sábado, 31 de enero de 2009

El peletero/Bullshit y el Gato viejo. (1)



3 Octubre 2007

PRIMERA PARTE

Me siento afortunado al tener como buena vecina a una mujer, que como yo, intenta llevar a delante una tienda. En su caso es una librería pequeña y muy especializada en un tema que ahora no viene al caso. Es una muchacha encantadora y simpática, reservada, pero de conversación amena. Periódicamente nos visitamos y charlamos, y ella siempre tiene la delicadeza de regalarme un ejemplar de una revista que edita , junto con más colaboradores.

Cada dos o tres meses, pasa por mi tienda y me encarga presupuestos de pantalones, chaquetas o camisas de cuero a medida, para ella misma o para amigos a los que quiere hacer un regalo.

El último de esos posibles regalos era una corbata de cuero negro, estrecha y con un pespunte de hilo blanco en su centro y a todo lo largo, dijo que era para una amiga. Las mujeres están muy hermosas y sexis cuando se visten de hombre, y si además es con cuero negro todavía mejor.

La cuestión importante es que ninguno de estos “regalos” o encargos ha llegado a materializarse. Nunca.

¿Será que soy caro?, no, si lo fuera no insistiría y además a ella casi se lo vendo al coste. No soy caro. Al mismo tiempo, después de cada consulta y después también de recibir mi presupuesto, no responde nunca, ni sí, ni no. No responde nada a no ser que yo pregunte. Ya no lo hago, pero al principio sí preguntaba. Entonces sus palabras eran evasivas, dilatorias y vagas, posponiéndolo todo a una futura respuesta que nunca se producía.

Ahora me limito a escuchar lo que quiere, la atiendo lo mejor que sé, le enseño calidades, colores y le hago el presupuesto, que ella recibe contenta y agradecida, prometiéndome siempre que en pocos días me dará una respuesta. La respuesta nunca se produce, ni yo la espero.

Esta es una circunstancia un poco fastidiosa, pero inocente. Nadie resulta dañado, ni poco ni mucho. Sin embargo, eso no es óbice para que llamemos a las cosas por su nombre, y a eso se le llama “bullshit”.

A eso y a otras cosas.

Harry G. Frankfut, uno de los moralistas norteamericanos más importantes, tiene un librito delicioso titulado así, “On Bullshit”. Su lectura es recomendable, instructiva y muy amena.

La traducción correcta en castellano es “CHARLATANERÍA

Frankfurt casi identifica eso que él llama “charlatanería” con “paparrucha”, en inglés “humburg”, y la definición que de esta última hace Max Black en, “The prevalence of humburg”.

De ella dice Black:

"PAPARRUCHA: tergiversación engañosa próxima a la mentira, especialmente mediante palabras o acciones pretenciosas, de las ideas, los sentimientos o las actitudes de alguien.”

Nosotros pensamos que se debería tener en cuenta la palabra PATRAÑA, aunque ésta quizás esté demasiado cercana a la mentira y a la invención fabulosa tal y como dice la Real Academia Española de la lengua.

Frankfurt advierte la importancia clave de que cuando alguien tergiversa cualquier cosa, ha de estar forzosamente tergiversando también su propio estado de ánimo.

Él dice: “Es posible por supuesto, que uno tergiverse solamente eso (por ejemplo, fingiendo que tiene un deseo o un sentimiento que realmente no tiene)” Y continúa diciendo que en el supuesto de una mentira o de cualquier otra tergiversación, lo está haciendo de dos cosas al mismo tiempo, la cosa en sí tergiversada y su estado de ánimo.

Para profundizar en su “investigación” Frankfurt recurre a Wittgenstein (como casi todo el mundo) cuando éste cita un poema de Longfellow:

In the elder days of art
Builders wrought with greatest care
Each minute and unsee part,
For the Gods are everywhere.


La cita es muy pertinente al querer resaltar el trabajo mal realizado y descuidado como análogo a la charlatanería. Ella es poco exigente, nos dice, y no busca la perfección. Es zafia.

En España tenemos un libro muy interesante de Oscar Tusquets “Dios lo ve”, dedicado precisamente al trabajo bien hecho.

Frankfurt nos recuerda que la palabra shit (mierda), de bullshit, no es precisamente un producto de diseño, es algo expelido, expulsado, echado y filtrado, limpio de alimento. El charlatán es un lanzador de mierda, en el sentido de desprenderse de algo. Un enunciado al que le ha quitado la verdad. Su actitud es laxa, desaliñada.

Wittgenstein fue una persona muy especial en su lucha contra el sin sentido, nos señala Frankfurt. Un caso extremo, muy extremo, es la anécdota que su amiga Fania Pascal relata en: “Wittgenstein: A Personal Memoir”

“Me acababan de extirpar las amigadlas y me hallaba en el Evelyn Nursing Home con el ánimo por los suelos. Entonces llamó Wittgenstein. Yo gruñí: “Estoy como un perro al que acaban de atropellar”. Él respondió con fastidio: “Tú no tienes ni idea de cómo se siente un perro atropellado””.

Indudablemente Wittgenstein era un bromista sin sentido del humor, algo siempre muy penoso y desagradable. Él no sabe entender que su amiga únicamente trata de hacer una hipérbole, una simple metáfora. También pensamos que Frankfurt habría de haber elegido un ejemplo mejor, más ajustado a lo que él trata de dilucidar y explicarnos. Pero elige ése, invitándonos casi, a utilizarlo solamente como ejercicio retórico, y a olvidarnos de la nula capacidad que Wittgenstein manifiesta para interpretar una simple figura poética.

Así lo haremos, seguiremos el juego del señor Frankfurt, y señalaremos de pasada una obviedad, que la inteligencia es un prisma con múltiples caras y Wittgenstein es una buena prueba de ello.

Así pues, para lo que hace al caso y según Frankfurt. “la cuestión es más bien que, hasta donde Wittgenstein puede ver, Pascal ofrece una descripción de un cierto estado de cosas sin atenerse verdaderamente a las exigencias que impone la empresa de brindar una adecuada representación de la realidad. Su falta no estriba en que no logre presentar las cosas correctamente, sino que ni siquiera lo intenta”

“A ella no le interesa el valor veritativo, es ajena a todo interés por la verdad, por eso no considera que esté mintiendo; pues ella no presume de conocer la verdad y su afirmación no se basa ni en la creencia de que es verdadera como correspondería a la mentira”

“Es precisamente esa ausencia de interés por la verdad –esa indiferencia ante el modo de ser de las cosas- lo que yo considero la esencia de la charlatanería”, Dice Frankfurt.

También nos señala muy acertadamente, que cuando se miente de una manera eficaz, el mentiroso debe necesariamente conocer la verdad. En cambio el charlatán no miente respecto a los hechos y sí sobre su propósito, tergiversa su intención.

Para el charlatán, la verdad no tiene importancia, ni siquiera sabe qué es, prescinde de ella y de “cómo son realmente las cosas de las que habla”.

“Es imposible mentir si uno no cree conocer la verdad. Producir charlatanería no requiere semejante convicción. Una persona que miente está respondiendo a la verdad y en ese sentido, es respetuosa con ella”

Pero el charlatán, “No rechaza la autoridad de la verdad, ni se opone a ella. No le presta ninguna atención en absoluto. Por ello la charlatanería es peor enemigo de la verdad que la mentira”

Frankfurt concluye que la charlatanería aparece inevitablemente siempre que se exige a alguien a hablar de lo que desconoce. Y yo añadiría que es así y que esa es la razón por la que todos somos algo charlatanes cuando hablamos de nosotros mismos.

La tentación de mentir, charlatanear y farolear sobre nosotros es grande, pues tal vez es la única cosa que podemos hacer respecto a nosotros mismos.

Aquí hemos introducido un concepto nuevo, “FAROLEAR”, más cercana a la charlatanería que a la mentira, al haber en ella un propósito de falsificación más que de falsedad. Frankfurt distingue ambas cosas cuando afirma que una falsificación no tiene que ser necesariamente inferior a la cosa real. La mentira sí lo es.

Lo que no es auténtico no tiene por qué que ser defectuoso, nos viene a decir Frankfurt.

Llegados a este punto uno no puede evitar hacer un elogio de la prostituta y del tahúr. Ambos son charlatanes, aunque los beneficios o desgracias que nos pueden aportar cada uno son bien distintos.

Fin de la primera parte.

viernes, 30 de enero de 2009

El peletero/Con el labio partido



29 Septiembre 2007

ALGUNAS LÁGRIMAS, LA FOTOGRAFIA, Y UN MINI RELATO ERÓTICO.

En este mundo nuestro en el que se desarrollan las circunstancias de nuestra vida, casi siempre difícil, dura y poco agradecida, solamente hay dos cosas serias y comprometidas, a saber: los toros y el sexo.

Únicamente en ellos dos, la Vida es al mismo tiempo Arte.

En ambos se vive y se muere de verdad… y también se mata y se deja vivir.

Empezaremos por la primera, los toros.

El pasado día 23 de septiembre de 2007, se despedía de España Julio César Rincón, torero colombiano, nacido en Bogotá. Y lo hizo en Barcelona.

A propósito de esa corrida de toros de la Mercè, en la Monumental de Barcelona, y en la que también participó José Tomás, Joaquín Luna periodista de la Vanguardia, al día siguiente, escribe:

“Circula una teoría en Barcelona –nocturna y acientífica- según la cual las mujeres buscan amor para tener sexo mientras que los hombres son una prolongación del foso de los mandriles del Zoo de Barcelona (…) En contrapartida un hombre jamás llora, y menos por un detalle hermoso. El manual de uso del llanto masculino es complejo y aun desconcertante, pero hay que reconocerles a los hombres que cuando lloran es por una causa mayor: los clientes del café de Rick cantando La Marsellesa en Casablanca, por ejemplo”.

Paco March, otro buen periodista de la misma Vanguardia, nos dice del torero colombiano:

“Todo fue una carga de torería que aromatizaba, no ya las suertes, sino cada uno de sus movimientos. En su primero dio réplica a Tomás en el quite por chicuelinas con sus mismas armas, y la faena de muleta fue un curso de tauromaquia de alta especialización, con teoría de las distancias como materia fundamental”.

