martes, 18 de octubre de 2011

El peletero/Fusco (1 de 3)



1.
Cuando te licencias del ejército debes de incinerar a los últimos muertos en combate, lavarlos con tus propias manos y llevar la tea que ha de quemar su pira; es un servicio que los oficiales prestamos a nuestros soldados en gratitud por su servicio, entrega y obediencia, es un símbolo que quiere escenificar sumisión y una promesa, que moriremos por ellos igual que lo han hecho por nosotros.

Siempre me han gustado los actos fúnebres, la pompa y las plañideras, ya sé que a estas liturgias las reviste el ritual que no necesita ser sincero, pero no debemos buscar en ellas la franqueza porque son otra cosa muy diferente, quizá la repetición y escenificación de algo que olvidamos fácilmente, un acompañamiento que terminará en abandono; la verdad, sin embargo, es esquiva y habita únicamente en los corazones de cada uno, en nuestros hígados y estómagos y en la punta de las espadas que matan o salvan.

Aprecio la demostración pública de afecto a pesar de ser hipócrita, me gusta rendir honores a quien se los merece y también a quien no, porque en realidad nos honoramos a nosotros, los vivos, los muertos son un mero pretexto para compadecernos de nuestro futuro. A los dioses hay que servirlos aunque únicamente pueblen nuestros sueños y duermevelas, en ellos nos vemos igual que en los espejos, al revés, y queremos pensar, necesitamos creer, que en su mano está darnos, o no, un poco más de tiempo.

Así me he comportado, los he lavado y los he incinerado a todos, igual a mis soldados que a mis dioses porque no son unos menos que los otros. Al final de la ceremonia, con los llantos, los sermones y las brasas todavía ardiendo, hemos simulado unos juegos helenos y un banquete etrusco con nuestras esclavas, para acabar llorando borrachos como los griegos cuando se ponen melancólicos, procurando que el vino endulce nuestra tristeza y no convierta la alegría en un sin sentido.

Quizá por ello me he traído de regreso a Sexta, una prostituta que nos ha atendido bien durante toda la campaña asiática. Nos la hemos disputado seis, de ahí su nombre, sus más fieles y asiduos. Los dados que hemos echado sobre su túnica me la han entregado para que regrese conmigo, Marco Emilio Fusco, a casa.

Sexta es la tercera mujer que me ha visto llorar, antes sólo lo habían hecho mi madre y mi nodriza. A veces no puedo mirarla a los ojos, aparto la vista y aunque me muero evito el gemido y el grito, me trago el goce y el encanto. 

Seguro que ha contemplado sollozar a muchos otros antes que a mí.

Fusco, me dice triste y compungida igual que si recitara una salmodia, a penas soy un fantasma que vive entre tus pesadillas y tus temores, en los sueños puedes matarme, hazlo, hunde tu espada en mi corazón, búscalo en mi vagina, ábrete paso a su través, rasga mi vientre para que salgan las heces por él como si fueran los hijos que nunca pariré, no te mancharán, soy un sueño, un deseo, carne macerada de jabalí.

He llegado a casa con ella y a los pocos días mi padre me ha puesto al corriente de las últimas novedades y de lo que ahora espera de mí, su único hijo vivo.

Agripina, la esposa con la que debías casarte, me ha dicho, la niña que elegimos para ti nada más nacer, falleció hace un año atropellada por un carro de bueyes, las ruedas y las patas de los animales le rompieron los huesos y le aplastaron el corazón, los ojos se los cerró su propia madre, Paula Furia Prócula, que ya sabes que es viuda, ¿lo recuerdas?, su esposo murió de fiebres nonagenario hace quince años. Debes ahora casarte con ella, así lo hemos acordado en un nuevo contrato, no tiene a nadie en el mundo aparte de una buena dote que mal le administra su hermano, Cneo, también viudo, sin hijos y muy mal jugador.

En realidad no recordaba casi nada, ni de Agripina ni de Prócula, su madre, ni tampoco que debía casarme con alguien.

Sus cincuenta años no creo que sean para ti ningún inconveniente, al menos aún no, me ha dicho mi padre, como tampoco la fama de sus esclavos que la atienden igual que a una reina etrusca, nos conviene que al final sus bienes terminen en nuestra casa y alimenten a los nuestros, no puede ya tener más hijos y en este caso ello es una ventaja para nosotros y tus sobrinos, los futuros señores del patrimonio Emilio.

Su hermano ha contraído deudas de juego, y sus acreedores forman ya con éxito toda una tropa de mordaces que lo persigue con canciones jocosas y burlas y que hacen su vida imposible. El contrato que hemos firmado consiste en pagarle las deudas, antes de que sea demasiado tarde y lo pierda todo, a cambio de su patrimonio y de su hacienda, nuestros clientes se encargarán, con su diplomacia habitual, de alejarlo de los dados, aunque no tendrá ya nada que jugarse no nos interesa su mal nombre, y si no lo consiguen lo matarán. 

A mí los dados me habían entregado a Sexta, un cinco más uno todavía suman seis a día de hoy, una prostituta barata, cuartelaria, y ahora mi padre me adjudicaba a Prócula, una patricia sin sostén, en un trato de conveniencia que he estado a punto de rechazar para alistarme de nuevo en las legiones de Pompeyo, pero si hubiera tomado tal decisión habría perdido también las tierras públicas que el Senado ha entregado como paga a sus veteranos licenciados, y eso, mis codiciosos sobrinos no me lo habrían permitido. De mi padre dicen que ha hecho bien las cosas no aceptando más invitados en su mesa que comida hubiera, de joven tuvo tres hijos varones que levantó del suelo en señal de aceptación, y expuso a otros dos y a una hija dejándolos morir en el basurero que había detrás de la casa, alguien recogió a la niña, no supimos nunca quién fue. Mis dos hermanos murieron más tarde en la guerra, quedando yo como único heredero testado. Hubiera podido adoptar hijos, pero mi carácter no se siente vinculado con los esfuerzos que requiere mantener una estirpe.