martes, 31 de marzo de 2009
El peletero/El ojo y el negro (10)
10 Enero 2008
Querida Silvia,
Acertaste plenamente con el párroco, su familia es influyente y poderosa. Y aunque Emile es la oveja negra sigue teniendo autoridad y una ascendencia importante en su seno. Su criterio se tiene en cuenta, se respeta y se sigue, sin embargo a veces las consecuencias son inesperadas.
Decía que es la oveja negra por no haber querido acceder a la categoría de Obispo, esa es precisamente una de las disputas con el que ahora ejerce el cargo, sabe que en buena parte es gracias a Emile y no a sus propios méritos. Tal distinción es algo que no se puede rechazar, pero si tus influencias son de peso puedes evitar que el Santo Padre firme el nombramiento. Todo este asunto causó un notable revuelo en su momento y seguro que era eso lo que tú recordabas. Son muy pocas las personas que rechazarían un cargo así.
El caso es que mi Pietà ha atraído a muchos mirones y curiosos, se habla de ella y ha creado polémica. Ni Emile ni yo permitimos que nadie se acerque indebidamente a mirar y a curiosear, más bien para evitar a los espías del obispo que por otra cosa; a mi no me molesta demasiado que me vean pintar mientras no hagan ruidos desagradables. Muchos días estoy pintando mientras se celebra misa, y siempre hay gente por allí observando cómo trabajo. Además Emile, cuando viene, casi cada noche, como te dije, me canta. Tiene una voz preciosa y me gusta que lo haga, venir y cantar.
Podríamos evitar, aunque no demasiado, que la gente viniera a curiosear, pero no podemos impedir que su propia familia lo haga, en muy buena parte son ellos los que pagan los gastos, tanto mi paga como también los materiales y la comida del aprendiz que me prepara las pinturas y me limpia los pinceles, barre y friega. El otro día vino su sobrina, Fabiola, viuda de hace un par de años, ni joven, ni mayor, voluminosa. Digamos que la modista le sale cara por los metros de tela que debe gastar para confeccionar sus vestidos.
Estarás suponiendo que debe ser gorda, no exactamente. Te he hecho un ligero esbozo de uno de los retratos que le estoy pintando para que te hagas una idea cabal de su geografía anatómica. Ése es un esbozo preliminar. ¿Comprendes lo que quiero decir?
Seguro que sí.
Estoy contento porque además paga bien y al final serán dos los retratos. Al mismo tiempo ha venido también su hija Herminia, que naturalmente es más joven que su madre, pero no mucho menos oronda.
Lo interesante de este asunto es que Fabiola me ha dado, creo, una buena idea.
Llegó y me preguntó, ¿tú eres Teodoro?
Sí, ¿y vos?, ¿quién sois?
Fabiola, una de las muchísimas sobrinas de Emile, mi tío. Una de las que paga eso que ahora estáis pintando en su parroquia, madre feliz y viuda desconsolada. ¿Eres digno de tu nombre?
¿Eh?, ¿Que si amo a Dios?, claro que sí. Mis padres y mi hermana Silvia me enseñaron cómo debía hacerlo, son buenos cristianos y fieles a Roma, y nunca lo he olvidado.
Entonces harás obras de caridad, ¿verdad?
Pues…, soy un hombre pobre, pero… sí, cuando puedo sí, ¿por qué me lo preguntáis?
Necesito vuestra caridad.
(Tosí, carraspeé y tartamudeé) ¿Y cómo puedo dárosla?
Quiero ser Venus, miradme, (abrió los brazos, dio una vuelta entera sobre sí misma y luego se asió los pechos como si me los mostrara o entregara) en realidad ya lo soy, ¿no lo creéis así?
Emmm…. Sí, es evidente, claro.
Pero me falta una cosa, solo una, muy sencilla y muy complicada de obtener.
¿Cuál?
El nombre.
¿El nombre?
Sí, el nombre, me llamo Fabiola y no Venus, pero vos me lo daréis. Vos seréis el sacerdote que me bautice de nuevo.
¿Cómo?
Pintándome, ¿cómo si no? Me pintaréis desnuda y titularéis la pintura como Venus… de lo que sea, eso da igual. ¿Os parece bien?, seré generosa y agradecida. Si quiero puedo serlo mucho, mi alma es como mi cuerpo, me rebosa y me sobra, y mi caridad es dárselo a quien lo necesita. ¿Lo necesitáis vos?
Pues…
Lo necesitaréis, os lo aseguro, al final todos lo necesitan. Incluso todas, sé de qué hablo.
¿Sí?
¿Y vos?, ¿sabéis de lo que hablo?
Más o menos.
¿Cuándo queréis empezar a pintarme?
Pues…, quizás… no sé… quiero decir que…
De acuerdo, me parece bien, mañana, a primera hora de la tarde estaré en vuestro estudio, ya sé que os gusta pintar con poca luz. No os preocupéis, si os llega a faltar del todo, la luz la pondré yo, conmigo incluso los ciegos ven. Al menos eso dicen. Y soltó una carcajada que hizo temblar los muros de la Iglesia, se río como una osa, querida Silvia, como una verdadera osa en celo.
¿Os parece bien?, me preguntó
… ¿eh?, sí, sí, me parece bien, lo que vos digáis.
Al cabo de unos días vino su hija, celosa, quería lo mismo. Y a mí se me ha ocurrido que podía desarrollar la idea. Algo así como si les esculpiera de nuevo el cuerpo. Es algo ya conocido y todo el mundo sabe, que la mayoría de retratos están idealizados. Yo no pretendo tanto, solamente algo verosímil, rejuvenecer su rostro y pegárselo a un cuerpo perfecto y llamarlas “Venus”, eso es la parte más importante aunque no lo parezca, es la que más las adula y más satisface su vanidad, les pongo un gato al lado, un pájaro, un espejo, cualquier cosa y las llamo, “La Venus del gato”, “La Venus del pájaro”, “La Venus del Espejo”, cualquier cosa sirve, lo importante es el nombre de “Venus”, y ellas satisfechas.
La voz está corriendo y estoy empezando a tener varios pedidos de Damas que quieren verse “mejoradas”. Fabiola y su hija Herminia consideran e insisten en que no necesitan mejorar, eso me evita conflictos con ellas, pero me los da con Marta a la que no le ha hecho ninguna gracia que yo me pase horas encerrado pintando a unas señoras desnudas y… tan desarrolladas como desenvueltas y desenrolladas.
¿Pero tú no pintabas escenas religiosas?, me pregunta Marta.
Venus también lo es, le respondo.
¿Me tomas el pelo?
Bueno, religiosa no, pero mítica sí, es algo parecido. Además pagan bien.
Eso sí, responde. Al decirle que pagan bien siempre se tranquiliza.
Pero oye…, insiste.
¿Qué?
¿A ti te gustan así?
¿Cómo así?
Pareces tonto, ¡así como son!
¿Y cómo son?
Como si fueran unas vacas lecheras, ¡caramba!, ¿te gustan esas ubres descomunales?
¡Noooo!, claro que no, que tonterías dices. A mí me gustas tú, Marta.
¿Seguro?
Me gusta lo que cabe en mi mano y lo que puedo ver con un solo ojo. Ya sabes que yo sólo tengo un lápiz.
Que dibuja muchos rostros.
Y al que únicamente tú le sacas punta.
Bien fina.
Que pincha.
Que hace sangrar.
Es el rojo más hermoso, el que pinta mis labios de hombre.
¿La sangre de mi periodo?
Y también la de tu corazón.
Eres un farsante.
Te quiero.
Yo no soy ninguna Venus.
Por eso.
Mi querida Silvia, la vanidad de las mujeres me da dinero y los celos de Marta dolores de cabeza. Necesito tu opinión y que me aconsejes, ya sabes que tu Marta, la hija de mi casero, me ha serenado, me ha tranquilizado, me ha ahorrado un alquiler y también me ha dado alegría.
Me ha escrito Saverio, ya está en España, en estos momentos debe de haber llegado a Poblet para estar con su querido amigo Alberto, el monje miniaturista. Ha podido ver a su Amiga Amparo y saludar a una monja, una monja, según parece, especial, llamada Sor Dolores. Le ha gustado mucho conocerla y sobre todo poder besar y charlar con su amiga sevillana, pero creo que tenía ganas de irse pronto a Poblet.
Por cierto querida Silvia, debes terminar de contarme tu conversación con él, me lo has prometido.
¿Estáis todos bien?, espero que sí. Yo lo estoy, trabajando más que nunca. Soy pintor, pero no sé, tengo la sensación y una extraña premonición de ser cirujano, qué raro, ¿no?
Antes de despedirme he de hacer mención a algo que ya debes saber, seguro que no se te ha pasado por alto. Aceptar el encargo de Emile, estar trabajando para él y su familia, me coloca, inevitablemente, en un bando, y eso significa estar al mismo tiempo en contra de otro.
El mundo ya sabes que es así, y yo no quiero ni sé cambiarlo. Pude estar en el bando del Obispo si hubiera acertado su gusto en mi “Sansón y los filisteos”, pero ya conoces que no fue así. Según él, fallé. Emile lo supo, todos lo supieron, por eso también me contrató, esa fue una de las razones.
Y ése, querida hermana, ya sabes de sobra que es un papel que no me place demasiado interpretar. Yo no soy un hombre al que le gusten los gremios y las bandas. Ahora me da prosperidad y quiero aprovecharla, no te preocupes por mí, no dejaré que mi cabeza se enamore de mi corazón, siempre he procurado evitarlo por ti, y ahora por Marta.
Si lo hubiera hecho, hace tiempo que me habría ido solo o con Saverio, al encuentro de Isaac y su hija Silvia, a los mares del sur, en busca de nuestra esclava.
De nuestra esclava libre.
Las mujeres de aquí sois igual pero al revés.
El otro dibujo es de Herminia, la hija de Fabiola. Por los nombres ya debes haber adivinado que tienen ascendientes españoles o intereses allí. Opulentas, ¿verdad?, ¿qué deben comer?
Tu hermano que te quiere.
Teodoro.
lunes, 30 de marzo de 2009
El peletero/El entrenamiento
7 Enero 2008
Obra en un solo acto y una sola escena.
El suelo está lleno de arena simulando una playa. En ella hallamos a dos hombres maduros, completamente desnudos, sentados ambos en sendas sillas de playa y protegidos del sol por una típica sombrilla playera llena de colores.
Los dos están de cara al público leyendo.
A sus espaldas unos árboles, un pequeño bosque de pinos mediterráneos.
Se oye el murmullo del mar, una lejana música veraniega y una mezcla indescifrable de conversaciones humanas. Risas, gritos y el ladrido de algún perro.
Mientras nuestros protagonistas leen o conversan, no paran de pasar cerca de ellos, por delante, detrás, por los lados, público de la playa, hombres y mujeres de todas las edades, también desnudos. Gente que pasea, juega, corre, o planta su toalla, se desnuda y se tumba a tomar el sol.
Todos desnudos, porque estamos en una playa nudista.
Nuestros dos principales actores están absolutamente ensimismados leyendo y tomando alguna bebida, hasta que el de la derecha, sin levantar la cabeza, le dice a su amigo que tiene a su izquierda:
- 1. Acabo de descubrir aquello que realmente permite que existan playas como ésta en la que ahora estamos.
- 2. ¿Playas nudistas?
- 1. Sí, playas nudistas.
- 2. ¿Y?, ¿qué es eso?
- 1. Según Pasolini porque el menstruo al sol no hiede.
- 2. ¿Eso dice Pasolini?
- 1. Sí, eso decía. Eso y muchas más cosas, ¿quieres que te lea algo más?
- 2. Sí, lee, ¿pero se refería a las playas nudistas?
- 1. No, ni mucho menos, pero que el menstruo no hieda siempre es una ventaja, ¿no crees?
- 2. Indudablemente es una ayuda, tienes razón.
- 1. Leo:
La mujer, cuya nobleza
se manifiesta en la hipocresía
de fingirse sólo remisa,
-llamando obediencia a su debilidad-
está enfrascada también en un trabajo manual
de mujer, ella entre mujeres…
Y no canta, no, porque jamás por los siglos
de los siglos, cantó mujer alguna a las tres de la tarde en la canícula.
El menstruo al sol no hiede.
Las bestias pacen como soñando…
- 2. ¿De qué habla?
- 1. De mujeres, ¿no te has dado cuenta?
- 2. Sí hombre, claro que me he dado cuenta, te lo diré de otra manera, ¿de cuándo habla?
- 1. No sé, deben ser los años sesenta en la Italia profunda, supongo.
- 2. Y eso de que ninguna mujer ha cantado nunca a las tres de la tarde… ¿qué significa?
- 1. No tengo ni idea, hay que estar un poco loco para cantar a esa hora.
- 2. Quizás es eso, tal vez sea eso lo que quería decir.
- 1. ¿Estar loco?
- 2. Sí, estar loco, ido, ser un extravagante, un…
- 1. ¿Romántico? ¿No hay mujeres locas?, ¿no son románticas las mujeres?
- 2. ¡Eso!, pero él lo enfatiza, dice: “por los siglos de los siglos…”
- 1. Parece misoginia, ¿verdad?
- 2. Parece, pero es extraño en un homosexual, ¿no?
- 1. No sé responderte a eso. Lo que sí sé es que el menstruo es igual antes que ahora.
- 2. No estaría tan seguro de ello. En cualquier caso es poco amable mencionarlo, ¿no crees?
- 1. Sí, no es muy amable y tampoco elegante. Además, no creo que tenga nada que ver en ello la condición de homosexual. Me cuesta creer que Pasolini fuera misógino.
- 2. Yo tampoco lo creo, pero...
- 1. ¿Pero…?
- 2. Era alguien poco convencional.
- 1. Sin duda lo era, y mucho, tanto que lo mataron.
- 2. Y lo era porque decía verdades que no pueden ser dichas.
- 1. También era de izquierdas y constantemente ponía en evidencia la hipocresía de la “sinistra”. La hipocresía de la derecha va en el sueldo que cobra, pero la izquierda…, siempre se cree bondadosa, y claro, él nunca se tragó esa tontería.
- 2. A la derecha no le importa que la llamen hipócrita, pero a la izquierda…
- 1. Sencillamente no lo soporta.
- 2. A muchos les costó entender aquello de que la policía era el verdadero proletariado.
- 1. No sé si fue ésa exactamente la expresión, pero algo parecido sí. De lo que estoy completamente seguro es que con su rostro no imprimirán camisetas como hacen con el Che.
- 2. ¡No compares!, ¡por Dios! Es como equiparar a Barrabás con Jesús.
