sábado, 30 de mayo de 2009

El peletero/La poesía horizontal/La bellezza

21 Abril 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Ell sap allò que tu no, que et moriràs ofegada i d’una manera molt trista, tot i que ara et mires el món des de la seva teulada.

La teulada del món.

Des d’ella encara no saps el que encara no has de saber, ara que encara el vent et pentina els cabells i la cara, no has de saber encara que el vent soc jo.

No has de saber que pentinant-te et despullo, i que pentinant-te t’estimo, t’andreço, i et perfumo, et pinto i et vesteixo.

Et miro, t’oloro i et toco, i… et retoco.

I així, ben pentinada, tant bonica i tan guapa, et planto al sostre.

Al sostre del món.

Tot això no ho saps encara, perque encara no saps… que el vent soc jo. I que quan et moris ofegada, ofegat em moriré amb tu.

D’amor per tu?

Potser… també.

Encara que jo, el que tant sols sé, és que quan et miro, pel teu alè visc i respiro.

_______________________________________________________________________________________

(La bellezza, El peletero, 6 de febrer de 2008)




Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.

Él sabe lo que tú no sabes, que morirás ahogada y de una manera muy triste a pesar de que ahora miras el mundo desde su cumbre.

La cumbre del mundo.

Desde ella todavía no sabes lo que todavía no debes saber, ahora que todavía el viento te peina los cabellos y la cara, no has de saber aún que el viento soy yo.

No has de saber que peinándote te desnudo, y que peinándote te quiero, te compongo, y te perfumo, te pinto y te visto.

Te miro, te huelo y te toco, y… te retoco.

Y así, bien peinada, tan bonita y tan guapa, te planto en la cima.

En la cima del mundo.

Todo eso no lo sabes todavía, porque todavía no sabes…que el viento soy yo. Y que cuando te mueras ahogada, ahogado me moriré contigo.

¿De amor por ti?

Quizás… también.

A pesar de que yo, lo único que sé, es que cuando te miro, por tu aliento vivo y respiro.

____________________________________________________________________________________________

(La bellezza, El peletero, 6 de febrero de 2008)



La belleza física siempre es sospechosa.

























Yo al menos desconfío de ella, tanto como me dejo seducir por su encanto.

No hay ninguna verdad moral, ni nada parecido que tenga fuerza suficiente para igualarse a la fuerza que posee la belleza física.

Al menos para mí no la hay, he de reconocer mi debilidad frente a ella.

Y por ella y por su causa, admito también que sería capaz de traicionar a mi familia y a todos aquellos que me aman sinceramente. Todo ese amor de ellos y por ellos, nada sería frente al cuerpo y el rostro de una mujer como Natalie Wood.

-¿Llegarías a vender tu alma por ella?

-No. Eso no lo haría jamás.

-¿Por qué estás tan seguro?

-Una vez le pedí a un Santo un deseo. No era amoroso ni nada parecido. Era un deseo de salud para una persona querida. Pensé que debía darle algo a cambio, una especie de compensación por sus servicios. Él no me lo pidió, pero así lo hice, le ofrecí dinero a cambio de esa salud.

-¿Y qué sucedió?

-El deseo fue concedido y el Santo tomó su parte.

-¿Y?

-Pedir sigo pidiendo, pero ya no ofrezco nada a cambio. Con esa experiencia tuve más que suficiente.

-El Santo tomó demasiado, ¿no? ¿Te arrepientes?

-La salud, bienvenida fue, gracias por ella, pero nunca más pediré nada a cambio de algo. Nunca más. Ni siquiera al mismo Dios. Tampoco a un santo y menos a una persona. Excepto las cosas que se piden en la cotidianidad de la vida.

-Pero tú hablabas de la belleza de Natalie y que por ella hubieras traicionado a los amigos y hasta a tu familia.

-Sí, eso hubiera hecho. Por ella lo hubiera perdido todo, mi dignidad y mi amor propio.

-¿Y ahora?, ¿qué piensas de ello?

-Exactamente lo mismo.

-¿Traicionarías y abandonarías a los tuyos a su suerte por una mujer bella, a cambio solamente de esa belleza de su cuerpo y de su rostro?

-Sí.

-¿Eso harías?

-Sí.

Por eso desconfío de la belleza. Aunque ya sé que el error y el mal no están en ella y sí en mí.

Ella es apenas una forma, es un gesto galante, una sonrisa, es un lazo de seda que envuelve algo. En muchos casos ni siquiera a alguien.

Siempre me he preguntado una tontería, ¿qué esconden las axilas de una mujer?, ¿qué hay allí?, ¿sólo pelos, sudor, restos de depilador y desodorante? ¿Eso esconde una mujer, bella o no, en sus axilas?

-¿Qué esconde un hombre debajo de las suyas? Pues lo mismo, nada.

-Soy yo el que hace las preguntas.

-¿Qué quieres que escondan, si entre sus piernas no encontramos ni siquiera el secreto del universo, ni el manido origen del mundo que pintó Courbet?

-¿No?

-¿Estás tonto? ¿Lo has hallado tú en ese lugar?

-No, claro que no, ni en ése, ni debajo de sus axilas, pero… no sé.

-Parece que te sepa mal.

-No exactamente, pero el Universo algún secreto debe de tener, algo que lo explique. Y pienso que nada mejor que el cuerpo humano para albergarlo, da igual que sea el de un hombre o una mujer, bello o feo. Eso en realidad no importa. Hubiera sido buena idea colocar ese secreto del Universo en algún lugar del cuerpo humano, ¿no?

-En eso tienes razón. ¿Entonces por qué esa fijación por la belleza?

Quizás precisamente por ello, la belleza parece poseer un poder, en realidad lo tiene, es indudable. Ese poder parece ser una pista de ese secreto del Universo, no sé.

La belleza es un espejo muy bruñido donde mirarte.

Esa belleza del Otro es un espejo de ti mismo. Te devuelve una imagen de ti, te miras y te crees reconocer en él.

Eso es la belleza.

Y ése, creo, no estoy muy seguro, pero sospecho que es el secreto del Universo y al mismo tiempo también el de la belleza.

-¿El Otro?

-Sí, el Otro y su poder.

-¿Qué poder?

-Él también eres tú, sin él tú no eres nada, ¿te parece poco poder?

(Natalie Wood fotografiada por William Claxton, 1961)

El peletero/El ojo y el negro (12)



12 Abril 2008

Elogio de la Amada

El Amado

1:9 Yo te comparo, amada mía,
a una yegua uncida al carro del Faraón.
1:10 ¡Qué hermosas son tus mejillas entre los aros
y tu cuello entre los collares!
1:11 Te haremos pendientes de oro,
con incrustaciones de plata.

Elogio del Amado

La Amada

1:12 Mientras el rey está en su diván,
mi nardo exhala su perfume.
1:13 Mi amado es para mí una bolsita de mirra
que descansa entre mis pechos.
1:14 Mi amado es para mí un racimo de alheña
en las viñas de Engadí.

(El Cantar de los Cantares)


Querido Teodoro

Acabo de llegar a Barcelona, me hospedo como ya sabes en casa de Pedro y su esposa Bienvenida. Me quedaré aquí hasta recibir el primer envío de pieles de castor americano que está preparando Christian, el esposo de tu hermana Silvia. Espero que todo vaya bien, tengo noticias que las pieles ya han salido. Quiero comprobar también la selección que de ellas han hecho los hermanos Iván y Milton.

En casa de Pedro me encuentro bien, se halla en la calle del Rec, cerca de la playa, llena de pescadores. Ellos dos son muy agradables y él siempre escucha las noticias que le llevo de estos mundos de Dios, donde parece que los reyes se inventan guerras a su antojo, haciéndonoslas pagar siempre a la gente que trabaja. Es un juego peligroso, no para ellos, claro.

Conozco un poco España y muchos se vanaglorian y se alegran de la fortuna de ser dueños de América. Esa es la clase de regalos que el diablo te da. Tienen un doble fondo, como las diligencias que hacen contrabando y no quieren pagan los aranceles a la Corona. Son regalos con trampa.

América es un bien, tan enorme, tan preciado, tan extraordinario que nadie hubiera podido soñarla ni imaginarla, pero España, o las Españas que dicen por aquí, se lastrarán en cuerpo y alma durante siglos.

Te quiero contar como fueron los días que estuve con Albert, mi amigo monje de Poblet, miniaturista.

-¿Y América? - me preguntó Albert.

-¿América? Ya no es dueña de su destino y no lo será tampoco durante siglos.

-Estás muy seguro de ello, ¿por qué hablas así?

-La esclavitud pervierte tanto al dueño como al esclavo, y este esclavo, americano, es demasiado valioso. Tú deberías saberlo, Albert. Eres un ser libre, eres un monje de clausura, aquí encerrado entre libros y muros de piedra, que protegen tu libertad. ¿Qué mejor compañía puede soñar un hombre?

-Tienes razón, yo sé cual es el precio de la libertad, y lo sé de una manera diferente de como lo sabes tú. Pero me consultas por compañías. ¿La mejor? La de Dios, sin duda, pero te pregunto yo también, ¿hay alguna otra, aparte de nosotros mismos?

-¿Y a mí me lo preguntas?

-Tú eres un hombre de mundo.

-¿Y eso qué significa, si puede saberse?

-Viajas y conoces a gente.

-Entre moverse mucho y quedarse quieto no hay apenas diferencia.

-Saverio.

-¿Qué?

-Siempre que vienes a España, y de camino a Barcelona desde Burgos, te paras aquí unos días y me visitas, ¿por qué?

-¿No somos hermanos?

-No de sangre.

-¿Quién sabe?, no estés tan seguro. Podemos saber quién es nuestra madre, no quién es nuestro padre.

-¿Sabes que te quiero?

-¡Claro que lo sé Albert!, y yo te quiero a ti.

-¿Dos hombres amándose?

-Amor de hermanos, pero aun cuando no lo fuera únicamente, ¿a quién le importa?, ¿crees que a Dios le molesta?

-Estoy seguro que no, Saverio, incluso te digo que se alegra.

-¿Albert?

-¿Qué?

-Tú me salvaste de la ruina, mantuviste mi casa con el dinero de tu familia.

-Tu casa era también la mía.

-Sí, pero eso son palabras, nada más. El dinero es dinero, muchas veces es mucho mejor que las palabras.

-¿Y?

-Quería decírtelo.

-Ya lo has dicho.

-¿Albert?

-Dime.

-He conocido a cuatro mujeres.

-¿Cuatro?

-Sí, a una india, a una flamenca, a una salmantina y a una leonesa. La india es una esclava, la flamenca es una mujer casada que ama mucho a su esposo. La salmantina es una monja, y…

-¡Por Dios, Saverio!, ¿no puedes conocer a una mujer normal?

-¿No son normales ésas?