Y Joaquín Luna termina escribiéndonos:

“¿Qué quiere decir seducir? Administrar los tiempos y las pausas de la lidia como hizo Rincón con su primer toro al que convirtió en el rey (…)”

“Se fue Rincón por la puerta grande de la Monumental, el cuerpo cosido a cornadas y el orgullo del hombre con el deber cumplido” (…) “orgullo de un hombre que, visto lo visto ayer, nació para ser torero y torero sería aun cayendo de un sexto piso”.

“La corrida de la Mercè en Barcelona solía ser una tarde melancólica. (…) Ayer, en cambio, salimos llorados y felices”.

Y ahora continuaremos con la segunda, el sexo.

A Verónica y a mí nos gusta la fotografía y aunque casi siempre terminamos algo tristes al mirarlas, no dejamos de hacerlo. Esa mirada siempre es intrusa y fisgona, aunque lo que miramos no se esconde ni se tapa.

En el sexo también hay el mirar del que mira y el mirar del que se muestra. Y una fotografía es eso, una fotografía solamente es lo que hay en ella, pero eso que hay la trasciende, y trasciende al que mira y al mirado.

Todo es pertinente en una fotografía. Las baldosas del suelo, la pintura de la pared, el maquillaje del rostro, el nudo de los zapatos, los objetos de la estantería, los zapatos mismos, la hora que marca el reloj que hay en aquel mueble de la esquina. Las manos y aquello que agarran o sueltan. Los colgantes y los adornos. Los vestidos. Las sombras de todos aquellos que no aparecen en la fotografía, la imagen del fotógrafo reflejada en la niña del ojo del retratado, todo es oportuno y revelador. Y, para mí, el cabello lo es mucho.

El cabello señala el viento y su dirección, es la bandera del cuerpo. Indica el día y la hora. Hoy al mediodía, ayer, anteayer, o hace dos semanas o veinte meses.

Él nos muestra qué se nos ha quedado enmarañado en su bosque, qué vientos y qué manos lo despeinaron la pasada noche, o aquella otra olvidada, hace ya… algunos años.

Y el labio. El labio es muy importante. El labio partido por una bofetada o rasgado al hablar. Las palabras matan, pero el silencio es todavía peor verdugo. El labio no engaña, los ojos sí.

La boca siempre es un labio partido. Al igual que el cordón umbilical, nos lo cortan al nacer.

Por eso nos gusta besar, para volverlo a cerrar.

Mini relato erótico que empezó a tener lugar una mañana, a primera hora:

Yo me había levantado temprano, ella aun seguía durmiendo, Verónica es muy madrugadora, pero esta vez había ganado yo.

Ya estaba duchado, perfumado, peinado, vestido y a punto de irme cuando la vi sentada en la cama desperezándose, me miró y sonrió. Buenos días amor mío, le dije. Me respondió con otros buenos días más dormidos que despiertos.

Me senté a su lado, estaba despeinada y olía a ella misma, a eso que tanto me gusta, ese olor a carne y a piel, a sudor limpio, aunque todavía conservaba algún rastro del perfume de anteanoche.

Giré su rostro hacia mí y le dije, “esta noche me gustaría hacer el amor contigo”, ¿te parece bien? Se despertó de golpe, abrió los ojos, sonrió todavía más y me dijo que sí, que le parecía muy bien. Nos besamos con ternura.

Me levanté de la cama y antes de irme puse mi mano entre sus piernas, la acaricié suavemente y me llevé su aroma para todo el día.

Hasta la noche princesa, me despedí. Y me fui.

"I don't know the question, but sex is definitely the answer."
(Woody Allen)

jueves, 29 de enero de 2009

El peletero/Nº 5



26 Septiembre 2007

UNA VERDAD, OTRA CONVERSACION CON EL FANTASMA Y…

No acostumbramos a ser críticos literarios, pero sí nos gusta dar nuestra opinión sobre cosas insólitas que sacuden nuestras vísceras.

Procuraremos hablar de un libro que nos gusta, lo haremos a nuestra manera. Con la levedad del bailarín que guía a su compañera de baile, tratando de seguir la música, que quieras o no, es la misma para ambos.

Nos gusta seguir el ritmo acompañado.

Bailar solos está bien, pero la sonrisa de tu pareja mejora la vida, la salud y el entendimiento. El tiempo transcurre como es debido, y los razonamientos de nuestras neuronas saben mezclarse correcta y armoniosamente con las células cardíacas para seguir esa coreografía que te permite bien pensar y pensar bien.

Bien pensar y pensar bien, al igual que la cintura y la cadera, todo se mueve al compás.

Al compás del tiempo que no cede.

Bien pensar y pensar bien. Es fundamental para sobrevivir.

Para sobrevivir bien, disfrutar de la alegría y procurar entender libros como ése que vamos a tratar de comentar muy a flor de agua.

Nos gusta el pueblo judío, quizás porque hemos conocido a muchos y de algunos hemos visto sus números tatuados. A Iván, a Milton, a Rathaus, a Levin, a Levit, a Goldferin, a Freeman, a Forman, a Feldman, a Cristina.

A Diana. Tan delgada como una flecha.

Y a Verónica.

Y a toda su épica.

Y nos gusta el libro de Albert Cohen, dedicado entero a su madre, “El libro de mi madre” Un tipo de mujer ya inexistente y que merece, al menos hablar de todas las que eran como ella y, sin duda, de ella. Él lo hace, y pocos lo han hecho como él.

Ruego encarecidamente que todos aquellos aficionados y profesionales de la psicología se abstengan de hacer ningún comentario. Y mucho menos los amantes y doctos en Freud y seudo discípulos.

Manténganse en silencio por favor.

Gracias.

El principio:

“Cada hombre está solo y a nadie le importa nadie y nuestros dolores son una isla desierta. No es razón para no consolarse, esta noche, entre los ruidos postreros de la calle, consolarse esta noche con palabras. Ah, pobre perdido que, ante su mesa se consuela con palabras, ante su mesa y con el teléfono descolgado, pues le asusta el exterior y por la noche, si está descolgado el teléfono, se siente rey y defendido de los perversos de fuera, tan pronto perversos, perversos por nada”.

Es un comienzo duro. Pero no mejor es el final.

“Han transcurrido años desde que escribí este canto de muerte. He seguido viviendo, amando. He vivido, he amado, he gozado de momentos de felicidad mientras ella yacía, abandonada, en su terrible lugar. He cometido el pecado de la vida, yo también como los demás. He reído y volveré a reír. A dios gracias, los pecadores vivos no tardan en convertirse en muertos ofendidos”.

Hoy en día no tiene ningún sentido hablar de una madre a no ser que uno quiera ser cursi, o un político que trate de legislar alguna ley reparadora o protectora, un recaudador de votos.

Es fácil pensar que éste es un libro fúnebre pues habla, y mucho, de ella, de la muerte, y de la muerte de su propia madre. La muerte está presente constantemente. Hay sin duda tristeza y una cierta perplejidad por la transformación de las cosas en algo nuevo, que el autor no está muy seguro de su bondad.

Pero… no es un libro dedicado a la Muerte, no lo es, y sí al Amor.

Pero para que uno pueda hablar de él, del Amor, en mayúsculas, y hacerlo debidamente, debe de ir constantemente de la mano de “ella”, de esa fría y huesuda mano de la muerte. Es inevitable, es así, no hay manera de cambiarlo ni de evitarla.

Ella también quiere bailar su propia danza que sin duda no es la del vientre.

“Aquella mujer que había sido joven y guapa, era una hija de la Ley de Moisés, de la Ley moral que para ella tenía más importancia que Dios. Por tanto, nada de amores enamoradizos, ni pamemas a lo Ana Karenina. Un marido, un hijo a quien guiar y servir con humilde majestad. No se había casado por amor. La habían casado y ella había aceptado dócilmente. Y había nacido el amor bíblico, tan distinto de mis occidentales pasiones. El santo amor de mi madre había nacido en el matrimonio, había crecido con el nacimiento del bebé que fui yo, se había desarrollado en la alianza con su amado esposo contra la vida perversa.”

Este tipo de cosas deben decirse y repetirse. Hay que dejarlas escritas tal y cómo él hizo y nosotros procuramos repetir aquí. Hay que saber que eso existió, y que hubo personas que así, tal cual, lo sintieron en sus corazones.

Corazones humildes y sinceros, que sabían que la razón estaba de su parte.

Respecto a ello ruego que tampoco se hagan análisis sociológicos, históricos o antropológicos.

Hay que callarse y procurar entender.

Sí serían adecuados los comentarios morales, pero hoy en día pocos son capaces de hacer tal cosa, fuera del dogma o del fanatismo. No es eso lo que nosotros reclamamos, por supuesto. Pero nos gustan los comentarios morales, que añadiéndoles una “t” se convierten en mortales.

Albert Cohen habla mucho del pecado de la vida, se siente culpable de acompañar a su madre al tren de regreso a Marsella. Mientras él solamente tiene puesto su pensamiento en… Dianne. Y Atalanta…Y Julieta…

Sus pensamientos están absolutamente dominados por los besos que le prometen sus amigas.

Pecado de la vida. Así lo llama él.

- ¿Por qué has llamado a este post Nº 5?

- Por el perfume de Chanel, mi madre todavía lo usa y a mi me gusta olerla con él.

- ¿Te crees un perfume?

- ¿Quién, yo? ¡No!... pero perfumo. A quien se me acerca.

- Eres un petulante.

- Sí.

- ¿Qué música estás escuchando?

- Una rumba catalana de “Los Manolos”, titulada “Una aventura”.

- ¿Con quien la bailas?

- Adivina.

- ¿Con tu madre?

- ¡No!, ella ya no puede hacer tal cosa. Bailo con la novia de mi padre.

- ¿Tu padre tiene una novia?

- Sí, él pronto cumplirá noventa años y ella ya pasa de los cuatro. Pobre, tampoco puede, pero le gusta vernos bailar. La niña sonríe como las diosas. ¿Sabes qué es eso?

- Sí, claro que lo sé.

- Entonces sabrás que su sonrisa tiene poder.

- ¿Eh? Sí, por supuesto

“Escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños… porque así te agradó.”

(Lucas, 10:21)

- ¿En que consiste ese poder de la sonrisa que dices? Yo ya lo sé, pero cuéntalo tú, por favor.