- 1. Es verdad, no me hagas reír, es bueno ese símil, has dado en la diana. Si el Pilatos de turno volviera a pedir al pueblo que eligiera entre el Che o Pasolini, repetirían la misma elección que hicieron hace 2000 años.
- 2. Puedes estar seguro, además dirían que es democracia.
- 1. Sí, de aquella que practicábamos en la Universidad, ¿te acuerdas?
- 2. Claro que me acuerdo, a mano alzada. Antes la llamábamos asamblearia. A eso ahora lo llaman “democracia directa”. Los que mataron a Jesús ya eran demócratas.
- 1. ¿Quién mato a Jesús?
- 2. A Jesús lo mataron los mismos que mataron a Pasolini, o sea…
- 1. Todos, lo matamos todos.
- 2. Todos nosotros, no faltó ninguno, allí estuvimos debajo de aquella cruz, nadie quiso perdérselo.
- 1. Excepto su madre, y sus amigos.
- 2. Excepto ellos, sí, es verdad. María, Magdalena y Juan estaban allí para acompañarle.
- 1. (…)
- 2. (…)
- 1. ¿Qué estas leyendo?
- 2. Un relato sobre una mujer bipolar. Es un artículo de un psiquiatra que publica en el suplemento “Salud” de “El País”, Carlos Ranera. ¿Lo conoces?
- 1. No.
- 2. Escribe relatos a partir de casos que ha tratado, a la manera de Oliver Sachs, el neurólogo que escribió “El hombre que confundió a su esposa con un sombrero”.
- 1. ¡Ah, sí!, y del que se hizo la película “Despertares” con Robert De Niro y Robin Williams, ¿verdad?
- 2. Así es. ¿Quién fue el director?, ¿te acuerdas?
- 1. No, no lo recuerdo.
- 2. Yo tampoco. ¿Te leo algo?
- 1. Sí, estas historias psiquiátricas siempre son muy interesantes.
- 2. Escucha:
“Hoy debería morir o renacer, no se aún. Es el año-día 38. Óigame bien: quiero ser puta, quiero ser rica, quiero ser libre, quiero ser una diosa y una estrella, quiero hacer lo que me dé la gana, quiero estar con los hombres y con las mujeres que desee, quiero decir lo que pienso en cualquier momento y situación, quiero que la gente me vea desnuda, como fui, como soy y como quiero ser, que admire mi talento, que se despierte conmigo, se pervierta y se divierta. Quiero estar siempre como estoy ahora. Y vengo aquí para que usted certifique la muerte de la otra. Ése es su trabajo”.
- 1. Eso, naturalmente, no es literatura, ¿verdad?
- 2. No, no lo es. Eso es ciencia, pura y dura.
- 1. ¿Y?
- 2. ¿No te suena?
- 1. No me hagas reír, me suena mucho, lo llevo oyendo toda mi vida. Es una cantinela.
- 2. Igual que yo.
- 1. Habría entonces que extraer alguna conclusión, alguna lección. Alguna enseñanza diría un sabio, un gurú de esos.
- 2. Un listo quieres decir. Y si es hindú, mejor.
- 1. Eso, un listillo. ¿Y cuál es la moraleja?
- 2. ¡Y yo qué sé! No tengo ni idea, la sospecho, pero… Sí, deberíamos buscarla, intentar hallarla, pero me da pereza. A estas alturas ya…, que quieres que te diga… ¿Vale la pena?
- 1. Pues eso significa que te dan miedo las mujeres.
- 2. ¡Claro que me dan miedo!, lo reconozco, ¿a ti no?
- 1. No exactamente.
- 2. ¡Terror les tengo!
- 1. Eres un gracioso.
- 2. Más aún, ¡me dan pánico! ¿Y a ti?
- 1. Pues… yo diría que desconfianza.
- 2. ¿Lo dirías o lo dices?
- 1. Lo digo, lo digo.
- 2. Pero lo afirmas bajito, cobarde, y solamente me lo dices a mí y no a ellas, eres un gallina.
- 1. Suspicacia diría también.
- 2. ¿Por qué?
- 1. Algo no va bien cuando a pleno sol un menstruo no hiede más que a plena sombra.
- 2. Es verdad, no lo había mirado así.
- 1. Pues eso…
- 2. Ya…
- 1. En la bolsa te he visto un libro de poemas de John Donne.
- 2. Sí, llevo uno, es una edición que aprecio mucho.
- 1. Léeme uno.
- 2. ¿Misógino?
- 1. Da igual, no es necesario que lo sea.
- 2. Déjame buscar, a ver…, ése está bien, escucha:
CONSTANCIA DE MUJER
Un día entero me has amado.
Mañana, al marchar, ¿qué me dirás?
¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho?
¿O dirás que ya no somos los mismos que antes éramos?
¿O que de promesas hechas por temor reverente
del amor y su ira, cualquiera puede abjurar?
¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos,
así los contratos de amantes, a imagen de los primeros,
atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata?
¿O es que para justificar tus propios fines
por haber procurado falsedad y mudanza, tú
no conoces sino falsedad para llegar a la verdad?
Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo argumentar, ganando, si lo hiciera.
Pero me abstengo, porque mañana puede que yo así también piense.
(Versión de Purificación Ribes)
- 1. ¡Vaya!, lo tenía claro “Mr. Donne”.
- 2. (…)
- 1. (…)
- 2. (…)
- 1. Es un tópico decir que las mujeres son lunáticas, ¿tú crees que lo son?
- 2. No, claro que no.
- 1. ¿No, qué?, ¿que no son lunáticas o que no es un tópico?
- 2. Las dos cosas.
- 1. ¡Vale!, magnífica respuesta.
- 2, Las mujeres son como ese mar que tenemos ahí delante, van y vienen.
- 1. ¡Qué perspicaz!, ¿y los hombres?
- 2. Al revés, vienen y van, ya lo dice Donne: “mañana puede que yo así también piense”.
- 1. No te crees nada de lo que dices.
- 2. Si no me creo nada de lo que dicen los demás y solamente la mitad de lo que veo, como voy a…
- 1. Cómo vas a creer lo que tú mismo dices, ¿verdad?
- 2. Exactamente.
- 1. A eso se le llama cinismo.
- 2. Sí. C-I-N-I-S-M-O, con todas las letras.
- 1. Eres un cínico.
- 2. Lo soy, pero… en realidad las mujeres solamente tienen una idea en la cabeza.
- 1. También eres un sarcástico. ¿Solamente una?
- 2. Sí, sólo una.
- 1. ¿Cuál?
- 2. El nido, todo lo que no tenga que ver con el nido no les importa.
- 1. (…)
- 2. (…)
- 1. ¿No tienes calor?
- 2. Me estoy asando.
- 1. Más te asarás en el infierno, tenlo por seguro.
- 2. Ya lo sé. Me estoy entrenando.
- 1. Yo pensaba que habíamos venido aquí a ver mujeres desnudas como dos corruptos viejos verdes.
- 2. También. Estoy disfrutando del pecado y sufriendo la penitencia, todo al mismo tiempo.
- 1. La playa está llena, no hago más que ver carne, me estoy mareando. La gente está más, mucho más, fea, desnuda que vestida, salta a la vista, ¿no te parece?
- 2. Ya ni se cabe.
- 1. ¿Todas ésas y todos ésos también se entrenan para el infierno?
- 2. Sí, pero todavía no lo saben, ¿no ves la cara de alegría que ponen?
- 1. Incluso hay quien ríe. ¿Por qué ríen?, si no hay nada de qué reír, ¿o es el sol el que les hace poner esa cara de chimpancé?
-2. No sé, pero hablando de caras y de rostros, pocos como el de Pasolini, era impresionante. Su mirada honda y sombría y aquellos pómulos. Era igual que Jack Palance, como observó su amigo Bertolucci.
- 1. Es cierto, además lo mataron en una playa, en Ostia.
- 2. ¿Recuerdas la película de Nanni Moretti, “Caro diario”?
- 1. Por supuesto, el mejor homenaje que se le ha hecho.
- 2. Una simple motocicleta recorriendo las playas de Ostia.
- 1. Y la cámara detrás.
- 2. Es curioso como una cosa tan sencilla puede llegar a ser tan reveladora y emocionante. Tan estéticamente bien lograda y llena de simbolismo.
- 1. La cámara se mueve, sigue y persigue al director, Moretti, montado en una vespa, delante, a marcha lenta, suave, paseando, buscando el lugar donde fue asesinado Pasolini.
- 2. Una magnífica secuencia.
- 1. ¿Alguien recuerda a Pasolini?
- 2. Pocos creo. El paisaje es árido y solitario aunque esté lleno de cosas.
- 1. Todas las playas son así.
- 2. Antiguamente, antes de convertirse en lugares de ocio, las playas eran un lugar inhabitable por definición, un desierto delgado, estrecho.
- 1. Horizontal, una línea.
- 2. Sí, es verdad, la línea, el laberinto perfecto de Borges.
- 1. Las playas de Ostia están llenas de arquitectura barata, barracas, cabañas y chozas hechas de cañas, uralita y maderas. Todo es un desecho.
- 2. Pero es un desecho auténtico, verdadero.
- 1. No como las playas modernas llenas de feos rascacielos. Aunque Benidorm termina también por tener su encanto. Se llega a la belleza por caminos inescrutables.
- 2. Hablando de ella. al final Moretti encuentra lo que está buscando y nos muestra el monumento funerario que le erigieron, en el mismo lugar donde hallaron su cuerpo. Una birria de monolito. Es grotesco.
- 1. Es lastimoso, sería mejor derribarlo. Es un insulto de lo feo que es. Es casi una ofensa a su memoria y al buen gusto. Es un monumento que hiede, que apesta.
- 2. Justo al lado de un pequeño campo de fútbol, un campo de tierra y polvo.
- 1. Casi tocando una de sus porterías, es una bella metáfora visual. Al lado de una puerta.
- 2. ¿De una puerta al Cielo o al Infierno?
- 1. Al Cielo, sin duda. Una pobre portería de fútbol es una entrada al Cielo, es evidente. Donde para permitirte entrar te preguntarán…
- 2. Si crees en la amistad. (*)
- 1. (…)
- 2. (…) Y toda la escena de Moretti acompañada de una música adecuada.
- 1. Más que adecuada, “The Köln concert” de Keith Jarret.
- 2. Esa escena siempre me recuerda mi infancia y los días de playa con mis padres y mi hermano y todo el resto de la familia. Y me recuerda también la “Dolce Vita” de Fellini y su triste escena final.
- 1. O aquella otra en la que Mastroianni intenta escribir en un restaurante de playa con techo de cañas, medio transparentando la luz, donde los rayos del sol parecen lanzas.
- 2. Y no puede escribir.
- 1. Claro que no, no puede hacerlo con un ángel al lado.
- 2. ¡Qué bella es aquella jovencita!, la camarera.
- 1. Una preciosidad, un verdadero ángel de Fra Angélico.
- 2. Pero Mastroianni i prefiere el monstruo surgido del mar.
- 2. Se queda con Anouk Aimée, otra belleza.
- 1. Distinta.
- 2. Completamente distinta, misteriosa y oscura, la belleza de una verdadera mujer.
- 1. Que tiempo después interpretó la versión cinematográfica de “Justine” de Durrell.
- 2. Era la única que podía interpretar ese papel.
- 1. ¿Por qué?
- 2. Por la mirada, hay pocas mujeres que sepan mirar así.
- 1. ¿Cómo así?
- 2. Matándote.
- 1. Eres un romántico. ¿Tú crees que Mastroianni se queda con ella?, a mí no me lo parece
- 2. Tienes razón, él se queda solo, pero ella seguro que no, siempre hay alguien acompañándola, uno o varios.
- 1. ¿A quién te refieres de las dos? ¿Anouk o Justine?
- 2. No seas malo. ¿Qué más da?
- 1. No es una gran película, pero es un gran libro.
- 2. El otro día, con unos amigos recordábamos “The Dublineses”, de Joyce y “El Gatopardo” de Lampedusa. Los dos unos grandes libros y al mismo tiempo unas magníficas películas de Houston y Visconti.
- 1. Angélica Houston transportada al escuchar “The lass of Aughrim”, mientras su marido la observa callado con el más sincero y profundo amor.
- 2. El amor de un verdadero hombre por su esposa.
- 1. (…)
- 2. (…)
- 1. ¿Recuerdas el inicio del Gatopardo?
- 2. Las cortinas.
- 1. Las cortinas blancas ondeando al viento, mientras toda la familia, arrodillada, reza el rosario ahogados en ese calor siciliano.
- 2. (…)
- 1. (…)
- 2. Una vez leí un texto sobre Pasolini y su asesinato. Creo recordar que era de Benjamín Prado, donde citaba la canción de Bob Dylan “¿Who killed Davey Moore?”
- 1. La recuerdo, sí, muy adecuada la comparación. ¿Hoy en día, alguien le canta a los boxeadores?
- 2. No estoy seguro, pero a los balleneros ya te digo yo que no, lo tengo confirmado.
-1. Y a los peleteros tampoco, no me hagas reír, eres un “boludo” como diría cualquier argentino.
- 2. ¿Cómo van los negocios?
- 1. Mal.
- 2. ¿Vamos a darnos un baño?
- 1. Vamos. Prefiero oler a pescado dentro que fuera del mar.
- 2. Por suerte no te ha oído ninguna mujer decir eso.
- 1. Por eso lo he dicho.
Los dos se levantan y se marchan al trote, como si la arena quemase.
Se apagan las luces y se oye un…
¡¡SPLASH!!
sábado, 28 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-Epílogo (y 2)
3 Enero 2008
EPÍLOGO
Teodoro me acogió con lo que más tarde supe era su característica compasión, generosa y sin esfuerzo. Parecía su invitada más que una peregrina sola y necesitada de ayuda. A él le gustaban estas historias raras, de viajes, de búsquedas y aventuras. Y la mía lo conquistó: buscar mi nombre, encontrar la palabra, el verbo, el instrumento de Dios, el tesoro más preciado. Su cuerpo y su sangre.
Pero convivir con Teodoro tenía un precio. Él lo llamaba amor, yo no. Los artistas juegan de manera irresponsable con las palabras. Yo no sé cómo llamarlo, pero amor sin duda que no era. Por mi parte al menos nunca lo fue. Yo solamente he amado a mi padre asesino y a esa mujer que durante unos años me prestó su rostro. Mi amada, mi dulce reina, mi manantial. Los hombres tienen demasiados deberes, misiones y retos, todo inútil, todo en vano, tonterías de niños que nunca consiguen crecer.
