Hemeroteca
peletera.
La manzana de oro.
“Erik "el Belga", el famoso ladrón de
centenares de obras de arte, volverá hoy a uno de los escenarios de sus robos,
la catedral de Roda de Isábena (Huesca), con el propósito de presentar una
pequeña muestra de cuadros pintados por él mismo y que ha donado para compensar
el expolio que llevó a cabo en el museo del templo hace dieciséis años, cuando
se apropió de piezas de gran valor, entre ellas una talla románica de san Juan.
Rene Alphonse van den Berghe -verdadero nombre de Erik ya no tiene que rendir
cuentas a la justicia después de pasar
algunos años en la cárcel y tras haber prescrito las causas que tenía
pendientes. En la actualidad reside en Málaga y dedica buena parte de su tiempo
a pintar cuadros que consigue vender a buen precio por la leyenda que acompaña
a su firma. El dinero de las diez telas que ahora ha regalado al párroco de
Roda, José María Lemiñana (a quien ya vio anteayer), se destinará a la restauración
de un tríptico gótico de la catedral. Las obras de Erik, que fue pintor antes
que ladrón, son en su mayoría copias de cuadros conocidos y, aunque no tienen
gran interés artístico, mosén Lemiñana ha agradecido el gesto y las ha colocado
en un lugar destacado del recinto catedralicio.” (Erik "el Belga" vuelve a Roda de Isábena como pintor, A. Ibares, La Vanguardia de
Barcelona, martes 15 de agosto de 1995)
¿El sabor de
la zanahoria se encuentra al mismo nivel que el tacto de la cebolla?
Esta es una
pregunta difícil de responder, quizás por ello las personas no encuentran casi
nunca la forma correcta de entenderse más allá del hablar por hablar, de la
charla insustancial y educada que no produce saber ni paradojas que describan
con precisión
la realidad.
Antoni Puigverd nos recordaba ayer en su crónica diaria de
verano que:
“Ovidio,
haciéndose eco de los griegos, nos habla de la manzana de oro que el joven
París de Troya entregó, no a la diosa más poderosa (Hera), no a la más
inteligente (Athenea), sino a Afrodita, la más atractiva. Afrodita había prometido
a París la chica más guapa: Helena. De ahí procede una de las moralejas más
raras y persistentes de la historia de Occidente: no es el poder o el dinero,
la causa de las guerras y los desastres, sino el deseo. La manzana de París
avisa: la paz es la ausencia de deseo. “
(Antoni Puigverd, La
Vanguardia, Barcelona, miércoles, 15 de agosto de 2012)
Entre paradojas y deseos insatisfechos
he dejado por unos días mi nueva casa, mis mesas y mis camas, sencillas o
dobles, y mis cortinas por planchar y me he ido a mil kilómetros de distancia.
No son exactamente unas vacaciones, se parecen más a unos simples días de
descanso en los que sólo pienso dormir como una marmota y hacer de oso marino
en una piscina municipal de pueblo pequeño, resoplar y bufar mientras nado, o
floto, entre grupos de paisanos que practican el viejo arte romano de bañarse
en una alberca, jugar y conversar con poca ropa, tirados por el suelo, sin
camas ni mesas, ni tampoco sillas.
Tengo la habilidad, o la maña, de no
usar gafas submarinas cuando me sumerjo, no las necesito para abrir los ojos
debajo del agua y observar, sorprendido, los cuerpos flotantes de los demás
pataleando sin cabezas. Yo, por suerte, todavía no estoy muerto, aunque cuando
dejo que el agua me cubra me siento ir un poco.
A fuera, en la superficie, suena
Freddie Mercury y su: “I want to be free”, los aviones
vuelan en parejas, de norte a sur y de este a oeste, inalcanzables. En “The
swimmer”, Burt Lancaster se recorre todas las piscinas de una zona
residencial de lujo de Connecticut en un intento vano de regresar a casa,
reencontrándose, por el camino, con las diferentes mujeres que formaron parte
de su vida. Y en “Sunset Boulevard”, William Holden nos narra la historia que la
película cuenta desde dentro de la piscina, con zapatos, vestido de calle y sin
respirar. No debe ser fácil hablar dentro del agua y cuando uno ya ha
fallecido.
Estos son días de calor, es un agosto
caliente, el viento parece salir de las calderas del mismo diablo, el aire
quema y humea como el aliento de un toro moribundo que brama solitario y
asustado. En cambio, la luna mengua de tamaño y pierde color igual que la
ruleta cuando gira y en la que me juego los euros y algo más.
Cuentan, los que lo saben, que hay que
apostar a rojo o a negro, a pares o a nones, da igual, si pierdes en la
siguiente jugada doblas la apuesta. Si vuelves a perder la multiplicas por dos
de nuevo, así hasta recuperar el dinero, siempre doblando la apuesta, tarde o
temprano, dicen, termina saliendo aquello que has elegido. Si, por el
contrario, aciertas y la bola cae donde deseabas, recoges los beneficios, la
diferencia entre lo ganado y lo apostado, y vuelta a empezar: si pierdes doblas
la apuesta…
¿El sabor de
la zanahoria se encuentra al mismo nivel que el tacto de la cebolla?
Yo creo que
no, pero hoy, por si acaso, comeré melón.