jueves, 2 de octubre de 2008

El peletero/Cristian Dior



3 Febrero 2007

Christian Dior recolocó todas las piezas que conforman el cuerpo femenino en el lugar que les corresponde. Lo reordenó de tal manera que consiguió que las piernas sustentaran el tronco, que en su parte inferior estuviera la cadera, con su vientre delante y sus nalgas detrás, luego la cintura, el estómago, el pecho y los hombros. Que de ellos salieran los brazos y que sostuvieran también la cabeza. Exactamente igual que la distribución que las mujeres tienen al nacer.

El cuerpo del hombre tiene tres anclajes que lo sujetan al suelo, las mujeres cuatro. Esos amarres los retienen impidiendo que alcen el vuelo, o peor, que las partículas que conforman su masa corporal, se volatilicen como el polen de las flores.

Los del hombre son: la cabeza, los hombros, y la cintura, justo cinco centímetros por encima de la cadera. A la mujer le hemos de añadir el de los pechos. Que ellas posean un asidero más y que sus caderas sean más pronunciadas, indica claramente su condición terrenal poco propensa a los desvaríos etéreos. Aunque ensoñadoras y curiosas, ellas no llegan a indagar qué hay más allá del horizonte.

Esa morfología, aunque menos musculosa, las compacta más. El cuerpo del hombre puede ser dibujado, las mujeres se esculpen solas. Gastronómicamente hablando, pues las mujeres también son seres comestibles como todo el mundo sabe, no son una sopa ligera, son un caldo espeso, seguramente de tubérculos. Esos interesantes vegetales-topo nos indican sin retórica que la propensión femenina fundamental es la espeleología. Tal vez por eso las profesiones en las que más destacan son la psicología y la medicina, especialmente la psiquiatría y la cirugía. Las estadísticas también afirman que son muy hábiles en la ingeniera de minas y túneles. En esas profundidades demuestran ser excelentes excavadoras de cuerpos y de almas. Y para hacerlo, y hacerlo conforme como ellas lo hacen, se necesita tener muy bien amaestrada la capacidad de prestar atención a una sola cosa. Eso que se llama “efecto túnel” y que experimentan los ebrios, los moribundos y los enamorados.

Christian Dior, tal vez por ser homosexual, o al menos por ser soltero como Balenciaga, o por ambas circunstancias al mismo tiempo, tuvo la suficiente sensibilidad para darse cuenta de todas esas cosas por sí sólo, sin necesidad de tener que escuchar las opiniones de los demás y mucho menos las de las propias mujeres, que ignoran sin saber que lo ignoran, los pormenores de su condición. Esa es una circunstancia que no las desmerece en absoluto, todo lo contrario, pues es un requisito fundamental para afrontar la responsabilidad de dar a luz a través de esas anchas caderas que Christian Dior supo mirar y pensar tan acertadamente.

La cintura es el centro de gravedad visual y estético del cuerpo humano. Las mujeres presentan más desarrollada que los hombres esa modulación anatómica. En ella, el ombligo se convierte en el “ónfalos, la yema a la que se accede a través de los orificios corporales y la coronilla craneal. A lo largo de la historia ese centro de gravedad ha sido alterado por convenciones culturales y prejuicios morales y estéticos, desplazándose a través de la anatomía humana hacia arriba o hacia abajo, anclándose, según el caso, en cada uno de los descansillos que va encontrando la mirada. La importancia poética y fisiológica de ese plexo llamado cintura, queda demostrada también en los artilugios mecánicos que, a modo de armaduras medievales, llegaban a modelar seres más cercanos a los cyborgs o robots que a las bellas hembras de nuestra especie. Miriñaques, crinolinas, polizones, corpiños, cotillas y fajas, que elevaban pechos, aumentaban las caderas y constreñían la cintura hasta extremos tan imposibles como lo hacen hoy los implantes y arreglos de la cirugía estética, de una belleza y sensualidad igualmente estereotipadas.

Los burkas, los pañuelos, las mantelinas, todas ellas y otras, reposan en la cabeza, como los sombreros y turbantes. Las capas y las túnicas en los hombros. La “moda imperio” que vistió a la corte de Napoleón, descubrió el pecho como la plataforma ideal para descolgar el peso formidable de un bello y etéreo vestido de gasa. Las faldas y los pantalones naturalmente surgen de la cintura, desde ella se proyectan y de ella obtienen su carácter y personalidad.

La cintura, es el lugar donde se produce la inflexión formal, el rasgo característico de la silueta del ser humano. Es aquello que nos permite reconocer el perfil de nuestra sombra y así saber que ella es nuestra y no pertenece a otro ser. Este descubrimiento es tan importante como el reconocimiento de sí mismos que hacen los humanos y alguna que otra especie animal frente al espejo. Lo que no sabemos todavía es si éstos son capaces de reconocer su propia sombra o se asustan de ella como “Bucéfalo”, el caballo de Alejandro.

Hemos dicho que la cintura es una marca de fábrica del homo sapiens, y la de las mujeres demuestra de forma científica su ventaja frente a la de su pareja masculina. La dispersión emocional y la euforia descontrolada que el mundo vivió en el periodo de entreguerras, los denominados “felices años veinte”, produjo una deformación patológica en esta cintura femenina que consistió en colocar el centro de gravedad por debajo de las nalgas, a medio camino del pubis y las rodillas. Los mismos movimientos del “Charlestón” son una consecuencia directa de tal despropósito.

La guerra y sus necesidades vitales masculinizaron la moda femenina, militarizando los vestidos y ensanchando los hombros. La civilización hubo de esperar al final de la contienda para ver aparecer un genio que, aunque gordo y físicamente más parecido a una pera que a una zanahoria, supo ver con sus ojos privilegiados el orden de las cosas visuales, que es como decir del mundo entero. Christian Dior, desde París, inventó el “New Look”, lo cual demuestra sin embargo, que no era perfecto, pues si bien sabía vestir y mirar a las mujeres, no sabía poner nombres a la cosas y dejó que Carmel Snow, la directora de la revista norteamericana Haper’s Bazaar, bautizara su invento con un neologismo que hizo fortuna.

Christian Dior fue un “hombre-mujer”, particularidad tan prometedora y fértil, como también lo fue Coco Chanel, una auténtica “mujer-hombre”, pero ésa es ya otra historia.