- Eres un fantasma mentiroso, no sabes nada. Es la alegría, sólo eso. Contigo siempre termino diciendo cosas cursis. Literatura amorosa barata.

- ¿La alegría?

- Sí.

“¡Sí, es eso!”. Dijo alguien a mis espaldas que no era el fantasma, pero que se encontraba por allí fisgoneando.

Me di la vuelta y la vi. No era ningún fantasma, no. La saludé.

- ¡Hola!

Y me devolvió el saludo.

- Hola.

- ¿Cómo te llamas?, le pregunté.

- Amparo, me respondió.

- Precioso nombre, te estaba esperando.

- ¿Sí?

- Sí, ven. ¿Te apetece un whisky?

- Claro, pero antes dame un beso, soso.

- Perdón, es verdad.

Y le dio un beso.

miércoles, 28 de enero de 2009

El peletero/El ojo y el negro (4)



22 Septiembre 2007

Sólo una sombra prematura entró
en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué?
Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará
al pelar la manzana, cuando falte la seda,
cuando todos los colores sean fríos?
Decidnos, ¿qué es la oscuridad?


(Fragmento de “Pintores holandeses” Adam Zagajewski)

Las palabras también son máquinas y en la Biblioteca Central de la Universidad de Kunisburg están todas, no falta ninguna. Pero las palabras están hechas para ser dichas y ser oídas, aunque las escribas y las leas, las dices y las oyes.

Debes hacerlo, alguien debe hacerlo.

Teodoro Van Babel sabe que en el camino de Ostende las palabras tienen sombra, al igual que los árboles que lo bordean y que ha pintado decenas de veces.

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Querido Teodoro, el parto ha ido bien. Tu nueva sobrina se llama Rosa, como la abuela de Christian. Es bonita, ha nacido sana y con muy buen peso. Una niña más, parece que no sabemos darle un nuevo hermano a tu sobrino Pablo. Con tantas mujeres lo vamos a malcriar. Aunque quizás eso sirva para que no se embarque hacia América.

La niña es rubia como un girasol y redondita, Christian no para de besarla y cada beso que le da también me lo da a mí.

¿A ti quién te besa Teodoro?, perdona que te lo pregunte, ¿esa ramera negra?

Esos no son los besos que tú necesitas Teodoro. Se me hace extraño mirar los dibujos que me envías de ella. ¿También es negra por dentro?

¿La amas?, ¿te ama ella?

Silvia, tu hermana que te quiere


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La historia de la pintura se termina con Velázquez y su “Meninas” cuando convierte la ventana en un espejo. Con él el espacio pictórico se abre, nos envuelve y atrapa, nos hace estar presentes al situar parte de los acontecimientos que ocurren detrás de nosotros. Por primera y última vez, los espectadores, gracias al engaño y a la ilusión pictórica, nos hemos convertido también en protagonistas, estamos contenidos en la pintura. Esto no había ocurrido nunca antes con la maestría con la que Velázquez logró plasmarlo y jamás volverá a ocurrir después. Lo que Velázquez hizo no puede repetirse fuera del plagio, pero antes que él se vislumbró el camino.

La pintura es un agujero, no sabemos en qué, pero el desgarro es real, tanto, como lo que vemos a su través no existe. La pintura sólo es una superficie plana con capas superpuestas de pigmentos químicos.

Ya hemos afirmado que los diversos retratos que Teodoro Van Babel realizó de la familia de su hermana Silvia están inacabados, lo están de diversas maneras, psicológica y pictóricamente. Los personajes no tienen fondo ni suelo, y aunque son de cuerpo entero no están ubicados, no tienen punto de referencia. Pero todos ellos miran al espectador, nosotros somos su anclaje. Los fondos en esos retratos son irregulares como el techo de su catedral filistea en la que pintó a Sansón. El trazo es grueso y tosco, únicamente este grosor de la pincelada es el que proyecta sombras verdaderas.

Velázquez pintó igual, aunque con más finura, a su “Pablo de Valladolid”, pero con el detalle y la diferencia fundamental de colocar una pequeña sombra a sus pies y simular así un suelo sustentador. Sinceramente, Velázquez tenía razón, solamente él tiene razón. Todo ha de tener su sombra, sin ella las cosas no pesan y todo lo que no pesa no tiene patria ni norte.

La mirada necesita posarse al igual que el pensamiento y esto es lo que no sucede con los retratos de Silvia y su familia. Nuestra mirada no consigue detenerse.

Teodoro Van Babel fue un pintor muy dotado técnicamente, pero era poco paciente. A diferencia de Durero que fue hijo de su tiempo y asimilaba todo lo que aprendía y sabía darle forma, y de Rembrand que siempre demostró de él mismo ser una prueba fehaciente y un poco triste de humanidad, y de Velázquez con su humanismo. A Teodoro no sabemos calificarlo. Parecía voluntariamente torpe y en ocasiones infantil. Sumaba voluntad, entusiasmo y torpeza.

Esa tríada, a nosotros nos recuerda a Pasolini, y su mirada lúcida pero oscura, esa sabiduría desconcertante que le llevaba a contratar actores no profesionales y dotar así, a sus películas, de una textura muy característica. Van Babel y Pasolini hubieran sido buenos amigos de Caravaggio y de los mendigos, ladrones y asesinos que éste recogía de la calle para que fueran sus modelos y pintarlos interpretando a santos, a obispos y a reyes.

La incapacidad unida a un propósito correcto y ambicioso no conduce necesariamente al error, pero sí al fracaso. Es como un acertado diagnóstico médico de una enfermedad incurable. Teodoro sabía cual era la pregunta, pero nunca supo responderla. El resultado no puede ser otro que el desasosiego. Un malestar, un vacío en el saber. Sus obras nunca terminan de responder adecuadamente a esas preguntas que ellas formulan.

Es posible que a Teodoro le hubiera gustado Modigliani y sus inacabados retratos de ojos vacíos. Una mirada moderna -pero sin demasiado futuro- a un viejo problema formal. Y por supuesto moral: cómo y qué debemos mirar.

Cuando Silvia era pequeña, se encontraba un día jugando con algunas de sus amigas cerca de un bosque. Sin proponérselo vio una cruz colgada de una de las ramas de uno de aquellos árboles de ese bosque.

¡Mirad!, dijo, allí hay una cruz, señalando con el dedo donde se hallaba y ella la veía. ¿Dónde? Le respondieron las demás niñas. ¡Allí!, repitió Silvia, volviendo a señalar.

Allí no hay nada, decían sus amigas, no hay ninguna cruz, sólo árboles.

¡No es verdad!, insistía Silvia, fijaros bien, repetía. ¡Yo veo una cruz!

Tanto insistió, que una vecina la oyó. ¿Dónde dices que está?, le preguntó, ¿allí?, bien, vamos a buscarla, acompáñame, le pidió.

Y las dos se fueron cogidas de la mano mientras las demás niñas las miraban y esperaban.

Y mirándolas vieron como, después de unos sesenta pasos, descolgaban una cruz de madera, de dos palmos de largo, de una de las ramas de uno de los árboles de aquel bosque.

Aquello no fue ningún milagro, ni nada parecido. No fue tampoco un prodigio, ni siquiera un meteoro.

¿Era simplemente que Silvia tenía mejor vista que todas las demás? No exactamente. Al menos no desde un punto de vista óptico.

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Para mirar bien hay que saber primero qué clase de cosas queremos ver.

¿Qué clase de cosas queremos ver?

Picasso lo solucionó de una manera magistral al retratar a Gertrude Stein y ella quejarse por el poco parecido que creía tenía el retrato. No se preocupe, le respondió Picasso, si no se parece ahora, ya se parecerá de aquí a unos cuantos años.

Y acertó. El primer y último retrato premonitorio de la historia.

“Yo no busco, encuentro”, decía Picasso. Y acabó logrando que todos mirásemos por sus ojos.

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Querida Silvia, por fin mi casero me ha pagado lo que me debía por el retrato que le hice. En condiciones normales debería ser yo el deudor, pero pactamos un año sin cobrarme alquiler y el año terminó la semana pasada. Eso significa que deberé empezar a pagar yo. Y eso me preocupa, mis finanzas no son precisamente prósperas.

Marta, la hija de mi casero todavía no se ha casado, hace unos días me preguntabas por ella. Ya sabes que es bonita, te lo digo porque sé que me lo preguntarás.

Querida Silvia, no te preocupes por “mi ramera negra”. Sólo es negra por fuera, por dentro es como tú. Y sí, me besa, pero yo no la amo y no sé si ella me ama a mí.

Una parroquia cercana me ha pedido una “Piedad”, me gusta el encargo aunque pagan poco. Creo que tengo una buena idea para esa Piedad, lo difícil será convencer al párroco.

Deberé tomar más encargos para retratos, a la gente le gusta mirarse.

A mi me gusta miraros.

Tu hermano que os quiere, Teodoro.

lunes, 26 de enero de 2009

El peletero/El pliegue asiático

19 Septiembre 2007

EL PELETERO/EL PLIEGUE ASIÁTICO



El pliegue asiático es conocido también como párpado epicantal. El epicanto es el repliegue cutáneo que cubre el ángulo interno de los ojos, especialmente desarrollado en los pueblos asiáticos y más concretamente mongólicos. También se puede dar en poblaciones caucásicas y en algunas afroamericanas.

Estos pliegues definen especialmente el rostro asiático, dotándolo de su característica personalidad y ese aire de misteriosa tristeza al inclinarse el eje del párpado hacia arriba.

En relación a eso:

¿Significa algo oír cantar a Caetano Veloso la canción “Cucurrucucu Paloma” en la película “Happy Together” del director Wong Kar-Wai, mientras vemos como dos hombres tratan de amarse?





¿Y a Nat King Cole cantar también “Quizás, quizás, quizás?

¿O a Connie Francis un conmovedor “Siboney”?

¿Y una magnífica “Perfidia” interpretada por Xavier Cugat?

¿Significa algo?



¿Tienen esas canciones alguna relación con el “placer extático” en la contemplación de la verdadera belleza?

¿Tiene alguna importancia fumar un cigarrillo con elegancia?

¿O que la pared del fondo sea verde y la de al lado roja?, ¿una cortina azul junto a una luz amarilla?

¿Igual que la sala de baile “La Florida”?

Sí.