Esa soy yo, bastantes años después, pintada y embarazada por Teodoro Van Babel.
Esa tabla la compró Saverio, ese amigo extravagante que tenía Teodoro.
Ese Saverio afirmaba que le gustaban las mujeres embarazadas, decía que una mujer así, es más mujer, es una mujer completa, entera. Y que la barriga de preñada es también un atributo sexual más. Conozco estas cosas de los hombres.
La rosa que llevo en mi vientre es la nieta de mi padre, mi propia hija, la hija también de ese pintor medio loco, de manos siempre sucias por las pinturas, ásperas por los disolventes, de cabellos largos y siempre despeinados, albino, alguien sin color en el cuerpo, de mirada cada día más ciega, alguien al que le hacía daño tanta luz, por eso pintaba de noche y medio a oscuras. ¿Ya te ves?, le pregunté la primera vez. No, me dijo, pinto por intuición y se rió de la cara de sorpresa que puse.
La hija que parí y que bauticé como Silvia es casi seguro hija de Teodoro, pero existe una remota posibilidad que lo sea de Saverio. Es una posibilidad pequeña, pero el tiempo pasa, y la niña crece, se hace mayor y los rasgos de su cara no son los de Teodoro exactamente. Cada día que pasa se parece más a Saverio.
La vida es extraña
Soy eso que escribo y eso que canto, y canto a eso que abandono, a eso que dejo en el camino, y a eso que no puede seguir mi paso. Y también soy todo eso que voy encontrando y todo eso que quizás encontraré a partir de ahora.
Todo eso me define y dice qué, cómo y quién soy.
Amor, felicidad, soledad, vacío. Eso y esa soy yo. La hija de un asesino, que solamente amando a su padre consiguió así parir una hija sana, una rosa de un vientre triste, casi de tierra yerma.
Aunque para ello hubiese de acostarme con un pintor sin color.
El caso es que antes de todo eso mi amada me abandonó por un hombre, y por un hombre rico. Yo no lo era, ni hombre, ni tenía dinero. No pude reprochárselo.
Durante el tiempo que estuvimos juntas la quise, parece ridículo escribir eso tan sencillo y tan desprovisto de significado, y en el fondo tan poco poético, pero es la verdad, la quise y la quise mucho, y todavía la quiero. A pesar de estar yo ya muerta todavía la sigo queriendo.
De ella sí que puedo hablar de amor, de ella puedo hablar, como si aún tuviera sentido hacerlo de algo que en realidad ya no significa nada.
Gracias a ella aún puedo hablar de “eso”, aún puedo pronunciar esa palabra maldita.
No es cierto que las dos fuéramos igual de bellas, ella lo era mucho más que yo. Lo descubrí al separarnos, cuando la que a partir de entonces veía en el espejo ya no era mi amada sino yo. Nada más que yo misma, apenas yo, apenas nada.
Para ella compuse una canción muchísimos años después, cuando vieja y enferma la muerte me rondaba ya muy de cerca.
Es una canción de despedida y de bienvenida como lo son todas. Y lo es porque es de alguien que camina, que es la manera más digna de llorar.
Es triste por lo que en ella se dice, pero alegre por cómo se dice. Esas son las canciones que me gustan, que siempre me han gustado.
Las cosas importantes de la vida son tristes, pero es la tristeza que también conforma la belleza y la felicidad. La bondad del mundo está fabricada de tristeza, de esa tristeza lúcida que no puede ser cantada más que con alegría. Ese es el contrasentido más hermoso de la verdad.
Componiéndola creí hallar mi nombre, pero no. Quizás nunca lo perdí, quizás nunca supe que lo tenía, quizás mi padre no me lo quitó al matar a mi madre, quizás lo olvidé, no lo sé, ahora ya es demasiado tarde. El caso es que empecé a componer mi canción viva y hube de terminarla muerta. No llegué a tiempo, todo va demasiado rápido. En realidad está cantada desde el otro lado, más allá de la bruma que todo lo desdibuja y que rompe los contornos.
En esa canción hablo de ella, de mi amor, de lo mucho que la amé y lo mucho que la sigo amando, y de que las lecciones siempre terminamos aprendiéndolas tarde. Que todo eso es arena pura al lado del mar, que mi amor por ella acabó siendo esa arena que ninguna mano puede retener.
En ella le digo que pude y que debí amarla mejor. Se lo merecía sin duda, y la paradoja está en que yo también me merecía haberla amado más y mucho mejor.
Se fue, y ni ella ni yo nos despedimos como debíamos haberlo hecho. Hubo una razón para ello, en aquel momento fue una razón poderosa. Pero ahora, lejos ambas, una de la otra, en el espacio y en el tiempo, nada tiene la suficiente fuerza, nada es bastante importante excepto mi amor por ella, pues de él, del mío, de ese amor es de lo único que puedo y debo hablar. Mi amor por ella lo llena todo, toda esa nada, toda esa oscuridad, toda esa muerte.
Todo el recuerdo de lo que fui y de quienes me acompañaron se oscurece frente a su resplandor.
Incluso es injusto que sea así, pero así es.
Pero ahora, Amor mío, estoy muerta y ya nada importa. Lejos en el tiempo, sin manos y sin cuerpo, sin labios para besar los tuyos de mujer. Nada importa más que el escaso recuerdo que me queda de ti.
La caridad de Dios no me otorgará el deseo más anhelado.
Yo sé que no habrá jamás una segunda oportunidad, no hay más vidas, ni de gata ni reencarnaciones sin memoria. No hay nada. Eso en lo que me hallo es el fin.
Yo sé que nunca más volveremos a encontrarnos, nunca más. Jamás volveré a oír tu voz. Ya no podré reír contigo. La ocasión nunca se nos volverá a presentar. El adiós es definitivo y sólo espero que también lo sea para mí misma, pues no podría seguir soportando el dolor en ese corazón que tuve y que ya no poseo.
Estoy muerta y aún me duele esa lanza clavada que atraviesa todo mi pecho y que no termina de matarme del todo.
Mi Reina, ni Teodoro con el que conviví algún tiempo, ni Saverio con el que solamente me acosté una noche, o cualquier otro viajero que pudo ofrecerme su cuerpo hermoso de hombre o de mujer, fueron menos que nada comparados con la luz de tu sonrisa en la penumbra de nuestro rincón.
Mi Diosa, deseo que seas feliz, todo lo feliz que una mujer puede ser en este extraño mundo en el que uno no sabe si mañana seguirá vivo o deberá embarcarse y atravesar el lago. Caro es el peaje del barquero, un talento de oro y todos tus recuerdos por traspasarte al otro lado.
Caro y despiadado eres Caronte, y más lo es tu dios.
Mi Manantial, quiero que sepas que te quiero y que eres mi único, el primero y mi último pensamiento.
Después de ti no hay nada.
Nada.
___________________________________________________________________________________________
La canción dice:
It's a lesson too late for the learnin',
Made of sand, made of sand.
In the wink of an eye my soul is turnin'
In your hand, in your hand.
Are you goin' away with no word of farewell?
Will there be not a trace left behind?
I could have loved you better,
didn't mean to be unkind;
Oh, you know that was the last thing on my mind.
You had reasons a-plenty for goin',
This I know, this I know.
And the weeds have been steadily growin',
Please don't go, please don't go.
As I lie in my bed in the mornin',
Without you, without you,
Every song in my heart dies a-bornin',
Without you, without you.
Oh, you know that was the last thing on my mind.
(The last thing of my mind, música y letra Tom Paxton)
___________________________________________________________________________________________
El texto y la música las compuse yo, pero el poema final del presente texto no es mío, es de Saverio, escrito, para mí, me dijo, pero no es cierto, mentía, no sabía mentir el genovés, que al final acabará siendo el padre de Silvia. Eso es tener buena puntería.
No sé para quién fue escrito, para alguien sí, conociendo a Saverio, para una mujer sin duda, pero para mí seguro que no. Seguro que fue para esa esclava india a la que sólo vio unos escasos y cortos instantes. No puedo evitar estar un poco celosa de ella, aunque sea de una cautiva de piel oscura, de alguien que no es nadie.
Así pues, creo poder decir que el poema no es ciertamente de nadie, al menos de nadie que yo sepa o conozca. Pero como él me lo regaló sólo a mí, tengo todo el derecho de regalárselo a quien quiera.
Se lo regalo pues a mi amada.
Escribí mi canción para ella, pero quizás he de reconocer que el genovés acertó más con menos palabras.
Quizás ese poema es un mejor adiós que mi propia canción. No sé.
El retrato que veis no es ninguna pintura, ni tampoco ningún dibujo, es una fotografía realizada con la técnica química clásica y la caja oscura de siempre.
No os debe extrañar, ya sabéis que en poesía el tiempo solamente es relativo a la voluntad del poeta, de él depende, y con él, el autor hace lo que cree más conveniente y necesario.
___________________________________________________________________________________________
Esta era mi amada, hermosa y bella, ¿verdad?
Quizás os parecerá que la recordáis, quizás pensaréis que la conocéis, incluso creeréis saber quién es.
Os equivocaréis.
A muchos les ocurre, tal es su belleza que todos la han soñado.
El poema que sigue a continuación es de mi “pellicciaio”. De mi querido, dulce y bobo Saverio que se enamora de esclavas.
Esperé y medió se giró,
ladeó la cabeza hacia su izquierda,
lo suficiente para mirarme.
Aunque su cuerpo opaco
seguía dándome la espalda.
Alejándose.
Mientras, dos palomas blancas jugaban en su nido,
ajenas a la muerte del mar.
(“La muerte del mar”, Il pellicciaio. 26-julio-2007)
_________________________________________________________________________________
POSDATA
Todos los textos que se han publicado en esta humilde ventana al mundo, llamados “Poesía Fría”, han pretendido ser una reflexión, más o menos acertada, sobre la identidad.
La pregunta que subyace en todos ellos, y que constituye su armazón, es ¿quién soy? Ésa es una interrogación que hemos de reconocer está ya demasiado amortizada, vaciada, pesa poco, y que al igual que la palabra “amor” y su significado, no es posible responderla si no es con otra pregunta.
Indudablemente a nosotros también se nos puede culpar de ser unos charlatanes y de descubrir hoy que el sol sale por el este, pero a pesar de ello, nos sentimos orgullosos de haber recorrido todo ese largo camino para, al final, poder responder a la pregunta ¿quién soy?, con esa otra pregunta: ¿quién eres?
Con ello pretendemos decir algo tan viejo como el mismo mundo, algo que se ha dicho hasta la saciedad, pero que fácilmente olvidamos: aquello que somos lo somos porque existe “el otro”, ambos, somos un solo dilema, somos el problema y al mismo tiempo, la solución.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
También me gustaría hacer una alusión personal. La “Poesía Fría” es el pago de una deuda que creí haber contraído, hace un tiempo, al permitirme una mujer leer unos textos que escribió únicamente para mí y que tituló “Los lobos”.
Ella me reclamaba cariñosamente una respuesta por mi parte. La respuesta ha llegado tarde, pero aquí está, es esta serie que he titulado “Poesía Fría”.
Así pues la deuda está saldada.
___________________________________________________________________________________________
SUMARIO
El peletero / Poesía Fría / Prólogo 2 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El llanto 5 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La risa y la ira 7 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La muerte 9 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El ladrón 12 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / El pájaro 14 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La palabra 16 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / ¿Cómo te llamas? 20 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La tormenta 23 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (1) 10 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (2) 11 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (3) 12 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (4) 13 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Algo 27 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Todo 28 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Nada 29 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / El final 31 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (1 de 2) 2 de enero de 2008
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (y 2) 3 de enero de 2008
EPÍLOGO
Teodoro me acogió con lo que más tarde supe era su característica compasión, generosa y sin esfuerzo. Parecía su invitada más que una peregrina sola y necesitada de ayuda. A él le gustaban estas historias raras, de viajes, de búsquedas y aventuras. Y la mía lo conquistó: buscar mi nombre, encontrar la palabra, el verbo, el instrumento de Dios, el tesoro más preciado. Su cuerpo y su sangre.
Pero convivir con Teodoro tenía un precio. Él lo llamaba amor, yo no. Los artistas juegan de manera irresponsable con las palabras. Yo no sé cómo llamarlo, pero amor sin duda que no era. Por mi parte al menos nunca lo fue. Yo solamente he amado a mi padre asesino y a esa mujer que durante unos años me prestó su rostro. Mi amada, mi dulce reina, mi manantial. Los hombres tienen demasiados deberes, misiones y retos, todo inútil, todo en vano, tonterías de niños que nunca consiguen crecer.
Esa soy yo, bastantes años después, pintada y embarazada por Teodoro Van Babel.
Esa tabla la compró Saverio, ese amigo extravagante que tenía Teodoro.
Ese Saverio afirmaba que le gustaban las mujeres embarazadas, decía que una mujer así, es más mujer, es una mujer completa, entera. Y que la barriga de preñada es también un atributo sexual más. Conozco estas cosas de los hombres.
La rosa que llevo en mi vientre es la nieta de mi padre, mi propia hija, la hija también de ese pintor medio loco, de manos siempre sucias por las pinturas, ásperas por los disolventes, de cabellos largos y siempre despeinados, albino, alguien sin color en el cuerpo, de mirada cada día más ciega, alguien al que le hacía daño tanta luz, por eso pintaba de noche y medio a oscuras. ¿Ya te ves?, le pregunté la primera vez. No, me dijo, pinto por intuición y se rió de la cara de sorpresa que puse.
La hija que parí y que bauticé como Silvia es casi seguro hija de Teodoro, pero existe una remota posibilidad que lo sea de Saverio. Es una posibilidad pequeña, pero el tiempo pasa, y la niña crece, se hace mayor y los rasgos de su cara no son los de Teodoro exactamente. Cada día que pasa se parece más a Saverio.
La vida es extraña
Soy eso que escribo y eso que canto, y canto a eso que abandono, a eso que dejo en el camino, y a eso que no puede seguir mi paso. Y también soy todo eso que voy encontrando y todo eso que quizás encontraré a partir de ahora.
Todo eso me define y dice qué, cómo y quién soy.
Amor, felicidad, soledad, vacío. Eso y esa soy yo. La hija de un asesino, que solamente amando a su padre consiguió así parir una hija sana, una rosa de un vientre triste, casi de tierra yerma.
Aunque para ello hubiese de acostarme con un pintor sin color.
El caso es que antes de todo eso mi amada me abandonó por un hombre, y por un hombre rico. Yo no lo era, ni hombre, ni tenía dinero. No pude reprochárselo.