-Tú ya me entiendes. ¿Sabes algo de Amparo y de Magdalena?

-Magdalena está en Cuba con su esposo y a Amparo la he visto hace unos días en Toledo con Sor Dolores, la monja Salmantina. Y…

-No paras de decir y… ¿Qué?

-Nada.

-¿Qué le sucede a Doña Amparo?

-Dice que es muy feliz y que es fiel a su esposo.

-¿Eso dice?

-Sí.

-Eso está bien.

-Claro.

-¿Y?

- Que quiero que siga pensando que soy un caballero.

-¿Y no lo eres?

-Tanto como lo puedas ser tú, un monje de clausura, confesor y seductor de novicias.

-¿Yo?

-Pero te mueres de ganas.

-¿De qué?

-De seducir a novicias.

-Eso sí, me muero de ganas.

-Así estamos todos, muriéndonos de ganas. Ellos y ellas.

-Háblame de la india.

-Pues…

-Olvídate de ella.

-Pero…

-Te engañará.

-Puede, pero yo te quería explicar que…

-Te dirá que te quiere mucho, igual que se lo dice a su perro.

-No tiene perro.

-Peor.

-Pero…

-Siempre te mentirá.

-¡Carajo!, ¡¡déjame hablar!! no me permites ni abrir la boca. ¡Caramba!

-¿Para qué?, ¿para decir tonterías? Te matará, si no te ha matado ya. ¿Estás muerto o estás vivo, Saverio?, responde.

-Mmmm… Si estuviera muerto me habrías enterrado.

-Es una india, huele a madera y no distingue como nosotros la verdad de la mentira. Son peores que los recién nacidos, engañan, saben llorar, y se saben abrir como las flores.

-Pues…

-Olvídala y dedícate a cristianas de piel blanca, hazme caso, no huelen a madera, pero huelen a queso. Háblame ahora de la flamenca y de la leonesa y de esa otra, ¿qué dices que es?, ¿una monja salmantina?

-¿Queso?

-Sí, queso, al menos es comestible.

-Me has quitado las ganas de hablar.

-Entonces te enseñaré lo que estoy pintando. Mira Saverio, he empezado a ilustrar “El Cantar de los Cantares”

-Por Dios, Albert, eso no lo puedes hacer.

-¿Por qué no?

-Te van a echar, igual que a Pere, sabes de qué te hablo, ¿no?

-Sé que lo expulsaron de un monasterio, pero desconozco los detalles.

-Del monasterio de Igualada, el de Capuchinos. ¿No te lo ha contado?

-Los detalles no.

-No hay mucho que contar, fue por no llevarse bien, por no obedecer. Y a ti te pasará igual.

-No me importa. Además nadie lo sabrá si tú no se lo dices.

-¿Pero tú crees que puedes pintar eso? Escenas amorosas y eróticas que hasta a mí me ponen colorado.

-¿Hasta a ti?, ¡caramba don Saverio!, me olvidaba de tu larga y abundante experiencia en estos temas.

-Búrlate lo que quieras, pero ahora va a resultar, que tú, un monje de clausura del Císter tiene más experiencia en esas cosas que yo.

-Es que yo me escapo

-Y siempre regresas, eso es hacer trampas. En cambio yo no me puedo escapar porque siempre estoy fuera.

-¿Por qué crees que me hice monje confesor?

-¿También?, ¿a quién confiesas a monjes o a monjas?

-Las monjas son las peores.

-No me creo nada de lo que me dices.

-Haces bien, todo es mentira.

-Cuéntame alguna verdad

-Lo acabo de hacer

-¿Cuál?

-Que todo es mentira.

-¿La Santísima Trinidad también?

-Eso no, eso es demasiada verdad.

-¿Demasiada?

-Claro, no la podemos comprender.

-Te estás burlando de mí. ¿Sucede algo?

-Entre las verdaderas mentiras y las demasiado verdades uno termina por no comprender nada. Mucho trabajo.

-¿Pero no se supone que un monje de clausura medita y reza?

-Sí, claro, pero además quieren que trabaje, que pinte, que sea moderno, pero no mucho, que pinte a la italiana, que sea innovador y al mismo tiempo clásico, necesitan gustar a todos. Además quieren que enseñe, me han pedido que organice una escuela de pintura.

-¿Podrás con todo?

-Y también quieren abrir más monasterios. Han llegado monjes jóvenes, ambiciosos, que no saben nada y que se creen, cada dos por tres, que están descubriendo la sopa de ajo. Toma, prueba eso.

-¿Qué es?

-Tú come.

-Es bueno.

-Se llama “chocolate” y seguro que tiene el sabor de tu india.

-¿Cómo?

-Es americano, ha llegado hace pocas semanas. Cho-co-la-te. Muchos viajan allí y no regresan.

-¿Se quedan a predicar?

-¡Narices!, ¿por qué crees que te he hablado tan seguro de tu india? Casi todos tienen mancebas indígenas y un montón de hijos, son más fértiles que las conejas.

-¿Tú también te irás?

-A veces ya me gustaría, ya. Pero no, soy demasiado mayor. No sirvo para predicar, soy un mal vendedor, no sé vender, sí puedo ser en cambio un buen maestro. Y aquí tengo trabajo.

-Te veo cansado

-Lo estoy, y tengo un tío en Bellpuig que no se encuentra bien. Mariano, ya te he hablado de él, me preocupa. Me ha hecho de padre toda la vida… Pero… ¿sabes?

-Ya sé que vas a decirme

-¿Qué sabes que voy a decirte?

-Que cuando ves a Pere, ves a tu padre.

-¿A ti te ocurre igual?

-Sí.

Can she excuse my wrongs with virtue’s cloak?
shall I call her good when she proves unkind?
Are those clear fires which vanish into smoke?
must I praise the leaves where no fruit I find?
No, no: where shadows do for bodies stand,
thou may’st be abused if thy sight be dim.
Cold love is like to words written on sand,
or to bubbles which on the water swim.
Wilt thou be thus abused still,
seeing that she will right thee never?
if thou canst not overcome her will,
thy love will be thus fruitless ever.
Was I so base, that I might not aspire
Unto those high joys which she holds from me?
As they are high, so high is my desire:
If she this deny what can granted be?
If she will yield to that which reason is,
It is reasons will that love should be just.
Dear make me happy still by granting this,
Or cut off delays if that I die must.
Better a thousand times to die,
then for to live thus still tormented:
Dear but remember it was I Who for thy sake did die contented.

__________________________________________________________________________
(“Can she excuse my wrongs?” John Dowland, 1563-1626)

viernes, 22 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (y 8)



10 Abril 2008

Juan, mi marido, ya sabe que me iré de aquí en breve. No ha puesto ningún impedimento y él mismo se está encargando de llevar los trámites del divorcio.

No tiene a nadie, ni siquiera estos amores ocasionales que tuvo, lo conozco y sé que ahora no los tiene.

Está pasando un mal momento.

Creo que no quiere que me vaya.

Pero no dice nada.

Ya es tarde.

Creo que se siente solo.

Hace tiempo dejé a María y ahora tengo a Eve Marie.

No me gustaba que María mintiese y que no se diera cuenta que lo hacía.

Todavía estoy trastornada.

Sé que nunca olvidaré ese labio mal cosido.

Y mal partido.

Mal abofeteado

María es un ser oscuro que busca desesperadamente la luz.

O al revés, yo también sé ser un mal poeta. María es un ser luminoso que busca desesperadamente la oscuridad.

En esas cartas, en las de “ése”, en las de él, ese tipo que le escribía, creí verme a mí. En ellas había un rastro. En algún punto del paisaje se plantó un mojón, se dejó caer una piedra, se murió alguien. Allí había una lápida. Me gustan las tumbas, son un muro hecho con adoquines, una antigua calle ladeada. Los viejos reyes clavaban en el suelo “estelas” de piedra.

Estelas.

De piedra.

También es verdad que cuando leía las cartas de María, sus respuestas, no podía reprimirme la risa nerviosa y el desencanto más triste y desconsolado.

Me da rubor decir que la amé.

Me produce embarazo decir eso, todavía soy muy joven, todavía soy una niña.

Todavía soy un niño.

Todavía soy una mujer.

Todavía soy un hombre.

Y tengo miedo.

Juan me advirtió sobre María. Ten mucho cuidado con ella, no es de fiar, me dijo un día.

¿Por qué?, le pregunté.

No sé, quizás está loca, quizás actúa como si lo fuera, y ambas cosas son lo mismo. Se cree lo que dice y eso es peligroso para ella y para los demás.

Eres un cínico, ¿has hablado con María?, ¿la conoces mucho para hablar de esa forma?

Más la conoces tú, Lorena, que te has acostado con ella, yo no lo he hecho, dime, ¿qué opinas tú de María?

Que está muerta y que yo no quiero terminar así.

Pero ella no sabe que está muerta, Lorena.

No, no lo sabe, Juan, tienes razón, no es capaz de olerse. Pero dime, eso debería ser un motivo para amarla, ¿no?, para compadecerla y ayudarla.

Para compadecerla y ayudarla, no, Lorena, para amarla tal vez sí, no sé.

¿O es al revés?

(…)

_______________________________________________________________________________________

Hoy, a no sé que hora, ha empezado el verano astronómico, aunque ya hace días que empezó el meteorológico.

Son días bellos, claros y luminosos. El cielo tiene un azul intenso y oscuro.

Son días dulces gracias a tu calor y al aroma que consigues hacerme llegar.

Me gusta jugar con tus fotografías, hacerlo es mirar y remirar mil veces tu rostro.

Te miro la cara y las miles de cosas que en ella hay.

Y te miro las manos y mi anillo que nunca llevas y los pies, las piernas y el cuello. Y te miro los ojos marrones de loba parda y oscura como el misterio de las cosas misteriosamente misteriosas que son siempre las mejores.

Son días apacibles y ensoñadores en los que me gusta decirte que hueles a canela y que con tus cabellos negros y rizados perfumas lo que tocas, lo que miras y piensas. Decírte eso me gusta y me descansa.

Decirte que en tus labios rojos tienes el corazón y que besarlos es besar tus entrañas de mujer, me gusta y me descansa.

Decirte que el olor y el sabor de tu saliva son mi alma, me gusta y me descansa.

Decirte que tu belleza provoca que se dispare sola mi pistola, me gusta y me descansa.

Decirte que hoy llevo todo el día con la escopeta levantada y que estoy esperando a que llegue la noche para quedarme solo en la cocina mientras todos duermen, cerrar la puerta con llave, y acribillarte a balazos con mi pistola de agua lechosa y salpicar el suelo, me gusta y me descansa.

Decirte que sueño con lamer tus axilas sin afeitar, y saborear su sudor, me gusta y me descansa.

Amarte me gusta y me descansa, me sosiega y me da calma. El deseo expresado es reparador, el amor dicho es sanador, el querer querido es conseguidor, conquistador, vencedor y triunfante.

