lunes, 7 de julio de 2008

El peletero selecto



15 de julio de 2006

Eran treinta y seis las pieles de visones escandinavos machos de color “diamante negro” que necesitaba para hacer el abrigo. Allí encima tenía cerca de quinientas. De entre todas ellas había de escoger las treinta y seis. No sería difícil. Cinco para cada manga, dos para el cuello y veinticuatro para el cuerpo. Cada una de ellas tenía alrededor de sesenta centímetros de largo, sin incluir cabeza, ni cola.

Tenía que confeccionar un abrigo de ciento veinte centímetros de largo, medidos en el centro de la espalda, dobladillo incluido. Ese largo significaba que tenía que realizar cincuenta cortes en cada piel del cuerpo. Alargar en cada corte un centímetro, excepto en la cabeza que serían de un centímetro y dos milímetros. En la cruz, de medio centímetro y en la culata, de un centímetro y medio.

Al peletero selecto lo que le gustaba era cortar a pulso, pero hacía años que no practicaba con la “cuchilla”. Ahora había máquinas que sustituían a las manos. El corte con ellas era perfecto, rápido y sin titubeos.

Pensaba hacer un abrigo recto con un cuello solapa. Sin cruzar y con poco vuelo. Las mangas sin puños y el forro de seda carmesí. La mujer era un poco menuda y quería un abrigo hasta los tobillos, sencillo y austero. El único adorno sería un cinturón de cuero también negro, muy largo y muy estrecho, para anudárselo y sentirlo aun más próximo en días de mucho frío.

Una mujer bonita, no muy alta y extraordinariamente alegre. Delgada, morena, pálida, pelo corto y cara pequeña. Buenos labios y poco pecho, el suficiente para la arquitectura del abrigo. Los ojos grandes y también negros. Hemos dicho que los ojos eran grandes y negros y no hemos añadido que eran bonitos porque no lo eran, aunque nadie se los veía porque siempre los ocultaba tras unas gafas de sol. La mujer era ciega y su desviada mirada desfiguraba todo su rostro y le robaba su personalidad. En cambio, con sus gafas era todo otra cosa, enigmática, interesante, secreta.

La clienta de nuestro peletero selecto era guionista y locutora en un programa radiofónico de escasa repercusión y nula popularidad. Su corta audiencia y poco éxito la fue trasladando y recluyendo a esquinas cada vez más difíciles de la parrilla radiofónica. Aprisionada entre grandes programas de éxito el suyo parecía empequeñecerse cada vez más. Desde aquel rincón del reloj hacía su trabajo para quien quisiera oírla. Cada vez eran tan pocos que la emisora estaba ya cavilando que además de ciega la podía convertir en muda. Ella lo sabía y ante el posible despido no se le ocurrió otra cosa que hacerse un abrigo de visón. Hubierais tenido que verla acariciando y oliendo las pieles y tratando de recordar la suavidad y el olor de los visones del abrigo de su madre.

Iría a recoger el finiquito si se daba el caso, bien vestida y elegante. Y luego, con algún buen y fiel amigo y, ya que aun no era sorda, iría a escuchar música en directo en algún lugar tranquilo y confortable donde hubiera poca gente, y donde también hubiera poca luz.

Una vez cortadas y cosidas todas las pieles, cada una de ellas y entre si, había que aplanar las costuras, mojarles el cuero con agua y clavarlas, estirando a lo largo, a favor del pelo y dándoles la forma que indica el patrón. Dejarlas secar sin que les tocara el sol, pasarles la madera. Desclavarlas, marcar el patrón encima y recortar. Una vez recortada cada pieza también según señala el patrón, y... Muchas cosas más hasta tener el abrigo listo y terminado. ¿Te gusta?