dentro mostrándonos únicamente las afueras.

Velázquez no escribió ni una sílaba, al menos ni una que se guarde o sea interesante de leer. Sabemos lo que leyó al conservarse su biblioteca y sabemos que nada garabateó, excepto cartas obligadas al Rey y cuentas de gastos y cobros. También sabemos de su afán por obtener un título de nobleza, aunque fuera segundón y algo barato.

Sabemos entonces qué leía y supuestamente qué sabía. También conocemos qué miraba. En un pintor eso que pinta es aquello que suponemos también mira, aunque nunca se sabe, nunca podemos estar seguros de aquello que los demás hacen o piensan.

O miran.

Solamente podemos saber aquello que dicen.

Y yo digo que:

Pere me hablaba del último día de la guerra.

Repito: Pere, mi padre, me hablaba del último día de la guerra.

Me hablaba de la distancia que existía entre las trincheras, pero que a pesar de ellas, las voces y las palabras llegaban nítidas y fáciles al otro lado, al otro bando, y al otro lado del bando. Ellas habían sustituido a los disparos aquel último día.

No quiero recordar esa anécdota de mi padre para resaltar valores pacifistas y a la moda, o el esperado final del miedo y la angustia, la alegría que causa en un muchacho joven, en un simple soldado, una guerra que termina. Es solamente y una vez más, la metáfora de dos que hablan y que en una guerra civil es un drama más notorio y cruel.

Desde su trinchera los dos bandos se mataban y se hablaban, se entendían y se oían. Las voces llegaban iguales y más rápidas aún que las balas, salvando una distancia efímera y escasa.

Pere me hablaba del final de la guerra, de aquel último día, de las lágrimas, de los besos y de los abrazos entre enemigos, hombres y soldados en aquella tierra de nadie, en esa mitad del camino, en ese tramo que hay entre la vida y la muerte.

Ya es hora de terminar, de dar por finalizada tanta palabra. Y como no sé cómo debo hacerlo, de verdad que no lo sé, lo haré recordando a mi madre, Veni, que fue la madrina de algunos de aquellos soldados a los que escribía cada día.

Recordaré también a Pere, que estaba contento, era un hombre feliz, porque la guerra había terminado. Los recordaré a ambos porque no puedo olvidar su dulce compañía.

Creo que recordándolos es la mejor manera de hablar de identidad. De la suya y de la mía. De ese eco que soy de ellos y de Albert, mi hermano.

Eso somos todos, un eco los unos de los otros. Y la propia literatura también lo es, un grito, una palabra que va de muralla a muralla.

. . . . . . . . .

Porque no puedo olvidar su dulce compañía.

. . . . . . . . .

X.C.T., septiembre de 2008

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (41)


18 Mayo 2009

41. La luz.

¿En el sexo la luz es importante?, ¿debemos apagar las lámparas y cerrar las ventanas para dotar a la atmósfera del olor y de la niebla necesarias?, ¿debemos adornar la penumbra?

¿Debemos cerrar los ojos?

Christiane es más dulce, quizás también es decorativa como en el fondo lo es toda la pintura actual, pero… ¿ella intenta imitar a alguien?, ¿copia a esos pintores que he mencionado? Seguro que sí, no existe ninguna razón para no poder hacerlo. Ello no es ningún demérito, está en su legítimo derecho. Pintar a la manera de otro si no intentas suplantarlo es una buena forma de hallar tu propio camino siendo claro y humilde, y en la medida de lo posible, genuino también. Es posible serlo, propio y único llevando al mismo tiempo los apellidos de otro.

Sin embargo nos sorprende que en su página web sus obras estén referenciadas únicamente según el tamaño. Las podemos encontrar pequeñas, medianas y grandes y así tener una idea de cual nos conviene para tal paño de pared. Es una decepción que no es necesario explicar pues se explica por si sola.

Christiane pinta también jardines llenos de flores y colores, tantos como los que dicen que se dan en la naturaleza y en los gustos de las personas.