Soy la leche que te dará de comer, soy la carne en la que te montarás para llegar al cielo, soy el árbol al que te agarrarás con tus brazos y tus piernas cuando sople el huracán.

Soy el hombre que te dijo sí.

Lo repito porque me gusta y me descansa: soy el hombre que te dijo sí.

Me gustas y me descansas y me alteras y me empinas y me levantas, y me paras.

Parado, que no quieto, estoy. Mírame bien y verás que todo está levantado para ti y si te fijas verás que el palo de la bandera se mueve porque yo quiero que se mueva. No es el viento, lo muevo yo, mi voluntad, no sé que músculo lo agita, pero enhiesto, tieso, curvado y erguido señalando el cielo por ti está, y zarandeándose te llama, mi amor. Mira su vaivén y su ligero temblor.

Mírame y no dejes de mirarme de la cabeza a los pies. ¿Qué crees que significa lo que ves? ¿Qué valor tiene? ¿Qué vale? ¿Qué es? ¿Quién soy que levantado estoy intentando ser un faro? Abre las bodegas del barco y trágate su luz, permite que te llegue al corazón a través de tu mirada, de tu flor y de tu perla coronada que ya huelo, abriéndose para comerse la vida. Esa vida que yo quiero ser para ti.

El palo de la bandera está levantado, solo le falta la banderola, colócasela tú con tus labios y deja que el viento, la brisa y el aliento de nuestras bocas la hondee.

_________________________________________________________________________________________

Han ido pasando los años, ya he cumplido los 28, y ahora nos divorciamos.

No me gusta verte sufrir, me dice Juan. Nos estamos divorciando pero no quiero que sufras. Cuando te vayas no te olvides de darme tus señas, ¿lo harás?

Lo haré.

Procura no causarle demasiado daño a Eve Marie, es una buena muchacha, ¿me lo prometes?

Lo intentaré. Quizás sea ella la que me dañe a mí.

Tienes razón. Las personas tan heridas y maltratadas son muy peligrosas. Cuídate de todo aquél que te pida ayuda.

¿Tú que harás?

Lo único que sé hacer, servir mesas, organizar timbas de póquer y proporcionar sexo de pago a los hombres y a las mujeres que quieran y puedan pagarlo.

Pareces un ángel, eso es lo que todos hacen, ¿no?

No, todos no.

¿Quiénes no hacen eso, Juan?

No sé, alguno habrá. ¿Te gustaría tomarte la última copa conmigo?

Claro, ¿qué me sirves?

¿Te apetece un “Between the sheets” (entre las sábanas)?

¿Qué ingredientes lleva?

Media onza de brandy, media de ron blanco y otra media de Cointreau.

Como tú quieras, pero antes agítalo bien.

Lo haré. ¿Sabes que te quise mucho?

Claro que lo sé, ¿Sabes que yo te quise a ti?

Por supuesto que lo sé, (…) Tengo miedo, Lorena.

Yo también.

(…)

_________________________________________________________________________________________

LA CANCIÓN

Well sometimes I go out by myself and I look across the water And I think of all the things, what you’re doing and in my head I make a picture

‘Cos since I’ve come on home, well my body’s been a mess And I’ve missed your ginger hair and the way you like to dress Won’t you come on over, stop making a fool out of me

Why won’t you come on over Valerie, Valerie? Did you have to go to jail, put your house on up for sale, did you get a good lawyer?

I hope you didn’t catch a tan, I hope you find the right man who’ll fix it for you

Are you shopping anywhere, changed the colour of your hair, are you busy?

And did you have to pay the fine you were dodging all the time are you still dizzy?

Yeah

‘Cos since I’ve come on home, well my body’s been a mess And I’ve missed your ginger hair and the way you like to dress

Won’t you come on over, stop making a fool out of me Why won’t you come on over Valerie, Valerie.

Valerie, Valerie?

Yeah Valerie

(“Valerie”, interpretada por Amy Winehose)
___________________________________________________________

Bueno, algunas veces me ensimismo y miro el agua en la lejanía, y pienso sobre todo en lo que haces, y te imagino...,
porque desde que llegué a casa, bueno..., tengo el cuerpo dolorido, y extraño tu pelo de color jengibre y tu manera de vestir..., ¿por qué no vienes? Deja de hacerme sentir tonto.

¿Por qué no vienes, Valerie, Valerie?

Tenías que irte a la cárcel, poner tu casa a la venta, ¿conseguiste un buen abogado? Espero que no hayas cogido un bronceado, ni que hayas encontrado un hombre que te solucione todo.

Estás de compras en cualquier tienda, has cambiado el color de tu pelo, ¿estás ocupada? Y tuviste que pagar la multa que evitaste pagar por tanto tiempo, ¿estás todavía mareada? Sí...,

porque desde que volví a casa, bueno..., tengo el cuerpo dolorido...

____________________________________________________________________________

jueves, 21 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (7 de 8)



9 Abril 2008

La que ahora me gusta es Eve Marie, como la actriz Eve Marie Saint, tiene mi edad, es vietnamita y cuenta una historia de violaciones y malos tratos terribles.

Seguramente es mentira, nada de lo que cuenta es verdad, pero es extraordinariamente bella y me gusta que me hable en francés en la cama. Ya se que es cursi, pero es que yo soy cursi.

Cuando digo que es mentira no quiero decir que no sea verdad. Lo más probable es que los hechos en sí lo sean, seguramente sí fue violada por toda su familia, padre, padrastro, hermanos, tíos, vecinos, y los que pasaban por allí, con el miedo, la complicidad o el beneplácito de su madre y sus tías. Todo eso debe de ser cierto. Lo que es mentira es el uso que hace de ello. ¿Qué uso? Cada vez que nos acostamos me mira como debía de mirar a su padre. Cuando intento huir de la cama me retiene como una loca, y cuando llega al final se desmaya. Pierde el sentido. No soporto verla inane. ¿Por qué me mira como si fuera su padre? No lo soy.

A pesar de ello ya le he preguntado si quiere venir conmigo cuando se nos termine el contrato y la temporada de verano haya finalizado. Me ha respondido que sí sin querer saber a dónde. Ni yo misma lo sé.

Mi amiga Eve no es ninguna prostituta ocasional como alguna de nuestras compañeras del ballet. Yo tampoco. Aunque también necesito ese dinero ocasional. Pero bien pensado, ¿para qué? Siempre necesito dinero para irme. Siempre quiero marcharme de donde estoy. Eve también. Pero a mí no me han violado, nadie me ha forzado nunca, nadie me ha obligado a nada.

Mi padre es un buen padre y mi madre una buena mujer. No saben nada y nada pueden enseñarme, pero nunca me han hecho daño. Yo sí se lo hice engañándolos con mi supuesto embarazo.

Siempre he sido un ser libre y siempre he sido mujer, las dos son circunstancias que siempre han ido juntas, han sido inseparables. Para mí sí, quizás haya tenido suerte, pero así ha sido. Yo no puedo lamentarme. Sé que muchas mujeres sufren males terribles, pero cuando me hablan de mujeres no sé de qué me hablan.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (6 de 8)



8 Abril 2008

María siempre me decía que me fuera lejos, me lo decía cuando empezaba a beber, pero a la mañana siguiente me rogaba que me quedase. Me prometía dinero, pero nunca me lo daba, ni siquiera un regalo, un anillo o algo así. Siempre tenía las manos desnudas. Hace siglos que no uso anillos, me decía.

Siempre mentía.

No me fui, pero me iré.

Estoy dudando de si debo irme sola o acompañada. Nunca he estado sola, no lo he estado en el sentido físico. Siempre he tenido a alguien a mi lado. Primero fue mi familia, y luego a Juan. Durante un año, el tercero de conocernos, lo abandoné, no me fui, lo dejé, no me marché, me perdí. No sé qué hice, pero no podía acostarme con él. Seguíamos viviendo juntos pero dejamos de tener relaciones sexuales. No despertaba ningún interés en mí. ¿Qué sucedió?, no tengo ni idea, yo lo quería igual, lo amaba, pero no podía soportar que me tocase. No tuve ningún amante, no me acosté con nadie, un año entero sin sexo, mi deseo de él o de alguien más había desaparecido y su lugar no lo había llenado nada. Juan protestó y yo lloré por él y por mí. Solamente supe decirle que esperara y que confiara. Me dijo que sí, pero un año es mucho tiempo. Tuvo sus amantes esporádicas y ocasionales, nada serio, pero muy doloroso para mí. Estuve todo este año perdida, hasta que reaparecí. ¿Por qué?, no lo sé tampoco. Busqué a Juan al otro lado de mi cama, me tragué mi orgullo y el dolor que sentía y le perdoné sus infidelidades, pero ya era demasiado tarde.

Eso es algo muy habitual en muchas mujeres, se pierden, se van, algo las rapta, los hijos, el nido, o un fantasma, un ángel malo o un ángel bueno. O simplemente nada en especial. Nada importante, quizás una tontería. Se quedan ensimismadas en un estado que ni ellas aciertan a entender y que los demás deben de intentar comprender.

Pero es difícil, normalmente cuando regresan nadie las espera.

El mal ya está hecho. Las que retornan, las que volvemos, no entendemos qué sucede ni qué ha sucedido. Pensamos que no ha sucedido nada y precisamente esto es lo grave. Yo sabía que Juan me engañaba, me dolía pero seguí a su lado. Casi todas hacen lo mismo, esperan.

Le seguí siendo fiel durante más de un año. En este tiempo fue él quien no me tocó.

En el Nefertiti tampoco sucedía nada, ni cuando las camas estaban llenas de gente o cuando estaban vacías. Ni en el Nefertiti donde conocí a María ni en la Sala de Fiestas en la que ahora trabajamos. En el hotel estaban los huéspedes y además de esos el pianista del restaurante y un guitarrista que cantaba boleros, y las parejas de enamorados, que con las manos unidas se miraban a los ojos mientras oían las canciones. Los conserjes, las mujeres que limpiaban, los otros camareros que eran compañeros de Juan, mis compañeras de ballet que trabajaban de escorts para él, ganándose así un sobresueldo, las otras con esos que decían ser sus novios, las otras con esas que decían ser sus novias y los demás que eran gays.

También estaban los maridos.

Luego estaban las mujeres de los maridos.

Pero ninguna tenía un labio partido como el de María.

martes, 19 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (5 de 8)



7 Abril 2008

Anna era espléndida, también estaba, como yo, enamorada de María. Sé que le robó unas cartas. No hacía otra cosa que leerlas y no sé qué decía de publicarlas en no sé dónde. Pero no tenía futuro, y como yo, tampoco tenía pasado, aunque su marido Jorge parecía tener dinero.

No es bueno que el dinero lo tenga tu marido, el dinero no es dinero cuando es el “otro” el que lo tiene.