Durante el tiempo que estuvimos juntas la quise, parece ridículo escribir eso tan sencillo y tan desprovisto de significado, y en el fondo tan poco poético, pero es la verdad, la quise y la quise mucho, y todavía la quiero. A pesar de estar yo ya muerta todavía la sigo queriendo.
De ella sí que puedo hablar de amor, de ella puedo hablar, como si aún tuviera sentido hacerlo de algo que en realidad ya no significa nada.
Gracias a ella aún puedo hablar de “eso”, aún puedo pronunciar esa palabra maldita.
No es cierto que las dos fuéramos igual de bellas, ella lo era mucho más que yo. Lo descubrí al separarnos, cuando la que a partir de entonces veía en el espejo ya no era mi amada sino yo. Nada más que yo misma, apenas yo, apenas nada.
Para ella compuse una canción muchísimos años después, cuando vieja y enferma la muerte me rondaba ya muy de cerca.
Es una canción de despedida y de bienvenida como lo son todas. Y lo es porque es de alguien que camina, que es la manera más digna de llorar.
Es triste por lo que en ella se dice, pero alegre por cómo se dice. Esas son las canciones que me gustan, que siempre me han gustado.
Las cosas importantes de la vida son tristes, pero es la tristeza que también conforma la belleza y la felicidad. La bondad del mundo está fabricada de tristeza, de esa tristeza lúcida que no puede ser cantada más que con alegría. Ese es el contrasentido más hermoso de la verdad.
Componiéndola creí hallar mi nombre, pero no. Quizás nunca lo perdí, quizás nunca supe que lo tenía, quizás mi padre no me lo quitó al matar a mi madre, quizás lo olvidé, no lo sé, ahora ya es demasiado tarde. El caso es que empecé a componer mi canción viva y hube de terminarla muerta. No llegué a tiempo, todo va demasiado rápido. En realidad está cantada desde el otro lado, más allá de la bruma que todo lo desdibuja y que rompe los contornos.
En esa canción hablo de ella, de mi amor, de lo mucho que la amé y lo mucho que la sigo amando, y de que las lecciones siempre terminamos aprendiéndolas tarde. Que todo eso es arena pura al lado del mar, que mi amor por ella acabó siendo esa arena que ninguna mano puede retener.
En ella le digo que pude y que debí amarla mejor. Se lo merecía sin duda, y la paradoja está en que yo también me merecía haberla amado más y mucho mejor.
Se fue, y ni ella ni yo nos despedimos como debíamos haberlo hecho. Hubo una razón para ello, en aquel momento fue una razón poderosa. Pero ahora, lejos ambas, una de la otra, en el espacio y en el tiempo, nada tiene la suficiente fuerza, nada es bastante importante excepto mi amor por ella, pues de él, del mío, de ese amor es de lo único que puedo y debo hablar. Mi amor por ella lo llena todo, toda esa nada, toda esa oscuridad, toda esa muerte.
Todo el recuerdo de lo que fui y de quienes me acompañaron se oscurece frente a su resplandor.
Incluso es injusto que sea así, pero así es.
Pero ahora, Amor mío, estoy muerta y ya nada importa. Lejos en el tiempo, sin manos y sin cuerpo, sin labios para besar los tuyos de mujer. Nada importa más que el escaso recuerdo que me queda de ti.
La caridad de Dios no me otorgará el deseo más anhelado.
Yo sé que no habrá jamás una segunda oportunidad, no hay más vidas, ni de gata ni reencarnaciones sin memoria. No hay nada. Eso en lo que me hallo es el fin.
Yo sé que nunca más volveremos a encontrarnos, nunca más. Jamás volveré a oír tu voz. Ya no podré reír contigo. La ocasión nunca se nos volverá a presentar. El adiós es definitivo y sólo espero que también lo sea para mí misma, pues no podría seguir soportando el dolor en ese corazón que tuve y que ya no poseo.
Estoy muerta y aún me duele esa lanza clavada que atraviesa todo mi pecho y que no termina de matarme del todo.
Mi Reina, ni Teodoro con el que conviví algún tiempo, ni Saverio con el que solamente me acosté una noche, o cualquier otro viajero que pudo ofrecerme su cuerpo hermoso de hombre o de mujer, fueron menos que nada comparados con la luz de tu sonrisa en la penumbra de nuestro rincón.
Mi Diosa, deseo que seas feliz, todo lo feliz que una mujer puede ser en este extraño mundo en el que uno no sabe si mañana seguirá vivo o deberá embarcarse y atravesar el lago. Caro es el peaje del barquero, un talento de oro y todos tus recuerdos por traspasarte al otro lado.
Caro y despiadado eres Caronte, y más lo es tu dios.
Mi Manantial, quiero que sepas que te quiero y que eres mi único, el primero y mi último pensamiento.
Después de ti no hay nada.
Nada.
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La canción dice:
It's a lesson too late for the learnin',
Made of sand, made of sand.
In the wink of an eye my soul is turnin'
In your hand, in your hand.
Are you goin' away with no word of farewell?
Will there be not a trace left behind?
I could have loved you better,
didn't mean to be unkind;
Oh, you know that was the last thing on my mind.
You had reasons a-plenty for goin',
This I know, this I know.
And the weeds have been steadily growin',
Please don't go, please don't go.
As I lie in my bed in the mornin',
Without you, without you,
Every song in my heart dies a-bornin',
Without you, without you.
Oh, you know that was the last thing on my mind.
(The last thing of my mind, música y letra Tom Paxton)
___________________________________________________________________________________________
El texto y la música las compuse yo, pero el poema final del presente texto no es mío, es de Saverio, escrito, para mí, me dijo, pero no es cierto, mentía, no sabía mentir el genovés, que al final acabará siendo el padre de Silvia. Eso es tener buena puntería.
No sé para quién fue escrito, para alguien sí, conociendo a Saverio, para una mujer sin duda, pero para mí seguro que no. Seguro que fue para esa esclava india a la que sólo vio unos escasos y cortos instantes. No puedo evitar estar un poco celosa de ella, aunque sea de una cautiva de piel oscura, de alguien que no es nadie.
Así pues, creo poder decir que el poema no es ciertamente de nadie, al menos de nadie que yo sepa o conozca. Pero como él me lo regaló sólo a mí, tengo todo el derecho de regalárselo a quien quiera.
Se lo regalo pues a mi amada.
Escribí mi canción para ella, pero quizás he de reconocer que el genovés acertó más con menos palabras.
Quizás ese poema es un mejor adiós que mi propia canción. No sé.
El retrato que veis no es ninguna pintura, ni tampoco ningún dibujo, es una fotografía realizada con la técnica química clásica y la caja oscura de siempre.
No os debe extrañar, ya sabéis que en poesía el tiempo solamente es relativo a la voluntad del poeta, de él depende, y con él, el autor hace lo que cree más conveniente y necesario.
___________________________________________________________________________________________
Esta era mi amada, hermosa y bella, ¿verdad?
Quizás os parecerá que la recordáis, quizás pensaréis que la conocéis, incluso creeréis saber quién es.
Os equivocaréis.
A muchos les ocurre, tal es su belleza que todos la han soñado.
El poema que sigue a continuación es de mi “pellicciaio”. De mi querido, dulce y bobo Saverio que se enamora de esclavas.
Esperé y medió se giró,
ladeó la cabeza hacia su izquierda,
lo suficiente para mirarme.
Aunque su cuerpo opaco
seguía dándome la espalda.
Alejándose.
Mientras, dos palomas blancas jugaban en su nido,
ajenas a la muerte del mar.
(“La muerte del mar”, Il pellicciaio. 26-julio-2007)
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POSDATA
Todos los textos que se han publicado en esta humilde ventana al mundo, llamados “Poesía Fría”, han pretendido ser una reflexión, más o menos acertada, sobre la identidad.
La pregunta que subyace en todos ellos, y que constituye su armazón, es ¿quién soy? Ésa es una interrogación que hemos de reconocer está ya demasiado amortizada, vaciada, pesa poco, y que al igual que la palabra “amor” y su significado, no es posible responderla si no es con otra pregunta.
Indudablemente a nosotros también se nos puede culpar de ser unos charlatanes y de descubrir hoy que el sol sale por el este, pero a pesar de ello, nos sentimos orgullosos de haber recorrido todo ese largo camino para, al final, poder responder a la pregunta ¿quién soy?, con esa otra pregunta: ¿quién eres?
Con ello pretendemos decir algo tan viejo como el mismo mundo, algo que se ha dicho hasta la saciedad, pero que fácilmente olvidamos: aquello que somos lo somos porque existe “el otro”, ambos, somos un solo dilema, somos el problema y al mismo tiempo, la solución.
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También me gustaría hacer una alusión personal. La “Poesía Fría” es el pago de una deuda que creí haber contraído, hace un tiempo, al permitirme una mujer leer unos textos que escribió únicamente para mí y que tituló “Los lobos”.
Ella me reclamaba cariñosamente una respuesta por mi parte. La respuesta ha llegado tarde, pero aquí está, es esta serie que he titulado “Poesía Fría”.
Así pues la deuda está saldada.
___________________________________________________________________________________________
SUMARIO
El peletero / Poesía Fría / Prólogo 2 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El llanto 5 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La risa y la ira 7 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La muerte 9 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El ladrón 12 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / El pájaro 14 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La palabra 16 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / ¿Cómo te llamas? 20 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La tormenta 23 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (1) 10 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (2) 11 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (3) 12 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (4) 13 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Algo 27 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Todo 28 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Nada 29 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / El final 31 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (1 de 2) 2 de enero de 2008
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (y 2) 3 de enero de 2008
viernes, 27 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-Epílogo (1 de 2)
2 Enero 2008
EPÍLOGO
Papá nunca me ocultó que había asesinado a mi madre.
Apenas tuve uso de razón lo supe.
Supe eso y sus razones también.
Pero al hacerlo me dejó sin nombre con el que mirarme al espejo.
Hube de salir a buscarlo, fabricarlo o robarlo.
Liberé a mi gata y no me llevé más que un pañuelo ensangrentado.
Un asesinato sobre mi conciencia.
Y el consejo de un buen poeta:
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.
Escribe sobre el amor,
sobre los largos atardeceres,
sobre el amanecer,
los árboles
sobre la infinita paciencia
de la luz.
(Dos versos de “Carta de un lector”, Adam Zagajewski) (*)
Así fue como me adentré por el camino del Rey.
Por él tuve que caminar día tras día, viviendo de lo poco que el paisaje me daba.
El camino del Rey es un camino sumamente inhóspito y peligroso, y es necesario conocer determinado tipo de cosas para saber dónde y a quién preguntar, o pedir… hospitalidad.
Saber por ejemplo quiénes son los dueños de las casas.
Saberlo puede significar la diferencia entre vivir o no.
Hallé una casa. Esa:
Nunca conseguí averiguar quién era su dueño.
¿La chica que medio se ve, o medio se esconde?
¿Ha salido o no se atreve a entrar?
¿El chico de la puerta con algo que parece un sombrero en la mano derecha?
¿O el dueño es el pájaro blanco que ya se encuentra dentro de ella?
Hay algo que tampoco llegué nunca a saber sobre la imagen de la pared. Las piernas que apenas vemos ¿son de dos que bailan o de dos que se pelean?
No quise quedarme, fui precavida y seguí mi camino.
Días y semanas caminando, quizás meses, nunca llevé un registro, ni un calendario. Nunca supe cuánto tiempo anduve y no recuerdo tampoco qué cosas sucedieron antes o a continuación de otras.
Lo que sí sé es que después de muchos esfuerzos conseguí llegar al mismísimo Palacio del Rey. Al fin lo había logrado.
Trataría de conseguir una entrevista con él. ¿Quién sabe?, quizás el Rey podría ayudarme a encontrar mi nombre o quizás tenía poder para dármelo.
El Palacio de ese Rey era esplendido y espectacular.
Lo rodeaba una ciudad enorme y misteriosa. En algunos lugares ascendía por las montañas y en otros se hundía en el mar.
Traté de pedir consejo, intenté preguntar, hablar con sus gentes, pero…
Todo el mundo se encontraba muy ajetreado y nadie respondía a nadie y menos a mis preguntas.
No sabía a quién dirigirme, ni a dónde ir, no sabía quién era el dueño ni quién era el esclavo.
Deambulé por sus calles y esquinas, perdida y abatida durante días y días.
Alquilé una extraña nave para moverme con algo más de facilidad. Estaba cansada de caminar.
Con ella visité esa ciudad enorme que envuelve el palacio. Me alejé y me acerqué.
Me fui y regresé. Me marché y volví. Y lo hice varias veces. Entré y salí.
Salí para volver a entrar y entre duda y duda salir una vez más.
Despacio, lentamente, me familiaricé con el ambiente y aprendí la manera de tratar con aquella gente, cómo me debía acercar, qué música había de salir de mi boca al hablar. Qué significaban los gestos y los silencios.
Yo quería ver al Rey y tuve que aprender a quién se lo debía pedir, y cuánto había de pagar.
Y así lo hice. Y así conseguí conocerlo. Y así llegó el día.
Frente a mí y a otros como yo, se encontraba ese Rey. Delante de nuestros ojos se exponía.
Soy la hija de un asesino acostumbrada al crimen y al injusto sufrimiento ajeno, a pesar de ello, me fue difícil soportar lo que vi.
Aquel hombre se había taladrado la cabeza no sé con qué.
En los agujeros se había colocado unos bastoncitos de madera barnizada y pintada de colores. A pesar de ser diferentes, todos juntos simulaban una corona tan Real como original. Incluso parecían imitar una antena radiofónica, astronómica y sideral.
Su rostro, todavía tumefacto por el dolor de la trepanación, sonreía como un espantapájaros.
Desnudo hasta la cintura se había construido un collar con sus propios dientes, que a golpe de martillo había separado de sus encías con dolorosa paciencia.
De su boca manaba abundante sangre.
De cintura para abajo se cubría con una simple sábana, trapo o tela estampada, simulando una piel de tigre.
Clavados en tierra sus pies por clavos de ferrocarril, se mantenía derecho gracias a un bastón de madera de cedro que le servía de muleta, y naturalmente de cetro real.
Y así, tal cual, de esa guisa, mandaba sobre millones y millones de millones de personas, a pesar que muchos otros millones también lo desobedecían y lo odiaban, tanto que querían escarnecerlo y matarlo.
Pero él, a pesar de sentirse triste, simulaba no estar afectado, y con sincera voluntad se mantenía en pie mientras la sangre le fluía por el cuerpo como un río desbocado y desbordado, hasta inundarlo todo, incluso hasta mucho más allá.
