jueves, 12 de abril de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (29)


Teodoro Van Babel

29.
El fracaso.

Teodoro Van Babel fue un pintor muy dotado técnicamente, pero poco paciente. Nunca viajó, aunque siempre parecía encontrarse lejos de casa, descolocado y desubicado, fuera de lugar. Su vida no parecía ser la que vivía cada día.

La incapacidad unida a un propósito correcto y ambicioso no conduce necesariamente al error, pero sí al fracaso. Es como un acertado diagnóstico médico de una enfermedad incurable. Teodoro conocía cuál era la pregunta, pero nunca supo responderla. El resultado no puede ser otro que un malestar, una rotura, un vacío en el saber. Sus obras nunca terminan de responder adecuadamente a esas cuestiones que ellas mismas formulan. Le faltó una Eva que le dijera que comiera de la manzana, sin ella no supo qué debía hacer.

Velázquez fue un hombre callado, Caravaggio un malhechor, Durero alguien curioso, Rembrandt estaba un poco confundido, y Picasso respondió a alguna de esas preguntas de una manera hábil y astuta al retratar a Gertrude Stein y quejarse su modelo por el poco parecido que creía tenía el retrato. No se preocupe, le contestó Picasso, si no se parece ahora ya se parecerá de aquí a unos cuantos años.

Y acertó. Ése fue el primero y el último retrato premonitorio de la historia.

Es posible que Teodoro hubiera llegado a ser amigo de los pintores citados o de artistas como Pasolini y le hubiera gustado también Modigliani y sus retratos de ojos vacíos, una mirada moderna -pero sin demasiado futuro- a un viejo problema formal, y por supuesto moral: cómo y qué debemos mirar.

¿Qué debemos mirar?

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(29)

La historia es ya tan conocida que apenas hace falta contarla de nuevo. El escenario es la frontera franco-española; el año, 1940. Walter Benjamin, huyendo de la Francia ocupada, se presenta a la esposa de un tal Fittko, a quien ha conocido en un campo de internamiento. Tiene entendido que Frau Fittko podrá guiarlos a él y a sus compañeros al otro lado de los Pirineos, a la España neutral. Frau Fittko le lleva en un viaje para comprobar cuáles son las mejores rutas; él lleva una pesada cartera. ¿Es realmente necesaria la cartera?, pregunta ella. Contiene un manuscrito, replica Benjamin, «no puedo arriesgarme a perderlo. Hay que salvarlo. Es más importante que yo».

Al día siguiente cruzan las montañas, y Benjamin ha de pararse cada pocos minutos por su débil corazón. En la frontera les dan el alto. Sus papeles no están en orden, dicen los policías españoles; deben regresar a Francia. Desesperado, Benjamin toma una sobredosis de morfina. La policía hace un inventario de las pertenencias del muerto. En ese inventario no se registra ningún manuscrito.

Lo que había en la maleta y dónde fue a parar es algo que sólo podemos suponer. El amigo de Benjamin Gershom Scholem insinuó que se trataba de...

("las maravillas de Walter Benjamin", Coetzee, 1986. Publicado por Sefarad Editores.)