Yo creo que hay más colores que gustos, y Christiane los utiliza bien, los coloca en los lugares adecuados y adorna con ellos un apartamento de lujo londinense, que simula ser uno de Nueva York en el que vive una pareja, un matrimonio de mediana edad, que en la realidad, y no en la ficción, sí que termina por divorciarse.

En mi casa pende de alguna pared alguna que otra reproducción de flores silvestres, estampas y grabados de naturalista y artista, son dibujos más precisos que las fotografías, y lo son no por captar en barrido la realidad como lo hacen las cámaras fotográficas, sino por seleccionar los detalles que ve el que las mira, el naturalista y el artista, y que considera que son relevantes y por eso las dibuja en su cuaderno de campo.

Aunque un fotógrafo no estaría conforme con esta afirmación, el ojo de una cámara es el ojo de un dios, que todo lo ve, el del ser humano en cambio, discrimina, descarta, elige y resalta. Creo que los manuales de arqueólogo, zoólogo, botánico y paleontólogo recomiendan todavía ese dibujo hecho a mano alzada, impreciso y subjetivo frente a la supuesta veracidad de una máquina, mitad ojo y mitad escoba.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El peletero/Meditaciones (10)



15 Mayo 2009

“La música ens dona consol i ens alleugereix la pena i el dolor sense fer-nos oblidar res”.
(D’un amic)
“La música nos consuela y nos aligera la pena y el dolor sin hacernos olvidar nada”.
(De un amigo)
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí muerto aunque todavía no enterrado, para eso tuvieron que pasar unos cuantos años más.
Un día le dimos sepultura en un nicho a ras de suelo, de esa manera depositamos con él todos sus olores y aquellos humores que emanaba su carne desolada.
En sus últimos años lo acompañó un joven blanco de Valladolid, bello, alto y fuerte, con un cuerpo de watusi y ademán de bailarín. También lo cuidaba una india aymara de Cochabamba, pequeña, discreta y menuda, de pocas palabras y de piel muy oscura.
Él era músico, estudiante de violoncello, el único instrumento que se adecuaba a sus medidas, tan desproporcionadas que incluso todas las corbatas le quedaban cortas. Ella decía que era abogada y aprendiz de pintura indígena, el caso es que cocinaba de manera muy aceptable y sabía mantener la casa de Gregorio en condiciones correctas de higiene y orden.
A mi amigo le gustaba oír tocar al muchacho, estar presente en sus prácticas y ejercicios musicales, se callaba y lo escuchaba hasta que se dormía. Solamente se despertaba cuando él terminaba, guardaba su instrumento en su enorme maleta y se despedía.
Gregorio le pagaba sus estudios sin ninguna otra intención que la de pagarle sus estudios, nada más. Únicamente pedía en correspondencia un poco de compañía visual y belleza física humana, la única ya a la que podía aspirar.
El trato con la india fue distinto, él se comprometió a comprarle toda su obra pictórica a cambio de que instalara en su casa y en una de las grandes habitaciones del piso de arriba, las más soleadas, su estudio de pintora, y le permitiera observarla mientras trabajaba y dibujaba sus figuras infantiles y sus flores. También se dormía, sentado en el sofá, contemplándola pintar escenas naifs, idílicas y bucólicas de una América indígena que nunca había existido.
Pero ella se compadeció y terminó quedándose a vivir con él para cuidarlo. En los últimos años pintaba poco porque mucha era la dedicación que Gregorio requería. Enfermo y dependiente absorbía todo el tiempo de las personas que estábamos a su alrededor y lo frecuentábamos. Yo también, terminé visitándolo cada día. Por la tarde merendábamos los excelentes cafés, tes y chocolates que su india nos preparaba, bebiendo a la vez un dulce moscatel catalán y charlando de todo lo humano y un poco de lo divino, de hombres y de mujeres, de putas y de clientes. Y por las noches cenábamos arroces blancos o negros con vino francés, y fruta sencilla de la huerta de un viejo amigo común que todavía conservaba el antiguo oficio de trabajar la tierra, manzanas, peras o naranjas.
Yo, como soy un hombre escaso en todo, tímido y apocado, incluso frente a una mujer, adoptaba el papel de ángel dulce, de alegre querubín. Él, que no temía a nada y mucho menos a los ángeles, adoptaba el personaje de diablo que siempre le había gustado ser, peor que el mismísimo Lucifer excepto por su predisposición llorona y su carácter melancólico y tristón, aunque su empedernida voluntad de querer recordarlo todo no sé si lo convirtió y transmutó en un ser sincero, o bien en lo contrario, en un mentiroso como lo era el maldito dios del rencor y la envidia.
Siempre citaba a Baltasar Gracián cuando afirmaba que “la confianza es la madre del descuido”. Decía esa clase de cosas para provocarnos y al desasosegarnos desvelar nuestra propia desconfianza en nosotros mismos.
Durante toda su vida tuvo mal carácter y un semblante variable, pero su sonrisa nos recordaba a los que pudimos contemplarla la cara de Dios que nunca veríamos.
Murió pronto porque siempre se muere cuando no se debe.
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En su funeral se interpretaron varias obras, entre ellas:
“Damunt de tu només les flors”. Mompou