Siempre debes tenerlo tú. Eso es lo que sucedía con María, el dinero era suyo y la sonrisa era de Enrique, su esposo.

La sonrisa de Buda.

Siempre digo cosas inconexas y contradictorias. María no era fácilmente aprensible. Tampoco lo es el dinero que pasa de mano en mano, igual que el sexo, que también pasa de mano en mano.

A pesar de hallarse cerca ya de los sesenta y tener un cuerpo que no escondía su incipiente decrepitud, María prometía algo importante, no sé qué, pero algo. Todavía no he averiguado qué demonios era, tampoco sé si me lo dio o no, aún me lo pregunto, quizás prometía no prometer nada. Quizás cuando hablaba todos comprendían cosas distintas, señal inequívoca de hablar mal. Quizás sus palabras eran muy mediocres y por eso todos entendían lo que decía, también señal inequívoca de hablar mal. Quizás se disfrazaba de poeta y de mujer “vivida”, señal inequívoca de no tener nada que decir o de expresarse mal. Quizás se rompió el labio un día limpiando los cristales. Quizás por eso cojeaba, quizás no se rompió el labio y sí la rodilla llevando a uno de sus hijos en brazos, o el codo, o alguien le rompió el bazo y la vesícula en algún encontronazo furtivo o premeditado. Y luego, pobre, no podía vomitar bien la bilis.

Pero algo extraño ocurrió cuando un día me di cuenta que tenía celos de sus amantes.

Primero aparecieron esos celos y luego un hecho desagradable. La vi borracha.

Yo había visto a muchos borrachos, hombres, mujeres y niños y apenas me afectaban y me afectan.

Ella no era distinta a los otros. Era un ser doliente igual que los demás. Todos los borrachos lo son.

Cuando lloraba, cuando solamente lloraba parecía estar todavía más borracha.

Pero… yo sentía celos de sus amantes.

María lloraba encima de unos papeles y cartas manoseadas y mojadas de sudor o de no sé qué, pero era algo húmedo.

¿Orines?

Me preguntaba quién era mientras le aguantaba la cabeza al vomitar. Soy Lorena, le respondía. ¡No, estúpida!, te pregunto por ése de las cartas, ¿quién es?, me gritaba.

Cuando dormía y la velaba leía aquellos papeles arrugados, y mojados. En ellos había un nombre al final, una firma en forma de cruz.

Un Cristo extraño. Un analfabeto.

Sin duda alguien muerto, tan muerto como lo están los mamíferos muertos, hinchados y corrompidos o como los jilgueros muertos, caídos en el fondo de su jaula, tiesos, o como un árbol talado, abatido, o como una sonrisa transformada en estertor, grotesca. Como las piedras redondeadas y pulidas, como los cantos rodados, grises, o marrones como mis ojos de india, almendrados. Piedras negras como mis cabellos negros, hierbas negras como el vello de mi pubis que siempre he de depilar por culpa de esos tangas tan pequeños y por esas lenguas que han visto demasiado sexo enlatado y estereotipado.

Leyendo esas cartas, sentada en su cama, mientras ella dormitaba, tuve la regla, se me adelantó, aún faltaba una semana, pero me vino. Y manché las sábanas de María como lo hice con las mías mi primera vez. Mi madre procuró lavarlas enseguida y casi no mencionó el hecho, excepto para decirme que cada mes me sucedería igual. ¿Por qué?, le pregunté.

No me respondió.

La que sí lo hizo fue mi tía Isabelita, la loca, ella me contó lo que debía saber y qué debía hacer. Estuviera sola o acompañada. Por un hombre o por una mujer.

La primera vez que me acosté con Juan me ocurrió igual, tuve la regla antes de tiempo.

Él ni se inmutó. ¡Mira!, me dijo, señalándose el pene.

Miré, y lo vi salir de mí, rojo con mi sangre.

No sé por qué, me reí.

lunes, 18 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (4 de 8)



3 Abril 2008

En el Nefertiti conocí a María y a Enrique. Eran un matrimonio diferente. Mejor dicho, eran como la mayoría, pero no disimulaban tanto como los demás.

Parecían ricos, al menos no escondían su dinero, si es que ese dinero que enseñaban era verdaderamente suyo. Pero sí, el suyo parecía ser bueno.

Juan me los presentó una noche, justo después de mi actuación.

Todavía llevaba el traje del show, unas pocas plumas aquí y allá, en el cuerpo, en la espalda, en el cabello largo, lentejuelas bien repartidas, un tanga pequeñito y unos guantes hasta el codo, nada más, ni sujetador ni nada parecido.

Estaban sentados con otra pareja mucho más jóvenes que ellos. La muchacha, Anna, era preciosa, una verdadera belleza. Su marido, Jorge, ni siquiera me miró, lo justo para decirme un hola que casi no se oyó.

Enrique no paraba de mirar mis pechos con una expresión de Buda en su cara.

Y María lo que miraba eran mis ojos, los miraba con esa sonrisa horizontal que me sorprendió.

Tenía una boca y unos labios algo gruesos, no demasiado bien formados, pero que le daban un aire magullado, como si se los hubieran roto y luego mal cosido.

María era directa.

Y mentirosa.

Al día siguiente me preguntó: tu marido dice que te llamas Lorena, ¿es verdad?

No, no lo es, ¿para qué deseas saberlo?, le respondí.

Yo tampoco me llamo María, ¿quieres subir a mi habitación?, me respondió a su vez.

En la habitación estaba Anna. Con nosotras dos éramos tres.

Siempre hay una primera vez, pensé. Yo había tonteado con niñas de mi edad, nada más que tontear, jugar, pero eso que se me ofrecía eran palabras mayores, y al mismo tiempo ninguna de nosotras éramos ya ningunas niñas. En aquella cama había tres mujeres.

Y me quedé.

María me enseñó muchas cosas por primera vez.

Esa es la diferencia entre unas personas y otras. Hay algunas, como mi marido, que nunca te enseñan nada nuevo, no son capaces, todo es viejo y de segunda mano, quizás un par de gestos, llevar una bandeja, tratar sin nervios a una loca, algún que otro truco sexual, o un paso de baile, nada más.

María, en cambio, no dejaba de sorprenderme, tenía la capacidad de envolver bien los regalos, siempre traía un ramo de flores, siempre disfrazaba lo que decía.

Utilizaba las palabras para embellecer la realidad, no para describirla.

No se daba cuenta que mentía.

Nunca dejaba de sonreír, no sé cómo lo hacía, no es fácil sonreír siempre.

En realidad era un truco, en realidad no sonreía, en realidad no sonreía nunca.

El truco consistía en tener ese labio partido y mal cosido, el truco consistía en mirarte siempre a los ojos y conseguir así que tú no le mirases la boca.

Ese labio me volvió loca.

sábado, 16 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (3 de 8)



2 Abril 2008

España es buen trampolín para ir a donde quieras y conocer a personas interesantes que descansan. En España se descansa mucho. También se trabaja, pero se descansa más. Es un buen lugar para pasar unas vacaciones familiares o para vivir un retiro con una pensión de funcionario, o de obrero especializado y prejubilado. Para mirar pintura, comer bien, peregrinar a Santiago, tomar el sol y poco más.

Hace diez meses cumplí mis 28 años y pronto deberé soltar lastre.

Juan no creo que dé mucho más de sí. Me enamoré de él, pero darse cuenta que tu marido es un saco vaciado o una fuente seca desenamora a cualquiera. Y…

Yo soy una cualquiera, la verdad es que sí, un blog secreto debe servir para decir la verdad, ¿no?, y la verdad es que yo soy eso que cualquiera llamaría “una cualquiera”.

Me enamoré el día que Juan conoció a mi tía Isabelita, la loca de la familia, gritando y paseando trastornada y medio desnuda por el jardín de la casa que tenía en D. F.

No se inmutó, ni se asustó, ni siquiera parpadeó. La miró tranquilo, sereno y me ayudó a vestirla, calmarla y llevarla al salón para que tomara las pastillas y viera algo de T. V. En ningún momento se puso nervioso, fue afable y cariñoso, le dijo las palabras correctas y adecuadas.

Fue extraordinariamente eficaz, Isabelita se calmó.

Mientras lo vi actuar de aquella manera se me humedecieron los pantys. En aquel momento decidí que sería, si él también lo deseaba, mi esposo.

Durante un tiempo largo tuve la atención alterada, parecía llevar anteojeras de caballo, solamente pensaba en él. Aquella fue la mejor época de mi vida.

Al cabo de ocho meses de conocernos simulamos un embarazo y nos casamos. Fue necesario. Ese engaño nos facilitó mucho el permiso de mis padres para el matrimonio, yo no era mayor de edad.

De eso hace más de 13 años, toda una eternidad, una vida entera.

Juan sigue siendo un triste camarero trapicheando en timbas de póquer y haciendo de macarra. Él dice que es un agente comercial, pero su despacho es la bandeja de hojalata con la que sirve los aperitivos. No es un desprecio, no lo es, no lo digo con esa intención, pero hube de ayudarle. Tengo buen cuerpo y una cierta predisposición y gusto por el baile. Me gustó subirme a un escenario, pero ahora las lentejuelas de mi traje de baile ya me pesan una tonelada.

viernes, 15 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (2 de 8)



1 Abril 2008

Hace 12 años, cuando todavía vivía en España y estaba, junto con mi primer esposo, Juan, iniciando los trámites de nuestro divorcio, escribí lo que hoy me decido a publicar. Lo escribí para no olvidar nada, para no olvidarme; podía, y todavía puedo, volverme loca, alcohólica o enfermar de Alzheimer y quizás este hijo que acabo de parir ahora, a mis 40 años, merezca saber algo de su madre. Yo también merezco saber algo de mí.

Me llamo Lorena y nací hace 28 años en México D. F.

Durante un tiempo trabajé en el ballet que actuaba cada noche en la sala de fiestas del Hotel Nefertiti. Un lujoso hotel de playa mediterránea, no demasiado diferente a los hoteles que hay en la costa mejicana, mi país, o en el resto del Caribe. Tampoco es diferente a los hoteles de lujo del Índico, ni los que hay en las costas del Pacífico.

Conocí a Juan, el español que hoy es mi marido, cuando apenas tenía 14, en la isla de Cozumel.

Me lleva 16 años. Eso nunca me ha importado, todo lo contrario. No es más alto que yo, pero tiene un tórax fuerte, me recuerda a Picasso. Soy una vulgar bailarina, pero me gustan los pintores.

Mi marido era y es un simple mesero, servía las mesas del bar de la piscina del hotel donde mi familia trabajaba. Un hotel de playa, propiedad de una importante cadena española.

Papá estaba en la recepción y mi madre era la encargada de la limpieza de las habitaciones. Juan servía las mesas y yo me colaba y me las arreglaba para bañarme en la piscina con los demás clientes como si fuera uno de ellos.

