Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
45. Mirar y morir.
Siempre  se ha sabido que en el goce de mirar vemos morir, la muerte, el arte y  el deseo son sinónimos recíprocos del existir que nunca es eterno y  siempre es fugaz y su final anunciado.
Marie-José Baudinet afirma en “La invisibilidad de la pintura”, que “El placer de ver es el placer del cuerpo entero”, al ser el ojo un orificio que nos abre a todo, el ojo de nuestra aguja. 
La  historia de la pintura coincide con una historia del cuerpo como objeto  del trabajo y del placer, y que su conocimiento, en la obra de arte,  disuelve su materialidad, la hace invisible, la convierte en “el  sitio inalcanzable y roto del cuerpo en éxtasis, desorganizado por el  reflejo. (…) La visibilidad es un elemento constitutivo del placer,  cuando mantiene una relación corporal con el sujeto… La invisibilidad  real del arte no es inmediata para nadie. La invisibilidad pictórica no  es más que el resultado de una elaboración de la mirada en el  reconocimiento de las figuras del deseo.”
Esa  invisibilidad es la manifestación anticipada de la muerte, es su  aspecto. En toda imagen hay algo que no vemos porque no está, no siendo,  sin embargo, algo que le falte, igual que ocurre con los brazos de “La  Venus de Milo”, que no le faltan pero no están. 
Hablemos pues de la muerte.
45M
-“Querido  Víctor a una amiga mía le acaba de desaparecer la casa de su infancia,  se ha ido vaciando con fallecimientos y traslados a residencias para  ancianos, en ella estudió y vivió su niñez rodeada de sus tíos y primos,  de sus padres y hermanos, todo se le muere y la suya parece tu casa  abandonada, ¿recuerdas? Las cosas se van y con ellas el mundo y lo hacen  como si parte de nuestro cuerpo se perdiera, mutilado. Nunca más  regresará, se escapa como lo hacen los buenos poetas porque lo  importante siempre se nos sigue escapando. 
Al final, sólo queda nuestra soledad, incluso sabemos que ella también terminará por escaparse.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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45H
-“Querida  Verónica, dices que no te había hablado de mi enfermedad, me lo  recriminas, estás enfadada. Discúlpame, yo pensaba que sí, que te lo  había contado, pero es que a veces olvido mi cuerpo y no recuerdo con  quién hablo ni de qué hablo. La vida, en muchas ocasiones, es un coto  vedado, como una pintura, todo está en ella y fuera de ella no hay nada, nada  más que la luz. Mi ojo sólo ve leonas en sueños, mujeres lejanas que  fantasean, princesas indias mudas, profesoras y alumnas que no quieren  ser lo que son y ángeles sin alas ni olor ni dolor. Confundo sus nombres  y ya no sé quién es cada cual ni cada una.” (El hilo. Cartas a una amiga.)