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (40)


13 Mayo 2009

40. Christiane.

Esa es indudablemente una derivación lingüística secundaria pero mucho más importante que la misma anécdota de la historia que se cuenta en la película, y que a mí, como ya he afirmado, no me gustó especialmente.

Las historias de matrimonios cansados de vivir juntos, buscando placeres casi prohibidos que sustituyan el hastío, me cargan, me producen fastidio y molestia. Eso ya lo he vivido por parte interpuesta, por ser el tercero del trío y, sinceramente, prefiero estar solo que ser un mal sustituto, o que terminar siendo el bálsamo de algún trauma o el mal sueño de una mujer que descubre que no conoce a su marido, que la aburre o no es aquello que esperaba cuando tenía dieciocho años. Todo esto es tan banal que incluso me da vergüenza literaria escribir sobre ello. De lo que quiero hablar es de las pinturas de Christiane y quiero hacerlo solamente porque la pintura en sí misma es siempre una fuente inagotable de anécdotas y sin duda la mejor metáfora del mirar, pues en ella, cosa que no sucede cuando nos miramos al espejo, nos miramos mirando a los demás.

He afirmado que es una buena pintora, y lo es. Pero quizás no merezca estar en ninguna enciclopedia de grandes pintores. Está a caballo de Frida Khalo y de David Hockney, para situar dos referentes conocidos y populares. También tiene evidentes influencias de Monet y destellos incluso de Van Gogh. Algunos desnudos suyos están pintados con una luz blanca, poco amarilla, sin llegar a producir ese desarraigo en el color de la piel del modelo y sin esas posturas abandonadas de los cuerpos tan habituales en mucha de la pintura figurativa actual.

Hoy en día, todo el mundo, cuando quiere parecer interesante y profundo, pinta desnudos como si los vivos estuvieran muertos, es un puritanismo extraño, alicaído y perverso. Casi recuerdan aquellas famosas clases de anatomía, verdaderos espectáculos populares en la Holanda del siglo XVII.

Muchos pintores pintan cuerpos amarillos y sonrosados en esa gama oscura del rosa que encontramos en los pliegues del cuerpo, y en sus arrugas, combinando los colores en las pinceladas, dándoles ese grosor, esa altura y la anchura necesarias que permite que al secarse la carne se agriete como si envejeciera igual que lo hace la propia pintura en la tela y en el mismo pincel si no se limpia con disolventes o aguarrás o se rasca y lima con un cincel.

Así, todo el conjunto consigue presentar una piel que al igual que una tela no sabemos si está mal o demasiado bien iluminada.

A la carne le sienta bien el horno y el fuego, pero no la luz.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (39)


11 Mayo 2009

39. Traum.

Es curioso, para mí que desconozco la lengua alemana, que la traducción del término “traum”, de “Traumnovelle”, sea para el castellano la palabra: “sueño”. La etimología me parece clara y precisa por su parecido con la palabra trauma.

