martes, 14 de junio de 2011

El peletero/Las caricias que gustan a las mujeres


Textos vírgenes o el arte de no decir nada.

Las caricias que gustan a las mujeres. (19)

“¿Qué clase de caricias gustan a las mujeres?

Besos.

- Toneladas de besos es lo que más ansío.

- Muchos besos y mirarnos a los ojos, unir ambas mejillas, Muchas caricias por todo el cuerpo, caderas, espalda, estómago, piernas, vulva, vagina y clítoris. Comunicación verbal.

- Los besos son para mí enormemente importantes. Algunas veces llego a tener orgasmos sólo besando.

- Besos suaves y apasionados, especialmente en mi cuello... ¡Ahhh!

- Me besaría con un buen besador durante horas.

- Me encanta un hombre que sepa besar. También es importante besar sin que después haya que llegar al coito.

- Cuanto mi amante besa de una forma hambrienta mi boca, ojos y todo mi cuerpo... ¡Uau!

- Me gustan los besos, sobre todo cuando entran en contacto las partes carnosas y suaves del interior de los labios.

- Solíamos pasear por el bosque, juntos, charlar, desnudarnos, y contemplarnos simplemente. Algunas veces paseábamos parcial o completamente desnudos. Y nos besábamos y acariciábamos, solía arrodillarme inclinándome sobre él, o me tendía sobre su espalda. Me gustaba contemplar su boca, la forma en que temblaba después de cada beso. La sensación de placer era tan intensa que casi llegaba a cegarme. Solíamos permanecer así, inmóviles, y mirarnos a los ojos durante largo tiempo.

- Una vez mi amante me dijo que deseaba pasar todo un día haciéndome aquellas cosas que yo solía hacer por mí misma, desde el momento que me acostaba. Comenzó por cepillarme los dientes y lavarme la cara, luego me peinó y me vistió. ¡Fue maravilloso! Jamás lo olvidaré en toda mi vida. Fue la más intensa intimidad que tuve con alguien, y todavía estamos juntos. Introdujimos nuestros dedos y lenguas en todos los lugares de nuestros cuerpos e intentamos estar físicamente tan cerca como es posible. Él es maravilloso.

- Mis mejores experiencias fueron sexuales, supongo, experiencias eróticas pero no genitales; en su mayor parte un cambio de miradas, secretas, de comprensión “cósmica”, con las pocas personas que he amado de verdad”.

"El informe Hite", Shere Hite.

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Amor mío, permíteme llamarte todavía así aunque ya no te ame ni seas mía, en realidad no lo fuiste nunca ni yo tampoco quise que lo fueras.

Las presentes líneas sólo quieren ser el beso de despedida que no pude darte en su momento porque nos dijimos adiós por teléfono y el invento de Bell, creo, no se hizo para eso.

Con esta intención debes leerlas, como una mera cortesía aunque ahora, en la distancia de una carta, robe tu mejilla para besarla por última vez.

En esta hoja de papel se encuentra también la caricia y la mirada final que no será diferente de aquella que te entregué la primera noche, la misma que viste en el bosque de velas que iluminaban románticamente nuestra alcoba y que casi terminaron, más que nuestro ardor, por provocar un fuego y una tragedia que ningún seguro contra incendios hubiera podido reparar. Esa mirada, enamorada y aterrorizada, es ya eternamente tuya y de nadie más.

Siempre fuiste directa aunque nunca clara, o al revés, lo he olvidado aunque a mí me ocurría todo lo contrario, tal vez por ello te escribo y por ello también te miraba y al hacerlo me decías que de mi forma de mirarte te enamorabas.

Ya sabes que no se ama lo que no se ve porque únicamente vemos aquello que amamos y yo, la verdad, ya no te amo ni tampoco te veo aunque encabece esta carta con un protocolario y educado, “amor mío”.

¿Qué tengo que decirte pues?, en realidad nada excepto aparentar que tengo algo que decirte y decirte que te miré, pero a estas alturas ya no lo sé, me asaltan las dudas, no recuerdo lo que vi ni mucho menos lo que te dije. Las palabras no sirven, no cumplen su verdadera función que es decir algo, ellas no son la memoria ni se conservan en un frigorífico aunque el papel las congele mejor que el hielo más frío, son mudas como las de una película muda, incluso algunas llegan a ser tartamudas como los besos y las bocas, como las mías, una broca, un taladro romo que no logra atravesar ningún muro. ¿Entonces, por qué te escribo?, ¿para hablar conmigo mismo? ¿Me enamoré de mí a través de ti? Yo creo que sí, como todos. El amor siempre es la consecuencia del peor autoengaño y del más funesto malentendido.

En mi interior habitaba una culpa que pretendía que tu redimieras, era injusta contigo porque la falta no era tuya, te hacía sufrir mi propia penitencia pensando que así el peso sería más liviano, pero terminó aplastándonos a los dos y haciendo imposible nuestro amor.

Ha pasado mucho tiempo desde nuestro adiós, sencillo y escueto, no era necesario nada más quizás porque nunca te quise demasiado. El agua empaña los cristales, pero todavía recuerdo nuestros encuentros apasionados que no servían para otra cosa que para ser lo que eran, simples encuentros apasionados, una brisa cálida en ese oleaje marino que va y viene y que tanto nos gustaba navegar con aquella barquita de papel en la bañera de casa.

Tu orilla la bañaba mi ansia y en cada marejada decías mi nombre. A mí, aparte del tuyo, se me ocurrían muchos más: Ulricas, Carolinas, Segismundas o simples Marías, Teresitas o Martas, inventadas o reales, lagartijas o cibelinas. Pensar no es pecado, pensaba yo que no sabía, mal pensado, los nombres que pensabas tú si es que pensabas alguno. ¿Te fui infiel con el pensamiento? Sí, constantemente, cada día, cada hora, o al menos cada vez que respiraba por la nariz mientras te besaba. ¿Me fuiste infiel tú a mí?, si no lo fuiste deberías haberlo sido y no solamente de pensamiento porque puestos a pecar debemos pecar bien, ¿no te parece?

Estoy sentado en un enorme butacón frente a un televisor estropeado, a mi lado un ventanal cerrado, escribiendo una carta que nunca enviaré porque su remitente, más que su destinataria, ya no existe aunque no haya cambiado ni se haya movido un milímetro desde el día en que nació, ese es mi mal, que no cambio aunque me adapte; a los demás, y a ti, me parece que os ocurre lo contrario, cambiáis, pero nunca os adaptáis del todo porque cuando se muda se huye y cuando se huye no se para de huir.

Amor mío, recuerda lo que siempre te dije, que la vida será muy pronto aún más rara que todo eso.

Regresando al principio de la presente, repitiendo que mis palabras sólo quieren ser un simple beso de despedida y esperando que te encuentres bien de salud y que la felicidad te colme con la generosidad que mereces, recibe ese beso, esa caricia y esa mirada muda llena de silencio y con ellos tres mi ternura, toda aquella que no supe darte y que, desgraciada o afortunadamente, ya no te daré.

"That if all those roses you venture to sip,
The colour might all come away on your lip"
So I'll wait for the wild rose that's waiting for me
Where the mountains of Mourne sweep down to the sea.

(The mountains of Mourne, popular)

Demóstenes.