miércoles, 9 de febrero de 2011

El peletero/La aguja del pajar (93)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

93. El afuera y el adentro.

Una clasificación pictórica convencional y convenida establece un contraste y una diferencia notoria entre interior y exterior, una distinción obvia a la que nos hemos referido en un capítulo anterior.

Interior son las casas, los palacios y la gente que vive en ellas y su quehacer cotidiano. Exterior es la ciudad donde viven sus habitantes, convertidos ya -en pleno siglo XVII y en algunos escasos lugares de Europa- en ciudadanos. 

Interior era entonces el alma y ahora lo son los sentimientos. 

Exterior es el campo que se cultiva y donde pasta el ganado, el mar por donde navegan los barcos y de donde llegan las noticias y los bienes de lugares remotos. 

Interior es la tierra, pequeña y chica, y exterior es el cielo, siempre inmenso.

Se supone que la afirmación del humanismo que propicia la Reforma luterana y el advenimiento de la burguesía y su nueva moral permiten establecer ese linde, esa diferencia básica al inventar el concepto social de lo privado y lo público. 

Sin embargo, y a contracorriente de la versión oficial que acabamos de exponer, nosotros nos empeñamos en creer que toda la pintura, y con ella la holandesa de una manera magistral, adquiere su personalidad básica en la representación de un mundo completo en el que desaparece, paradójica y contrariamente a lo dicho, la frontera del “afuera” y del “adentro”. 

¿Por qué?, porque la pintura es un mundo secreto del que sólo se nos muestra un pobre boceto.
Ella talla los ojos que la miran como si fueran un diamante en bruto, el ladrido de un perro andaluz o una hoja de afeitar cualquiera, en cada pintura la montaña que nos cobija se hunde irremediablemente aplastando la cueva que habitamos, lo visible, y todo lo que no lo es, se confunden como cuando nos vestimos o nos desnudamos.

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93M
-“El ministro, querido Víctor, me dio un hijo que nunca viene a verme, en cambio, cuando quise casarme con el enorme Hans, el sobrino de mi casero, no logré que germinara en mí nada de provecho. Por cierto, no era de Islandia, era ministro de Groenlandia, aquella isla que se hunde a causa del enorme peso de su hielo que la aplasta como un beso... en plena mejilla, pronto colapsará como si fuera un agujero negro de tan blanca que es, o quizás llegue a tiempo el deseado cambio climático y crezcan en ella palmeras y a los hombres rubios se les ennegrezca algo la piel. Creo que fui una buena espía, a ti te confundí.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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93H
-“Creo que nos confundimos los dos, querida mía, yo siempre pensé que eras otra, estaba convencido de ello, veía en ti a la novia o a la hermana de algún artista antiguo. 

Tú también cometías el mismo error, con tu realismo duro y hueco, me tomabas por otro, por algún pintor del siglo XVI o XVIII. Querías ser mi modelo, decías, vestida o desnuda posabas para mis ojos que, pobre de mí, te miraba, pero no te veía.” (El hilo. Cartas a una amiga.)