2 Junio 2010
Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
9. La libertad y el destino.
Camus consideraba acertadamente que “el hombre rechaza al mundo tal y como es sin aceptar abandonarlo”. La realidad parece imperfecta y la Creación inconclusa, el ser humano no entiende lo que ve ni consigue siquiera verlo todo porque todo se le sigue escapando, como nos recuerda John Berger. Al igual que lo hace el agua de entre sus dedos y el aliento de su cuerpo la realidad es inasible.
Nuestra pobre humanidad no sabe tampoco a dónde conduce la corriente del río por el que navega, pero se aferra a la barca asustado como si fuera la almadía de un náufrago y no el casco de un buque robusto y acorazado. Esta contradicción entre el rechazo del mundo sin querer renunciar a él es el drama que causa la libertad, sin ella no veríamos el universo y con él a nosotros mismos inacabados, pendientes de resolución y sentencia, de final.
Seríamos cadáveres sin sepultura.
Camus afirma también que una vida destinada y predestinada es una forma de conocimiento que reconcilia, que cose la herida, pero que no puede aparecer, ni surgir, no puede brotar: “más que en ese momento fugitivo que es la muerte: todo acaba en ella. Para ser una vez en el mundo es necesario no volver a ser nunca”, ése es el precio de ver, la ceguera, el dejar de ser.
Por otra parte, considerar que la vida está sujeta a un destino nos permite pensar, de manera tramposa, que conocemos el puerto de llegada, con él renunciamos al privilegio y al reto de ser libres.
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9M
-“Cuando estudiabas te gustaba coleccionar, así las llamabas tú, “Las sombras del hilo”, que no eran más que una lista de pinturas, famosas o desconocidas, con algunos comentarios a propósito de ellas, frases y descripciones más o menos acertadas y oportunas, unas penetrantes y otras solamente ocurrentes sobre su supuesto significado o sentido. Las recogías de cualquier parte, de libros, de revistas, algunas eran mías y muchas otras tuyas. Decías que eran visiones del fin del mundo, costuras en eso que Albert llamaba “la grieta solar”. Yo me quedaba sorprendida al escucharte porque me daba cuenta que ese final no se hallaba únicamente en el fin del tiempo, también lo podíamos encontrar en cualquier esquina, es un horizonte tan cercano como lo son una caricia o un beso o un simple muro de piedra y yeso, fácil de derribar.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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9H
-“Permíteme, amiga mía, que te cuente un secreto de mis últimos días y que ya está habitando mis sueños como si de ellos hubiera nacido para vivir conmigo el amanecer, la tarde y el crepúsculo entero hasta el alba de la mañana siguiente. Desde hace dos meses, cada noche, cuando cierro mi tienda y regreso a casa pasadas las diez, me espera un ángel en la última esquina. No hay mejor manera de describir su aspecto que llamarla así, aunque su sexo sea el de una mujer es un ángel y quizás también un querubín. Es delgada, bella y estilizada, también muy guapa y tan joven que a penas ha traspasado el umbral de la pubertad. Es una rubia de cabellos largos y lacios, de sonrisa y rostro inocente, de ojos grandes y grises y pestañas enormes. Parece dulce y azucarada, suave y tierna, puro terciopelo eslavo de piel clara, es un animal de estepa o quizás una acuarela marinera, es una mujer con aspecto de niña. Es una prostituta callejera que vende más su vista que su cuerpo frágil, inofensivo y apacible. Ya no la miro, no puedo resistir su mirada, ella sabe que no seré jamás su cliente, que nunca pagaré por su tiempo ni por su carne, pero cada vez que mis ojos encuentran a los suyos me mortifica con su sonrisa astuta que me acompaña hasta mi cama y mi noche, sola y coja, conmigo se encaman hasta que el sueño y el cansancio, la soledad y el miedo cierran mis ojos como algún día deberá cerrarlos alguna enfermera cualquiera, sin mirarme ni saber mi nombre ni quien yo era.
¿Quién es, me preguntas?, ya te lo he dicho, te repito que es un ángel, una prostituta, de las tres era la tercera, ¿recuerdas?” (El hilo. Cartas a una amiga.)