¿Cómo se consigue dotar a un ambiente pobre y raído de una sofisticación tranquila y espontánea?

¿Es necesario mirar despacio? ¿A las cosas y a los demás?

¿Por qué algunas cosas hay que hacerlas así, despacio? Muy despacio.



¿Cómo debemos mirarnos a nosotros mismos? ¿Qué debemos hacer para ser mirados bien?

¿Las lámparas chinas son bonitas? ¿Qué clase de luz es la suya? ¿Proyecta claridad o dulcifica y reviste de suavidad a las sombras y a las esquinas?

¿Cómo conseguimos hoy en día que un bigote fino y recortado de hombre sea atractivo? ¿Es imposible? ¿Es ridículo?

¿Nos gustan los qipaos que viste y luce Maggie Cheung, en “In the Mood for Love”?

¿Nos gusta ella?

¿Nos gusta él, Tony Leung?



¿Nos gusta cómo se mueven los dos? Sin tocarse.

¿Por qué pensamos que se mueven despacio?

¿Por qué es tan hermosa de rostro y de cuerpo Maggie Cheung?

¿Por qué tiene esas caderas tan bien marcadas? ¿Y la cintura tan estrecha? ¿Y el vientre tan plano? ¿Y los pechos tan bien formados?



¿Por qué el trazo asiático, o más exactamente Thai, es -tal vez- la verdadera línea de la auténtica belleza física, su verdadero perfil, el rasgo donde podemos hallarla más nítidamente?

¿Por qué el director, Wong Kar-Wai, cuando los dos protagonistas de “In the Mood for Love” deciden pasar la primera y la última noche juntos, solamente nos muestra una dulce caricia de manos dentro del taxi que los lleva al hotel?



¿Es necesario hacer coincidir esta fallida historia de amor con el fin de otra ciudad, Hong Kong? ¿Es la ciudad también un personaje?

¿Por qué muchas personas tienen obsesión por los números de las habitaciones de los hoteles? ¿Por qué Wong Kar-Wai titula 2046, el número de una habitación de hotel, a una de sus últimas y mejores películas?



¿Qué sucede en los hoteles? ¿Sucede algo que deba saberse?, ¿O algo que deba ocultarse?

¿Nos gusta Ziyi Zhang?



¿Cómo es que pueden existir mujeres tan bonitas y con los ojos asimétricos como ella?

¿Por qué el protagonista escritor de “2046” cree estar escribiendo sobre el futuro, cuando en realidad escribe sobre el pasado? ¿Eso es ineludiblemente siempre así?

¿Está loco ese escritor tratando de comportarse como un cínico y mostrarse invulnerable con las mujeres, cuando en realidad nunca ha podido olvidar a Su Li Zhen, un antiguo amor que lo lastra y paraliza, y del que no sabe o no puede desprenderse?



En una película a color ¿qué importancia ha de tener el color negro? ¿Dónde colocarlo?, ¿en el impecable traje del protagonista masculino? ¿En alguno de los abrigos de la protagonista femenina que al quitárselo nos deslumbre con el color de su qipao?

¿Por qué son tan bonitos estos vestidos asiáticos?

¿Por qué uno puede estar horas embelesado mirando a todos los actores y actrices de las películas de Wong Kar-Wai?



Carina Lau, Maggie Cheung, Brigitte Lin, Michele Reis, Faye Wong, Takeshi Kaneshiro, Tony Leung, Andy Lau, Jacky Cheung, Leslie Cheung, Ziyi Zhang.

¿Nos recuerda todo ello las películas de Antonioni? ¿o las de David Linch “Lost Highway” y “Mulholland Drive”? ¿Por qué? ¿El color es el mismo?, ¿sólo es el color? ¿Es el tiempo?

¿Todo eso tiene algo que ver con el pliegue asiático?

¿Con el ojo?, ¿con el caminar?, ¿con el sentarse al borde de la cama?

¿Existe algún tratado que enseñe a sentarse correcta y sensualmente al borde de la cama?



Filmografía de Wong Kar-Wai en orden inverso:
• My Blueberry Nights (2007)
• Eros (Segmento "La mano") (2004)
• 2046 (2004)
• Six Days (videoclip de Dj Shadow) (2002)
• The Follow (cortometraje) (2001)
• In the Mood for Love (Deseando amar) (2000)
• Happy Together (1997)
• Fallen Angels (1995)
• Chungking Express (1994)
• Ashes of Time (1994)
• Days of Being Wild (1991)
• As Tears go By (1988)



En la última escena de “In the Mood for Love” el protagonista masculino, al cabo de los años, viaja a las ruinas de Angkor, en Camboya. Allí, entre palacios y maleza, busca un agujero pequeño, un simple hueco, una hendidura en la piedra para depositar algo.

La cámara se aleja para mostrarnos la grandiosidad del lugar y la pequeñez y soledad de ese hombre, que en un rincón guarda, en ese pequeño hoyo, no sabemos qué, y que agarrándose a la piedra la abraza y la besa, besa esa oquedad, esa abertura en la que acaba de depositar sus labios, su secreto y su mensaje.

La besa con determinación y fuerza.

Besa el vientre de una piedra vieja en la que ha depositado su joya.

Para toda la eternidad.

La música cesa.

Silencio.

domingo, 25 de enero de 2009

El peletero/La sonrisa más bonita del mundo



15 Septiembre 2007

La sonrisa más bonita del mundo no habla,
se mantiene en silencio,
solamente sonríe,
o bien te mira,
intrigado, extrañado,
deseando averiguar,
o queriendo decir algo que sabe y tú no.


Este mes de agosto ha estado enfermo, le falló el corazón y se le inundó el pulmón derecho, le costaba respirar. Sus fuerzas, ya escasas, menguaron. Aun así, nos miraba y sonreía.

Pero fuimos rápidos y él es fuerte. Para algo debe de haberle servido hacer una guerra.

Yo rastreo con un poderoso radar mi propia memoria en busca de sus recuerdos, que son velas encendidas, cerillas, linternas, ojos que brillan, o simples cigarrillos prendidos que alumbran aquello que no veo. O manos que me guían.

Nuestra amiga dominicana le llama “perita” porque eso es lo que es, una pera blanquilla, con el ojo tieso, una fruta humilde y dulce, acuosa también. Carne y leche de colibrí.

Cuando bombardeaban la ciudad y él se encontraba de permiso en casa de su hermana, tenía la insensatez o la valentía de quedarse en la cama durmiendo tan tranquilo, mientras sonaban las sirenas, y todos se iban corriendo a resguardarse en los refugios. Pero en el frente tuvo que pasarse un día entero echado en el suelo con un compañero encima de él, inmóviles ambos, mientras las bombas iban cayendo, matándolos a casi todos.

Yo le decía en broma que después de pasarse un día así, lo menos que podían haber hecho ellos dos era haberse convertido en amantes. Pocas parejas tienen la posibilidad de disfrutar o sufrir una experiencia “física” tan intensa.

La sonrisa más bonita del mundo narraba con gracia cuando describía a toda su compañía, casi cien muchachos jóvenes y llenos de salud, con los pantalones bajados y sus genitales al aire, intentando despiojarse. Animosos y tan tranquilos, en una tarea cotidiana y sencilla en medio de tanto proyectil.

No había ningún fotógrafo cerca, pero la escena debía valer el oro que pesaban todos ellos.

Y ahora, la sonrisa más bonita del mundo, ha debido dejar que unas enfermeras jóvenes también, guapas, simpáticas y cariñosas, le laven y le limpien igual como si fuera un recién nacido.

Es probable que su cabeza enferma de Alzheimer le deje recordar aquella marcha de “camina o revienta”. Cuando la sed era tan terrible que cometió el error de beber de una charca infecta.

La fiebre se apoderó de él, lo derrotó y lo dejó postrado, a punto para morir.

Pero todos se iban, era de noche y debían marcharse de allí, empezar a caminar hasta que saliera el sol.

“Si me quedo aquí tirado en el suelo me moriré, si me voy con ellos tal vez viva”, se dijo. Y así, levantándose, caminó toda una noche con 40 grados de fiebre, en la que el fusil le servía de bastón y de muleta. Cada paso era una invitación para abandonar y dejarse caer. Ya no le quedaban más fuerzas, pero resistió a la peor de las tentaciones, dejarse morir.

Cuando el sol empezó a despuntar la fiebre había desaparecido. Estaba curado y vivo.

Este mes de agosto de 2007, las enfermeras del hospital hacían cola para verle sonreír.

Yo me quedé con él la primera noche en la que estuvo ingresado en el hospital. Cansado y muerto de sueño le abandoné por un instante y salí a la calle. Quizás eran las cuatro o las cinco de la madrugada. Me quedé frente a la puerta principal donde me apoyé en una barandilla, y me dediqué a saborear la soledad de una noche de primeros de agosto. La ciudad vacía y de vacaciones. No hacía calor.

Las ciudades vacías son una negación, un fracaso, y la oscuridad de sus noches también lo es. Ni un auto ni una bicicleta. Nadie venía y nadie se iba. Miraba la puerta verde y recordaba una melodía celta interpretada por arpa y flauta irlandesas, “Mountains of Mourne”.

Las melodías tristes me reconfortan y estoy seguro que son capaces de cambiar el devenir. A veces producen el efecto contrario, pero si quieres sentir la vida son uno de los mejores consuelos. Mientras…

Mientras… ensimismado las oí llegar.

Venían andando de lejos, despacio, con un taconeo rítmico que las anunciaba. Por mi izquierda y bajando la calle.

Yo, cruzado de brazos y apoyado en la barandilla, mirando la puerta del Hospital, la calle completamente abandonada.

Caminando lenta y lánguidamente se acercaron tres mujeres.

Una era eslava, muy delgada, de un rubio descolorido y poco atractiva. La otra, latina, alta, guapa y espectacular. Y la tercera era distinta a las otras dos.

Al pasar delante de mí se detuvieron y se me acercaron. Empezó a llover.

Sucedió algo sin importancia, nada más que un intercambio simpático de palabras. Me desearon buena suerte y se fueron.

La sonrisa más bonita del mundo ya vuelve a estar en casa para iluminarnos a todos. Yo no sé a quién debo agradecer el don de su compañía, pero si sé quienes somos los que disfrutamos de ella.