“Traum” significa sueño. Su origen proviene de antiguas lenguas indoeuropeas que en sus ramas germánicas dieron lugar a “Draum”, de donde proviene el inglés “dream”. Otros caminos la llevaron a convertirse en el griego “τραῦμα”, que se lee “trauma” y que significa básicamente, entre otras cosas, “herida”. O según afirma la RAE, algún tipo de lesión producida por una causa externa y mecánica, aunque también un choque o una impresión emocional con un daño duradero en el inconsciente.

Es muy sugerente que una misma palabra engendre y contenga a la vez dos significados tan aparentemente distintos, aunque quizás no lo sean tanto.

Los sueños siempre eran puertas que nos comunicaban con los dioses, eran sus caminos que nos llevaban hasta ellos. Es lógico entonces suponer que algunos pueblos, como el griego, pensaran que ese “contacto” era una experiencia dolorosa, necesaria, pero “traumática”.

Los sueños, y no solamente ellos, nos hablan de nosotros mismos, y esa es indudablemente una experiencia catártica y difícil, por ello casi nunca recordamos lo que soñamos.

Muchas culturas practican ritos de iniciación en los que se debe “soñar”. Hay muchos métodos para lograr ese “sueño” anhelado y necesario. Desde la mortificación corporal a la ingestión directa de drogas alucinógenas. En ese “traum” se desarrollan hechos y acontecimientos reveladores que casi nunca el propio interesado es capaz de descifrar. Necesita para ello la intervención del chamán. Él desvelará aquello que encierra y oculta. Será ese hechicero el que narre el cuento, pues al fin y al cabo todo termina siendo un relato, un viaje.

Algunos de esos pueblos creen descubrir en las vicisitudes de la historia soñada las claves de un enigma que no es otro que el nombre del protagonista, la verdadera palabra que te distingue de la nada, que te identifica de lo informe y de lo neutro. Esa palabra, tu nombre, tiene poder sobre ti pues ambos sois una sola cosa.

¿Cuál es su poder?, el de ser reconocido. ¿Por quién?, por otro.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (38)


8 Mayo 2009

38. Epílogo.

Este es un mal epílogo porque es difícil terminar una historia que no tiene final y que tampoco ha tenido principio. Ni siquiera ha sido ni es una historia. Sólo ha tratado de ser una evocación imaginaria de cosas que no han sucedido a través de una conversación entre dos personajes de ficción, “El peletero” y “El Gordo”.

Ambos querían hablar de identidades falseadas siéndolo ellos dos de mí, un disfraz que me oculta y trata al hacerlo de protegerme, no son yo aunque hubo quien creyó que sí. Al final los dos personajes han terminado conversando del paisaje, de seudónimos y de caricaturas, de esos “no lugares” y de la poesía que suponen poseer y necesitar ambos para tratar de ser alguien.

El Gordo ha sacado a colación un oxímoron que titula una película que nunca me ha gustado. En ella se desarrollan unas escenas en una gran mansión a las afueras de Nueva York. En ese palacio tiene lugar una fiesta, todos los hombres visten capa, trajes oscuros y esconden su rostro tras una mascara veneciana. En cambio las mujeres que también llevan antifaz, están todas desnudas. Unos y otros conversan y fornican por las esquinas. Ellos han pagado por asistir y ellas, bellísimas y esbeltas como modelos, son unas prostitutas que hacen muy bien su trabajo

La película es la última que dirigió Stanley Kubrick, “Eyes Wide Shut”, basada en una novela corta titulada “Traumnovelle” (relato soñado), escrita en 1925 por Arthur Schnitzler, fue filmada enteramente en Londres. Sin embargo, la acción transcurre en la ciudad de Nueva York. Los estudios londinenses simularon perfectamente sus calles y su atmósfera. En cambio, o al mismo tiempo, no fue necesario construir ningún decorado para el lujoso apartamento donde viven los dos protagonistas de la historia, marido y mujer. Para ello se utilizó el del propio director, Kubrik, y su esposa Christiane, la residencia que ambos poseían en Londres.