Me miraba y me bañaba, me miraba y nadaba para él. Luego me secaba al sol mientras me seguía mirando.

Era habilidoso, no era fácil transportar la bandeja llena de vasos sin tropezar con ninguna toalla del suelo, estar atento a los pedidos y no dejar de mirarme.

Me gustó ese malabarismo y ese interés por mí.

En aquella época aparentaba 14 si solamente me miraban la cara. Ahora aparento 18 si únicamente me miran el cuerpo.

Tardamos poco en acostarnos y durante un corto tiempo estuvo atado a las patas de mi cama, de una cama que para ser sinceros, tiene las sábanas… mejor dicho, ya no tiene sábanas.

Él fue mi primer hombre y durante casi todo nuestro matrimonio le fui fiel. Antes de él apenas tuve algunos contactos íntimos con amigas, niñas como yo.

Méjico no es Zimbabwe, tampoco es Azerbaiján ni Somalia ni el Cáucaso, en algunos sentidos es mucho peor.

Yo necesitaba un norteamericano o un europeo, preferentemente rico. Juan no lo era ni lo es ni tampoco lo será nunca, pero era, es y siempre será tierno y español, y al menos eso facilitaba el idioma. No debía aprender ninguno más, con mi “mejicano” y mi “americano”, que hablo perfectamente, ya me podía mover por casi todo el mundo. Me gustaba ese acento “español” que hablaba.

Me sigue gustando.

Me enamoré de él, pero también es verdad que quería irme.

Gracias a Juan me fui de “Nueva España” para pasar a la “Vieja”. No parecía un cambio mucho mejor, en realidad no lo fue, la verdad es que no.

jueves, 14 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (1 de 8)



31 Marzo 2008

Atada y amordazada a la columna vertebral,
mi cabeza se balancea descoyuntada,
es una peonza que cabecea frenética.
El cerebro se ha despegado del interior del cráneo,
y la carne del rostro se ha despegado del hueso.
Si pudiera moverme yo misma me degollaría.
Decapitada, con la cabeza en el suelo,
vería mi cuerpo caído o todavía erecto,
destaponado y desatascado.
Parecería un manantial.
El hedor sería terrible.

(El Pilar, Memorias de la bruja monja)


Me llamo Lorena y nací hace 40 años en México D. F. No soy ninguna bruja ni tampoco ningún manantial del que los otros puedan beber. En un tiempo bailé para los demás y por ello me pagaron. La que tiene sed soy yo, pero casi no la noto. Acabo de parir a un hijo de un segundo marido. Esperaré un tiempo y me iré. Quiero regresar a casa. Cuando lo haga sé que nada más llegar me iré otra vez. Buscaré a mi hijo y estaré un tiempo con él y con su padre. Acaba de nacer, es un varón y mi amor se desboca cuando le canto, él me sonríe y yo no paro de llorar. Todo está descuadrado y mal cosido, todo se rompe y se rasga fácil. Hay alguien que debe de haber hecho trampas en algún momento. A mi hijo le gusta que le cante y yo apenas puedo gritar o susurrar. Pero estoy sola. No paro de llorar y no puedo evitarlo. No amo a ése que es mi marido. Tampoco amo al que fue el primero, aunque lo amé, pero ya no. Yo creo que no amo a nadie, y ahora mismo desearía no haber parido. Hace años le robé a mi amiga María una de sus cartas, una que alguien le escribió. Ahora es mía, es robada, pero mía, ella ya no la puede leer y yo sí. Ahora ése que firma me escribe a mí. María mentía tanto que seguramente la carta es apócrifa y simulada, falsa, nadie le escribió nada. Pero yo no puedo evitar recordar aquellos meses. Ya sé que con ello me muestro débil. ¿A quién le puede importar?, ¿a todos los que mantienen silencio?, ¿a todos aquellos que dicen ser fuertes? Bien, yo no lo soy. Todo el texto que sigue ahora es un preámbulo a esa carta robada que nadie me escribió jamás. Antes quiero recordar que durante un tiempo vivió conmigo mi padre. Yo no paraba de llorar, y él me miraba atónito sin saber qué sucedía. Me miraba llorar y callaba…

________________________________________________________________________________________

El mundo que hay fuera de un escenario no es el mundo.

¿O es al revés?

Desde una tarima o desde un estrado, aquello que ves lo ves en esa visión de túnel con la que los borrachos o los moribundos creen llegar a divisar el cielo.

¿O es al revés?

miércoles, 13 de mayo de 2009

El peletero/Augustus y Fidelius (La abstracción y la nada)



26 Marzo 2008

“La pintura es un pensamiento que duda y que no termina. A veces es un pensamiento que ni siquiera ha empezado.”

(Zoran Music)

-Querido padre, en numerosas ocasiones te he visto mirar con desagrado los tatuajes que hoy en día muchas personas deciden hacerse.

-Sí, es una moda tonta, puro mimetismo.

-Puede que lo sea, pero seguramente no es esa la razón de tu desagrado.

-No lo es, pero ¿por qué me lo preguntas?

-Una amiga mía quiere hacerse uno y hacerme otro a mí. ¿Cuál es la razón entonces?

-Hace muchos años vi tatuado en el antebrazo de un hombre el número que le dieron en Auschwitz. Era un judío, amigo de los hermanos Khan. Él, como Iván y Milton, había perdido también a sus padres y a buena parte de su familia en aquellos campos. Desde entonces no soporto ver tatuajes “modernos”, decorativos. El cuerpo humano es sagrado y en él solamente podemos colgar méritos, heridas, señales y rastros.

-Eso es lo que mi amiga quiere hacer.

-No, tu amiga no quiere hacer eso. Tu amiga no sabe nada. Tu amiga es una boba. Además ella no es nadie para marcar su piel.

-¿Quién lo es entonces sino ella?

-Los demás. Son los otros los que deciden qué mereces llevar.

-¿Qué otros?

-Los muertos

-¿Quiénes?

-Querido Fidelius, ayer vi una exposición de pintura de Zoran Music, un pintor judío que sobrevivió a esos campos de exterminio, concretamente al de Dachau. Tiene unos textos muy interesantes que me gustaría que conocieras. ¿Quieres que te los lea?

-Claro, padre.

-Zoran Music cuenta:

“Cuando llegué (a París), en los años cincuenta, me encontré entre todos aquellos grandes maestros abstractos… Ellos creían, y yo también, que la abstracción era una cosa definitiva, la única justa y verdadera. Un pintor figurativo era un infeliz que ni siquiera se daba cuenta de lo que hacía. Me sentía culpable, terriblemente pequeño. Torpe. No sabía cómo debía acercarme a la abstracción. A pesar de eso lo intentaba a partir de mis paisajes, pero sabía que allí no se hallaba mi verdad.

La abstracción se fue convirtiendo, poco a poco, en un oficio. Todos hacían lo mismo cada vez mejor, y yo entremedio de ellos, que me trataban muy amablemente. Comprendí que de esta manera no lo conseguiría nunca. Entre 1962 y 1970, no hice otra cosa que dibujar sin pintar… Sabía que aquello había de salir. No sabía cómo, no sabía con que forma. Todo sucedió inesperadamente. Después de unos cuantos años en París, tuve una cierta crisis con mi trabajo. A mi alrededor solamente se hablaba de pintura abstracta. Empecé a sentirme inútil y débil al lado de esta gran corriente a la cual pertenecían todos los artistas conocidos y los críticos importantes. Entonces me desvié. Intenté, a mi manera, hacer pintura abstracta. Y en este intento perdí completamente mi verdad personal. Es lo peor que le puede sucede a un artista, porque sin esa verdad él deja de existir.

A menudo pasaba cerca de los hornos crematorios, donde había cuatro metros de cadáveres. Un amigo checo me decía: “¿Ves?, mañana o pasado mañana pasaremos por la chimenea. Nunca podrá suceder algo parecido, somos los últimos que veremos algo como eso” Más tarde, cuando la carga interior se convirtió en demasiado pesada, cuando los recuerdos del campo regresaron a mí, empecé a pintarlos, unos cuantos años más tarde me di cuenta que no era verdad. No somos los últimos.”


-Querido padre, ¿todo eso qué tiene que ver con un simple tatuaje?

-No lo sé, pero seguro que tiene que ver con algo. Quizás con el cuerpo humano y con la abstracción en la pintura. Ella es hermana de la iconoclasia, y ambas son hijas de la oscuridad y del silencio mudo. Esa negación de la figura es malsana, la privación del dibujo del cuerpo humano es el resultado de un pensamiento enfermo. La abstracción me recuerda a Stalin.

-¿A Stalin?

-Cuando decía que la muerte de alguien es una tragedia, pero que la de millones es solamente una estadística. Esa frase encierra una lógica terrible que siempre se ha enseñoreado del mundo y que en el siglo XX triunfó como nunca antes lo había hecho.

-Explícate mejor

-En la película que se acaba de estrenar “Los falsificadores”, de Stefan Ruzotwitzky, los nazis instalan, en uno de sus campos de concentración, un taller de impresión y falsificación de moneda falsa, con la que pretenden boicotear la economía de los países aliados. Para ello utilizan a judíos expertos en diferentes técnicas e incluso a falsificadores profesionales y reconocidos, verdaderos delincuentes. Les dan mejor trato y comida a cambio de sus habilidades.

Al más reputado de todos ellos le encargan dirigir la operación, llamada “Bernhard”. Este hombre, Sorowitsch, trata, hace todo lo que está en su mano para colaborar con sus dueños nazis. Solamente pretende salvar su vida y la de sus compañeros. No lo hace como un esclavo o como un miserable, o como alguien muerto de miedo. Él es un hombre fuerte e inteligente que vela por aquellos que tiene cerca. A ellos se debe.

Pero uno de esos “compañeros”, Burger, el especialista en fotomecánica, se esfuerza y hace todo lo posible en boicotear la operación. En nombre de “los principios” no tiene el más mínimo reparo en poner en peligro a los demás. Todos pueden ser fusilados por causa de ese boicot, incluido él mismo, pero afirma seguro, y orgulloso de su pensamiento, que esos principios y su boicot salvarán a millones, que la muerte de seis o doce no tiene importancia frente a millones.

Una de las claves la hallamos cerca del final, cuando Sorowitsch ha podido matar al director nazi del campo, pero no lo ha hecho. Burger le pregunta por ello, ¿por qué no lo mataste?, Sorowitsch se encoge de hombros.

Yo veo en Burger a alguien igual que los nazis. Ese hombre, situado por la vida en la misma circunstancia vital que sus verdugos se hubiera comportado exactamente igual que ellos. Sorowitsch, falsificador y truhán, no. Ambos son dos seres humanos distintos. Uno solamente ve estadísticas y el otro a personas.