Cuando nos visita la nieta de cuatro años de nuestra amiga dominicana, se va corriendo directa a ver a su “perita”. Los dos se toman de las manos y se miran como si fueran unos novios que hace tiempo no se han visto.

Solo se miran y sonríen, nada más. Contentos de estar juntos. Y algún que otro beso.

La sonrisa más bonita del mundo siempre nos decía que únicamente debíamos tener miedo al miedo.

Y yo ya no tengo miedo a eso.

Entonces, ¿por qué no paro de llorar?

Alguien se va.
Alguien ha bebido silencio.
Sólo en agosto gritan las tormentas
como dementes en una ambulancia.
Las ramas nos golpean las mejillas.
Huelen hojas de alisios a aceite de heno, a sueño.
Cabe escuchar, escuchar, escuchar.
Bajo el agua respiran manantiales cansados.
A las cuatro de la mañana
un solitario y último relámpago
con rapidez dibuja algo en el cielo.
Dice “No”. O “nunca”.
O tal vez: “Valor, no se apagó el fuego”.


(“Última tormenta” Adam Zagajewski)

sábado, 24 de enero de 2009

El peletero/B



12 Septiembre 2007

Conocí a B en un desguace de automóviles.

Estaba intentando localizar mi vehículo accidentado. La grúa lo había llevado hasta allí según me dijo la policía.

Acababa de salir del hospital hacía solamente un par de semanas, después de pasarme siete meses y diez días en él, procurando los médicos volver a pegar todo lo que se había roto, que era mucho.

Me habían dado la dirección en un albarán de entrega después de certificar la compañía de seguros el siniestro total.

Aun albergaba la vana esperanza de encontrar alguno de los objetos personales que se me habían perdido en el accidente.

Los encargados del desguace tenían registrada la entrada, pero o no sabían dónde se hallaba o no tenían ganas de trabajar. Yo mismo habría de buscármelo. No se preocupe, me dijeron, cerramos tarde y si no lo encuentra hoy puede regresar mañana.

Efectivamente no lo encontré después de pasarme tres horas en aquel laberinto de chatarra. Al querer irme me perdí y no había manera de encontrar la salida.

Empecé a deambular tontamente, hasta que B me encontró a mí.

Aunque me habían dado el alta ni mi aspecto ni mi ánimo debían ser los mejores. Y la forma de orientarme entre tanto elefante muerto tampoco debía ser la correcta.

¿Se encuentra bien?, oí que alguien me preguntaba desde las alturas. Ése era B, jugándose la vida encaramado a una pila de automóviles buscando no sé que recambio o que pieza para no sé que coche.

Creo que me he perdido, no soy capaz de encontrar la salida, le dije. No se preocupe lo acompañaré, me respondió.

No sólo me llevó hasta la salida, él también se iba y como yo había llegado en taxi, insistió en acompañarme en su propio automóvil.

Acepté.

Le conté qué era lo que estaba buscando. No se preocupe, ya se lo buscaré yo, a mi me será más fácil, me manejo mejor.

Antes de irse me dio su tarjeta, Llámeme un día de estos y le daré noticias, por cierto, si necesita un auto yo se lo puedo ofrecer, bueno y barato.

Sí, necesitaba uno. Y fui a verle.

Le compré una magnífica berlina de segunda mano a muy buen precio. De mi antiguo automóvil no podía decirme nada, no había conseguido localizarlo, seguramente ya habrán hecho de él lingotes de hojalata, me dijo con una sonrisa algo tímida.

¿Para qué lo quería?, me preguntó.

No supe que responderle, bueno, murió mi esposa, se perdieron cosas y me hubiera gustado recuperarlas.

No dijo nada. Me miraba con los ojos muy abiertos y no debió darse cuenta de que tenía las manos sucias de grasa porque se tocó la cara manchándosela.

Será mejor que vaya a lavarse, le dije. Con esa pintura de camuflaje asustará a los clientes. Ni se inmutó, creó que ni me oyó.

Los dos nos quedamos callados, mirándonos en silencio.

En la pared del fondo de su despacho había clavado con grapas un calendario con una bonita muchacha desnuda.

¿De dónde lo ha sacado?, le pregunté.

¿Qué?

Olvídelo, traté de rectificar. Tengo sed. ¿Tiene cerveza?

En una esquina había una nevera pequeña, se levantó y de ella saco un par de cervezas.

Mientras nos las bebíamos me preguntó. ¿Le interesan este tipo de calendarios?

No, era solo por decir algo.

Me lo ha regalado un cliente rico y a los muchachos que trabajan aquí les gusta verla cuando vienen a pedirme aumento de sueldo. Debe ser el consuelo que les proporciona cuando les digo que no.

¿Tiene clientes ricos?

Unos cuantos. Ése que le digo tiene una magnífica colección de coches antiguos, “históricos” sería el término adecuado. Y yo se los mantengo en perfectas condiciones de funcionamiento y puesta a punto para que pasen cada año la inspección técnica de vehículos. Es interesante verla, de verdad.

Debí poner una cara especial porque me preguntó:

¿Le gustaría? Él se la mostrará encantado. Si usted quiere.

¿Por qué no?, parece buena idea. ¿Cómo se llama su cliente?

En realidad no me interesaban, bueno, no en aquel momento. Pero a él se le iluminó la cara.

Se va a sorprender, le van a gustar mucho. Sí, mañana mismo iremos a verlos, se los enseñaré, no son solamente máquinas, ¿sabe?, tienen nombre y apellidos y aunque son inmortales también pueden morir. Venga conmigo, quiero enseñarle algo.

Debía haber tocado algún resorte o botón invisible; aquel hombre parecía estar a punto de mostrarme un tesoro o a la mujer más hermosa del mundo. Sin embargo lo que vi fue una estructura de hierros oxidados con una vaga forma de algo parecido a un automóvil.

Tonterías como aquella había visto muchas en los museos de arte contemporáneo, pero aquello no era un museo ni una tontería. Aquello era un taller y lo que había sido mucho tiempo atrás un automóvil.

¿Qué le parece?, éste está muy mal, lo encontraron en la cuadra de una vieja casa de campo. No siempre me los traen así. Harán falta muchas horas de trabajo para que vuelva a caminar.

El silogismo me desconcertó, era demasiado evidente y fácil. ¿Es usted médico? Le pregunté.

Mi padre lo era, me respondió con una amplia y nada tímida sonrisa. Yo estudié dos años, pero lo dejé. Se llevó un disgusto, era cirujano, un buen cirujano.

No lo pude evitar, pero me reí.

Espere, no se ría aun, que eso no es todo, el pobre también se murió en un accidente de de automóvil.

El alivio que me produjo su humor negro me sobresaltó. ¿Se estarán riendo también los muertos?

Mañana le llevaré a ver a mi amigo rico, como le he dicho le gusta enseñar a sus “bellezas” ¿A qué hora paso a buscarle?

Yo no sé si los muertos se ríen, pero deberían hacerlo. Al menos esos que son un puro invento. En mi accidente no se había muerto nadie, ni mi esposa ni nadie. Estoy soltero y aquel día conducía solo y choqué de frente contra un camión enorme al dormirme al volante. ¿Por qué había mentido? No sé, quizás para dar lástima. La lastima es un mal sucedáneo del amor o del cariño.

El padre de mi amigo tampoco se había muerto en ningún accidente. Precisamente el padre era ese amigo rico del que me hablaba. ¿Por qué me había mentido? Nunca se lo pregunté. La verdad es que me importaba muy poco. Era una manera rara de decir la verdad.

Porque un muerto sí había habido en un accidente, y no uno sino dos. La madre y el amante de la madre de B, muertos ambos al mismo tiempo en un verdadero accidente de automóvil. Eso sí era verdad.

Su padre aparte de ser rico y tener esa fabulosa colección de autos, sí que había sido realmente cirujano, y B también había estudiado durante un par de años medicina. El amante era amigo y colega de su padre, otro cirujano. Un día se salió de la carretera y se mató junto con ella, la madre de B, los dos amantes muertos.

Iban muy deprisa, no se puede correr tanto, decía B con una perfecta sonrisa cínica dibujada en su cara.

No era ni siquiera una sospecha, pero no pude evitar la fantasía de pensar en un asesinato. ¿De quién?, ¿del padre?, ¿del hijo?, ¿de ambos? El auto bien preparado y manipulado para que tuviera un accidente mortal. ¿B mató a su madre?

B ha terminado siendo uno de mis mejores amigos y la fantasía del asesinato se ha convertido en una absoluta certeza sin valor ninguno. No me molesta ser el amigo de un asesino, esa es la verdad. Ni me molesta ni me importa.

Cuando lo visité, el padre de B hacía tiempo que ya no ejercía como cirujano, el parkinson lo había obligado a retirarse antes de tiempo. Hizo su fortuna comprando naves industriales, lo que le permitió, aparte de hacerse rico, desarrollar su segunda vocación, la arqueología industrial.

“La forma pura y dura de la máquina es el mapa más preciso del cerebro humano”, decía tartamudeando. Yo lo escuchaba con atención no pudiendo apartar los ojos de su tambaleante mano sosteniendo la cuchara con la que desparramaba la sopa por todo el mantel. B lo miraba con ternura, sin preocuparse por las terribles manchas en el traje de su padre.

Necesita un babero, me decía, pero nunca quiere ponérselo, que mas da, ¿no crees?

Manchas de grasa, de sopa y también de sangre.

La fabulosa casa, en cambio, estaba limpia, casi aséptica. El enorme garaje con su magnífica colección de automóviles parecía una noche estrellada.

Son bonitos, ¿verdad?, me decía aquel anciano tartamudo y tembloroso. Pero lo mejor es su sonido, escuche.

Mi amigo siempre lleva las manos sucias. Tuvo una novia que no le gustaba que tuviese esas manos así. Su padre sigue desparramando la sopa por toda la mesa manchándonos a todos.

Pero a nadie le importa.

