miércoles, 1 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (7)


Teodoro Van Babel

7.
Isaac.


Su otra habilidad, que todos reconocen, como ya hemos afirmado, fue la composición simbólica que, junto con la de retratista, está perfectamente sintetizada en el doble retrato que realizó de su amigo y cliente Isaac Martens, un navegante y comerciante de productos de ultramar, junto a su amada, Rebeca Verhofstadt, la hija de un duque que sirvió al Rey de España.

Algunos expertos sostienen que en realidad es un autorretrato, que Isaac es Teodoro y que la mujer es Silvia, la hermana del pintor. Sustentan su afirmación en el supuesto parecido con los apuntes que guardamos de los dos, no obstante, nadie encuentra ninguna razón lógica, o fuera del sano juicio, para retratarse simulando ser otro. Teodoro estaba algo loco, en el buen sentido de la expresión, pero siempre supo quién era sin necesidad de convertirse en uno de diferente a sí mismo ni siquiera por vergüenza, para jugar o para gustar y engañar a los demás.

En cualquier caso, Van Babel escribió al pie del doble retrato los nombres de su amigo y de su prometida, Isaac y Rebeca, y si de esta forma lo hizo es que así quería que se hiciese, que constara para ser leído y así se atestigua oficialmente en todos los catálogos de su obra.

Nosotros no somos menos y también lo consideramos y decimos de igual manera aunque con boca, la verdad, más pequeña que grande, que esos que vemos son Isaac y Rebeca y no Teodoro ni Silvia.

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Mientras que el Renacimiento poseía un sentimiento total del cuerpo y guardaba sus contornos constantemente presentes vistiéndole con hábitos ceñidos, el barroco se envuelve voluptuosamente en una masa sin aberturas. Se siente más la materia que la estructura interna de la articulación.

La carne tiene una consistencia menor, es fofa y ya no ofrece la musculatura nerviosa del Renacimiento. Los miembros no son libres, todo permanece aprisionado en la masa; la forma resulta compacta.

Pero hay más: a este efecto de masa se añade en todos los sitios un movimiento con una impetuosidad y con una violencia exacerbada. El arte no se vincula más que a la representación de lo que está en movimiento, en este movimiento se puede observar una precipitación acrecentada, una aceleración de la acción.

(...)

Miguel Ángel no ha representado nunca una existencia feliz; por esta razón no pertenece ya al Renacimiento. La época que viene después del Renacimiento es fundamentalmente grave.

(E. Wölfflin – Renacimiento y Barroco. 1888)