8 Marzo 2010
Día cuatro.
- ¿Dos semanas?, ¿por qué tan poco?, ¿son las que te quedan de vida?, ¿te lo ha dicho tu médico?, ¿te estás muriendo?
- Sabes ser sarcástica, ¿te lo ha enseñado tu marido?
La Duras no habla de vejez y deterioro, él es todavía un hombre joven y sano, pero Colette sí lo hace.
Su protagonista femenina, Léa, es consciente, aunque todavía no llega a los cincuenta, del fin de su tiempo en el quebranto de su propio cuerpo.
Con descaro afirma que no desea flores marchitas, elogiando sin pudor la juventud y la belleza de su amante, Chérie, al que debe dejar marchar por una convención rara, el matrimonio. Hasta donde pueda seguirá buscando esa fragancia y la vana esperanza que la juventud proporciona.
En ella, en la juventud, coexisten mezcladas de una manera desordenada la voluptuosidad y una sublime sobriedad que muy pocos saben percibir, conocer y soportar, yo no lo he conseguido jamás, el placer, como el dolor, me vence y me derrota, y aunque no logro comprender, como hace Léa, la pasión amorosa fuera del sin sentido que toda pasión tiene, quiero pensar de mí mismo que no temo a la exaltación, ni al arrebato del sexo, ni tampoco a la locura del corazón. Tal vez recele del amor que necesita de tantos apoyos frágiles y fugaces.
Me recuerda un viejo poema de Yeats del que no logro nunca extraer su significado más profundo, es el poema nº IX titulado “Una última confesión” de “Una joven y vieja mujer” (1).
- No tienes ni idea de lo que me ha enseñado mi marido.
- Es verdad, yo no sé nada de ti, desconozco lo que los demás te han dado y has guardado de ellos, solamente sé lo que no has aprendido de mí, por eso te pregunto con qué pagas y qué compras.
- ¿Qué quiero comprar con mi cuerpo?, ¿insistes?, tiempo, palabras que lo paren, no hay nada más en el mundo que merezca ser comprado, así que esperaré.
- ¿Palabras?, deberías seguir buscando afecto, cariño o compañía, como hacías entonces, ¿no? Todos necesitamos, yo también, ahuyentar la soledad, y el sexo es un buen sucedáneo de lo contrario. Igual que el miedo, la soledad siempre regresa.
¿Por qué llorabas después?