Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.
13. La aceleración.
La alquimia de los “humores” empieza a ser vencida por la lógica de la simple observación, la vieja medicina que se fundamentaba en el equilibrio de los líquidos del cuerpo deja paso al sentido común, el Cosmos se convierte en un reloj, -Kepler (1571-1630) y Newton (1642-1727) describirán su engranaje- y nuestro cuerpo en la maquinaria de un muñeco, un autómata.
“Lo observable era cierta relación entre aceleración y configuración: decir que esta relación entre aceleración y configuración era producida por mediación de una fuerza no era añadir nada a nuestro conocimiento. La observación muestra que los planetas tienen en todo momento una aceleración hacia el Sol, que varia inversamente al cuadrado de su distancia a él. Decir que esto se debe a la fuerza de gravitación, es simplemente decir una palabra, como afirmar que el opio hace que la gente duerma porque tiene una virtud somnífera. El físico moderno, por consiguiente, se limita meramente a exponer las fórmulas que determinan las aceleraciones y evita la palabra fuerza por completo. La fuerza fue el extraño fantasma del punto de vista vitalista en lo que se refiere a las causas de los movimientos y, gradualmente, ha sido exorcizado el fantasma”. (Historia de la filosofía occidental. Tomo II, Desarrollo de la ciencia. Capítulo VI. Bertrand Russel.)
El maquinismo del siglo XIX todavía está lejos, pero en los artilugios de Leonardo (142-1519) entrevemos ya una voluntad humana que se ejecuta gracias a la mecánica del Universo. En ella hallamos buena parte de los argumentos reformistas y luteranos en forma de predestinación y en la negación del libre albedrío donde el azar es una maldición, una especie de fatalismo ontológico y también epistemológico: todo es todo lo que se puede conocer.
La Reforma y la Contrarreforma pusieron encima de la mesa tres hechos básicos: el poder, la libertad y ese azar que no podemos comprender, una tríada que todavía es motivo de controversia y que llena muchos libros, periódicos y discursos, amén de innumerables páginas de Internet, auténtico muro de las lamentaciones de nuestra contemporaneidad.
La Europa de la Reforma rechazó el Imperio de Roma, no aceptó que el Sumo Pontífice fuera al mismo tiempo el jefe del poder político, y no lo contrario. En su lugar eligió al Príncipe cercano y próximo para investirlo como cabeza de la Iglesia local.
“El aspecto importante del protestantismo fue el cisma, no la herejía, pues aquél condujo a las Iglesias nacionales y las Iglesias nacionales no eran bastante fuertes para controlar al Gobierno secular. Esto fue en su totalidad una ganancia, pues las Iglesias, en todas partes se opusieron prácticamente cuanto pudieron a toda innovación que procurara un aumento de felicidad o de saber en la Tierra”. (Historia de la filosofía occidental. Tomo II, Desarrollo de la ciencia. Capítulo VI. Bertrand Russel.)
La relación entre Dios y las personas cambió con Lutero (1483-1546) y Calvino (1509-1564) que retomaron viejas ideas de San Agustín (354-430) para el que sólo importaba la fe y no las obras que las personas pudieran realizar en el transcurso de su vida, para ellos el azar no existía pues todos estamos predestinados desde el mismo momento de nuestro alumbramiento sino antes, así pues no es necesario esfuerzo al ser la salvación debida a la gracia y no a merito alguno. Ignacio de Loyola (1491-1546) se opuso, no entendió que la moral, y sus dilemas, quedaran reducidos a ese esquema tan simple. El fundador de los Jesuitas salvó el libre albedrío.
