martes, 9 de noviembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (51)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

51. Platón.

Platón creía que la imagen solamente cumple una mera función mimética, que su significado se halla en la semejanza con el modelo que representa. 

El filósofo griego también nos dice que una imagen no imita exactamente la realidad, sino solamente una apariencia. Esa es una afirmación coherente con su famoso mito de la caverna, aunque no necesariamente verdadera. 

Es legendaria la desconfianza y la animadversión profundas que le causaban a Platón todas las artes. Para él no eran más que los instrumentos del engaño para mentir, la ilusión, el espejismo y el disfraz que los dioses, ayudados por los Hijos de la Noche, siempre usaron para servirse de los humanos, y que éstos, en su eterna y precaria condición, trataron de aprender para sobrevivir a sus caprichos y deseos, a sus designios ocultos entre el azar y el destino.

Así pues, para Platón toda imagen es engañosa porque es intrínsecamente falsa; su mejor virtud, afirma, es la banal diversión y el insustancial entretenimiento que causa mientras no se desvele su secreto, la artimaña del charlatán y el ilusionista, la paloma escondida dentro de la chistera.
El hecho decisivo es que la realidad es inerte poéticamente, no en cambio, evidentemente, el arte. Platón detestaba la poesía porque alteraba el ánimo como si fueran los cantos de una sirena, lo predisponía, lo seducía y no permitía que se manifestara lo que él consideraba como lo justo, lo valioso que es valioso al mismo tiempo que adecuado. 

Cuanto más cerca estamos de lo verosímil más lejos estamos del presente, que siempre, valga la expresión, es opaco a nuestros ojos y al recuerdo, él, como el más tenue fantasma, solo sirve a nuestros párpados cuando pestañean al son de nuestro corazón. 

La metáfora es sencilla y popular, y no es otra que la que afirma que cuando miramos muy de cerca no vemos nada, hay que dar unos pasos atrás. Nada se explica desde el presente, solamente desde su recuerdo.El peligro está en caer en el manierismo emocional, en el mero esteticismo psicológico, pintar a la manera de, construir un simulacro, copiar otras pinturas, cantar siempre la misma canción, lo que, por otra parte, casi todo el mundo hace.

A un escritor catalán -Pere Calders- le preguntaron cuándo escribiría sus memorias, y él respondió que lo haría cuando perdiera la memoria, que todavía no podía escribirlas porque lo recordaba todo.

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51H
-“Querida Verónica, cuéntame la leyenda que inventó el beato Jacobo de Varrazze, nacido en Génova el año 1230, Pacal Quignard la recuerda en su célebre obra “El sexo y el espanto”, en ella nos dice que Tiberio, gran coleccionista de imágenes pornográficas, habló con la santa de Pintura. En su “Legenda aurea, De passione Domini LIII” nos dice (cito al Sr. Quignard) que “Tiberio, el emperador, enfermó gravemente en Roma y que dirigiéndose a Volusiano, uno de sus íntimos, le dijo que había oído hablar de un médico que curaba todos los males. Así dijo el emperador a Volusiano:

-Vete de prisa a ultramar y dile a Pilato que me mande ese médico.

Se trataba de Jesús, que curaba todas las enfermedades con una sola palabra. Cuando Volusiano llegó ante Pilato y le comunicó la orden del emperador, el prefecto Pilato sintió un grandísimo temor y pidió catorce días de plazo. Volusiano se encontró entonces con una matrona que había conocido a Jesús. Se llamaba Verónica. Habló con ella a puerta cerrada.” (El hilo. Cartas a una amiga.)

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51M
-“Así es, querido Víctor, y Verónica le responde que:

-Yo era su amiga. A Jesús lo traicionaron por celos y Pilato lo mató, hizo que lo ataran a una cruz.

Volusiano se entristeció mucho cuando supo que el médico había muerto.

-Estoy muy apenado –le dijo-. Me aflige no poder cumplir las órdenes de mi amo.

La matrona Verónica respondió:

-Cuando mi amigo partía a recorrer el país para predicar, entonces yo, privada muy a mi pesar de su presencia, decidí mandar a hacer su retrato. El pintor me dijo que fuera a comprar una tela y unos colores. Iba yo de camino a casa del pintor para llevarle lo que me había pedido, cuando vi pasar a Jesús, que iba a morir. Mi amigo me preguntó adónde iba con esa tela y esos colores. Le expliqué lo que me proponía hacer, llorando porque él cargaba con su cruz. “No llores”, me dijo, y tomó la tela y se la puso en el rostro. “Así es como se pinta, dijo, y se fue para morir. Si el emperador de Roma mira con devoción los rasgos de esta imagen, recobrará de inmediato la salud.”
 
-“Volusiano le preguntó:

-¿Puedo comprar con oro o con plata tu imagen?

-No –contestó ella-. Sólo con ardiente devoción. Partiré contigo. Le mostraré el retrato a Cesar para que lo vea y luego regresaré aquí.

Volusiano volvió a Roma en barco con Verónica y dijo al emperador Tiberio:

-Pilato entregó a Jesús a los judiós, que lo clavaron en una cruz por celos. Pero una dama, que ha venido conmigo, trae la imagen de Jesús en el instante de morir. Si usted mira con devoción el retrato, enseguida sanará y recobrará la salud.

Entonces Tiberio mandó extender una alfombra de seda, recibió a Santa Verónica y conversaron sobre pintura. Luego le ordenó que le mostrara el retrato: apenas lo hubo mirado, recobró su salud. Tiberio le regaló un cuadro antiguo a Verónica, la puta (¿un “retrato de prostituta” de Parasio?), y ordenó que ejecutaran a Pilato por haber dado muerte a Jesús. Pero Pilato no quiso saber nada, agarró su espada y se mató. En el instante de morir, Pilato se miró la mano que sostenía la espada. Expirando, dijo

-La mano que lavé me mata.” (La madeja. Cartas a un amigo.)