-Ese es un dilema moral eterno, padre. Pero anteponer el bien individual al bien común no creo que sea lo correcto, al menos, no siempre. Incluso en el reino animal se ven casos de cómo prima el bien de la colectividad sobre el de individuo... Las hormigas, por ejemplo, cuando otra especie intenta tomar el hormiguero y resultan heridas se sitúan en la entrada de éste taponándolo y se sacrifican por las demás. Y ellas no tiene principios, sencillamente obedecen a un instinto primario en cualquier especie que es la protección de esta. Todos conocemos actos heroicos en los que uno se sacrifica por muchos.

-O yo no me sé explicar correctamente o tú no tienes la capacidad para entender mis palabras. En primer lugar ya sabes que para mí el ejemplo de la madre naturaleza no es ningún modelo a imitar y mucho menos el de las hormigas. Quién las antepone como ejemplo desvela esa mentalidad que construyó los campos y el gulag, o en el mejor de los casos una ingenuidad peligrosa. Yo no hablo del héroe que se sacrifica por los demás, por muchos, por millones, no hablo de ése. Hablo de Burger, que sin pedirles permiso, decide por las vidas de sus compañeros en nombre de unos principios que siempre, siempre son una excusa, un subterfugio, una coartada.

-Sé perfectamente que la naturaleza no constituye para ti modelo de nada, querido padre, que más bien pensarás que es ella la que debería de imitar al hombre, pero o yo tampoco no me sé explicar correctamente o tú no tienes la capacidad para entender mis palabras. No te proponía a las hormigas como un modelo que haya que imitar, sino como un hecho objetivo, observable. Intentaba decirte que anteponer el bienestar colectivo al individual no es un constructo humano, cuestión de principios, sino de instinto básico, animal o como quieras llamarle.

-Tú mismo has respondido por mí. La danza de apareamiento del urogallo también es un hecho observable y si alguna mujer me viera bailarla me tomaría por alguien sin demasiado juicio.

-Yo no creo que sacrificar el bien individual en pro del colectivo sea cuestión de principios, padre, sino de sentido común, de instinto primario de protección de la especie. Queda más bonito y más humanizante eso de los principios, del idealismo, pero al fin y al cabo seguimos un impulso esencialmente animal. Creo... Lo mismo me equivoco, pero así lo considero.

-Querido hijo, siempre que escucho hablar a alguien de “principios” sé que mi vida está en peligro, me siento amenazado, y la amenaza es de muerte. Ése que me habla ya no me ve como un ser humano, me ve como una de esas hormigas de las que hablas. Burger era un activista comunista y antinazi, pero eso no tiene importancia, para ese trabajo de falsificador lo han separado de su mujer, que sigue en Auschwitz, es una persona rencorosa y considera, sin saber que lo considera, que los demás, sus compañeros, deben sufrir como él está sufriendo. Por eso decide por ellos. No levanta un dedo para ayudar al pobre muchacho que tiene tuberculosis, no consuela al que descubre que acaba de perder a su esposa e hijos. No llora, no pacta, no hace tratos, no habla, excepto para hablar de principios que salvarán a la humanidad sin pedirle a esa humanidad si quiere ser salvada.

-Lo siento, querido Augustus, no he visto la película, como sabes, y desconocía la caracterización que ahora me aportas de Burger y que en absoluto lo presenta como un utópico sino como un hombre amargado, dispuesto a arrastrar a los demás en su caída disfrazando su rencor de idealismo. Entendí que usabas a este personaje como paradigma del peligro que conlleva seguir el principio de que el bien común ha de primar sobre el particular. Burger no, pero hubo muchos que lo sacrificaron todo, incluidas sus vidas, de forma totalmente altruista por conseguir mejores condiciones de vida para los demás. A eso se le puede llamar “principios”, “buenismo”, “equivocación”, como sea, pero yo, en mi ignorancia, no lo veo más que como un instinto natural, el de que el bien común es primordial.

-Sigues sin entenderme. Cada uno que haga con su vida lo que quiera. Lo que no acepto es que alguien me diga qué debo hacer con la mía. Contrastas amargado con utópico y ya deberías saber que las utopías son pozos sin fondo llenos de cadáveres. Dices que Burger disfraza su rencor de idealismo. Peor me lo pones. ¿Qué pretendes decir?, ¿si fuera un idealista, ese clavo torcido en la pared lo veríamos recto? A estas alturas todos ya sabemos que el agua debe ser encauzada, pero que nunca hemos de impedir que llegue al mar. Los moralistas británicos siempre lo han sabido. Hay momentos en que me confundes, tú siempre ves los árboles antes que el bosque, ¿por qué ahora te comportas al revés?

-¿Pero y la guerra? ¿Imaginas lo que habría sido el mundo si Hitler hubiese ganado la guerra?

-¿Qué crees que fue el mundo en la estepa rusa y en la tundra siberiana? Los mismos, exactamente los mismos que hablan y hablaban de principios, no sabían nada de nada de lo que allí ocurría, como la boba de tu amiga que quiere hacerse un tatuaje “bonito y a la moda”. Y cuando alguien empezó a hablar de ello, Aleksándr Isáyevich Solzhenítsyn, se le acusó de fascista. Todavía recuerdo las barbaridades asesinas, asesinas por ignorantes, que los intelectuales de occidente decían de la “Revolución cultural” China y del “Gran Timonel”, unos de los grandes criminales de la historia.

-Llevas toda la razón querido padre, lo que ocurrió en Rusia, y en tantos otros lugares del planeta, en mi opinión no demuestran que los principios sean perversos por sí mismos, sino que lo es el mal uso que individuos concretos hacen de ellos.

-¿Estás intentando decirme que la “Revolución cultural es un error de aplicación, que es un “mal uso” de un buen principio? ¿que las colectivizaciones agrícolas en la Unión Soviética fueron también “un mal uso”? ¿Qué el concepto de “Dictadura del Proletariado” es tan bueno como la prohibición de comer cerdo, o el consejo de no practicar sexo fuera del matrimonio? ¿Eso pretendes decirme?

-Eres un sarcástico.

-Eso sí, hoy en día China está donde está gracias a esos millones de muertos.

-Esa última frase, padre, ¿es una ironía, otro sarcasmo o un despropósito?

-Yo lo único que sé es que no me gustan los tatuajes tontos ni la abstracción.

-¿No te gusta ninguna abstracción?

-Para la decoración de un hogar burgués que vota a los partidos de izquierda puede ser adecuada, así como para las baldosas de un baño “árabe”, para que los Bancos inviertan dinero en ella, también, el peligro está cuando se pretende que tenga trascendencia.

-¿Por qué?

-Porque en ella no hay pensamiento.

-¿No exageras?

-Que haya actividad cerebral y emociones no significa que haya pensamiento.

-No entiendo esa descalificación absoluta que haces de lo abstracto.

-Es fácil de entender, muy fácil. ¿Tú apruebas la argumentación que justifica la iconoclasia?

-No.

-Pues la abstracción moderna nace de los mismos principios y del nihilismo. Ese nihilismo, esa nada, esa náusea de Jean Paul Sartre que encabezaba por las calles de París, las manifestaciones de los muchachos ricos y burgueses de mayo de 1968. Ese señor que no tuvo la decencia de morirse como sí lo hizo Albert Camus, en un perfecto accidente de automóvil.

-Pero en un Vasily Vasílievich Kandinski, por ejemplo, yo veo belleza.

-¿Quién dice que no la haya? La belleza no es sinónimo de “bondad”. Uno de los mejores diseños de uniforme militar es precisamente el del Ejército del Tercer Reich alemán. Aunque sinceramente, la abstracción es más "bonita" que bella.

-En la música tampoco hay ese pensamiento del que hablas.

-Tampoco, por eso es peligrosa.

-No te entiendo, ¿la música peligrosa?

-Lo banal es peligroso. Ya se ha convertido en un clásico la escena de un nazi escuchando o interpretando a Bach mientras a su lado se van fusilando a judíos.

-Pero el problema no está en la música de Bach, está en el nazi.

-Sin duda, pero ningún nazi haría eso leyendo a Bertrand Russell.

-Y además, ¿he de entender que la música clásica es algo banal?

-¿Por qué adjetivas la música, hijo? La música de Mozart, no era clásica para él, era simplemente música. Sus óperas eran muy populares, ¿banales? ¿Existe la pintura clásica?

-No me has respondido. Ningún nazi tampoco escucharía “rock and roll”.

-Tienes razón, ni música norteamericana, ni música negra. Pero debes admitirme que la revolucionaria aportación del “rock and roll” ha terminado formando parte del “show bussines”. Vaya birria de revolución, ¿no?

-La música consuela, padre.

-Claro, consuela a todos, eso es lo malo.

-Me parece que no tienes un buen día. ¿Te has peleado con alguien?

-No me he peleado con nadie, Fidelius, pero sí, debes disculparme, es verdad, hoy tengo un mal día, no me gustan los tatuajes tontos.

-¿Y un aro en una de mis orejas?

-¿Has atravesado el Cabo de Hornos a vela?

-No.

-Pues entonces tampoco.

martes, 12 de mayo de 2009

El peletero/Augustus y Fidelius (Los caminos de Oriente)



19 Marzo 2008

PARA MI HERMANO MAGNUS, Y SUS ZAPATOS NUEVOS

-Querido Augustus, háblame una vez más de Pierre Loti.

-¿Del escritor o del café?

-Del café, me gusta recordar aquella anécdota.

-Es sencilla, nos encontrábamos tu tío Magnus, nuestra amiga Eloisse y yo mismo tomando café y contemplando la maravillosa vista del Cuerno de Oro. Un niño limpiabotas que trabajaba allí se ofreció a limpiarnos los zapatos sucios y llenos de polvo. El único que aceptó fue tu tío Magnus, ya sabes cómo es. Llevaba una especie de botas muy cómodas de un color parecido a la arcilla. Un color a tierra difícil de imitar. El niño, que se llamaba Nihat, lo intentó repetidas veces y con denuedo. Empezó a mezclar varias cremas logrando obtener solamente un rojo subido, demasiado subido. Eloisse y yo, nos reíamos disimuladamente al ver los esfuerzos del pobre limpiabotas y su cada vez más notorio fracaso.

-Y mi tío Magnus terminó con unos zapatos limpios pero algo diferentes de cómo eran en un principio, con un bello color carmín, ¿verdad?

-Así fue Fidelius, el muchacho le puso voluntad, pero o no tenía las cremas necesarias o esa no era su habilidad. Fue una escena tierna.

-Eso fue en agosto de 1977, ¿no?

-Sí, nos alojamos en el hotel de los espías, el Pera Palas, un palacio vetusto. La habitación era enorme y mayor que la habitación lo era el baño, con una bañera que parecía una barca o la cama de la Reina de Saba.

-Estambul, El Cairo, Bombay, Nueva Delhi…

-¿Por qué las nombras, hijo?

