lunes, 23 de agosto de 2010

El peletero/La aguja del pajar (33)

30 Julio 2010

Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

33. El éxito y la impresión.

El término “impresionista” tiene un preciso significado pictórico que nace con la crítica coetánea. El vocablo intenta definir una clase muy específica de la pintura francesa de la segunda mitad del siglo XIX. Su éxito es tal que termina señalando una expresión estilística mucho más general. Su sentido acaba conteniendo conceptos nuevos sobre la luz y el color y el llamado “grafismo pictórico”.

Tradicionalmente la habilidad pictórica manual y gestual quedaba y debía permanecer medio escondida, tenía que pasar desapercibida, era lo conveniente porque no era su propósito hacerse evidente, debía ceder terreno a la verdadera dueña del cuadro, a la técnica mental y a sus efectos y consecuencias en el espectador. Eso, que siempre había sido así sin decirse, es puesto ahora de manifiesto como si fuera una novedad por los llamados impresionistas. Ellos no solamente lo dicen, lo muestran también al usar una destreza que no deja de ser tosca, rústica y medio banal queriendo ser refinada, inteligente y científica. Si te alejas, si casi cierras los ojos y si ves la pintura un nano segundo a penas, tendrás la impresión verdadera, decían, parece casi un chiste. Tosca y rústica porque, valga la expresión, salta a la vista, medio banal porque es innecesaria.

Sin embargo, como siempre ocurre, su éxito no está en sus palabras y sí en sus obras. Su triunfo lo hallamos, una vez más, en los holandeses, siempre ellos. Pero los franceses son los primeros que pintan los bulevares a pie de calle y que hablan de la realidad como si no fuera un hecho moral. La luz del mediodía ya no es una piedra pintada ni una niebla fantasmal. Sus modelos tampoco son los héroes clásicos ni los dioses del Olimpo. Igual que los viejos flamencos pintan también a personas y con ellas el sol del firmamento en el gris de los adoquines. Sin querer ser morales lo terminan siendo.

La Escuela Barbizón, Eugéne Boudin, Jean-Barthold Jongkind, Gustave Courbet y Eugéne Delacroix fueron sus iniciadores, también los paisajistas ingleses, Ruskin y Constable, más tarde Corot y Millet y antes que todos ellos nuestros holandeses en una saga que también, como casi todo, se remonta más allá de las fuentes del Nilo, en los Montes de la Luna, no en los africanos que hollaron Speeke y Burton, no, en otros que hay en nuestro satélite y de donde nace el verdadero Nilo.

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33M
-“No sujetes el entusiasmo, pero no te extrañes ni te sorprendas después cuando aparezca el desaliento y la decepción. No evites el énfasis aunque sepas que luego nadie va a recordarte. Piensa que sólo los que lleven tu féretro y caben el agujero en el que te depositarán sabrán quién fuiste. Esquiva, eso sí, la algarabía y la confusión, huye de la maraña, deja que la madeja se desenrolle sola, corta el nudo aunque te quedes sin preguntas y sin respuestas. No te ates a nadie, pero sé siempre fiel y leal. La música es orden y buen decir, el resto es caos y desamor. Ten la aguja presta, apunta siempre al corazón, deja el resto del cuerpo para los demás, no vale nada, y no te olvides nunca del dedal”. Eso me decía mi padre cuando yo era joven, querido Víctor. Terminaba con el famoso poema de Kavafis:

“Si no puedes hacer tu vida como la quieres,
en esto esfuérzate al menos
cuanto puedas: no la envilezcas
en el contacto excesivo con la gente,
en demasiados trajines y conversaciones.
No la envilezcas llevándola,
trayéndola a menudo y exponiéndola
a la torpeza cotidiana
de las compañías y las relaciones,
hasta que llegue a ser pesada como una extraña”.

Lo escuchaba arrobada y seducida, pero nunca le hice caso, tú mejor que nadie lo sabe, y todavía no sé por qué. Una vez me explicaste la razón, fue en aquella playa, pero la he olvidado, a la razón y a la playa.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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33H
-“El otro día te escribí una larga carta contándote mi cansancio, en ella te hablaba de esa fatiga ya crónica que me impide proseguir. He disimulado mucho tiempo, en todas mis otras cartas anteriores me esforzaba en aparentar alegría e ilusión, incluso enfado, ironía o sarcasmo. Te regañaba por cualquier cosa y me mostraba ajeno a tus insinuaciones que continuamente dejabas caer mostrando un interés por mí fuera de lugar y tiempo. Creo que con mi actitud te he engañado aparentando ser lo que no soy ni nunca he sido. Todavía no me has respondido, así que he decidido abandonar la literatura y pasarme a la pintura, empezaré por dibujar sencillos paisajes con mi rotulador negro en mi bloc de notas, en él recordaré algunas impresiones suizas y quizás un día se parezcan a las pinturas de algún premio Nóbel de literatura china o sirvan para ilustrar unas postales de amor escritas a una humilde y simpática lagartija.” (El hilo. Cartas a una amiga.)