sábado, 6 de junio de 2009

El peletero/Augustus y Fidelius (El amor no consumado) (1 de 2)


15 Mayo 2008

-Querido padre, ¿has leído “Los blogs apócrifos” de El peletero?

-Sí, Fidelius, los he leído.

-¿Todos ellos?

-Sí, todos.

-¿Y qué te han parecido?

-Bien.

-¿Sólo bien?

-¿Y tú?, ¿los has leído, hijo?, ¿te han gustado?

-Responde tu primero, padre.

-¿Has leído además los comentarios, Fidelius?

-Sí, pero responde.

-Parecen personajes maltratados, fracasados, solos. Todo en ellos es lamento y miedo.

-¿Solamente son eso, padre?

-Sin duda son más cosas.

-¿Qué más cosas son?

-Quizás apenas haya que decir que encontramos a cuatro mujeres alrededor de unas cartas, y que el autor de ellas es muy posible que tenga la nariz todavía más enorme que la de Cyrano y casi tan larga como la de Pinocho.

-¿Crees que todo es mentira y falso?

-Esa no es una pregunta literariamente pertinente.

-Ya lo sé, padre. ¿Pero esa relación epistolar que se describe es literariamente falsa o verdadera? ¿El autor de las cartas engaña a su destinataria? ¿Es engañado por ella? ¿Qué es lo que tanto les gusta a esas mujeres de esas cartas? ¿Lo sabes, padre?

-Querido hijo, yo solamente sé que en esta vida la única cosa cierta y que no es motivo de opinión es que, como afirma el fundador de los hoteles Hilton, la cortina de la bañera debe de caer por dentro de ella y no por fuera. Todo lo demás es opinable.

-Augustus, siempre te complaces en el sarcasmo. ¿No quieres responder a mi pregunta?

-En el sarcasmo “elegante”, Fidelius, “elegante”.

-Sí, claro, elegante, pero hablábamos de amor, ¿no?, de mujeres enamoradas, ¿no? ¿Quieres responder?, ¿sí o no?

-Hablábamos de personas enamoradas. También de un hombre, de José, parece que los hombres ya no existan. Pero querido Fidelius, el único amor que yo conozco, aparte del tuyo y el mío, es el amor no consumado. No puedo responder eso que me preguntas porque no sé cómo hacerlo.

-Entonces, si me permites, hablaré yo usando palabras de otro.

-¿De quién?

-En este caso de otra, de la antropóloga Déborah Puig-Pey. Has empezando hablando de fracasos, de soledades y de miedos. Todos esos personajes “apócrifos” parecen muertos, se aman los unos a los otros y apenas dejan su aliento marcado en un espejo.

-No tan muertos, hijo, dejan algo más que un vaho en un cristal.

-¿El qué?

-Unas palabras escritas. ¿Qué dice tu antropóloga?

-No es “mi” antropóloga, y es un texto aparecido en “El País” el domingo 13 de abril pasado. El periodista que firma el artículo, Joan Carles Ambrojo, dice:

“En opinión de la antropóloga y escritora Déborah Puig-Pey, ha aumentado el desajuste entre el ideal de pareja y la realidad. “La educación sentimental se basa en el modelo romántico, contradictorio con otros modos de pensar la vida social. La relación de pareja, que es también una relación social, se sigue esperando de ella reciprocidad, sentido, duración, gratuidad. Sin embargo, estas características, que no se esperan del mundo del trabajo o de la política, en la pareja quedan aisladas fuera de contexto, y parecen heredar los mecanismos contrarios: se desarrollan como relaciones de dominio en privado”. Estos enlaces tóxicos se producen “porque son un espejo de todo lo que hemos aprendido de nosotros mismos a través de nuestras relaciones humanas”, añade Puig-Pey.

A pesar de los cambios sociales que se han producido en los últimos años, entre ellos los matrimonios entre personas del mismo sexo o la tendencia hacia una sociedad erotizada, “continúa existiendo un ideal de pareja estable y la exigencia de fidelidad sexual ligada a la fidelidad amorosa sigue siendo igual de fuerte” dice Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad autónoma de Madrid.

Uno de los problemas en el mundo del amor, sigue la antropóloga, es que se ha caricaturizado el ideal electivo o el derecho a elegir libremente la pareja, incrementándose las razones de mercado: “La relación es más tóxica si la pareja se ha formado por una cuestión de prestigio (el dinero, el estatus, el físico) porque es una relación sometida a elementos altamente variables, consumibles e incontrolables.

