sábado, 10 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (3 de 6)


12 Enero 2009

No pasaron muchos años y el pobre padre murió. A casa me llegó, como si fuera para una boda, una invitación al sepelio que dentro de dos días su hija iba a organizar para los amigos del fallecido. Por curiosidad fui, y también porque nunca se sabe de dónde pueden venir los clientes. Al fin y al cabo un funeral es tan o mejor sitio para hacer relaciones públicas que un bautizo.

Allí estaba, vestida de un luto riguroso, de pie, recibiendo los pésames de la gente. Le sentaba bien el negro, parecía una viuda no siéndolo. Me acerqué, le di la mano y mi propio pésame. Seguía estando seria y contenida, serena y mucho más atenta. El rostro sin maquillar, sus labios limpios y sus ojos bien abiertos y grandes miraron a los míos para darme las gracias. Lo hizo de forma demasiado correcta, lo hizo sin parar de mirarme.

El funeral discurrió con normalidad, todo el mundo cumplió correctamente con su papel, incluido el muerto, pero… una vez más había algo que no encajaba.

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A mí me pagan para que nada se me escape, y algo se me escapó entonces y se me había escapado antes. Durante unos días no dormí, y algo peor me ocurrió, adelgacé un kilo. Pasada una semana dejé de preocuparme y volví a conciliar el sueño y a engordar. Hasta que un día, a media tarde y mientras dormía la siesta en la bañera como Arquímedes, hallé la respuesta. La niña que yo había visto en el funeral de su padre tenía los ojos de otro color al de la que yo había conocido, llevaba lentillas cromáticas. Sus ojos eran marrón oscuro y en el velatorio se habían transformado en un azul cielo cercano al ocaso.

Me sentí reconfortado, pero… continuaba habiendo algo que no encajaba dentro de mi cabeza, algo continuaba estando fuera de su sitio habitual.

Cuando salí a la calle me dirigí a la mejor óptica de la ciudad. Encargué un buen surtido de lentillas ópticamente neutras y de colores variados. Me las envolvieron como si fuera el mejor de los regalos, parecía una pequeña colección de diamantes, rubíes, esmeraldas, ópalos y lapislázulis para las gemas de sus ojos. Y así se lo mandé con mi tarjeta en la que le ofrecía mis servicios. Al poco tiempo recibí una nota de agradecimiento.

Durante unos meses le solucioné algún pequeño problema sin demasiada importancia, pero al cabo de un año hallamos de nuevo otro cadáver en su cama, un buen pedazo de carne que nadie sabía de dónde había salido y qué demonios hacía allí, carne muerta, claro está.

Luego siguieron más, a veces carne y otras pescado.