Y escuché. En silenció escuché. Tenía toda la razón, el sonido de los motores era lo mejor.

viernes, 23 de enero de 2009

El peletero/Justine y sus corolarios



8 Septiembre 2007

NOTAS A VUELA PLUMA DESPUÉS DE LA ENÉSIMA LECTURA DE “JUSTINE” DE LAWRENCE DURRELL

UNA CONVERSACIÓN CON UN FANTASMA

Y UN POEMA DE KAVAFIS

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LA PLUMA QUE VUELA Y QUE NO PESA

Nessim, hombre influyente, rico y poderoso, esposo de Justine, le habla de ella al narrador de la novela, que es precisamente amante de Justine, como también lo son muchos otros en la ciudad, hecho que Nessim desconoce pero que sospecha. Que todos sospechan. Toda Alejandría lo sabe, él no, pero quiere saberlo y para eso contrata espías, para que le digan la verdad que todos ya conocen.

- Le asombrará si le digo que siempre he visto en Justine una especie de grandeza. Como usted sabe, hay ciertas formas de grandeza que si no se aplican al arte o a la religión, hacen estragos en la vida corriente de los hombres. El error está en que Justine consagró sus dones al amor. Es cierto que en muchos casos ha sido mala, pero en ninguno de ellos su actitud tenía importancia. Tampoco puedo decir que nunca haya hecho daño a nadie. Pero los perjudicados han salido ganando. Los arrancó de sí mismos. Era forzoso que sufrieran, y muchos no han comprendido la naturaleza del dolor que ella les inflingía. Yo sí.

Y con esa sonrisa que todos le conocían, dulce y al mismo tiempo de una inexplicable amargura, murmuró otra vez:

- Yo sí.

El narrador y amante de Justine, nos habla de ella. Nos relata su primer intercambio de palabras aunque ya se conocían de vista, todos al menos la conocían de vista. Todos sabían quien era Justine.

Al principio no vi el gran automóvil que había quedado en la calle con el motor en marcha. Entró en el almacén, brusca, resuelta, y con el aire de autoridad de las lesbianas o de las mujeres adineradas cuando se dirigen a la gente evidentemente pobre, me dijo:

- ¿Qué entiende usted por la naturaleza antinómica de la ironía? O algo por el estilo.

Me miraba con desconcierto, con una franqueza que me hacía sentir incómodo, como si se preguntara qué hacer conmigo.

- Me gusta su manera de citar los versos sobre la ciudad. Usted habla bien el griego. Se ve que es escritor.

- Se ve, le respondí.

- Me gustaría presentarle a Nessim, mi marido. ¿Quiere venir?

También nos ofrece a los lectores y a sí mismo algunas reflexiones sobre el carácter y personalidad de Justine.

¿Quién puede pretender que Justine no tenía su lado estúpido? El culto del placer, las pequeñas vanidades, la preocupación por el juicio de quienes eran inferiores a ella, la arrogancia. Podía ser terriblemente exigente cuando lo quería. Sí. Sí. Pero el dinero es el que hace crecer esa cizaña. Diré solamente que muchas veces pensaba como un hombre, y en sus actos desplegaba en cierto modo esa independencia vertical propia de la actitud masculina.

(…) Ella quería robarme ese tesoro de desasimiento, la piedra preciosa escondida en la cabeza del sapo. Veía la marca de ese desprendimiento a lo largo de toda mi vida, con sus discordancias, sus casualidades, su desorden. Mi valor no residía en nada de lo que llevaba a cabo o de lo que poseía. Justine me amaba porque yo era para ella algo indestructible, un ser humano ya formado y que no podía quebrar.

Otra mujer, Clea, le habla de Justine al narrador de la novela. Ella también ha sido una de las amantes de Justine. Clea es una verdadera alejandrina, mujer solitaria que no esconde su debilidad, pero que presume, cuando es el caso, que solamente el recuerdo de su amor lésbico la sustentará el resto de su vida.

He tenido pocas experiencias; en realidad una sola me marcó para siempre, y fue con una mujer. Todavía vivo en la felicidad de esa relación perfectamente consumada; cualquier sustituto físico me parecería hoy horriblemente vulgar y hueco.

Ya te habrás dado cuenta, que ella (Justine), era la mujer de quien te dije una vez que estuve tan enamorada. (…) Justine no era realmente inteligente, sabes, pero tenía la astucia de un animal acorralado.

El narrador la escucha con atención, está empapado por la lluvia y quizás también por las lágrimas. Justine se ha ido, ha huido, la impostura era ya imposible de mantener. Acosada por los espías de su influyente, poderoso y rico marido, Nessim, huye a Israel y se instala en un Kibbutz.

Clea le cuenta un encuentro con Justine algún tiempo después de que huyera.

Quizá te interese el relato de mi breve encuentro con Justine hace pocas semanas. (…) en un primer momento me costó reconocerla. Ha engordado mucho de cara, y el pelo mal cortado le cuelga como colas de ratón. (…) No queda en ella el menor rastro de su antigua elegancia, de su chic. Se diría que sus facciones van cobrando el típico aire judío, que los labios y la nariz tienden a juntarse. Me sorprendió al principio el brillo de sus ojos y su manera casi jadeante de respirar y de hablar, como si tuviese fiebre.

En el primer momento no aludió ni a Nessim ni a ti, sino que se puso hablar de su nueva vida. Me dijo que el “servicio de la comunidad” le había dado una felicidad nueva y perfecta; su tono sugería una especie de conversión religiosa. (…) Aseguraba que en las agobiadoras faenas de esa colonia comunista había logrado una “nueva humildad”. (¡Humildad! La última trampa que espera al ego en busca de la verdad absoluta).

Dicho sea de paso, Justine no se ha vuelto marxista; es tan sólo una mística del trabajo. (…) Cuanto más la miraba y pensaba en la persona fascinante y cruel que alguna vez había sido para todos nosotros, más difícil me resultaba comprender que se hubiera convertido en esa pequeña campesina regordeta, de manos ásperas.

Quiero decir que en este caso, una vez curada de las aberraciones mentales producidas por sus sueños y sus temores, Justine se desinfló como un globo. La fantasía ha ocupado tanto tiempo el primer plano de su vida, que ya no le queda ninguna reserva. (…) Por decirlo así, junto con su sexualidad Justine ha extinguido todas sus razones de vida y hasta de lucidez mental

Al final, Clea, debe decirle al narrador que la escucha, cuáles han sido las palabras que Justine ha dicho de él. Son poca cosa y tal vez hubiera sido mejor callarse.

De ti, Justine dijo simplemente, encogiéndose de hombros: “Tenía que olvidarme de él”.

(“Justine-El cuarteto de Alejandría” Lawrence Durrell)

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EL FANTASMA Y YO

- ¿Cuántas veces has leído “Justine”?

- Varias, bastantes, me fascina el final.

- Ese anticlímax, ¿verdad?

- Sí, es inesperado, es doloroso ver la vulgaridad en quién suponías era “grande”, aunque fuera en el mal.

- Como su propio esposo afirma.

- Sí, eso dice él, pero envía y paga espías para que la vigilen.

- Dice que comprende el dolor que causa esa “grandeza” de ella.

- Claro, eso afirma, pero miente, se engaña a sí mismo. No hay tal “grandeza”, hay futilidad. No puede aparecer como un simple tonto.

- Como afirmaría Hannah Arendt.

- Exacto, es el mismo mecanismo del nazismo y es también el dilema: el gran horror del mundo y del ser humano, no es más que banalidad. El mal es banal.

- Y Justine también, ¿no?

- Sí, lo es, y vulgar y cursi, penosamente cursi. Decepcionante. Cobarde.

- ¿Y ya está?

- No, hay algo más.

- Dilo pues, ¿qué crees que es el mal?

- Es el temor a la libertad. Rüdiger Safranski afirma que es su drama, el mal es el drama de la libertad. El temor a la libertad.

- ¿Y?

- Que sus corolarios son la responsabilidad y el amor.

- Ordénalo bien.

- Tienes razón: los seres verdaderamente libres no tienen miedo al compromiso. Y comprometerse es mostrar tu alma dando parte de ti, estando dispuesto a morir por alguien.

- Ahora pareces tú el cursi y el melodramático.

- Sí, lo parezco. ¿Te has fijado que ya nadie habla de amor excepto en términos psicológicos, etológicos o neurológicos? Solamente hablan de intercambios químicos neuronales. Dicen que el amor empieza y el amor termina. ¿Se puede decir algo más nimio que eso?

- ¿Qué piensas del sexo?

- ¿Por qué me lo preguntas?

- Te lo pregunto porque todo el mundo miente sobre él, ¿verdad?

- Sí, tienes razón, todos mienten.

- Dime pues, ¿qué piensas de él?

- Que hay dos clases de sexo, el bueno y el malo, como el dinero.

- Me haces reír, algo difícil en un fantasma. Continúa.

- Con el malo masticas y con el bueno comes y te alimentas.

- ¡Di algo menos convencional y más interesante, por favor!

- No sé, ahora no puedo.

- De acuerdo, esperaré.

Toda esta historia sucede en Alejandría. Este peletero que os escribe la visitó muchos años después de los hechos que Durrell narra.

Ninguna ciudad le ha causado tanta tristeza como Alejandría. Una ciudad que Gamal Abdel Nasser mató lentamente y sin ninguna piedad.

El mar era espantosamente claro, el peletero jamás ha vuelto a ver un mar parecido.

El mar claro y barrios enteros de la ciudad abandonados. Preciosas fachadas arruinadas, envueltas en sudarios de ropa tendida a secar, y un cementerio más habitado por vivos que por muertos.

Una corniche larga y plana. Parecía estar por debajo del nivel del mar y el mar a punto de caérsele encima, anegándolo todo hasta las mismísimas fuentes del Nilo.

El Delta es plano, cambiante, medio mar, medio playa. Dunas, juncos y agua, agua que solamente se mezcla con agua. Agua con agua. Nada más.

- ¿Has dicho Justine?

- No, ahora no la he nombrado, ¿por qué?

- Me debo haber confundido, perdón. ¿Queda algo de aquel mundo?

- No. De todo aquello tampoco queda nada, excepto la poesía del poeta de la ciudad.

- Es mucho.
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EL POETA Y TODOS NOSOTROS

Te dices: Me marcharé
a otra tierra, a otro mar,
a una ciudad mucho más bella de lo que ésta
pudo ser o anhelar…
Esta ciudad donde cada paso aprieta el nudo corredizo,
un corazón en un cuerpo enterrado y polvoriento.
¿Cuánto tiempo tendré que quedarme,
confinado en estos tristes arrabales
del pensamiento más vulgar? Dondequiera que mire
se alzan las negras ruinas de mi vida.
Cuántos años he pasado aquí
derrochando, tirando sin beneficio alguno…
No hay tierra nueva, amigo, ni mar muerto,
pues la ciudad te seguirá.
Por las mismas calles andarás interminablemente,
los mismos suburbios mentales van de la juventud a la vejez
y en la misma casa acabarás lleno de canas…
La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte de este mundo?