-¿Qué te parecen sus palabras, padre?

-Que tiene razón la señora Puig-Pey, Fidelius, pero se equivoca en los “elementos de elección”, todos son “fungibles”, sean esos los que sean.

-¿Por qué han de serlo?

-Porque estamos hablando de cuatro cosas diferentes. El enamoramiento, la convivencia, el matrimonio y el amor. Además, los elementos de “prestigio” son tan legítimos como cualquier otro, al fin y al cabo todos son de prestigio. Lo contrario es “casi” una contradicción en los términos.

-No te entiendo.

-Uno puede elegir una pareja de “prestigio” sin estar enamorada de ella. También puede enamorarse de alguien que no le aporte ninguna clase de prestigio económico, social, cultural o sexual. Pero lo más normal es que los “elementos de prestigio” enamoren, para eso están, para eso sirven, para enamorar. Todos ellos, por separado o juntos, y todo el mundo es vulnerable a su influjo. ¿Ser inteligente no enamora?, ¿ser bello tampoco?, ¿y sabio?, ¿y ser rico?, ¿y el poder o tranquilidad que comporta esa riqueza?, ¿no enamora también? ¿O la listeza y habilidad para conseguir dinero?, ¿la simpatía?, ¿pintar un cuadro, cantar una canción? ¿Ser un buen padre o una buena madre no es un buen elemento de elección? La edad también lo es, una pareja muy joven o muy mayor otorga prestigio según por dónde la pasees. Prestigio y seducción son dos aspectos que forman parte del mismo fenómeno, como el dinero y el sexo, “El-Peletero” lo resalta continuamente, ambas cosas son lo mismo. Siempre hay que recordarlo, las personas necesitan olvidarlo constantemente para sentir y creerse que son bondadosas y que se merecen el cielo. Después, cuando tu pareja pierde la belleza o se arruina, desaparece el amor, ¿cómo ha sido?, ¿qué ha sucedido?, ¿quién mató al lobo? Nadie, se murió solo, cuentan todos.

-¿Por qué tienen esa necesidad de negar eso que los impele a enamorarse?

-Por ese malentendido que muy acertadamente señala la señora Puig-Pey, por ese desajuste entre el ideal romántico de pareja y la realidad que marca la biología y la psicología humanas.

-Estás muy seguro.

-Yo no estoy seguro de nada, Fidelius, pero… ¿recuerdas el cuento de La Cenicienta?

-¿La que siempre andaba entre cenizas?, sí, claro que lo recuerdo.

-En catalán “La Ventafocs”, en inglés “Cinderella”, en francés “Cendrillon”, en alemán “Aschenbrödel”, en italiano “La Cenerentola”. Es un viejo cuento oriental sobre el ascenso social a través del amor. El amor sirve para muchas cosas, también para ascender socialmente.

-No sé que decirte, padre.

-Yo sí sé que decirte, te hablaré de un psiquiatra italiano. Y lo haré porque en “Los blogs apócrifos” hay algo que vale mucho la pena resaltar y que es un artificio absolutamente humano.

-¿Qué es?

-La relación epistolar como uno de los más bellos símbolos del diálogo y de relación entre seres humanos.

-¿Eso que hacemos tú y yo?, ¿conversar?

-Eso precisamente, querido hijo. Hablar y conversar, utilizar los verbos, los sustantivos, los adjetivos y los adverbios. El 8 de marzo pasado, Vicente Verdú, en el País nos hace una interesante reseña de una conferencia realizada en la Universidad Complutense de Madrid por Eugenio Borgna, catedrático de la Clínica de las Enfermedades Nerviosas en la Universidad de Milán. En ella cuenta algo que todos sabemos, pero que también olvidamos con demasiada frecuencia y rapidez: el valor terapéutico de la conversación y el coloquio. Afirma que “en el mutuo ejercicio del habla, cada sujeto se libera de su cerco y llega a comprender que su mal no consiste en un acoso diseñado para dañarle, sino que forma parte de una sevicia general del pueblo, de la ciudad o de todo el planeta humano”.

-Recuerdo ese artículo, padre. Pero me pareció absurdo y una tonta tautología calificar a eso de “psiquiatría emocional”, ¿no?

-Es un calificativo “comercial”, sin duda.

-Está bien que diga que “acentúa el valor del lenguaje emotivo”, pero no es necesario afirmar que “enfatiza el espacio del alma”.