Aquel espectáculo me había trastornado. Me sentía aturdida y desconcertada. Por supuesto no había realizado pregunta alguna. Ni yo, ni tampoco ninguna de aquellas otras personas que habían conseguido una audiencia.
Me fui de allí. Anduve por calles y plazas, hasta que, fatigada y consternada, procuré descansar.
Me senté en el suelo, en un rincón apartado. Medio escondida por una media sombra.
Y presencié sin proponérmelo un número de circo. Allí mismo, delante de mis ojos.
El espectáculo era inocente, sencillo y sin trucos.
El interés estaba en el contraste entre un niño casi adolescente, desnudo y una enorme serpiente enroscada en su cuerpo que podía matarle.
Con sólo quererlo aquella bestia podía romperle los huesos y asfixiarlo y después, tal vez, comérselo medio vivo o medio muerto, que para la serpiente daba igual una cosa o la otra.
Eso es lo que podía verse, cuatro cabriolas mal hechas sin demasiada gracia ni por parte del niño, ni de la serpiente, más dormida que despierta. Ni por el viejo que a su derecha tocaba una flauta tan vieja como él.
Los espectadores, echados en el suelo, estaban somnolientos, descansando, sin lavarse, con las armas aún en la mano y llenos de polvo.
¿Miraban algo?, ¿miraban a la serpiente? o en realidad ¿miraban al niño desnudo?
Tal y como habían llegado se habían quedado, tal cual, tirados en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Allí estaban, descansando con las armas y la sangre pegada aún entre los dedos y mirando con desgana cómo el niño jugaba con la serpiente, tratando luego de cobrarse algunas monedas de su público.
Ellos, agotados y sucios, el niño, desnudo y con hambre, y la serpiente grande, fría y brillante, su hambre satisfecha, atornillada entre el cuerpo y los brazos y las manos sin dedos del niño.
Parecía que eso fuera lo único que tenía para darle de comer, su propio cuerpo.
Imaginé y supuse que había empezado por los dedos, y que luego le seguirían las manos y los brazos, y entre éstos y aquéllos alguna que otra rata y a veces incluso algún perro famélico.
Allí estaban, en el suelo, descansando, con las armas todavía calientes, y con una mirada de estúpida pereza mirando cómo aquel niño tullido jugaba con la serpiente para ellos.
Me fui abatida y desanimada, la somnolencia de aquellos hombres era una ofensa, no sé a quién, pero a alguien ofendían. Aunque supongo que su estado de indolencia era lo que aparecía después de un combate a muerte.
Eran soldados del Rey que apenas unas horas antes habían estado matando y muriendo por él. La furia necesaria para la guerra cansa.
A mí me cansaba la frustración. Mi viaje estaba resultando un fracaso, y mi caminar no hallaba la dirección adecuada.
Así estaba, abatida y desolada, cuando la hallé. Una casa vacía, deshabitada y abandonada. Parecía no tener dueño.
Entré.
No se oía nada.
Atravesé pasillos, salones y puertas, y en medio de la casa, justo en su centro, descubrí el jardín. Un jardín con una fuente seca. Y en medio de ese jardín, la piedra. Un gigantesco pedazo de mármol.
El polvo lo ocupaba todo, estaba por doquier, incluso aquella enorme piedra de más de dos mil libras no se había podido librar de él.
El mármol era más viejo que el maldito polvo que lo cubría. Tan inmóvil estaba que parecía que tampoco se diese cuenta, o que no le importase demasiado estar sepultado y cubierto por él.
Aparté el polvo con mi mano y la vi de frente. Era una piedra casi blanca, bella, grande y pulida.
Indiferente a todo, en medio de esa fuente seca, había una enorme piedra, sepultada por esa otra piedra desmenuzada, llamada polvo, triturada, aplastada, microscópica, hecha añicos, convertida en ceniza de cadáver.
Fósil y mineral.
Polvo de estrellas apagadas y negras, intentando humillar al mármol, hermoso, tan grande, tan inmenso y poderoso y tan solo como abandonado. Vano intento esa humillación.
Cimiento y pedestal que soportando la cima y los intestinos al mismo tiempo, no reía por no llorar, no hablaba por no callar.
Solo y solitario, olvidado y desmemoriado, con cara de perro, con cara de animal, casi sin rostro.
Eso fue precisamente lo que me sorprendió al verla, al ver la piedra enseguida la reconocí, esa cara de perro que tenía el mármol, era igual a la de mi padre asesino. Él también tenía cara de perro, de animal, tenía una cara sin rostro. Ambos enormes, la piedra y él, grandiosos, tan poderosos que sólo con su cuerpo podían aplastarte hasta convertirte en polvo.
Allí estaba, formidable, quieto. Quizás atento, quizás no.
Allí habitaba, en medio de la fuente seca,
que hay en medio del patio,
que hay en medio de la casa abandonada,
que quizás se halla en medio de la ciudad,
en algún lugar que seguro es el centro de algo.
No era mía aquella casa, pero nadie me impidió habitarla. Y así lo hice, la ocupé, la limpié y la adorné con pinturas, muebles y cortinas. Y la verdad es que la vida cambia con una casa.
Cuando se tiene una casa todo mejora.
Gracias a ella enamoré a una mujer, sin la casa no se hubiera fijado en mí. Habría podido enamorarme de un hombre, pero me gustó hacerlo de alguien como yo, que oliera igual, que tuviera el mismo sabor, que gimiera como yo.
Demasiada extranjera me sentía ya como para dar mi amor y mi cuerpo a alguien diferente a mí. Ella me calmó, me sosegó, me enseñó de lo que era capaz mi mente y mi cuerpo. Y aunque tampoco pudo darme ningún nombre me dio un refugio entre sus brazos. Me consoló y me curó el ansia de vivir sin nombre.
Al menos me dio su rostro porque amarla era como amarme a mí misma. Una experiencia gratificante, difícil y tan sensual como reveladora.
Ambas éramos muy hermosas. Si ella lo era, también lo era yo.
Pero… llegó lo inevitable y ella se fue, se marchó, y yo hube de abandonar aquella casa y a mi querida piedra de cara de perro, de ternera, de animal.
Ya no podía permanecer allí sola. En ella viví acompañada, pero tuve que irme igual que llegué.
Me dolió su marcha. Las dos necesitábamos hacerlo, creo que fue lo correcto, pero me lastimó casi como una amputación.
“Hay momentos en que uno debe de dejar de mirarse al espejo y franquearlo”, decía ella.
Y continuaba: “necesitábamos traspasarlo, no quedarnos siempre en esa frustrante frontera de cristal. Pasar al otro lado del espejo solamente lo puedes hacer con alguien distinto a ti. No es nada que tenga que ver con el amor ni con la biología”, afirmaba segura, ”tiene que ver con la poesía y quizás también con…”, no terminaba la frase, se callaba, bajaba la mirada y su rostro enmudecía.
No sé si lo consiguió, pero yo, la verdad, creo que todavía no he traspasado nada excepto la línea que separa la vida de la muerte. Todo lo demás me parecen tonterías de poetas.
Acostumbrarme otra vez al camino no fue una tarea fácil, pero tuve suerte. Conocí a otro viajero como yo, Saverio Cuchiaio di Tomasso, un peletero que supo donde debía de llevarme. Y me llevó a casa de Teodoro, el pintor.
(*) El peletero / Poesía Fría / Prólogo
EPÍLOGO
Papá nunca me ocultó que había asesinado a mi madre.
Apenas tuve uso de razón lo supe.
Supe eso y sus razones también.
Pero al hacerlo me dejó sin nombre con el que mirarme al espejo.
Hube de salir a buscarlo, fabricarlo o robarlo.
Liberé a mi gata y no me llevé más que un pañuelo ensangrentado.
Un asesinato sobre mi conciencia.
Y el consejo de un buen poeta:
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.
Escribe sobre el amor,
sobre los largos atardeceres,
sobre el amanecer,
los árboles
sobre la infinita paciencia
de la luz.
(Dos versos de “Carta de un lector”, Adam Zagajewski) (*)
Así fue como me adentré por el camino del Rey.
Por él tuve que caminar día tras día, viviendo de lo poco que el paisaje me daba.
El camino del Rey es un camino sumamente inhóspito y peligroso, y es necesario conocer determinado tipo de cosas para saber dónde y a quién preguntar, o pedir… hospitalidad.
Saber por ejemplo quiénes son los dueños de las casas.
Saberlo puede significar la diferencia entre vivir o no.
Hallé una casa. Esa:
Nunca conseguí averiguar quién era su dueño.
¿La chica que medio se ve, o medio se esconde?
¿Ha salido o no se atreve a entrar?
¿El chico de la puerta con algo que parece un sombrero en la mano derecha?
¿O el dueño es el pájaro blanco que ya se encuentra dentro de ella?
Hay algo que tampoco llegué nunca a saber sobre la imagen de la pared. Las piernas que apenas vemos ¿son de dos que bailan o de dos que se pelean?
No quise quedarme, fui precavida y seguí mi camino.
Días y semanas caminando, quizás meses, nunca llevé un registro, ni un calendario. Nunca supe cuánto tiempo anduve y no recuerdo tampoco qué cosas sucedieron antes o a continuación de otras.
Lo que sí sé es que después de muchos esfuerzos conseguí llegar al mismísimo Palacio del Rey. Al fin lo había logrado.
Trataría de conseguir una entrevista con él. ¿Quién sabe?, quizás el Rey podría ayudarme a encontrar mi nombre o quizás tenía poder para dármelo.
El Palacio de ese Rey era esplendido y espectacular.
Lo rodeaba una ciudad enorme y misteriosa. En algunos lugares ascendía por las montañas y en otros se hundía en el mar.
Traté de pedir consejo, intenté preguntar, hablar con sus gentes, pero…
Todo el mundo se encontraba muy ajetreado y nadie respondía a nadie y menos a mis preguntas.
No sabía a quién dirigirme, ni a dónde ir, no sabía quién era el dueño ni quién era el esclavo.
Deambulé por sus calles y esquinas, perdida y abatida durante días y días.
Alquilé una extraña nave para moverme con algo más de facilidad. Estaba cansada de caminar.
Con ella visité esa ciudad enorme que envuelve el palacio. Me alejé y me acerqué.
Me fui y regresé. Me marché y volví. Y lo hice varias veces. Entré y salí.
Salí para volver a entrar y entre duda y duda salir una vez más.
Despacio, lentamente, me familiaricé con el ambiente y aprendí la manera de tratar con aquella gente, cómo me debía acercar, qué música había de salir de mi boca al hablar. Qué significaban los gestos y los silencios.
Yo quería ver al Rey y tuve que aprender a quién se lo debía pedir, y cuánto había de pagar.
Y así lo hice. Y así conseguí conocerlo. Y así llegó el día.
Frente a mí y a otros como yo, se encontraba ese Rey. Delante de nuestros ojos se exponía.
Soy la hija de un asesino acostumbrada al crimen y al injusto sufrimiento ajeno, a pesar de ello, me fue difícil soportar lo que vi.
Aquel hombre se había taladrado la cabeza no sé con qué.
En los agujeros se había colocado unos bastoncitos de madera barnizada y pintada de colores. A pesar de ser diferentes, todos juntos simulaban una corona tan Real como original. Incluso parecían imitar una antena radiofónica, astronómica y sideral.
Su rostro, todavía tumefacto por el dolor de la trepanación, sonreía como un espantapájaros.
Desnudo hasta la cintura se había construido un collar con sus propios dientes, que a golpe de martillo había separado de sus encías con dolorosa paciencia.
De su boca manaba abundante sangre.
De cintura para abajo se cubría con una simple sábana, trapo o tela estampada, simulando una piel de tigre.
Clavados en tierra sus pies por clavos de ferrocarril, se mantenía derecho gracias a un bastón de madera de cedro que le servía de muleta, y naturalmente de cetro real.
Y así, tal cual, de esa guisa, mandaba sobre millones y millones de millones de personas, a pesar que muchos otros millones también lo desobedecían y lo odiaban, tanto que querían escarnecerlo y matarlo.
Pero él, a pesar de sentirse triste, simulaba no estar afectado, y con sincera voluntad se mantenía en pie mientras la sangre le fluía por el cuerpo como un río desbocado y desbordado, hasta inundarlo todo, incluso hasta mucho más allá.
Aquel espectáculo me había trastornado. Me sentía aturdida y desconcertada. Por supuesto no había realizado pregunta alguna. Ni yo, ni tampoco ninguna de aquellas otras personas que habían conseguido una audiencia.
Me fui de allí. Anduve por calles y plazas, hasta que, fatigada y consternada, procuré descansar.
Me senté en el suelo, en un rincón apartado. Medio escondida por una media sombra.
Y presencié sin proponérmelo un número de circo. Allí mismo, delante de mis ojos.
El espectáculo era inocente, sencillo y sin trucos.
El interés estaba en el contraste entre un niño casi adolescente, desnudo y una enorme serpiente enroscada en su cuerpo que podía matarle.
Con sólo quererlo aquella bestia podía romperle los huesos y asfixiarlo y después, tal vez, comérselo medio vivo o medio muerto, que para la serpiente daba igual una cosa o la otra.
Eso es lo que podía verse, cuatro cabriolas mal hechas sin demasiada gracia ni por parte del niño, ni de la serpiente, más dormida que despierta. Ni por el viejo que a su derecha tocaba una flauta tan vieja como él.
Los espectadores, echados en el suelo, estaban somnolientos, descansando, sin lavarse, con las armas aún en la mano y llenos de polvo.
¿Miraban algo?, ¿miraban a la serpiente? o en realidad ¿miraban al niño desnudo?
Tal y como habían llegado se habían quedado, tal cual, tirados en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Allí estaban, descansando con las armas y la sangre pegada aún entre los dedos y mirando con desgana cómo el niño jugaba con la serpiente, tratando luego de cobrarse algunas monedas de su público.
Ellos, agotados y sucios, el niño, desnudo y con hambre, y la serpiente grande, fría y brillante, su hambre satisfecha, atornillada entre el cuerpo y los brazos y las manos sin dedos del niño.
Parecía que eso fuera lo único que tenía para darle de comer, su propio cuerpo.
Imaginé y supuse que había empezado por los dedos, y que luego le seguirían las manos y los brazos, y entre éstos y aquéllos alguna que otra rata y a veces incluso algún perro famélico.
Allí estaban, en el suelo, descansando, con las armas todavía calientes, y con una mirada de estúpida pereza mirando cómo aquel niño tullido jugaba con la serpiente para ellos.