-He de leerte un artículo de Joan F. Mira y quiero conocer tu opinión. Pero antes cuéntame vuestra llegada a Delhi.

-Ya la conoces, al perder nuestro avión en Bombay llegamos a la ciudad a las cuatro de la madrugada. El Hotel era lujoso, y muy alto, el “Taj Mahal”, situado en la ciudad nueva, llena de chalecitos ajardinados a la inglesa y llenos de árboles. Nos alojaron en uno de los pisos medianos, no muy alto. Al llegar descorrí las cortinas de la ventana. Y allí estaba el sol, rojo, enorme e imponente, saliendo justo enfrente nuestro. Desde aquella escasa altura, las copas de los árboles de aquellos cuidados “gardens” se unían unas con otras simulando una selva enorme. Eso parecía lo que veíamos desde nuestra ventana, una selva enorme y… una multitud de buitres tan grandes como aquel sol que nos empezaba a iluminar. Buitres quietos, expectantes, tranquilos, esperando algo, ir a trabajar, supongo. Los había a centenares poblando las ramas de aquellos árboles, que parecían indiferentes a todo lo que sucedía a ras de suelo o más allá de sus copas.

¿Por qué me haces recordar eso, Fidelius?

-Por ese artículo, padre, me ha sorprendido y quiero leértelo.

-¿Sabes quién es Joan F, Mira?

-Sí, padre, lo sé, es un antropólogo, sociólogo y traductor valenciano. Ha escrito varias novelas y sus dos últimas obras son la traducción al catalán de la “Divina Comedia” y los “Evangelios”. El artículo que quiero leerte apareció en el periódico Avui el pasado 23 de febrero. Habla, entre otras cosas del Estambul que conocisteis tú, mi tío Magnus y vuestra amiga Eloisse. Es el Estambul del año 1977.

-Léelo.

-Se titula “Un autobús a Goa”, la traducción del catalán es mía, y dice así:

“Que el paso de los años, en muchas partes del mundo, no ha mejorado, más bien todo lo contrario, el bienestar y la paz de los humanos y la felicidad posible de algunos viajes, es una verdad tan cierta como desagradable. Yo todavía conservo, a pesar de todo, un poco de optimismo histórico, pero no tanto, como mi amigo Joan Oliver. Principalmente cuando medito que hay cosas, caminos y viajes que hace treinta años eran posibles y ahora no son ni siquiera imaginables,

(…) (El artículo entero se encuentra al final del post)

Hace treinta años, entonces, se podía subir a Estambul y pasar por Bagdad y por Teherán en el mismo vehículo, y bajar en Goa, volver a subir y hacer el camino de vuelta. En las calles de Kabul no había caído ninguna bomba, ni en Irak ni en Irán había habido una guerra de ocho años con un millón de cadáveres ya olvidados, ni había habido una guerra de el Golfo y después una invasión y otra guerra, ni los años de extenso terror suicida, ni los talibanes. Ni la pasión por cambiarlo todo, para derrocar, destruir, rebelarse, matar y mandar, se había apoderado de los espíritus entre el Mediterráneo y el Índico. ¿Alguien puede decirme qué hemos ganado –qué han ganado los pueblos, la pobre gente de cada lugar- con estas pasiones desatadas? ¿Alguien puede suponer que el mundo, esta parte del mundo, era peor cuando podías subir a un coche de línea a Estambul, camino de Kabul, y terminar el viaje en santa paz a Goa? Lo pregunté por escrito, ya hace algunos años, pero no tuve respuesta.

-¿Qué opinas, Augustus?

-Que Joan F. Mira es un nostálgico algo desmemoriado o que no le gusta recordar según qué.

-¿Por qué lo dices?

-Tiene razón, la tiene toda cuando pregunta: “¿Alguien puede decirme qué hemos ganado –qué han ganado los pueblos, la pobre gente de cada lugar- con estas pasiones desatadas? ¿Alguien puede suponer que el mundo, esta parte del mundo, era peor cuando podías subir a un coche de línea a Estambul, camino de Kabul, y terminar el viaje en santa paz a Goa?” Tiene razón, pero el mal ya tenía el vientre en el que gestar. Incluso, esa madre diabólica que lo llevaba en su seno ya había tenido unas cuantas hemorragias.

-Háblame de ello.

-Creo que ya lo sabes, Fidelius.

-Lo sé, querido padre, pero ¿no crees que es bueno repetirlo a menudo?

-Naturalmente que lo es, pero antes quizás deberíamos distinguir dos cosas, los hechos históricos en sí y que Mira olvida citar, y dos conceptos fundamentales que en apariencia son benéficos siendo en la práctica todo lo contrario.

-¿A que te refieres?

-Me refiero a la idea de “Justicia Absoluta” y al concepto de “Riqueza económica”.

-¿Qué significan?

-Es muy sencillo, la “Justicia Absoluta”, o sus sinónimos como la “Justicia Perfecta”, no son justicia, y eso es lo que se trató de hacer legitimando el Estado de Israel y propiciando su creación después del Holocausto. El mal causado fue tan grande que cualquier intento de reparación no podía más que conllevar un aumento del dolor y del sufrimiento, como así ha sido.

-Eso es una paradoja terrible, Augustus,

-No tanto, cuando mayor es el mal, más difícil es su reparación. Pero…

-¿Pero?

-El pueblo judío tiene derecho a protegerse, a defenderse y a dotarse de los instrumentos que crea necesarios para ello.

-¿Y eso qué significa?

-Eso es casi un misterio religioso, hijo.

-Augustus, la ironía no nos salvará.

-Pero nos hará reír que es algo muy parecido. O… llorar que también lo es.

-Háblame de la “Riqueza económica”.

-Siempre se piensa, equivocadamente sin duda, que los tesoros se refieren a cosas y a objetos, y que la riqueza de los pueblos se encuentra en el valor de sus “materiales”, de sus materias primas.

-Y no es así, ¿verdad, padre?

-La riqueza siempre hace referencia a las personas, jamás a las cosas. En ese sentido permíteme recordar el cuento de los hermanos Grimm que cita “El Gordo” en la rememoración que hace de su profesor. (1)

-Las bondades obtenidas sin esfuerzo terminan siendo venenos.

-Así es, Fidelius.

-Entonces, el petróleo es una maldición y no un regalo del cielo.

-Naturalmente, ese es un regalo del diablo.

-El petróleo, el oro, los diamantes, la coca.

-El único bien es el que hay encerrado en el cuerpo de un ser humano, más allá de ese cuerpo no hay nada, excepto otros seres humanos. Casi parece una descripción cuántica, el espacio está lleno de vacío, la distancia que hallamos entre el protón del hidrógeno y el electrón que gira a su alrededor, es casi la misma que hay entre un balón de fútbol y las gradas más próximas.

-¿Cuáles son los hechos históricos que se olvida de citar Joan F. Mira?

-Los acuerdos Sykes-Picot de 1916 entre Francia y Gran Bretaña por los que se repartían Oriente Medio a espaldas de los árabes, habiéndoles mentido previamente con la ayuda inestimable de hombres como T. E. Lawrence. Joan F. Mira habla de mediados de los setenta y en 1945 Las Naciones Unidas aprobaron la creación del Estado de Israel, con la inmediata y consiguiente guerra. En 1967 se produjo la de lo seis días. Y seis años más tarde, en 1973, hubo la del Yonkipur.

-La semilla del mal ya estaba sembrada.

-Y el petróleo y la sangre la han ido regando. En el periodo de entreguerras se descubren los grandes yacimientos. Y después de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos firma sus tratados con la dinastía de Arabia Saudita y el Sha de Persia.

-¿Y la Unión Soviética?

-La Unión Soviética simuló representar el único modelo laico para el mundo musulmán, el marxismo-leninismo servía al ser humano, fuera ése musulmán o mormón. Quiso modernizar la experiencia turca de Ataturk con imitadores de segunda fila como el mismo Nasser, el partido Baas y el movimiento palestino. El otro modelo de laicismo era el Sha persa. Todas esas “malas” intenciones no llegaron a ser más que Democracias de partido único, como cualquier dictadura o como la misma Rusia se está ya convirtiendo ahora mismo, a principios del siglo XXI, malos simulacros del modelo mejicano y su PRI.

-Josep Pla siempre afirmaba que es mucho peor la anarquía y el caos que una dictadura.

-La población actual de Rusia estaría completamente de acuerdo con esta tesis. Ten en cuenta que el poder sufre “horror vacui”, siempre hay alguien que lo ocupa, no existen zonas sin “poder”. Los rusos quieren orden, creen que ése es el deber principal del Estado, proporcionar orden y creen que eso es justicia. El hundimiento de la Unión Soviética fue un acontecimiento demasiado traumático, todas las ratas que ya vivían a su costa se apoderaron del Estado o crearon uno nuevo. Mafia, nada más que esa miseria moral.

Este es también el drama de Colombia y sus FARC. El Estado es endémicamente débil, no es capaz de controlar y dominar todo el territorio. Las injusticias sociales y económicas son solamente vulgares y pobres excusas, una vil coartada para el desmán. El poder es como el sexo y el agua, siempre encuentran una salida. Luego aparecen los ideólogos o los psicólogos con sus interpretaciones imaginarias y sus farsas

-Entonces, amado padre, Joan F. Mira no se daba cuenta que caminaba en ese viaje de Estambul a Goa, encima de un volcán a punto de estallar.

-No se daba cuenta de eso, ni de las fumarolas que salían de entre las piedras, con un terrible olor a azufre.

-El mismo Infierno trataba de salir.

-Y salió. Mira no se daba cuenta, pero nadie se daba cuenta de ello. No podíamos imaginar el desastre y la tragedia posterior. Quizás ahora debería haber recordado esos precedentes en su artículo.

-En él, querido padre, parece haber un lamento por un Islam incapaz. Un lamento poco explícito excepto en lo obvio, el fundamentalismo.

-Sí, él, como muchos, no se atreve a decir una verdad clave.

-¿Cuál es?

-Yo, de momento, tampoco me atrevo.

-¿El fracaso del Islam como civilización?

-Yo no he dicho eso, hijo.

-Ya lo sé, yo tampoco lo he dicho, solamente lo he preguntado. ¿Todas las religiones del Libro no son casi iguales?

-No lo son, el Cristianismo es diferente.

-¿Por qué?

-Las religiones semitas se fundamentan en la entrega de la Ley a los hombres. Es el mismo Dios quien lo hace. Se llame Samash, el dios de la justicia, el que entrega a Hamurabi la Ley, o Yaveh quien le da las tablas a Moisés en el Deuteronomio, o Alá a Mahoma en el Corán. ¿Quién se atreverá a cambiar la Ley que el mismo Dios ha dictado? Nadie.

-Jesús no dictó ninguna ley, ¿verdad?