-Cada vez te pareces más a mí, pero es de justicia resaltar, como él lo hace, que: “una infinidad de mujeres que meriendan juntas en las cafeterías del mundo, de sus tertulias se derivan confortamientos espirituales nunca igualados por la farmacopea o la religión”.

-¿Los hombres no somos así, padre? ¿No conversamos?

-Conversamos, pero de otra manera.

-¿Cómo?

-No hablamos de nosotros, mejor dicho, sí, hablamos de nosotros, del grupo, de lo que no hablamos es del “yo”. No hablamos de nosotros mismos frente a los otros miembros del “club”, de la banda, de la tropa. Borgna habla de una “desertización sentimental”, afirma que ya solamente lloramos en la oscuridad del cine, pero que cuando salimos al exterior controlamos nuestros sentimientos, que en los espacios públicos no se está permitido mostrarlos, el más importante entre ellos es el del lugar de trabajo, y que a las mujeres les perjudica profesionalmente “traslucir sus preocupaciones y difundir problemas familiares”

-A las mujeres y a los hombres, a cualquiera. Ese Borgna es un “seductor”.

-Pero los hombres siempre hemos hecho eso, hijo.

-¿El qué?

-Eso que se demanda, callar. No se puede ir a la guerra en tertulia.

-¿Te burlas?

-Si me permites hablar de mi experiencia escasa, parcial e interesada, te diré que las mujeres, por lo común, son tan poco románticas como lo puede ser un cocodrilo hembra del Serengueti, pero si me burlo lo hago de los hombres, no de las mujeres. Borgna afirma que ese “callar, aguantar, trabajar en silencio, huir de las confidencias, tragar y tragar, produce que el efecto natural se manifieste en graves atascos emocionales, en la colmatación de la soledad y la parálisis de las comunicaciones interpersonales”

-No sé, padre, todo eso, excepto el cocodrilo del Serengueti, me parece tan obvio como manido.

-¿Te parece mal hablar a otros de nuestros sentimientos?

-Depende de a quién. Pero ahora que lo dices, eso es indudablemente una de las causas de tanto “blog apócrifo” o no, ¿verdad? La “Blogoesfera” está lleno de ellos.

-Me gusta el último párrafo que cita Vicente Verdú de Borgna. Dice: “Estamos devorados por la indiferencia que caracteriza nuestro modo de vida cuando estamos en el trabajo e incluso cuando estamos en casa” y continúa Verdú: “hablamos poco o casi nada de nuestros sentimientos, manifestamos exiguamente las emociones y, al fin, la angustia personal con sus paralelas sensaciones de náusea crónica no viene a ser sino un síntoma del reprimido deseo por volcar nuestro interior sobre el soñado cuerpo de los otros”.

-“El soñado cuerpo de los otros”.

-Sí, “El soñado cuerpo de los otros”.

-¿El cuerpo físico?

-También ése, quizás especialmente ése.

-¿Por qué?

-Porque ya lo dicen muchos, la epidermis y el sudor, la calidez y el tacto de un cuerpo humano son la primera neurona de nuestro cerebro. El cuerpo amado es el mejor alivio para cualquier enfermedad.

-¿Y una relación epistolar puede suplir el cuerpo del otro?

-Durante un tiempo sí.

-Pero no siempre.

-No.

-¿Qué sucede entonces?

-Se produce el silencio. El silencio solitario, no compartido. La soledad. La verdadera, la que mata.

-Pero hace muy poco acabas de afirmar que el único amor que conoces es el no consumado. ¿Tiene eso algo que ver con las relaciones epistolares?

-Claro que sí, precisamente sí. Y tiene que ver también con algo mucho más importante y trascendental simbolizado en ese tipo de conversación a distancia entre personas.

-¿El qué?

-Cuando alguien lo ha dicho de manera perfecta es mejor transcribirlo: “Noli me tangere”

-¿Quién dijo eso?

-Jesús a Magdalena cuando ella lo vio a las pocas horas de resucitar.

-¿”No me toques”?

-Antoni Puigverd lo cuenta muy bien en un artículo del pasado 24 de marzo en la Vanguardia.

-¿Qué cuenta?

-Puigverd dice: “En una visita de madrugada, unos discípulos descubren que el sepulcro está abierto y vacío. Magdalena resta junto a la losa, llorando, hasta que aparece Jesús. Ella, inicialmente, no lo reconoce. Y cuando por fin lo hace, Jesús, cortando el abrazo, dice: “No me toques” (“Noli me tangere”, en latín eclesiástico). El sentido teológico de la frase es el siguiente: “Ya no soy el que era, a partir de ahora no debo relacionarme con vosotros de la misma manera que antes”.