Me fui abatida y desanimada, la somnolencia de aquellos hombres era una ofensa, no sé a quién, pero a alguien ofendían. Aunque supongo que su estado de indolencia era lo que aparecía después de un combate a muerte.
Eran soldados del Rey que apenas unas horas antes habían estado matando y muriendo por él. La furia necesaria para la guerra cansa.
A mí me cansaba la frustración. Mi viaje estaba resultando un fracaso, y mi caminar no hallaba la dirección adecuada.
Así estaba, abatida y desolada, cuando la hallé. Una casa vacía, deshabitada y abandonada. Parecía no tener dueño.
Entré.
No se oía nada.
Atravesé pasillos, salones y puertas, y en medio de la casa, justo en su centro, descubrí el jardín. Un jardín con una fuente seca. Y en medio de ese jardín, la piedra. Un gigantesco pedazo de mármol.
El polvo lo ocupaba todo, estaba por doquier, incluso aquella enorme piedra de más de dos mil libras no se había podido librar de él.
El mármol era más viejo que el maldito polvo que lo cubría. Tan inmóvil estaba que parecía que tampoco se diese cuenta, o que no le importase demasiado estar sepultado y cubierto por él.
Aparté el polvo con mi mano y la vi de frente. Era una piedra casi blanca, bella, grande y pulida.
Indiferente a todo, en medio de esa fuente seca, había una enorme piedra, sepultada por esa otra piedra desmenuzada, llamada polvo, triturada, aplastada, microscópica, hecha añicos, convertida en ceniza de cadáver.
Fósil y mineral.
Polvo de estrellas apagadas y negras, intentando humillar al mármol, hermoso, tan grande, tan inmenso y poderoso y tan solo como abandonado. Vano intento esa humillación.
Cimiento y pedestal que soportando la cima y los intestinos al mismo tiempo, no reía por no llorar, no hablaba por no callar.
Solo y solitario, olvidado y desmemoriado, con cara de perro, con cara de animal, casi sin rostro.
Eso fue precisamente lo que me sorprendió al verla, al ver la piedra enseguida la reconocí, esa cara de perro que tenía el mármol, era igual a la de mi padre asesino. Él también tenía cara de perro, de animal, tenía una cara sin rostro. Ambos enormes, la piedra y él, grandiosos, tan poderosos que sólo con su cuerpo podían aplastarte hasta convertirte en polvo.
Allí estaba, formidable, quieto. Quizás atento, quizás no.
Allí habitaba, en medio de la fuente seca,
que hay en medio del patio,
que hay en medio de la casa abandonada,
que quizás se halla en medio de la ciudad,
en algún lugar que seguro es el centro de algo.
No era mía aquella casa, pero nadie me impidió habitarla. Y así lo hice, la ocupé, la limpié y la adorné con pinturas, muebles y cortinas. Y la verdad es que la vida cambia con una casa.
Cuando se tiene una casa todo mejora.
Gracias a ella enamoré a una mujer, sin la casa no se hubiera fijado en mí. Habría podido enamorarme de un hombre, pero me gustó hacerlo de alguien como yo, que oliera igual, que tuviera el mismo sabor, que gimiera como yo.
Demasiada extranjera me sentía ya como para dar mi amor y mi cuerpo a alguien diferente a mí. Ella me calmó, me sosegó, me enseñó de lo que era capaz mi mente y mi cuerpo. Y aunque tampoco pudo darme ningún nombre me dio un refugio entre sus brazos. Me consoló y me curó el ansia de vivir sin nombre.
Al menos me dio su rostro porque amarla era como amarme a mí misma. Una experiencia gratificante, difícil y tan sensual como reveladora.
Ambas éramos muy hermosas. Si ella lo era, también lo era yo.
Pero… llegó lo inevitable y ella se fue, se marchó, y yo hube de abandonar aquella casa y a mi querida piedra de cara de perro, de ternera, de animal.
Ya no podía permanecer allí sola. En ella viví acompañada, pero tuve que irme igual que llegué.
Me dolió su marcha. Las dos necesitábamos hacerlo, creo que fue lo correcto, pero me lastimó casi como una amputación.
“Hay momentos en que uno debe de dejar de mirarse al espejo y franquearlo”, decía ella.
Y continuaba: “necesitábamos traspasarlo, no quedarnos siempre en esa frustrante frontera de cristal. Pasar al otro lado del espejo solamente lo puedes hacer con alguien distinto a ti. No es nada que tenga que ver con el amor ni con la biología”, afirmaba segura, ”tiene que ver con la poesía y quizás también con…”, no terminaba la frase, se callaba, bajaba la mirada y su rostro enmudecía.
No sé si lo consiguió, pero yo, la verdad, creo que todavía no he traspasado nada excepto la línea que separa la vida de la muerte. Todo lo demás me parecen tonterías de poetas.
Acostumbrarme otra vez al camino no fue una tarea fácil, pero tuve suerte. Conocí a otro viajero como yo, Saverio Cuchiaio di Tomasso, un peletero que supo donde debía de llevarme. Y me llevó a casa de Teodoro, el pintor.
(*) El peletero / Poesía Fría / Prólogo
jueves, 26 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-El primer paso (y 4)
31 Diciembre 2007
EL FINAL
No llegaréis a ser una especie diferente a la de los humanos, ni siquiera seréis una raza distinta a las demás.
No tendréis el privilegio o la maldición de transmitir vuestra condición a la descendencia que podáis o queráis engendrar, no seréis por tanto el origen de ningún linaje, ni tampoco seréis las ramas de ningún tronco.
No tendréis la capacidad de reconoceros entre vosotros, ni tampoco sabréis nunca que habéis sido señalados y vuestro nombre anotado en una lista.
Tampoco sabréis jamás que algún día alguien os pedirá cuentas.
Ni siquiera sabréis qué se espera de vosotros.
La ignorancia de vuestro deber será absoluta, pero el juicio al que se os someterá no tendrá piedad, nadie en él os defenderá, pero cuando escuchéis los cargos seréis vosotros mismos los que os impondréis la sentencia.
Ése y sólo ése será vuestro derecho.
(“El cielo y el Polvo”, texto apócrifo perteneciente a las “Crónicas de los Reyes Mellizos”, rescatadas por Saverio Cuchiao di Tommasso “Il pellicciaio”)
----------------------------------------------------------------------------------------------------
Algunos consideran este texto como la otra cara del “pecado original”.
Pero pocos se han atrevido con él.
Cuando se trata de premios, castigos, deberes, derechos, culpas o méritos, escasos como los dedos de un manco son los que, valientes, deciden averiguar de qué demonios se está hablando.
Así pues, todas las escuelas psicológicas modernas, o aquellas que creen descubrir, por primera vez, que el sol sale por el este, procuran eliminar o prescindir del sentimiento de culpa como si fuera algo maligno y dañino. Como si la culpa coartara nuestra libertad, olvidando siempre que su sustituto puede ser mucho peor. En oriente le llaman honor, que filosófica y moralmente no tiene ninguna clase de entidad, excepto el que se pueda derivar de la sociología del rebaño.
La culpa cumple una función muy parecida a la del dolor, avisa que algo no funciona bien.
Hay que reconocer sin embargo, que la “culpa” es un término tremendo, y tal vez, para no asustar y ahuyentar a la audiencia, deberíamos usar el de “responsabilidad”, y así, quizás conseguiremos hacer más comprensible que precisamente es el complemento necesario para caminar al lado de la libertad. Ésa de la que tan orgullosos estamos todos cuando la reivindicamos, y ésa misma que todos también negamos (más veces que Pedro negó a Jesús) cuando la hemos de dar.
Pero eso…, como diría el camarero bigotudo de “Irma la dulce”, “es otra historia”, y ahora es el momento de terminar pues ya hemos llegado al final del camino, aunque todavía hay un epílogo que contar.
Todos los hombres son asesinos.
(Adagia, Wallace Stevens)
miércoles, 25 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-El primer paso (3 de 4)
29 Diciembre 2007
NADA
Fue una noche difícil.
No quiso irse a dormir,
prefirió afrontar aquella oscuridad, apenas iluminada por la calle.
Desde ella le llegaba también el ruido
y una esperanza incierta,
pero sólo abrió la ventana.
Y miró a través de su quicio el mundo accesible
y la aventura salvadora;
quizás debía huir y alejarse.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
Consiguió llorar, y desatar el nudo que lo ataba a un anhelo vano,
a un presente que nunca llagaba a ser pasado.
Debía perder el miedo, a la incertidumbre, y al fracaso.
Habría ahora de abrir la puerta y calzarse el mejor par de sus zapatos;
el camino, sin duda, sería ingrato.
Sin corazón que latir ni aliento que tragar, debería empezar a marchar,
pero primero había que abrir la puerta.
Y salir.
(“El cielo y el Polvo”, texto apócrifo perteneciente a las “Crónicas de los Reyes Mellizos”, rescatadas por Saverio Cuchiao di Tommasso “Il pellicciaio”)
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La nada tiene difícil definición. Y mucha más difícil solución, la nada siempre es un problema que no conseguimos resolver.
Únicamente podemos acercarnos a ella a través de la negación de algo, tratando de describir bien una ausencia.
Sin caer en la trampa del vacío, que no es más que una metáfora fácil.
Algunos idiomas de nuestro entorno, como el catalán, consiguen hacerlo así:
“No rès”, se dice, donde “rès” es la palabra latina res, rei que significa cosa, algo. “No rès”, es “no cosa”, “no algo”.
Los catalanes siempre dudan, hasta cuando aciertan, no así los castellanos, seguros y firmes incluso en el error.
Virtudes y vicios de mar y de tierra adentro, o vicios y virtudes de horizontes marinos o de mesetas interminables, de valles profundos entre montañas amuralladas, donde quizás algún que otro río lo atraviesa como una herida.
Algo parecido sucede con el inglés y su “nothing”.
O el francés con su “no rien”.
Pero en descargo del castellano, la palabra “nada”, originaria del latín “nata”, que significa “nacido”, es claramente una contracción o una simplificación de “no nacido”.
El italiano, con su “niente”, “no ser” estaría a medio camino de ambos, del filosófico “no algo”, y del vital y tremendista “no nacido”, que casi nos evoca un aborto.
La nada entonces, sería algo que no ha conseguido serlo y se ha quedado en el intento. La nada es el aborto de aquello que quiso ser y no lo logró
Pero nosotros no somos lingüistas, apenas filósofos de bolsillo, de usar y tirar.
Poca cosa, casi nada.
martes, 24 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-El primer paso (2 de 4)
28 Diciembre 2007
El primer paso siempre es un paso de baile.
(Il pellicciaio)
Detrás de una mujer que baila hay un hombre que bebe de manera enloquecida.
(“At last the secret is out” W.H. Auden)
TODO
Una vez resucitado Lázaro, se cuenta que permaneció en su casa con su familia hasta su segunda muerte, esta vez definitiva.
Existe sin embargo otra versión distinta. Esta última cuenta que una vez hubo salido el desconcertado Lázaro de su tumba, envuelto aun en la mortaja, se puso a andar sin un rumbo claro, pero decidido. Así lo vieron salir del camposanto y así lo vieron continuar hasta perderlo de vista. Su familia lloró esta nueva pérdida. Unos lo siguieron un tiempo, hasta que cansados abandonaron.
Se cuenta que los resucitados no vuelven a morir y se cuenta también que Lázaro sigue caminando sin desfallecer.
(“El cielo y el Polvo”, texto apócrifo perteneciente a las “Crónicas de los Reyes Mellizos”, rescatadas por Saverio Cuchiao di Tommasso “Il pellicciaio”)
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Imaginaros que lo tenéis todo, pero todo es mucho, tanto que es un tesoro que debéis guardar en un cofre.
Pero todo, a pesar de ser mucho, es todo lo que hay, y nada más, y eso es indudablemente demasiado poco, tan poco que el cofre puede ser una simple caja de zapatos o la jaula de un ruiseñor.
Ambas cosas no lo son todo, pero son sin duda unos tesoros.
Que lo son los zapatos lo prueba lo gastados que están y que lo son los ruiseñores lo prueba lo frágiles, inocentes y confiados que son, tanto, que sólo Dios puede responder por ellos, de sus colores, de sus vuelos, de sus cantos y también de sus asesinatos si los hubiere, que seguro que sí los habrá pues siempre los hay.
Bienaventurados entonces los simples porque de ellos será el reino de los Cielos: de las milanas, de los ruiseñores, de las águilas, de los buitres y de todos aquellos que a pesar de haber sido injustamente expulsados del Paraíso se siguen comportando como si no se hubieran ido.
Los demás habremos de cerrar con llave el cofre, calzarnos los zapatos, obedecer la orden de levántate y anda, y cargados con el tesoro empezar a caminar hasta dejar la tierra tan lisa como una bola de billar.
Sólo entonces se nos permitirá parar, descansar y contemplar la inconmensurable belleza del paisaje que nuestros cansados pies habrán fabricado paso a paso.
(“El cielo y el Polvo”, texto apócrifo perteneciente a las “Crónicas de los Reyes Mellizos”, rescatadas por Saverio Cuchiao di Tommasso “Il pellicciaio”)
lunes, 23 de marzo de 2009
El peletero/Poesía fría-El primer paso (1 de 4)
27 Diciembre 2007
ALGO
Estábamos tan cuerdos
que vivíamos de cualquier cosa
y en cualquier lugar.
Nunca éramos dueños
del suelo que pisábamos,
ni del aire que respirábamos.
Descalzos o vestidos,
siempre teníamos los ojos llenos,
tanto si estaban abiertos como cerrados.
Indiferentes al cielo y al polvo,
vivíamos y dormíamos,
como si fuéramos unos reyes sin reino.
(“El cielo y el Polvo”, texto apócrifo perteneciente a las “Crónicas de los Reyes Mellizos”, rescatadas por Saverio Cuchiao di Tommasso “Il pellicciaio”)
Este poema se desprende de la antigua leyenda etíope de dos niños de piel blanca y hermanos mellizos, que llegaron al antiguo y primer reino cristiano de África: Etiopía. Eso sucedió en tiempos del Rey Lalibela, en pleno siglo XIII.
También se supone que los dos mellizos eran supervivientes de la trágica “Cruzada de los niños” que tuvo lugar el año 1212.
Se cuenta que viniendo de Europa, llegaron hasta Etiopía bajando (¿o subiendo?) a pie todo el curso del Nilo después de pasar de mano en mano como esclavos y de servir a mil dueños.
