jueves, 16 de agosto de 2012

El Peletero/La manzana de oro


Hemeroteca peletera.

La manzana de oro.

“Erik "el Belga", el famoso ladrón de centenares de obras de arte, volverá hoy a uno de los escenarios de sus robos, la catedral de Roda de Isábena (Huesca), con el propósito de presentar una pequeña muestra de cuadros pintados por él mismo y que ha donado para compensar el expolio que llevó a cabo en el museo del templo hace dieciséis años, cuando se apropió de piezas de gran valor, entre ellas una talla románica de san Juan. Rene Alphonse van den Berghe -verdadero nombre de Erik ya no tiene que rendir cuentas a la justicia después de pasar  algunos años en la cárcel y tras haber prescrito las causas que tenía pendientes. En la actualidad reside en Málaga y dedica buena parte de su tiempo a pintar cuadros que consigue vender a buen precio por la leyenda que acompaña a su firma. El dinero de las diez telas que ahora ha regalado al párroco de Roda, José María Lemiñana (a quien ya vio anteayer), se destinará a la restauración de un tríptico gótico de la catedral. Las obras de Erik, que fue pintor antes que ladrón, son en su mayoría copias de cuadros conocidos y, aunque no tienen gran interés artístico, mosén Lemiñana ha agradecido el gesto y las ha colocado en un lugar destacado del recinto catedralicio.” (Erik "el Belga" vuelve a Roda de Isábena como pintor,  A. Ibares, La Vanguardia de Barcelona, martes 15 de agosto de 1995)


¿El sabor de la zanahoria se encuentra al mismo nivel que el tacto de la cebolla?

Esta es una pregunta difícil de responder, quizás por ello las personas no encuentran casi nunca la forma correcta de entenderse más allá del hablar por hablar, de la charla insustancial y educada que no produce saber ni paradojas que describan con precisión la realidad.

Antoni Puigverd nos recordaba ayer en su crónica diaria de verano que:

“Ovidio, haciéndose eco de los griegos, nos habla de la manzana de oro que el joven París de Troya entregó, no a la diosa más poderosa (Hera), no a la más inteligente (Athenea), sino a Afrodita, la más atractiva. Afrodita había prometido a París la chica más guapa: Helena. De ahí procede una de las moralejas más raras y persistentes de la historia de Occidente: no es el poder o el dinero, la causa de las guerras y los desastres, sino el deseo. La manzana de París avisa: la paz es la ausencia de deseo. “ (Antoni Puigverd, La Vanguardia, Barcelona, miércoles, 15 de agosto de 2012)

Entre paradojas y deseos insatisfechos he dejado por unos días mi nueva casa, mis mesas y mis camas, sencillas o dobles, y mis cortinas por planchar y me he ido a mil kilómetros de distancia. No son exactamente unas vacaciones, se parecen más a unos simples días de descanso en los que sólo pienso dormir como una marmota y hacer de oso marino en una piscina municipal de pueblo pequeño, resoplar y bufar mientras nado, o floto, entre grupos de paisanos que practican el viejo arte romano de bañarse en una alberca, jugar y conversar con poca ropa, tirados por el suelo, sin camas ni mesas, ni tampoco sillas.

Tengo la habilidad, o la maña, de no usar gafas submarinas cuando me sumerjo, no las necesito para abrir los ojos debajo del agua y observar, sorprendido, los cuerpos flotantes de los demás pataleando sin cabezas. Yo, por suerte, todavía no estoy muerto, aunque cuando dejo que el agua me cubra me siento ir un poco.

A fuera, en la superficie, suena Freddie Mercury y su: “I want to be free”, los aviones vuelan en parejas, de norte a sur y de este a oeste, inalcanzables. En “The swimmer”, Burt Lancaster se recorre todas las piscinas de una zona residencial de lujo de Connecticut en un intento vano de regresar a casa, reencontrándose, por el camino, con las diferentes mujeres que formaron parte de su vida. Y en “Sunset Boulevard”, William Holden nos narra la historia que la película cuenta desde dentro de la piscina, con zapatos, vestido de calle y sin respirar. No debe ser fácil hablar dentro del agua y cuando uno ya ha fallecido.

Estos son días de calor, es un agosto caliente, el viento parece salir de las calderas del mismo diablo, el aire quema y humea como el aliento de un toro moribundo que brama solitario y asustado. En cambio, la luna mengua de tamaño y pierde color igual que la ruleta cuando gira y en la que me juego los euros y algo más.

Cuentan, los que lo saben, que hay que apostar a rojo o a negro, a pares o a nones, da igual, si pierdes en la siguiente jugada doblas la apuesta. Si vuelves a perder la multiplicas por dos de nuevo, así hasta recuperar el dinero, siempre doblando la apuesta, tarde o temprano, dicen, termina saliendo aquello que has elegido. Si, por el contrario, aciertas y la bola cae donde deseabas, recoges los beneficios, la diferencia entre lo ganado y lo apostado, y vuelta a empezar: si pierdes doblas la apuesta…

¿El sabor de la zanahoria se encuentra al mismo nivel que el tacto de la cebolla?

Yo creo que no, pero hoy, por si acaso, comeré melón.