Es un apartamento grande, decorado con muebles y objetos caros y también con las pinturas de Christiane, una muy buena pintora naif. En la película no se retiraron esas pinturas que decoran el piso. Kubrick las mantuvo colgadas en sus paredes y no fueron sustituidas por otras. Son las mismas que él veía cada día al despertarse.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (37)


6 Mayo 2009

37. ¿Quién?

Cuéntame mentiras, peletero, dime que en aquella época eras bello, y que aunque ahora seas indigno y blanco, entonces fuiste alto y negro.

Dime que tu cuerpo era un cuerpo de guerrero, rudo y fino, de zulú o de comanchero, elástico y duro como el papiro del Nilo.

Dime que tuviste en tu rostro una sonrisa dulce de anciano y una mirada de perro.

Dime que adivinabas el futuro y que dominabas tu deseo, el apetito del hierro.

Dime que ahora escuchas música, peletero.

Cuéntamelo y cántamelo.

Ahora escucho música, Gordo. Ahora bailo quieto. Clavado en el suelo.

Pero en aquel entonces bailaba dando patadas al aire, y movía mis brazos haciendo girar las ruedas de los molinos que desataban los torbellinos.

En aquel tiempo, peletero, calzabas botas de punta y enseñabas un rubí en uno de tus dedos.

Sí, Gordo, ahora canto mudo y no llevo adornos, mi mano enguantada revela que la perdí, perdí la joya y con ella la mano.

Ahora bailo inmóvil, pero entonces danzaba y saltaba, el mar me ocultaba sus simas y yo me contentaba con la oscuridad de aquel pequeño lago que había en el camino de Alejandro. En aquella época el suelo se rompía y yo pisaba las nubes sin llegar a pisar nada.

. . . . . . . . .

Nada.

. . . . . . . . .

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (36)


4 Mayo 2009

Recuérdalo, peletero, no es la primera vez que te llaman sofista y extremo en tus afirmaciones, y tampoco será la última por lo que veo.

¿Por qué te enfrentas a mí?, ¿qué intentas?, ¿Te pueden la soberbia y la envidia?, ¿o en todo caso es la humildad mal entendida? Yo no puedo recriminarte nada a ti. Eres “mi” Gordo, no tengo nada más, solamente te tengo a ti.

Eres un vulgar mentiroso, tienes una familia, un hermano y amigos, todos te quieren, te respetan y te admiran. Yo sí que no tengo a nadie, no soy nada, ni siquiera soy rencoroso como tú, no soy un insulto, ni soy bilioso ni descortés como un poema de Oliverio Girondo.

Lo fuiste, Gordo, lo fuiste, no por mi mano, pero fuiste la vejiga en la que se vertió mucha bilis, ahora te has convertido en un simple problema de obesidad, deberías matar a alguien y recuperar tu vieja personalidad. No agotes mi paciencia, Gordo, no lo hagas. Ya sabes que soy mucho más fuerte que tú y que mi “no”, siempre significa “nunca más”.

Ya hace tiempo que te pedí poesía, peletero. Ahora te la suplico, por el amor de Dios, conmigo no seas cruel y dámela, perdona mis ofensas y mis reproches, disculpa mis riñas, mis palabras duras y tal vez también necias y dame esa poesía que necesito, cuéntame cosas de cuando tú no eras tú. Sabes que he llegado a matar por ti, me has pedido también que diera la cara por ti, que la antepusiera a la tuya, que tratara con muchos con los que tú no querías hablar. Los muy inocentes no sabían con quién hablaban, lo hacía con gusto, era tu parapeto, tu armadura, fui tu escudero y en mi cara hube de recibir la bilis que soltaban para que no te manchara.

No tengo nada de qué disculparte, Gordo, y mucho menos tus palabras que en ningún caso son necias ni ofensivas y sí acertadas y honestas siempre. Eres mi muralla, mi ariete, mi espada y la voz que dice aquello que yo no sé decir, recuerda que de pequeño tartamudeaba y muchos se mofaban, te puedo asegurar que ahora son ellos los que tartamudean y soy yo el que se mofa. Pero dime, ¿qué quieres que te diga?, ¿qué quieres que te dé?, ¿qué necesitas de mí, Gordo?