Textos vírgenes o el arte de no decir nada.
Las caricias que gustan a las mujeres. (19)
“¿Qué clase de caricias gustan a las mujeres? 
Besos.
- Toneladas de besos es lo que más ansío.
-  Muchos besos y mirarnos a los ojos, unir ambas mejillas, Muchas  caricias por todo el cuerpo, caderas, espalda, estómago, piernas, vulva,  vagina y clítoris. Comunicación verbal.
- Los besos son para mí enormemente importantes. Algunas veces llego a tener orgasmos sólo besando.
- Besos suaves y apasionados, especialmente en mi cuello... ¡Ahhh!
- Me besaría con un buen besador durante horas.
- Me encanta un hombre que sepa besar. También es importante besar sin que después haya que llegar al coito.
- Cuanto mi amante besa de una forma hambrienta mi boca, ojos y todo mi cuerpo... ¡Uau!
- Me gustan los besos, sobre todo cuando entran en contacto las partes carnosas y suaves del interior de los labios.
-  Solíamos pasear por el bosque, juntos, charlar, desnudarnos, y  contemplarnos simplemente. Algunas veces paseábamos parcial o  completamente desnudos. Y nos besábamos y acariciábamos, solía  arrodillarme inclinándome sobre él, o me tendía sobre su espalda. Me  gustaba contemplar su boca, la forma en que temblaba después de cada  beso. La sensación de placer era tan intensa que casi llegaba a cegarme.  Solíamos permanecer así, inmóviles, y mirarnos a los ojos durante largo  tiempo.
-  Una vez mi amante me dijo que deseaba pasar todo un día haciéndome  aquellas cosas que yo solía hacer por mí misma, desde el momento que me  acostaba. Comenzó por cepillarme los dientes y lavarme la cara, luego me  peinó y me vistió. ¡Fue maravilloso! Jamás lo olvidaré en toda mi vida.  Fue la más intensa intimidad que tuve con alguien, y todavía estamos  juntos. Introdujimos nuestros dedos y lenguas en todos los lugares de  nuestros cuerpos e intentamos estar físicamente tan cerca como es  posible. Él es maravilloso.
-  Mis mejores experiencias fueron sexuales, supongo, experiencias  eróticas pero no genitales; en su mayor parte un cambio de miradas,  secretas, de comprensión “cósmica”, con las pocas personas que he amado  de verdad”. 
"El informe Hite", Shere Hite.
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Amor  mío, permíteme llamarte todavía así aunque ya no te ame ni seas mía, en  realidad no lo fuiste nunca ni yo tampoco quise que lo fueras. 
Las  presentes líneas sólo quieren ser el beso de despedida que no pude  darte en su momento porque nos dijimos adiós por teléfono y el invento  de Bell, creo, no se hizo para eso. 
Con  esta intención debes leerlas, como una mera cortesía aunque ahora, en  la distancia de una carta, robe tu mejilla para besarla por última vez.
En  esta hoja de papel se encuentra también la caricia y la mirada final  que no será diferente de aquella que te entregué la primera noche, la  misma que viste en el bosque de velas que iluminaban románticamente  nuestra alcoba y que casi terminaron, más que nuestro ardor, por  provocar un fuego y una tragedia que ningún seguro contra incendios  hubiera podido reparar. Esa mirada, enamorada y aterrorizada, es ya  eternamente tuya y de nadie más.
Siempre  fuiste directa aunque nunca clara, o al revés, lo he olvidado aunque a  mí me ocurría todo lo contrario, tal vez por ello te escribo y por ello  también te miraba y al hacerlo me decías que de mi forma de mirarte te  enamorabas. 
Ya  sabes que no se ama lo que no se ve porque únicamente vemos aquello que  amamos y yo, la verdad, ya no te amo ni tampoco te veo aunque encabece  esta carta con un protocolario y educado, “amor mío”. 
¿Qué  tengo que decirte pues?, en realidad nada excepto aparentar que tengo  algo que decirte y decirte que te miré, pero a estas alturas ya no lo  sé, me asaltan las dudas, no recuerdo lo que vi ni mucho menos lo que te  dije. Las palabras no sirven, no cumplen su verdadera función que es  decir algo, ellas no son la memoria ni se conservan en un frigorífico  aunque el papel las congele mejor que el hielo más frío, son mudas como  las de una película muda, incluso algunas llegan a ser tartamudas como  los besos y las bocas, como las mías, una broca, un taladro romo que no  logra atravesar ningún muro. ¿Entonces, por qué te escribo?, ¿para  hablar conmigo mismo? ¿Me enamoré de mí a través de ti? Yo creo que sí,  como todos. El amor siempre es la consecuencia del peor autoengaño y del  más funesto malentendido.
En  mi interior habitaba una culpa que pretendía que tu redimieras, era  injusta contigo porque la falta no era tuya, te hacía sufrir mi propia  penitencia pensando que así el peso sería más liviano, pero terminó  aplastándonos a los dos y haciendo imposible nuestro amor.
Ha  pasado mucho tiempo desde nuestro adiós, sencillo y escueto, no era  necesario nada más quizás porque nunca te quise demasiado. El agua  empaña los cristales, pero todavía recuerdo nuestros encuentros  apasionados que no servían para otra cosa que para ser lo que eran,  simples encuentros apasionados, una brisa cálida en ese oleaje marino  que va y viene y que tanto nos gustaba navegar con aquella barquita de  papel en la bañera de casa. 
Tu  orilla la bañaba mi ansia y en cada marejada decías mi nombre. A mí,  aparte del tuyo, se me ocurrían muchos más: Ulricas, Carolinas,  Segismundas o simples Marías, Teresitas o Martas, inventadas o reales,  lagartijas o cibelinas. Pensar no es pecado, pensaba yo que no sabía,  mal pensado, los nombres que pensabas tú si es que pensabas alguno. ¿Te  fui infiel con el pensamiento? Sí, constantemente, cada día, cada hora, o  al menos cada vez que respiraba por la nariz mientras te besaba. ¿Me  fuiste infiel tú a mí?, si no lo fuiste deberías haberlo sido y no  solamente de pensamiento porque puestos a pecar debemos pecar bien, ¿no  te parece?
Estoy  sentado en un enorme butacón frente a un televisor estropeado, a mi  lado un ventanal cerrado, escribiendo una carta que nunca enviaré porque  su remitente, más que su destinataria, ya no existe aunque no haya  cambiado ni se haya movido un milímetro desde el día en que nació, ese  es mi mal, que no cambio aunque me adapte; a los demás, y a ti, me  parece que os ocurre lo contrario, cambiáis, pero nunca os adaptáis del  todo porque cuando se muda se huye y cuando se huye no se para de huir.
Amor mío, recuerda lo que siempre te dije, que la vida será muy pronto aún más rara que todo eso.
Regresando  al principio de la presente, repitiendo que mis palabras sólo quieren  ser un simple beso de despedida y esperando que te encuentres bien de  salud y que la felicidad te colme con la generosidad que mereces, recibe  ese beso, esa caricia y esa mirada muda llena de silencio y con ellos  tres mi ternura, toda aquella que no supe darte y que, desgraciada o  afortunadamente, ya no te daré.
"That if all those roses you venture to sip,
The colour might all come away on your lip"
So I'll wait for the wild rose that's waiting for me
Where the mountains of Mourne sweep down to the sea.
The colour might all come away on your lip"
So I'll wait for the wild rose that's waiting for me
Where the mountains of Mourne sweep down to the sea.
(The mountains of Mourne, popular)
Demóstenes.

