lunes, 16 de junio de 2008

El peletero transexual



6 de junio de 2006


La peletería es un asunto especialmente de y para mujeres. No sólo la mayoría de clientas son hembras, también hay muchas de ellas que son excelentes profesionales, artesanas, diseñadoras, patronistas, comerciantes, granjeras, directoras, consejeras delegadas o curtidoras.
Todos los talleres y tiendas de peletería están siempre llenos de mujeres. Desde buenas cortadoras o costureras -lo que nosotros llamamos “maquinistas”- hasta forradoras y las mejores dependientas. Desde la dueña hasta la más humilde empleada o aprendiza.

La peletería es un universo de mujeres, con sus hábitos, estilos, cadencias y perfumes. La mujer es un ser sobrado y duramente especial, y la peletería es un mundo delicado y morbosamente extraordinario. La suma de ambos deja una marca indeleble, permanente y suave, ni dolorosa, ni tampoco incolora ni insípida. Esa unión es cálida y confortable como lo son las mujeres, o resulta esquinada y con un filo peligrosamente cortante como también lo son las mujeres. En cualquier caso, el resultado nunca es invisible ni deja a nadie indiferente.

En este soñado y magnífico harén a los hombres sólo nos queda la posibilidad de ser los amos o los eunucos. Naturalmente, cada cual se las arregla como puede, incluso algunos son capaces de llegar a la categoría de compañeros.

J.C.N. no supo si podía estar contento o triste. Su amor era correspondido (¿correspondido?), y después de la lógica estupefacción inicial logó superar el prejuicio físico. Era un hombre ya mayor al que no podía serle fácil sobreponerse a la mezcla de extraño deseo con la aversión irracional.. No le fue fácil, pero lo consiguió para gran sorpresa y satisfacción suya.

Lo que sí le costó fue superar el prejuicio social que había franqueado. El moral fue el más fácil de dejar tras de sí.

Todos sabían que su amante era medio mujer y medio hombre. O digámoslo correctamente, era un hombre hormonado que no pensaba hacerse la operación definitiva de cambio de sexo. Le gustaba ese medio estar. Decía que desde “su” centro veía las cosas más claras y más equidistantes. Afirmaba que vivía en una atalaya. Bien, hay que ser eso que ella era para saberlo. Lo que sí era, es una magnífica patronista. De cualquier dibujo o diseño sacaba el patrón perfecto. Los abrigos caían de acuerdo con la ley de la gravedad y se movían según la brisa que hacía en cada momento. Esta mujer era una pieza insustituible, fundamental y valiosa en el taller de J.C.N., y además ahora lo era en su propia vida.

El secreto a voces de su amor, naturalmente no pasó jamás desapercibido. No era posible esconderlo. De él se burlaron los que le tenían envidia. Unos pocos le respetaron y así también se respetó J.C.N. a sí mismo.

La peletería es un asunto de mujeres, a veces también de hombres y en ocasiones muy especiales de seres peculiares, extraordinariamente bellos y misteriosos.