viernes, 13 de junio de 2008

El peletero ensimismado



3 de junio de 2006

Hay dos maneras de conocer al león, desde fuera y desde dentro. La primera significa permanecer en el Jeep, a una prudente distancia, con tus prismáticos, tu cámara fotográfica y tus pantalones cortos color caqui. También significa anestesiarlo, llevarlo a una mesa de operaciones, abrirlo en canal y mirar en su interior.

La otra manera de conocer al león significa convertirte en él. Con una buena droga de por medio o un buen ritual de magia uno puede llegar a ser un león bastante presentable. Rugir como él, oler como él y cazar como él.

Estas dos, y no otras, son las únicas maneras que existen de conocer el mundo y las cosas que lo habitan, desde fuera o desde dentro. Los científicos han optado por la primera. Los místicos, alucinados y algún que otro artista han optado por la segunda manera.

Y gracias a la ciencia hemos ido descubriendo y aceptando poco a poco que ni somos, ni estamos en el centro de nada.

Con Galileo perdimos el centro geográfico. Gracias a él ahora sabemos que habitamos un suburbio del universo. Con Darwin perdimos el centro temporal. Y gracias a él sabemos que nunca ha existido el paraíso ni un pasado perfecto al que volver. Freud, la psiquiatría y la neurología modernas nos han hecho perder el centro moral. Gracias a ellos ahora sabemos que los asesinos más despiadados también pueden ser unas pobres víctimas. Nada gira a nuestro alrededor, no estamos en la cúspide de ninguna pirámide y la única moral posible tiene encefalograma plano.

Los peleteros aunque no seamos ninguna élite social o intelectual, hemos sido especialmente sensibles a este trasiego y a estas mudanzas extraordinarias. Hemos visto el león siempre desde fuera, siempre hemos construido artilugios bellos y útiles y ahora con estos cambios ni la quimera es una meta. Volamos sin paracaídas y mucho nos tememos que si la gasolina llega a acabarse no será suficiente con batir los brazos o tirarnos de los pelos hacia arriba.

¿Y los otros? Las calles, los pueblos y las ciudades están llenas de gente. Rebosan de humanidad, cada vez más y más. Pero estamos solos. El nihilismo parece haber sido la filosofía de nuestra época, aunque no debemos despreciar el poder de la soledad frente al poder de la nada.

Los artistas de la “vanguardia” se avergonzaron de pintar rostros, manos y árboles y se inventaron para salir del paso la iconoclasia laica, que no otra cosa es la abstracción y, con el paso del tiempo, ganar mucho dinero. Si antes sus ojos miraban lo que había fuera, pasaron a mirar lo que había dentro. Cerraron los ojos, nos dijeron. Abrieron la mente proclamándolo a gritos, y se ensimismaron. En este pozo sin fondo que es uno mismo encontraron todo un universo, tan majestuoso como absurdo, demente y aburrido. Y así seguimos, con los museos llenos de obras de arte moderno que sólo sirven para estar encima de la chimenea, aunque lo mejor sería que estuvieran dentro de ella.

Los artesanos peleteros también corremos este peligro de ensimismamiento, sin brújula ni reloj no podemos precisar nuestra situación y navegamos a la deriva. Bien, no nos alejemos de la costa, tengámosla siempre a la vista que no otra cosa es el sentido común. Y si hemos de alejarnos sigamos las corrientes marinas. Los vikingos y Colón descubrieron América así. Casi nada.