(“La ciudad” Konstandinos Kavafis)

jueves, 22 de enero de 2009

El peletero/El silencio



5 Septiembre 2007

Jordi Balló es hoy en día uno de los expertos en cine y en cultura de la imagen con el criterio más sólido que podemos hallar en nuestro país. Leer sus libros y sus artículos, que semanalmente publica la Vanguardia de Barcelona, nos permite también disfrutar de sus análisis siempre certeros.

El publicado el viernes 24 de agosto, nos expone un problema que ha recorrido la historia de la humanidad y que ahora, a inicios del siglo XXI, se nos presenta de forma cruda y en todo su esplendor. El “horror vacui” icónico que padecemos, o disfrutamos, es ya una característica plena de nuestra civilización planetaria, que se desarrolla paralela al fenómeno verdaderamente patológico que es el vacío de la mirada.

Vacío que indudablemente comporta graves consecuencias para las personas y las comunidades que ellas forman.

En este caso, el artículo de Jordi Balló no nos habla de cosas solas y sí de lugares. Lugares en los que hay cosas que significan algo, ellas y el espacio que ocupan y cómo lo ocupan, creando una representación. Una manera de mostrar para encauzar la mirada, y conseguir de esta forma saber.

Citemos sus palabras:

“(…) ¿cómo encontrar el goce individual ante una representación? Algo que nos inquiete, que nos interpele, que nos haga salir de nosotros mismos, que produzca una forma de sabiduría emocional, que nos devuelva al éxtasis del viajero que descubre algo inesperado.”

Ése es el problema tal y como nos lo expone; para añadir a continuación:

“Da la impresión de que esta confrontación sólo puede producirse a través de la ocultación, de lo contrario de la publicidad y de la promoción. Es decir, de todo lo que no sea un icono representativo. Es ahí, en los confines de lo que no está a la vista, donde se puede reconstruir una reconciliación entre cultura y paisaje que produzca saber”

Y añade algo muy importante:

“Estos lugares existen”

Nosotros también sabemos que existen y en algunos de ellos hemos estado. Él cita uno que nosotros todavía no hemos visitado.

“Para mi, en Catalunya, este lugar por excelencia está en Portbou, junto al memorial construido por Dani Karavan a la memoria de Walter Benjamin, enterrado en el cementerio que está al lado. Sé por experiencia propia el impacto que esta visita produce en personas que no esperan la intensidad de este lugar que deviene el fin de la civilización, el lugar de la dignidad frente a la barbarie”.

Hasta aquí el diagnóstico; después una intuición, y ahora, aquello que debe hacerse:

“Y nunca olvidaré lo que dijo Antoni Marí en una amplia reunión convocada por diferentes instituciones para dar a conocer mejor el legado de Benjamin y para impulsar futuras acciones: “No hay que hacer nada, sólo preservar el silencio””.

La tentación de citar a Wittgenstein es grande, pero para ser realmente fieles a él y al espíritu del artículo del Sr. Balló, no diremos nada más.

Pediremos perdón por haber roto el silencio.

Y nos callaremos.

miércoles, 21 de enero de 2009

El peletero/Besos para una armónica



1 Septiembre 2007

Yo no estaba en este poema,
sólo había un charco puro y brillante,
pequeño ojo de lagartija, el viento
y la música de una armónica
que no se había pegado a mis labios.


(Yo no estaba en este poema. Adam Zagajewski)

De París a Pushkar.

París puede ser muy caluroso en verano y también muy frío en invierno. La humedad del Sena te puede llegar a matar si te atreves a dormir debajo de uno de sus puentes.

La humedad entristece los huesos y, desafortunados, se quiebran sólo con respirar.

Entonces no te cabe más remedio que permanecer quieto y tranquilo mientras piensas que si respiras morirás.

Durante estos pocos segundos de vida que te restan puedes ver al río descender imparable, y si tienes suerte, mucha suerte, quizás puedas también ver o sentir a alguien a tu lado, ignorándote y ocupado en sus cosas.

Procura entonces recordar alguna canción, una melodía, cualquier cosa que te ayude a bien morir.

Algún beso que suene como las pequeñas armónicas de bolsillo puede servir, una armónica de esas plateadas, llenas de colores, que caben en la palma de la mano y que al mismo tiempo que ella la abraza y la toma, le hace de caja de resonancia para que el sonido sea más ventral.

Hay armónicas que son mejores que unos labios, y hay besos que te ayudan a cantar. Ambas cosas son buenas compañías para morir, que es una de las diferentes maneras que hay de cantar.

Y mientras cantas, el río continúa inmisericorde su deriva, deseando cruel, que Dios decrete de nuevo el Diluvio Universal.

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Siempre recordaré a Victoria en París, afirmando con su falso y característico estilo tranquilo y al mismo tiempo sorprendido que la forma más contundente de engañar es decir la verdad. El poder de la verdad, decía, no es el de la luz, ni tampoco el de la claridad, afirmaba sin mirarme, sino el del resplandor, el de la ceguera total. La mentira, en cambio, posee la fuerza de la sombra, la virtud del perfil, es el don de la diferencia. Siempre la recordaré robándole sin manía ninguna, y sin pedirle permiso, esa frase a su amigo peletero. Sabía que él no se quejaría.

Siempre recordaré también su deliciosa sonrisa, su cuerpo de gacela, su voz ronca y sus ojos de boxeadora noqueada, tan hinchados y cerrados que cuando te guiñaba uno, no lo cerraba, sino que abría el otro.

Victoria se quejaba de mis descripciones y caricaturas anatómicas, y me decía que a sus ojos lo único que les ocurría era que sufrían alergias y que en todo caso tenían rasgos asiáticos. Yo me reía de ella rasgándole, suave y dulcemente, todavía más los ojos con mis dedos. Me dejaba hacer y se reía conmigo.

Victoria tenía un amigo peletero que le regalaba vestidos chinos, qipaos de piel y de sedas de colores, bordados con hilos de oro o de plata, y según parece eso la hacía reír mucho más. Y cuanto más reía más se le hinchaban los ojos y más se parecía a Shirley MacLaine, o a una de esas mujeres asiáticas de edad indeterminada, que tienen esos ojos difíciles de interpretar. Tenía una apariencia muy extraña mirándome como un búho dormido a través de las rejas de la cárcel, susurrándome con su tentadora ronquera que los funambulistas siempre caminan en línea recta.

Quizás fueron esos extraños sofismas sobre la verdad y la mentira, los que suscitaron que a lo largo de toda su vida no terminara nada de lo que empezaba. O fue su barata poesía de mago de feria que nunca llegó a publicar, o también su curiosidad desordenada y su absoluta falta de constancia, las que la convirtieron en algo que casi era algo, pero que casi nunca era nada. Ni ella, ni sus amores ni sus propósitos eran algo sólido. Todo y todos éramos casi nada, incluso del peletero no conocíamos ni su nombre, excepto ella. Al menos nos aseguraba que sí, que el peletero tenía uno, tenía un nombre y que ella sabía cuál era.

Cosas como ésas son las que escribió sobre Victoria su amigo peletero al redactar su necrológica muchos años antes de su muerte, en una noche de fiesta, melancolía y angustia. Medio en broma y un poco bebida, Victoria le había pedido al peletero que la escribiera. Así como ponen espejos en las habitaciones de los burdeles, así quería verse muerta, balbuceaba entre hipos y risas. No deseaba morirse, ni tenía tampoco ningún ánimo suicida y, aunque lo pareciese, no era tampoco el deseo raro de ver su cadáver escrito en un papel. Sólo deseaba sentirse muerta, algo así como soñar despierta.

Aquellos días, semanas y meses en París fueron muy extraños, siempre lluviosos, grises, medio fríos, intempestivos, con muy poco dinero en los bolsillos, y ese poco que teníamos era para ella. El peletero trabajaba de lo suyo y de él vivía ella, y algo también de mí. Otros amigos también le daban regularmente dinero cuando podían.

Fue una necrológica premonitoria, pretenciosa y cómica, llena de mentiras y también muy corta, pues aunque la servilleta de papel en la que fue escrita no daba para más, su vida tampoco daba para mucho, nunca dio para mucho. Por aquel entonces Victoria era todavía joven y nada había hecho aun digno de ser mencionado. Luego, de mayor, tampoco hubiera habido mucho más que mencionar, la verdad es que no.

Sólo recuerdo que llegó a ser la madre de un niño, inteligente y guapo, pero ella no paraba de repetir que buscaba a su hija muerta. Naturalmente era mentira, ella no tenía ni llegó a tener jamás una hija, ni mucho menos muerta. Yo creo que hablaba por boca de otro. Pero no paraba de mencionarla. Incluso esa hija inexistente llegó a tener un nombre. Que no diré, ya no.

Pobre Victoria, no logró nunca a parir esa hija, de la que llegó hasta a imaginar parte de su vida. La ciudad, la escuela y el padre de la niña, que no era el mismo de su hijo. Una pura fábula.

Yo en cambio, lo que no pude encontrar nunca fue a mi hermana. Un día se me perdió al abandonarme. Mi hermana no era ninguna invención como la hija de Victoria. Mi hermana existió y existe en los registros y en los archivos del hospicio.

Estuve toda mi vida buscándola. Aun recuerdo las cartas que de mayor le escribí y que nunca le pude enviar. No tenía ninguna dirección donde enviarlas. Parecían mensajes dentro de una botella lanzados al mar. Aun podría volver a dictarlas todas, las tengo memorizadas como el rosario que los dos rezábamos en aquel hospicio también enrejado.

Por más que quiere no podré olvidar aquellas letanías tranquilizadoras y suaves que simulaban el ronroneo de un viejo motor y que a nosotros nos recordaban los latidos de un corazón que nunca habíamos escuchado.

