martes, 14 de diciembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (68)



Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

68. La emancipación de las masas.

El siglo XX nos demuestra una verdad dolorosa y singular, y una profunda e irreparable decepción a tanto esfuerzo mental y moral que, desgraciadamente, la democracia liberal tampoco ha sido ni es capaz de remediar superada por los acontecimientos que su propio éxito ha generado. 

La verdad no es otra que una triste evidencia, la deseada, querida y buscada emancipación de las masas es un fracaso, un absoluto fiasco, una nefasta y cruel utopía, y que, llegado el momento, termina siempre por convertirse en una distopía sangrienta y asesina. ¿Deberemos implantar la República de sabios de Platón?

Desde las fuentes del Nilo hemos recorrido un largo trecho, en él ha habido de todo aunque cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que el camino apenas acaba de empezar. Poco hemos aprendido todavía, excepto saber que los errores siempre se repiten. 

Muchos han querido fabricar la obra de arte total que explicara y contuviera el mundo de una sola vez, pero ése es siempre un viejo anhelo romántico y fascista abocado al permanente fracaso.
Al final, la libertad y sus corolarios, el Arte entre ellos, no son más que una simple consecuencia de la Razón de Estado y no al revés. 

El mundo sigue y seguirá poblado hasta su final por esbirros, por dueños y por esclavos, por clientes y por sus prostitutas. 

De entre todos ellos no diremos que las últimas son las mejores porque no sería cierto, y como no lo diremos nos callamos aunque afirmamos que son las que más nos gustan porque con ellas el trato es claro, “dime que me quieres aunque sea mentira”. El que nunca haya pagado o cobrado por sexo que levante la mano, así sabremos quién es el mentiroso.

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68H
-“Querido Víctor, hay mucha gente que ha perdido las manos, por culpa de accidentes o enfermedades se las han debido de amputar. 

A mi me gusta imaginar que las mías siguen pegadas a la pieles que tocaron, allí continúan invisibles, acariciando todavía aquellos cuerpos.

Muchos han perdido las suyas, sólo hay que fijarse un poco, estar atento y buscarlos por entre la gente normal, esa que aparenta tener dos manos y diez dedos aunque no siempre bien repartidos. 

Cuando veas al primer manco irás encontrando a los demás, no son mayoría, pero muchos esconden el brazo amputado por un extraño pudor, disimulan su condición, no quieren parecer seres incompletos. Lentamente emergerán, sabrás reconocerlos tras esas mangas vacías metidas en los bolsillos y te sorprenderá ver que cada día que pasa son más numerosos. 

Yo soy una de ellas desde que te fuiste, al marcharte, te las llevaste pegadas a tu piel y todavía no me las has devuelto. Sí que me tocaste, eres un mentiroso engreído y presuntuoso, no quieres reconocerlo, sabes tan bien como lo sé yo que me tocaste”. (La madeja. Cartas a un amigo.)
 
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68H
-“La semana pasada, querida Verónica, vi a Freeman, cenamos juntos y me habló, una vez más de su familia. “El eco, me dijo, termina siempre por desvanecerse como si fuera un grito. El rugido de terror se va con el pasado, con él se marcha, pero yo todavía oigo el de esas muertes y con ellas moriré también, concluyó flemático”.

Las palabras de mi amigo eran melodramáticas, pero me hablaba como si viera llover, como si todavía no se hubiera desprendido del estupor y de aquella indiferencia que adquirió en su niñez, que no era más que una falsa apatía, un mecanismo de defensa, a la que lo obligó la necesidad de sobrevivir en aquellos campos. “Ya nada importa porque los asesinos regresarán como lo hace la lluvia, no te quepa la menor duda de ello”, me alertó solemne. “Cultos o analfabetos, elegantes o zafios, refinados o rudos, volverán con los cuchillos de matarife en la mano prestos para la nueva matanza”. (El hilo. Cartas a una amiga.)