Un sacerdote etíope los rescató y los acogió. Les dio cobijo y alimentó. Con él descansaron y se recuperaron. No se sabe cuál aprendió la lengua de quién, el caso es que el sacerdote escribió y dejó constancia de su viaje, de sus fortunas y de sus penalidades. Las “Crónicas de los Reyes Mellizos” de las que se sabe poco, se guardan junto al Arca de la Alianza que allí se conserva vigilada por la devoción de sus guardianes y de todo un pueblo.
El presente poema no está certificado, es por tanto apócrifo, no podemos garantizar su autenticidad. Pero aquí está, para todo aquél que lo quiera leer.
Ésa es una leyenda famosa en toda Europa que llegó a ella en los inicios del siglo XV. En la cabecera reproducimos una pequeña tabla pintada por nuestro querido Teodoro Van Babel. Siempre fue un gran admirador de esta historia tierna de dos hermanos caminando juntos, remontando un río hasta sus mismas fuentes que surgen de las propias entrañas de la tierra, como si fuera una mujer fértil, o bajan de las montañas nevadas igual que un hombre a punto de fertilizar a su amada.
A través de las cartas a su hermana Silvia, Teodoro, destaca siempre las virtudes de la verdadera fraternidad. No se nos escapa, sin embargo, el deseo quizás de Teodoro de haber tenido un hermano, un varón. En muchas de sus cartas a Silvia se pregunta, (refiriéndose tanto a hembras como a varones) “¿Qué es un hermano?, ¿un padre?, ¿un hijo?, ¿un amigo?, nada de todo eso, es algo diferente”. Por eso, y por su irreverencia, siempre afirmaba que Jesús los tuvo, sino de María, sí adoptados, pues los hermanos también se pueden adoptar, igual que los padres. No solamente los hijos se adoptan, también los sobrinos y los tíos, y por supuesto los abuelos, siempre los más desamparados, tanto como los niños, sino más.
Los dos Reyes mellizos siguen caminando, todavía no han llegado al último cruce del camino.
Muchos de los poemas y relatos que hablan de ellos están recogidos de manera desordenada, sin clasificar ni fechar en lo que se conoce como “Giornale di un pellicciaio” (Diario de un peletero), que al final ha terminado abreviándose simplemente en “Il pellicciaio” (El peletero). Ese peletero según parece era amigo de Teodoro y de Silvia Van Babel, Saverio Cuchiaio di Tommasso.
Al final de uno de esos versos apócrifos podemos leer:
“Mientras tanto la gente se aparta cuando pasamos. La brisa es suave, los árboles se balancean y el polvo del camino enrojece todavía más el crepúsculo que nunca termina, impidiendo a la noche llegar.”
(Fragmento de: “El peletero / Y su hermano” poema que los expertos afirman pertenece a “Crónicas de los Reyes Mellizos”)
Hemos de mencionar también que otros expertos se decantan por el fraude, y aseguran que todos los textos son una pura invención de Saverio Cuchiaio di Tommasso. Algunos incluso van más allá y afirman además que el mismo Saverio es una invención de Silvia.
A nosotros, la verdad, nos da igual, como diría Saverio cuando se enfadaba, “nos importa una higa”. Que dicho también al margen, y sin venir a cuento, bien maduritas y recién caídas del árbol son muy sabrosas.
viernes, 20 de marzo de 2009
El peletero/El ojo y el negro (9)
21 Diciembre 2007
Querido Teodoro,
Espero que todos estéis bien, tú y el resto de tu familia británica, tus sobrinos, Marta y especialmente, Silvia, tu hermana.
Ella ya te debe de haber contado mi visita.
Te escribo desde Toledo, donde he podido saludar a mi amiga Amparo. Al llegar a Burgos mi agente me entregó varias cartas y entre ellas había una de ella.
Amparo me decía que pensaba ir a visitar a una amiga suya, salmantina y monja, que trabaja en un hospital para pobres en Toledo, y que quizás me sería mucho más fácil acercarme a esa ciudad que no llegar hasta Sevilla. Y así lo he hecho. He visto a mi querida amiga Amparo y he conocido a Sor Dolores.
Adjunto a la carta te cuento los detalles, que ya conocerás por Silvia, de mi visita a Londres, pero antes de seguir quiero confirmarte mi confianza en ellos y en su bondad. He llegado a un acuerdo satisfactorio con unos mayoristas de pieles americanas, dos hermanos judíos y solteros que ya me habían recomendado desde Génova, Iván y Milton. El segundo parece un pedazo de madera seca, pero Iván es alegre y simpático y tiene un trato encantador. Y he nombrado a Christian mi apoderado allí.
Al el hospital de Sor Dolores van a parar gente de todas las edades, pero especialmente muchos niños, la mayoría huérfanos que encuentran por las calles enfermos y desnutridos. Las monjas, los recogen y procuran curarlos y alimentarlos. Un par de veces al año las visita Amparo y se lleva a unos cuantos a su escuela.
Ya te he hablado de mi amiga, es un pozo de virtudes y entre ellas está la de matrimoniar, lo que mal dicho se llama casamentera. Yo siempre la he llamado conseguidora o facilitadora, es una gran diplomática pero con un estilo muy particular, y su sentido común se impone a los miedos y prejuicios que los demás, que no somos como ella, tenemos.
A mí ya me ha dado por inútil, y ya puedes imaginarte también cómo le sentó y las cosas que me dijo cuando le conté mi amor por esa esclava. Yo ya tenía fama de tonto, pero con eso he subido unos cuantos peldaños más en el escalafón. Por suerte Amparo me quiere y todos sus enfados y regaños son hechos con la mejor buena fe y la más santa de las intenciones. Yo por mi parte procuré conocer pronto a su esposo, un hombre magnífico, y por suerte muy paciente, no de otra manera podría vivir con una mujer con ese talante de General de los Ejércitos o de Almirante de la Armada de su Majestad.
Yo he de reconocer que también tengo debilidad por las mujeres que saben mandar, que tienen las cosas claras y que saben desarrollar una buena conversación, ya conoces mi afición a la plática. Como te digo, procuré conocer a su esposo para que no hubieran malos entendidos, ni equivocaciones innecesarias, pero si te he de decir la verdad, la imaginación se me va más allá de donde no debería salir y luego ella se enfada porque no la escucho. ¡Saverio, niño!, que no me escuchas, me riñe. Y tiene razón, no la escucho. Ya debes de estar pensando en tu esclava, me dice con dulzura. Yo le respondo que sí, pero no es verdad, no pienso en la india, pienso en ella. Cuando la tengo delante, no puedo evitarlo. Si estoy viajando y lejos, tengo domesticado el recuerdo, y el día a día se impone inexorable. Pero si se me planta a medio metro, pues…
Tú me comprendes, ¿verdad, Teodoro?, eres un hombre como yo y sabes de qué pie cojeamos, más o menos todos los hombres.
El caso es que me alegré mucho de verla, y la muy mala, va y me entrega una “custodia”, una cajita dorada con un mechón de cabellos de mi india, por poco no me caigo de la silla. Sor Dolores, que estaba presente, me miraba con cara de malas pulgas. Seguro que sabe algo de mí, lo que no sabe es que yo también sé algo de ella. Y lo que sé es que acabó monja por lo mismo que muchas, por un desengaño amoroso. La peor razón para hacerse monja.
El caso es que también me gusta cuando las mujeres me miran mal, tampoco lo puedo evitar y esa monjita me miraba muy mal, pero que mucho. ¿Qué le habré hecho yo?, me preguntaba, ¿por qué me mira así?, como siga mirándome con esos ojos perversos, de monja mala, me voy a enamorar perdidamente de ella.
Yo creo que Amparo me conoce más de la cuenta y mucho más de lo que yo puedo suponer. Y que Sor Dolores estuviera a su lado, presenciando nuestra entrevista privada, debía de tener algún propósito escondido, sin duda que sí. Además, Sor Dolores resulta que es muy guapa, guapa de verdad y aquella mañana se debía haber vestido deprisa porque le asomaba por entre el hábito de la frente, la puntita de un mechón castaño. Entre la custodia con el mechón de pelos negros carbón de mi india, el cabello rubio de Amparo y esa puntita castaña, me estaba volviendo estrábico de no saber dónde mirar.
¡Saverio, niño!, que no me escuchas, ¡estate atento!
¿Qué?
Que te digo que necesito unas veinte capas de piel para este invierno, que te des prisa, que en Sevilla no hace frío, pero aquí en Toledo sí, ¿verdad, Sor Dolores? Y mantas, muchas mantas.
¿Eh?
¡Caramba!, por Dios, estáis los dos atontados. De ti, Saverio, ya lo sabía y no me sorprende, pero de vos no. Sor Dolores, niña, que le estoy pidiendo a ese caballero extranjero capas y mantas para sus enfermos, ¿se ha enterado, mi niña? ¡Y gratis!, y eso que los genoveses son unos tacaños, como todo el mundo sabe.
Eh… sí, sí, claro,
Bueno, entonces les dejo solos y vos, Sor Dolores, le enseñáis el Hospital a Saverio que seguro tiene muchas ganas de conocer cómo es un hospital para pobres.
¿Qué?, ¿que yo tengo ganas de conocer un hospital para pobres? Pero…
Sí, hombre sí.
…de dónde habéis sacado que los genoveses somos tacaños, Amparo?
Cállate.
Ah, bueno.
¿Me deja sola con ese hombre, Doña Amparo?
Que no es un hombre, Sor Dolores, que sólo es Saverio. Bueno sí, sí es un hombre, lo que quiero decir es que es un caballero. Eso, es todo un caballero, no seáis mal pensada, carajo. Bueno sí, también sería conveniente que lo fuerais un poco.
¿De qué habláis las dos?, no os entiendo
¿Mal pensada?, ¿por qué debo serlo?
¡Sor Dolores, por Dios!, que hay momentos en que una debe levantarse las faldas si es que no se las levantan a una. ¿Me entendéis?
No.
Yo tampoco las entendía. Me las miraba sorprendido sin entender nada.
Un par de bofetadas os daría a los dos. ¡Hala! me voy, nos vemos para cenar en el convento.
Y se fue, querido Teodoro, así es mi amiga Amparo. Y nos quedamos a solas Sor Dolores, una preciosidad de monja salmantina y yo un… ¿tonto?
No tanto, siempre llevo encima un libro de oraciones ilustrado por Alberto. Tiene unas miniaturas preciosas. Lo saqué de la bolsa y lo deposité con cuidado encima de la mesa, como si fuera más importante de lo que realmente es. Y le dije.
Es para vos. ¿Os gusta?
¿Para mí?, sí, mucho. Pero…
¿Pero?
Yo soy una monja, no debo aceptar regalos de un hombre,
De eso, que es una monja, ya me he dado cuenta, pero no se lo regalo a la monja.
¿No?, entonces, ¿a quién se lo regaláis?
A la mujer. Al decirlo vi cómo enrojecía igual que un tomate murciano.
Mujer y monja es un nudo que no se puede desatar, me respondió.
¿Queréis que lo haga como Alejandro?
¿A golpe de espada?, me sonrió.
Bueno, (tosí), tanto no, es únicamente una metáfora.
Muy drástica, ¿no creéis?
(Tosí más) Contundente y clara, respondí.
Sí, eso sí, muy clara. Las espadas cortan y pinchan y hacen sangrar, ¿verdad?
Si no están romas sí. Enseñadme el hospital, cambié de tercio. (Volví a toser)
¿De verdad queréis verlo?
¿Lo dudáis?
Sí.
Enseñádmelo de todas maneras. El que estaba ahora rojo como un tomate era yo.
Bueno. Venid, acompañadme, me dijo mientras recogía el libro de oraciones y se lo quedaba.
Querido Teodoro, dirás que estoy loco de remate. Tengo el tiempo justo si quiero hacer todo lo que me he propuesto en este viaje anual. No pude quedarme demasiados días en Toledo, apenas dos. Le pregunté a Sor Dolores si le molestaría recibir cartas mías. Y me respondió que no. Pero yo quise precisar y le pregunté también si aparte de no molestarle le agradaría recibirlas. Se calló, estuvo un buen minuto en silencio, mirando al suelo, para luego decirme, “me gustará mucho recibirlas”. Le besé una mano y me fui.
Amparo me entregó una carta de nuestra amiga común Magdalena, en ella me cuenta mil cosas maravillosas de la isla de Cuba. Aquello es un paraíso. Te lo explicaré en la próxima misiva.
También he de hablarte de tu hermana Silvia, la verdad es que me impresionó y quedé gratamente afectado por ella. Es una mujer excelente, que necesita una atención particular.
Igual que Amparo.
¿Y que demonios piensas hacer con esos pelos negros de bruja que te he traído en una cajita dorada?, ¿eh?, niño, dime, ¿entretenerte quitándole las pulgas? Me espetó Amparo en la cara.
¿Pelos de bruja?, no sé, ¿olerlos cuando me pongo melancólico?
No seas bobo, así que has conocido un pintor flamenco, ¿no?
Bueno…, pues sí, se llama Teodoro.
¿Y?
Eso, que se llama Teodoro.
Eso ya lo has dicho.
Y tiene una hermana que se llama Silvia.
Muchos hombres tienen hermanas que se llaman Silvia.
¿Qué te sucede Amparo?, ¿estás enfadada?
¿Le has levantado las faldas a la monjita?
¡¡No!!
Por eso estoy enfadada.
Querido Teodoro, he de decirte que Amparo es una mujer que le gusta el buen vino, el bueno y de calidad, no cualquier cosa y eso lo digo sin mala intención, tú ya sabes a qué me refiero.
Amparo y yo habíamos terminado de cenar, se me quedó mirando con una cara rara, en silencio. No era una cara exactamente de enfadada. Incluso esbozaba una media sonrisa, que poco a poco se fue convirtiendo en una verdadera y abierta risita. Nos mirábamos y se puso a reír delante de mis narices.
Quizás te las tenía que haber levantado a ti las faldas, le dije riéndome a medias con ella.
Yo soy una mujer casada, me respondió simulando estar ofendida y entre seria y divertida.
La monjita también está casada, le recordé.
¡Bah!, tonterías, me respondió.
Y…, eso es todo Teodoro.
Ya ves, con una mano me enseña un brillante, la monjita, yo la miro obnubilado, mientras con la otra, sin yo darme cuenta, me vacía el bolsillo y me saca el compromiso de no sé cuantos abrigos y mantas de piel para los pobres. Si todos los negocios fueran como ése, terminaría arruinado en dos días. Tal vez por eso me conviene más enamorarme de una india imposible, que nunca tendré, pero que no me cuesta un ducado.
Ya le he dado la orden a mi agente de Burgos para que prepare las capas y las mantas, y los envíe lo más rápido posible. Eso sí, de la calidad más barata, con taras y agujeros. Como son pobres no se quejarán.