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“La tendencia a pasar desde la empresa de tipo artesano que trabaja con un capital relativamente pequeño, a la gran industria, y del comercio con mercancías a los negocios financieros, ya se puede observar desde muy pronto; adquiere la supremacía en los centros económicos italianos y flamencos a lo largo del siglo XV. Pero el quedarse anticuada la pequeña industria artesana por la gran industria, y la independización de los negocios financieros del comercio de géneros sólo acontecen hacia los finales del siglo. El desencadenamiento de la libre competencia lleva, por una parte, a terminar con el principio corporativo; por otra, al desplazamiento de la actividad económica a terrenos siempre nuevos, cada vez más alejados de la producción. Los pequeños negocios son absorbidos por los grandes, y éstos, dirigidos por capitalistas que se dedican cada vez más a los negocios financieros. Los factores decisivos de la economía se vuelven cada vez más oscuros para la mayoría de la gente, y cada vez más difíciles de gobernar desde la posición del común de los hombres. La coyuntura adquiere una realidad misteriosa, pero por ello, tanto más implacable; pesa como una fuerza superior e inevitable sobre la cabeza de los humanos: Los estratos inferiores y medios pierden, con su influencia en los gremios, el sentimiento de seguridad; mientras tanto los capitalistas no se sienten más seguros. No hay para ellos, cuando se quieren detener, ningún reposo; pero según van creciendo, se van metiendo cada vez en un terreno más peligroso. La segunda mitad del siglo presencia una interrumpida serie de crisis financieras; en 1557 hay la bancarrota del Estado en Francia y la primera en España; en 1575, la segunda en España. Estas catástrofes no sólo sacuden los cimientos de las casas comerciales principales sino que significan la ruina de infinitas existencias menores.
El grande y tentador negocio es la transacción de los empréstitos estatales; pero dado el exceso de deudas de los príncipes, es a la vez el más peligroso. En el juego del azar participan ampliamente además, además de los banqueros y de los especuladores profesionales, las clases medias, con sus depósitos en las bancas y sus inversiones en las bolsas, nacidas a la vida hacía poco. Como el numerario de los diversos banqueros resultaba insuficiente para las necesidades de capital de los monarcas, se comenzó entonces a utilizar, para conseguir créditos, el aparato de las bolsas en Amberes y Lyon. En relación con estas transformaciones se desarrollan todas las formas posibles de especulación bursátil: el comercio de efectos, los negocios a plazo, el arbitraje, los seguros. Todo el Occidente es envuelto por un clima bursátil y una fiebre de especulación que todavía se acrece cuando las sociedades de comercio transoceánico inglesas y holandesas ofrecen al público la oportunidad de participar en sus ganancias, a menudo fantásticas. Las consecuencias para las grandes masas son catastróficas; el paro relacionado con el desplazamiento del interés desde la producción agrícola a la industrial, la superpoblación de las ciudades, la subida de los precios y el mantenimiento de los bajos salarios se hacen perceptibles en todas partes.
(...)
Pero es característico de la sociología de la Reforma el hecho de que el movimiento tuvo su origen en la indignación por la corrupción de la Iglesia, y que la codicia del clero, el negocio de las bulas y los beneficios eclesiásticos fueron la causa inmediata de que se pusiera en movimiento. Los oprimidos y explotados no querían renunciar a la idea de que las palabras de la Biblia que hablaban de la condenación de los ricos y hacían promesas a los pobres se refirieran sólo al Reino de los cielos. Pero los elementos burgueses que hacían con entusiasmo la guerra contra los privilegios feudales del clero no sólo se retiraron del movimiento tan pronto como consiguieron sus fines propios, sino que se opusieron a todo progreso que hubiera perjudicado a sus intereses en beneficio de los estratos inferiores. El protestantismo, que como movimiento popular comenzó sobre una ancha base, se apoyó principalmente en los señores territoriales y en los elementos burgueses. Parece que Lutero, con verdadero olfato político, juzgó tan desfavorablemente las opiniones de las clases revolucionarias que poco a poco se puso totalmente de parte de aquellos estratos cuyos intereses estaban enlazados con el mantenimiento del orden y la autoridad. Así, pues, no sólo dejó a las masas en la estacada, sino que excitó a los príncipes y a sus seguidores contra “las mesnadas asesinas y rapaces de los campesinos”. Evidentemente quería a toda costa guardarse de toda apariencia de tener algo que ver con la revolución social.” (“Historia social de la literatura y el arte” Guadarrama 1969. La época de la política realista, Arnold Hauser, Temesvár, Hungría, 8 de mayo de 1892 – Budapest, 28 de enero de 1978)