Aterido de frío contemplaba absorto, mientras recitábamos, el cálido vaho que expelía aquella extraña máquina que eran nuestras voces, niños aun, y las de las monjas que nos acompañaban en aquel coro infantil. Monjas jóvenes y viejas, tan cálidas sus bocas y manos, como pálidos sus rostros calvos; hermosas todas ellas, de ojos deslumbrantes, casi siempre cerrados y vestidas de la cabeza a los pies de un negro inmaculado. Yo las miraba y me enamoraba, por santas y por humanas. Eran mujeres inexpugnables, llenas de sombras y rincones acogedores, absolutamente fascinantes, misteriosas y sorprendentes.

Por la noche, cansado y extrañado, me dormía abrazado a mi hermana con mi oreja pegada a su pequeño corazón de niña.

Algunos años después, aquella niña convertida ya en una mujer, huyó, abandonándome a mí, que nunca he conseguido llegar a ser ni siquiera casi un hombre.

También recordaré a los oxidados barrotes de la cárcel, o aquello que parecía una cárcel, y que me impedían ver a Victoria entera, siempre troceada, troquelada, como si un matarife loco y geómetra la hubiera descuartizado. No digas tonterías, me recriminaba Victoria, los geómetras o los cartógrafos no pueden estar locos ni ser matarifes, están tan cuerdos como cualquier cirujano, tan cuerdos como tú o como yo.

Recuerdo sus palabras, sin embargo he olvidado completamente quién de los dos era el que estaba preso allí dentro, ¿Victoria o yo? ¿Quién de los dos sabía tocar aquella pequeña armónica que tantas noches nos había acompañado? ¿Ella o yo?

Creo que ninguno de nosotros dos, debía de ser otro, un tercero, alguien más, no sé. Pero seguro que no eran esos que me venían a buscar cada día con su uniforme blanco y que daban por terminada la conversación con Victoria, no, esos no eran.

Tampoco recuerdo quién fue el que murió primero, tal vez fue ella y yo aun me estoy muriendo, o tal vez fui yo y mi muerte dura ya demasiado. Poco a poco me mutilan y yo no puedo evitarlo. Pedazo a pedazo, dedo a dedo, el pulgar primero y el índice luego. Y así, sin piedad ninguna, permiten que el tiempo se me desvanezca por entre los muñones, y con él esa terrible belleza de su umbral.

Cuando estamos vivos nos preguntamos llenos de curiosidad y angustia por qué el mundo que nos cobija se nos muestra indiferente, sin embargo fuera de él somos nosotros los indiferentes, los extraños y los mudos.

A Victoria no la he vuelto a ver más, no sé por qué dejé de verla detrás de aquellos barrotes.

Hace tiempo, todavía oía la voz del peletero hablándome de algo, pero nunca pude oír bien qué trataba de decirme, solamente me daba cuenta que ya no nos encontrábamos en París.

Así terminó todo.

Aquello ya no era París.

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El polvo era limpio y las casas narraban los viajes a la Meca, en algunas.

En otras, las mujeres, llenas de colores adornaban las entradas, sus puertas.

Con una mano se apoyaban en la pared y con la otra se arreglaban los pañuelos, floridos.

Y se dejaban mirar porque ellas también te miraban, atentas.

El cielo era despiadado, pero también estaba limpio, como el polvo.

Y en un rincón, apartado y sin molestar, el lago, pequeño y brillante.

Redondo y solitario.

¿Lago solitario?

Sí, rodeado de azafrán y canela, moteado de rojo oscuro y perfumado de vainilla, deslizante.

Quieto. Casi inmóvil.

Opaco si lo mirabas de lado.

Transparente si le mirabas a la cara.

Tal vez Pedro navegaba por él viendo caminar a Jesús. Pero no. No era necesario, allí no.

El polvo era amarillo y las mujeres eran oscuras y de ojos negros, que de tan bellas te mataban al sonreírte.

Sus caderas eran una señal y una invitación a un baile secreto.

Yo miraba una nube de polvo a lo lejos, ¿quién sería?

Encaramado a algo miraba y miraba y no dejaba de mirar, inquieto.

Alguien se acercaba.

Alguien venía.

Y mi hermano, a mi lado como siempre, tocaba la armónica.

Y ella sonreía.

¿Quién?

Ella.

Y nada más.

lunes, 19 de enero de 2009

El peletero/El ojo y el negro (3)



30 Agosto 2007

La Virtud es siempre
más cara que el Vicio,
pero más barata
que la Locura.


(W. H. Auden)

Querida Silvia, cuando pinto y dibujo creo hallar alguna verdad escondida, algo importante que ha de saberse para poder vivir y morir con dignidad.

Tú sabes entresacar siempre el secreto oculto entre los sucesos y las aventuras que narran mis pinceles, sabes ponerle orden, y alumbrar así, con tu juicio sereno y delicado, la verdad.

La verdad, la más exótica de las mercancías, tan difícil de hallar e imposible de comprar.

Querida Silvia, tú me demuestras con tu ejemplo y con la manera que tus ojos miran el mundo desde ese rincón pequeño que es tu casa, que la verdad es oro en polvo, que baja por entre las aguas rápidas de ríos fríos y de alta montaña; que hay que subir muy arriba y baldear mucho barro para conseguir entresacar unos pocos gramos.

Una vez más ha venido Marta, de la que ya te hablé. Me rompe el corazón verla tan desnutrida, pero yo no puedo tenerla en casa. Me dice que soy su padre, pero ya tiene dieciséis años y yo no quiero ser el padre de una mujer, quizás sí de una niña, pero no de una mujer. Lo malo es que siempre consigue que le dé de comer. No debería hacerlo, no debería darle nada, así conseguiría que no regresase. Ya lleva dos abortos y tarde o temprano parirá de nuevo y me traerá en brazos también al niño medio muerto de hambre. Al menos no podrá decir que es mío, no podrá, pero es lo que quiere y lo que busca. Esa es la única manera que sabe de buscar refugio.

Contigo mirándome sé que no vivo en vano.

Contigo esperándome sé que no camino solo.

Tu hermano que te quiere Teodoro.


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La pintura “Sansón y los filisteos” fue encargada por el mismo Obispo, y cuando la vio terminada se llevó una buena sorpresa, aunque se recuperó enseguida cambiándole el nombre.

¿La pintura es realmente desconcertante y ofensiva para un católico? Teodoro utiliza el recurso común de representar escenas bíblicas en un ambiente contemporáneo y no se le ocurre nada que sea más provocador que convertir el palacio de los filisteos en una enorme y fantástica catedral gótica, resplandeciente de luz acristalada en plena liturgia. Los bancos y sus pasillos se encuentran llenos de fieles. El Obispo se dispone a encabezar una procesión que llevará una imagen de la Virgen por las calles de la ciudad.

La atmósfera es espesa, casi podemos oler el incienso y tocar la luz de las velas. En un rincón, un mendigo andrajoso, ciego y de cabellos largos y rubios es guiado por su lazarillo, una niña. Las manos del mendigo se posan en una de las enormes columnas del templo y su rostro inexpresivo se yergue hacia las alturas, como queriendo sospesar la enormidad de la mole o como suplicando la ayuda del cielo para su propósito destructor.

Es en este momento cuando nosotros miramos también hacia arriba y vemos que allí todo es oscuridad.

El tercio superior del lienzo se encuentra en una semipenumbra. Paredes como manchas oscuras, cubiertas y arbotantes como pinceladas gruesas, toscas, indefinidas, pura abstracción, fin del límite y de la perspectiva. De cualquier perfil.

¿Es eso lo que hay o lo que Sansón ve?, ¿por qué toda la luz está en el suelo? Toda la luz y todos los personajes, todo lo que sucede está en el suelo. Multitud abigarrada y absoluta confusión, tanta, que casi el mismo Sansón y su lazarillo nos pasan desapercibidos, como así les sucede también a los soldados que deberían custodiarlo, distraídos como están contemplando la imagen de la Virgen. Pero nosotros lo descubrimos porque primero nuestros ojos se han fijado y posado en la figura que Van Babel ha iluminado de manera más intensa y que sobresale del resto, la de una mujer de cabellos negros y vestido blanco que en su mano derecha sostiene un paño en el que hay representado un rostro ensangrentado, ¿la Verónica?

Lo sea o no, es el único personaje que mira al mendigo ciego de cabellos largos y rubios. Ella nos lo muestra con una expresión de profunda tristeza.

A Teodoro no le gustaban las multitudes, pensaba que no eran dignas de ser pintadas, como el mar o el cielo, cosas informes, abstractas por definición. En su “Sansón y los Filisteos” resolvió bien el problema centrándose solamente en tres personajes, el mismo Sansón que mira al cielo y no ve nada, la Verónica que lo mira a él como una prefiguración de Cristo, y que lleva en sus manos el primer Icono de la historia, y la Virgen, imagen de madera que es sacada a hombros por los fieles y que nos mira a nosotros.

Mientras nosotros los miramos a todos.

El Obispo se enfadó al ver su catedral convertida en cueva de paganos y sólo le pagó una parte de lo pactado.

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Querido Teodoro, me preocupas, siempre estás solo o mal acompañado. Aléjate de esa Marta. Estas empezando a crearte una buena reputación, no la malgastes ahora con esas compañías. ¿Qué sucedió con aquella otra Marta, la hija de tu casero? De pronto dejaste de hablarme de ella, ¿qué sucedió?

Si necesitas ir al burdel, ves, pero procura no crearte ningún hábito.

Me has enviado unos apuntes de una muchacha de uno de ellos, es africana y muy bella. Son perturbadores esos cuerpos negros. ¿Te gusta ella?, no te encariñes Teodoro, no lo hagas.

Me preocupa mucho tu soledad y que nadie se ocupe de ti.

Dentro de tres meses daré a luz. No para de moverse y yo espero que él o ella oiga mis canciones, las que nuestra madre nos cantaba y que oíamos con una oreja pegada a su corazón.

Christian está feliz, siempre lo está cuando estoy embarazada. Dice que le gusta mi barriga y a mi me gusta oírlo. Aunque por las noches está cansado, y siempre se duerme en mis brazos como si fuera él el hijo que espero.

Por las mañanas vuelve a ser de nuevo el esposo que necesito. Me gusta esta hora temprana del día, cuando la luz es tenue, los caminos todavía están vacíos, el cielo nos muestra su plata y nuestros cuerpos se juntan.

Tú hermana que te quiere, Silvia