Te escribo desde Burgos y mañana me voy a Poblet camino de Barcelona para ver a mi amigo Alberto, el monje miniaturista del que ya te hablé y procurar descansar.
Para decirlo finamente necesito un poco de ambiente masculino.
Tu amigo que te quiere.
Saverio Cuchiaio di Tommasso.
miércoles, 18 de marzo de 2009
El peletero/La joya
19 Diciembre 2007
El peletero/La joya
Y un hombre que hasta ahora no habíamos visto, entra en escena, mira a la mujer con ternura. Se gira y se dirige al público que llena la sala.
O> Seguíamos llamándola “La Niña”, aunque ya no lo fuera. (Mirando al público y señalándola a ella).
O+ (Sin levantarse) Es notorio que ya no soy ninguna Niña. (Mirando al público).
O> Claro que no lo eres, pero llamarte así te dulcifica.
O+ (Mirándose en el espejo y maquillándose). Para mí nada cambia, yo sigo siendo la misma. (Se levanta, mira al público, se abre el albornoz y enseña su cuerpo desnudo al público). ¿Necesito ser más dulce?
O> Claro que no, es sólo un juego. ¿No te gusta jugar?
O+ Depende. (Sigue sin mirar a nadie, excepto a sí misma en el espejo).
O> ¿De qué?
O+ ¿Juegos de niños o juegos de adultos? (Mirándolo a él muy seria).
O> ¿Hay alguna diferencia? (Mirándola a ella).
O+ Depende,
O> ¿De qué?
O+ De quién juegue.
O> Tú y yo.
O+ Entonces sí, quiero jugar. (Mirando al público, abrochándose el albornoz y volviendo a sentarse en el suelo).
O> ¿A juegos de niños o a juegos de adultos?
O+ De adultos, por supuesto.
O> Empecemos entonces de nuevo.
O+ Empecemos.
_______________________________________________________________
La misma descripción del principio.
O> La Niña ya no lo era, no era una Niña, aunque todos la llamaban así, “La Niña”. (Mirando al público y señalándola a ella).
O+ Me llamaban “La Niña” desde Niña, y a mí me gustaba, y a todos los demás parece que también. (Mirando, de cara al público y señalándose a sí misma desde el suelo).
O> Pero “La Niña”, que no era ninguna Niña, adornaba con muñecos de Niña su alcoba de Niña.
O+ Muñecos de peluche, de esos que nos gustan a las Niñas. (Mirando al público y levantándose del suelo).
O> “La Niña” era mi Niña, y así también la llamaba yo, “Su Niño”.
O+ Yo era “La Niña”, la Niña de todos, (Haciendo un gesto amplio con los brazos), pero además era su Niña también. (Mirando al público y señalándolo a él).
O> ¡Mi Niño, ven!, me llamaba, y llamándome me tomaba y tomándome me tenía, y teniéndome vivía.
Ella y yo.
Ven Mi Niño, ven, me decía.
O+ Ven Mi Niño, ven. No tardes, ven, que no puedo esperar, ven que me puedo morir. (Mirándolo a él).
O> Yo iba, y al ir me quedaba sin saber a dónde ir. Perdido, sin estar, sin ser y sin ver.
O+ Mi Niño, escucha, Mi Niño, mira, ¿no sabes quién soy? ¿No me ves?
O> No, no te veo. No lo sé, no sé quién eres mi Niña. (Mirándola a ella).
O+ ¿No?
O> Sin ti no veo, ni a ti, ni a cien.
O+ Soy un cíclope de tres ojos, y de tres olores y sabores. (Señalándose el centro de la frente).
O> Y ¿de tres mil colores también?
O+ Sí. Y de tres mil millones de amores.
O> Eres un tricíclope le respondía yo a mi Niña triple.
O+ ¿Cuáles son mis ojos?, ¿lo sabes tú mi Niño?
O> Tu ojo blanco, tu ojo rojo y tu ojo negro.
O+ Mi Niño, ¿me quieres?
O> ¿Qué quieres que quiera?
O+ Lo que tú quieras querer.
O> Quiero tu lengua.
O+ ¿Por qué?
O> Porque la lengua es un ojo dice el poeta.
O+ Es verdad, eso dice tu poeta. Y yo quiero la tuya.
O> Mi lengua no es mía, es de mis padres.
O+ Ya lo sé mi Niño, por eso la quiero, ven.
O> Tómala, mi Niña, te la doy porque nunca ha sido mía.
O+ Dámela y háblame con ella.
O> Bésame antes tú con la tuya, Niña.
O+ Tómala, ten.
O> Acércate, ven.
O+ Tómala. (Besándolo y abrazándolo).
O> Que dulce es. (Besándola y abrazándola también).
(Los dos permanecen un buen rato abrazados besándose).
O+ Te quiero.
O> ¿Qué quieres?
O+ Darte algo.
O> ¿Qué es?
O+ Eso, ¿lo quieres?, ¿te gusta?, ¿lo ves? (Termina el abrazo y ella se separa un poco de él. Se le muestra, lo mira, pero sin señalar nada en concreto).
O> Sí, ¿me lo das? (Mirándola a los ojos).
O+ Casi.
O> ¿Me lo dejas?
O+ No del todo.
O> ¿Nada más?
O+ ¿Quieres más?, ten.
O> Lo quiero todo.
O+ Todo es poco, y yo tengo más, ven.
O> Eso quiero, más, mucho más.
O+ Yo te quiero.
O> No es verdad.
O+ Sí que lo es.
O> No. (Sonriendo).
O+ Sí. (sonriendo también).
O> Te digo que no.
O+ Te digo que sí.
O> ¿Qué sabe una niña como tú?
O+ Mucho más que un niño como tú.
O> Pero yo quería a una Mujer, Mi Niña.
O+ También lo soy, Mi Niño.
O> ¿Sí?
O+ Soy todo eso que te doy. ¿No lo ves? (Abriendo los brazos y sin abrocharse el albornoz).
O> ¿Eso eres? (Mirándola a ella).
O+ Eso soy. Míralo bien. (Manteniendo los brazos abiertos).
O> Lo miro bien.
O+ ¿Lo ves ahora? (Los brazos de ella terminan por rodearle el cuello en un suave abrazo).
O> Lo veo, Niña, lo veo. (Dejándose abrazar y sujetándola por la cintura).
O+ ¿Y qué ves? (Abandona el abrazo y se separa de él unos centímetros).
O> El cielo.
O+ ¿El hielo? (Alejándose un poco más).
O> Del derecho y del revés. (Alejándose también).
_______________________________________________________________
O+ ¿Ya está? (Mirándolo a él).
O> Falta la música, escucha. ¿No la oyes?
¿No la oís? (Mirando al público).
O+ Hace frío, yo me voy. (Marchándose sin mirar a nadie y arrebujándose en el albornoz).
O> ¿Frío? ¿De verdad que no oyes la música? (Ella acaba de desaparecer por la izquierda)
(Solo en el escenario). ¿Nadie la oye? (Pregunta mirando al público).
No se oye nada, ni música, ni ruidos, ni toses y el público sin aplaudir se va marchando en silencio.
La sala se queda vacía y las luces se apagan.
El peletero/La joya
Obra en un solo acto y una sola escena. La coreografía está someramente apuntada, el director deberá completarla según su criterio.
Escenario simulando el salón o la habitación de una casa. Papel rosado en las paredes. Parquet, una cómoda, una silla llena de ropa. A su lado, medio escondida, algo que parece una bicicleta estática y una puerta abierta, blanca y acristalada con cristal esmerilado.
Una mujer joven sentada en el suelo maquillándose. A su lado una bolsa de alguna tienda de moda, vacía y también en el suelo, caída de lado. Ella va vestida solamente con un albornoz y zapatos muy abiertos. Parece tener el cabello mojado. Es rubia, y sus ojos son seguramente azules. En sus manos los utensilios de maquillaje.
Nos hace sonreír el espejo en forma de girasol. (Comentario del autor sin necesarias consecuencias en la puesta en escena)
Y un hombre que hasta ahora no habíamos visto, entra en escena, mira a la mujer con ternura. Se gira y se dirige al público que llena la sala.
O> Seguíamos llamándola “La Niña”, aunque ya no lo fuera. (Mirando al público y señalándola a ella).
O+ (Sin levantarse) Es notorio que ya no soy ninguna Niña. (Mirando al público).
O> Claro que no lo eres, pero llamarte así te dulcifica.
O+ (Mirándose en el espejo y maquillándose). Para mí nada cambia, yo sigo siendo la misma. (Se levanta, mira al público, se abre el albornoz y enseña su cuerpo desnudo al público). ¿Necesito ser más dulce?
O> Claro que no, es sólo un juego. ¿No te gusta jugar?
O+ Depende. (Sigue sin mirar a nadie, excepto a sí misma en el espejo).
O> ¿De qué?
O+ ¿Juegos de niños o juegos de adultos? (Mirándolo a él muy seria).
O> ¿Hay alguna diferencia? (Mirándola a ella).
O+ Depende,
O> ¿De qué?
O+ De quién juegue.
O> Tú y yo.
O+ Entonces sí, quiero jugar. (Mirando al público, abrochándose el albornoz y volviendo a sentarse en el suelo).
O> ¿A juegos de niños o a juegos de adultos?
O+ De adultos, por supuesto.
O> Empecemos entonces de nuevo.
O+ Empecemos.
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La misma descripción del principio.
O> La Niña ya no lo era, no era una Niña, aunque todos la llamaban así, “La Niña”. (Mirando al público y señalándola a ella).
O+ Me llamaban “La Niña” desde Niña, y a mí me gustaba, y a todos los demás parece que también. (Mirando, de cara al público y señalándose a sí misma desde el suelo).
O> Pero “La Niña”, que no era ninguna Niña, adornaba con muñecos de Niña su alcoba de Niña.
O+ Muñecos de peluche, de esos que nos gustan a las Niñas. (Mirando al público y levantándose del suelo).
O> “La Niña” era mi Niña, y así también la llamaba yo, “Su Niño”.
O+ Yo era “La Niña”, la Niña de todos, (Haciendo un gesto amplio con los brazos), pero además era su Niña también. (Mirando al público y señalándolo a él).
O> ¡Mi Niño, ven!, me llamaba, y llamándome me tomaba y tomándome me tenía, y teniéndome vivía.
Ella y yo.
Ven Mi Niño, ven, me decía.
O+ Ven Mi Niño, ven. No tardes, ven, que no puedo esperar, ven que me puedo morir. (Mirándolo a él).
O> Yo iba, y al ir me quedaba sin saber a dónde ir. Perdido, sin estar, sin ser y sin ver.
O+ Mi Niño, escucha, Mi Niño, mira, ¿no sabes quién soy? ¿No me ves?
O> No, no te veo. No lo sé, no sé quién eres mi Niña. (Mirándola a ella).
O+ ¿No?
O> Sin ti no veo, ni a ti, ni a cien.
O+ Soy un cíclope de tres ojos, y de tres olores y sabores. (Señalándose el centro de la frente).
O> Y ¿de tres mil colores también?
O+ Sí. Y de tres mil millones de amores.
O> Eres un tricíclope le respondía yo a mi Niña triple.
O+ ¿Cuáles son mis ojos?, ¿lo sabes tú mi Niño?
O> Tu ojo blanco, tu ojo rojo y tu ojo negro.
O+ Mi Niño, ¿me quieres?
O> ¿Qué quieres que quiera?
O+ Lo que tú quieras querer.
O> Quiero tu lengua.
O+ ¿Por qué?
O> Porque la lengua es un ojo dice el poeta.
O+ Es verdad, eso dice tu poeta. Y yo quiero la tuya.
O> Mi lengua no es mía, es de mis padres.
O+ Ya lo sé mi Niño, por eso la quiero, ven.
O> Tómala, mi Niña, te la doy porque nunca ha sido mía.
O+ Dámela y háblame con ella.
O> Bésame antes tú con la tuya, Niña.
O+ Tómala, ten.
O> Acércate, ven.
O+ Tómala. (Besándolo y abrazándolo).
O> Que dulce es. (Besándola y abrazándola también).
(Los dos permanecen un buen rato abrazados besándose).
O+ Te quiero.
O> ¿Qué quieres?
O+ Darte algo.
O> ¿Qué es?
O+ Eso, ¿lo quieres?, ¿te gusta?, ¿lo ves? (Termina el abrazo y ella se separa un poco de él. Se le muestra, lo mira, pero sin señalar nada en concreto).
O> Sí, ¿me lo das? (Mirándola a los ojos).
O+ Casi.
O> ¿Me lo dejas?
O+ No del todo.
O> ¿Nada más?
O+ ¿Quieres más?, ten.
O> Lo quiero todo.
O+ Todo es poco, y yo tengo más, ven.
O> Eso quiero, más, mucho más.
O+ Yo te quiero.
O> No es verdad.
O+ Sí que lo es.
O> No. (Sonriendo).
O+ Sí. (sonriendo también).
O> Te digo que no.
O+ Te digo que sí.
O> ¿Qué sabe una niña como tú?
O+ Mucho más que un niño como tú.
O> Pero yo quería a una Mujer, Mi Niña.
O+ También lo soy, Mi Niño.
O> ¿Sí?
O+ Soy todo eso que te doy. ¿No lo ves? (Abriendo los brazos y sin abrocharse el albornoz).
O> ¿Eso eres? (Mirándola a ella).
O+ Eso soy. Míralo bien. (Manteniendo los brazos abiertos).
O> Lo miro bien.
O+ ¿Lo ves ahora? (Los brazos de ella terminan por rodearle el cuello en un suave abrazo).
O> Lo veo, Niña, lo veo. (Dejándose abrazar y sujetándola por la cintura).
O+ ¿Y qué ves? (Abandona el abrazo y se separa de él unos centímetros).
O> El cielo.
O+ ¿El hielo? (Alejándose un poco más).
O> Del derecho y del revés. (Alejándose también).
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O+ ¿Ya está? (Mirándolo a él).
O> Falta la música, escucha. ¿No la oyes?
¿No la oís? (Mirando al público).
O+ Hace frío, yo me voy. (Marchándose sin mirar a nadie y arrebujándose en el albornoz).
O> ¿Frío? ¿De verdad que no oyes la música? (Ella acaba de desaparecer por la izquierda)
(Solo en el escenario). ¿Nadie la oye? (Pregunta mirando al público).
No se oye nada, ni música, ni ruidos, ni toses y el público sin aplaudir se va marchando en silencio.
La sala se queda vacía y las luces se apagan.
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