Y continúa en la parte más interesante: “Pero la frase oculta, además, el secreto del conocimiento. Para conocer (es decir, para amar) hay que renunciar, si no literalmente a tocar, sí a poseer. Conoce el sabio que consigue distanciarse del objeto de su estudio. Crece el afecto más en ausencia que en presencia de la amada, recordaba Joan Maragall. Y los padres saben, no por teoría platónica, sino por experiencia, que el vínculo sentimental es más intenso cuando los chicos ya no duermen en casa. No es extraño que los mejores poemas de amor sean escritos desde la ausencia: filtran la emoción a través del recuerdo. El pasado dice: “No me toques”, y, en su prohibición, adquiere gran claridad. No es que añoremos el tiempo pasado, es que el presente nos turba porque está pegado a nosotros. Nos abraza de tal manera, que no podemos entenderlo”.

Yo creo igualmente, hijo, que este “noli me tangere” no es solamente el secreto del conocimiento, los es también del amor y de la libertad, es la verdadera “Trinidad” que describe la personalidad de Dios y lo que siente por nosotros: “Para conocer (es decir, para amar) hay que renunciar, si no literalmente a tocar, sí a poseer”.

-¿Dios no nos posee?

-No, esa es la paradoja.

-Pero nos ha creado.

-Tampoco te poseo yo y eres mi hijo.

-Querido padre, en el blog apócrifo de Anna, “La Amiga”, Anna vende todo su futuro por un poco de pasado escrito en una carta.

-Cartas que no “tocan”.

-¿Eso es lo que realmente quería María? ¿No ser “tocada”?

-No lo sé, Fidelius. Eso lo insinúa Anna, no lo dice María ni tampoco José. José murió en un accidente de automóvil y ya no puede hablar, ya no puede ser “tocado”, y María está muda, como lo ha estado siempre. Anna afirma:

“Y eso, la lejanía de José, María lo agradece, José molesta menos que un hombre de verdad, que un amor de verdad. A María siempre le han gustado los ángeles, José casi parece eso, un ángel, que al ser de otro mundo, en un sentido perfectamente literal, solamente habla por teléfono y escribe, es incoloro, inodoro e insípido. ¿Hay algo mejor que eso? Conozco a muchos hombres y mujeres que desearían tener algo parecido en sus vidas. María lo tuvo durante un tiempo.”

-Entonces…

-Dilo tú, hijo.

-Creo que es mejor no decir nada.

-Lo es, es mejor callar, pero callar no impide a nadie contar “historias”, son dos cosas distintas. ¿Quieres que te cuente algunas de “amores no consumados”?

-Claro que sí, padre, como cuando era muy pequeño y leíamos cuentos en la cama, allí empezaron nuestras conversaciones, ¿verdad?

-Empezaron mucho antes, hijo, cuando te cantaba antes de que tu madre te pariera, incluso antes que te concibiera, cuando solamente yo te pensaba. Conversaba contigo sin “tocarte”.

-¿Cómo José conversaba con María, Augustus?

-¿De qué José y de qué María me hablas, hijo?, ¿de los que aparecen en los Evangelios canónicos o los protagonistas de los blogs apócrifos?

-Me haces reír y me harás llorar, padre, por cierto, ¿sabes algo de mamá?

-No, hace años que no responde a mis cartas.

-Pero si me dijiste que fuiste tú quien dejó de escribir.

-Claro, cuando ella dejó de responder a mis preguntas.

-El que vas a llorar ahora eres tú. Cuéntame esas historias.

-Lo haré, te las contaré, pero será en otro momento.

-¿Por cuál empezarás?

-Por “Narciso Negro”, una película del año 1947, de Michael Powell y Emeric Pressburger, e interpretada por Deborah Kerr y David Farrar.

-¿Y luego?

-En segundo lugar te hablaré de “Historia de una Monja”, una película de 1959, dirigida por Fred Zinnemann, basada en una novela de Kathryn Hulme del mismo nombre, e interpretada por Audrey Hepburn y Peter Finch. Después, en tercer lugar, “The Sins Of Rachel Cade”, año 1961 y Gordon Douglas como director, interpretada por Angie Dickinson y también por Peter Finch. Y en cuarto y último lugar, “The sand pebbles” dirigida por Robert Wise el año 1966 e interpretada por la encantadora Candice Bergen y Steve Mcqueen.

-Pues ya puedes empezar, pero antes sécate esas lágrimas, padre.