-Ninguna, dio apenas algún consejo, nada más. Él quería abolir la Ley. Además hemos de recordar que en todo caso el cristianismo lo inventó San Pablo y no Jesús.

-Y él también es hijo de la tradición egipcia, en la que el Rey es Dios al miso tiempo.

-Sí, pero mejor pregúntame otra cosa, Fidelius.

-De acuerdo, Augustus. Has hablado de Lawrence, ¿me permitís que os lea un párrafo corto de “Los siete pilares de la Sabiduría”?

-Claro que sí, Fidelius, ¿de qué se trata?

-De la adopción de causas ajenas.

-Eso significa que deben de haber causas propias.

-Eso parece.

-Lee, Fidelius, te escucho.

-Lawrence dice:

“Cualquier hombre que se entregue a una causa ajena llevará una vida de yahoo, tras haber malbaratado su alma a un amo bárbaro. No es uno de ellos. Puede incluso ponerse a su frente, persuadirse de estar encargado de una misión, agitarlos y dirigirlos hacia algo que ellos, por su propia decisión, nunca hubieran hecho. Puede luego explotar su viejo entorno para sacarlos de lo que eran. O bien, siguiendo mi propio modelo, puedo llegar a imitarlos tan bien que ellos bastárdamente lo imiten luego a su vez. Luego, puede renunciar a su antiguo entorno: simulando el de ellos; y las simulaciones son siempre vacuas y sin valor. En ningún caso hace nada que le sea propio, ni nada tan íntegro que pueda ser considerado personal y propio (sin tener que pensar en la conversión), dejando que ellos tomen de su silente ejemplo las acciones o reacciones que les apetezcan.”

-¿Qué opinas, Augustus?

-Que quién abandona su casa no vuelve a ella.

-Pues muchos quieren encontrar la suya en la de otros. ¿Por qué?

-Lo propio, a veces, hay que ventilarlo. Está muy visto, es como el paso del enamoramiento al amor. Siempre nos enamoramos de los forasteros. Quizás sea algo casi genético. Buscamos genes diferentes para mejorar la especie, tal vez.
-
-Pero no hablábamos de biología ni de genética y sí de ideas, costumbres y modos. Hábitos genuinos y no impostados o imitados. Lawrence habla de eso, habla de la verdad y del simulacro.

-Tienes razón, Fidelius.

-¿Me permites terminar la cita?

-Claro que sí, hijo, termínala.

-Lawrence continua diciendo:

“En mi propio caso, el esfuerzo de estos años por vivir y vestir como los árabes, e imitar sus fundamentos mentales, me despojó de mi yo inglés, y me permitió observarme y observar a Occidente con otros ojos: todo me lo destruyeron. Y al mismo tiempo no pude meterme sinceramente en la piel de los árabes: todo era pura afectación. Fácilmente puede convertirse uno en infiel, pero difícilmente llega uno a convertirse a otra fe. Yo me había despojado de una forma, pero no había podido adoptar las otras y me había vuelto algo así como el ataúd de Mahoma según nuestra leyenda, con el resultado de un intenso sentimiento de soledad, y de desagrado, no hacia los demás hombres, sino hacia lo que hace. Semejante desapego pasaba a veces sobre un hombre agotado por el reiterado esfuerzo físico y el aislamiento. Su cuerpo marchaba de manera mecánica, mientras su intelecto racional lo abandonaba, y desde la nada lo observaba críticamente, preguntándose qué hacía aquel trasto inútil y por qué. A veces aquellas dos entidades llegaban a conversar en el vacío; y era entonces cuando la locura dejaba sentir su proximidad, como creo que debe ocurrirle a quien puede ver las cosas a través del doble tamiz de dos géneros de costumbres y entornos”

-¿Qué opinas esta vez, Augustus?

-Lawrence lo dice muy claro cuando afirma que: “todo era pura afectación. Fácilmente puede convertirse uno en infiel, pero difícilmente llega uno a convertirse a otra fe.”

-Vos sois ateo, padre.

-Sí, lo soy.

-¿Y eso no es cambiar de fe?

-Claro que no, yo soy fiel a la misma que tuvieron mis padres, tus abuelos, Fidelius.

-Entiendo lo que dices, pero quiero que me lo cuentes mejor, padre.

-De acuerdo, entonces debes hacerme una pregunta.

-Empezaré por el principio, siempre es mejor. ¿Cuál es el Dios en el que no crees?

-Querido Fidelius, es la mejor pregunta, pues me haces hablar de aquello en lo que no creo, como si fuera su fiel devoto.

-Sí padre, pero sé digno de tu nombre y respóndeme.

-Me haces reír cuando me reprendes, querido hijo. Me gusta cómo eres.

-¿Por qué?

-Así nadie dudará de quién eres hijo.

-Eso casi parece la respuesta a mi pregunta.

-Claro, pero sólo casi.

-Entonces termínala, ¿cuál es ese Dios?

-¿Cuál, preguntas?

-Sí, ¿cuál?

-Muy fácil Fidelius. Solamente puedo no creer en el único Dios que conozco. El Dios de la Biblia y en el de los Evangelios, ése es y no otro, yo no conozco a ninguno más, al menos yo no. Y cuando digo conocer hablo como si hablara del padre aquél que siempre estuvo y está a mi lado acompañándome en mi vida y aconsejándome con su ejemplo. Hablo también de la madre que me dio a luz, que me educó con su Amor y me dio de comer de sus pechos.

-Sí, Augustus, hablas de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. También de la Virgen María, de los Apóstoles y de todos los Santos.

-Y también hablo de Zeus y de su loca familia. De la triple diosa de tres colores, de Venus, de Montserrat, de Pilar, de Rocío, de Magdalena. Ése es mi dios o mi diosa, pues Dios no tiene sexo. Hablo de lo que conozco y amo lo que conozco.

-¿No crees en todo eso, padre? ¿De verdad?, hablas de ello como sí creyeras.

-Ya te lo he dicho, sólo hablo de lo que conozco y de lo que conozco bien, tan bien lo conozco que ello me ha hecho como soy. Además lo amo de verdad, lo respeto y lo admiro.

-Por eso parece que creas…, parece que…

-Termina de decir lo que piensas.

-Parece que creas porque hablas de ello como si Dios fuera algo o alguien que tuviera que ver con el ser.

-Y no es así exactamente, Fidelius.

-¿No?

-No únicamente, Dios tiene que ver también con el saber. Al menos el Dios que yo quiero. Yo no necesito creer que Dios existe…

-Necesitas saber que existe, ¿verdad Augustus?

-Así es hijo mío. Yo necesito y quiero tener con Él una conversación de tú a tú. Yo quiero seguir siendo yo mismo. No deseo ni ansío ningún Nirvana. Quiero salvaguardar mi identidad, mi bien más preciado. Ser yo mismo es lo que más quiero. Nunca he entendido eso de no ser “yo” y la fusión con el Cosmos, ese diluirse en la nada.

-En todo caso la fe es una gracia, ¿no es así? La recibes o no.

-Eso parece.

-Entonces es algo arbitrario, Augustus

-La voluntad de Dios parece ser arbitraria. San Agustín no tuvo ningún reparo en afirmar eso. Pero es una idea extraña, parece tramposa.

-¿Qué dijo?

-Déjame a mí también hacer una cita.

-¿De San Agustín?

-No, de “El peletero”, ¿sabes quién es?

-Sé quién es, sí, pero poco sé de él, muy poco. Tú apenas me cuentas nada y mi madre, que también es tu esposa, y que según tú mismo lo conoció mejor, nunca quiere hablar de ése que ambos llamáis “el peletero”. Pero lee la cita, padre, haz el favor.

-Como tú digas, hijo. Leo:

-“Tanto San Agustín como Albert Camus creían que todos somos culpables, yo también así lo creo, pero San Agustín a pesar de ser un hombre de su época debía de estar loco o ser un santo, de una imaginación tan perversa como alucinada, si no, a qué mente en su sano juicio se le ocurre creer que la bondad es consecuencia de la Gracia arbitraria de Dios (somos buenos porque hemos sido elegidos, y no, hemos sido elegidos porque somos buenos).” (2)

-¿En este caso deberemos entender también que la “bondad” es una gracia?

-Así es, no eres alguien realmente “bueno” si no has sido elegido.

-Pero eso es una tontería. Tal cómo lo vemos hoy, las virtudes deben ser el resultado de la voluntad y del esfuerzo de tenerlas.

-Del mérito, ¿verdad Fidelius?

-Claro, padre. ¿Por qué hablaba así San Agustín?

-Agustín creía muy firmemente en eso que decía. San Agustín es otro que “resucita”. El mundo está lleno de resucitados o zombies. Es otro que cae de su caballo y ve la luz después de haber llevado una vida “salvaje” y haber agotado todos los placeres. Pero hemos de tener en cuenta que es un hombre traumatizado por el saco de Roma a manos de los visigodos. En ello ve el fin. Para él es todo un símbolo de el mundo que termina, como la caída de las Torres gemelas en Nueva York. Por eso escribió “La ciudad de Dios”, en ella nos habla de una ciudad que no caerá nunca en manos del bárbaro, ella será siempre el verdadero refugio. Hoy diríamos de él que fue un hombre sincero y honesto.

-¿Aunque dijera barbaridades?

-Sí, lo importante no es la verdad, dicen muchos, la verdad siempre es incómoda. Siempre molesta a alguien.

-¿A quién?

-Al que la desprecia, naturalmente, al que no la considera, la verdad establece diferencias entre las cosas, y muchas personas prefieren desear igualar el mundo, a lo máximo que llegan es a eso del ying y el yang. Pero no hablábamos de eso, ¿verdad? y sí de causas ajenas o propias.

-Sí padre, eso es. Y tú piensas igual que Lawrence, creo haber entendido.

-Así es, pero ten en cuenta que la arbitrariedad es una manera tramposa de libertad. Al menos es infantil, primitiva. Es el Juicio de Dios.

-¿Qué quieres decir?

-Recuerda que en algunas de las instituciones democráticas atenienses, los cargos eran sorteados, dejando en manos del azar su elección.

-El azar parece la muerte, ¿verdad Augustus?, no distingue entre unos y otros.

-Y eso parece justicia cuando tal vez es todo lo contrario, Fidelius. Ser justo significa saber distinguir aquello que es diferente entre sí, y no igualar lo distinto. Otra vez la verdad. De ese mal entendido nacen muchas tragedias. Entre ellas la que ha provocado la Pedagogía moderna.

-Siempre la nombras.

-Sí, y lo hago porque es el paradigma de la estulticia humana. Hombres y mujeres, los pedagogos modernos, que no han hecho más que condimentar ideas ajenas, prejuicios, ideas peregrinas y en ocasiones también mezquinas. Todo ello en un cóctel peligroso por estúpido, y cínico. El cinismo del burócrata de partido.

-Pero Augustus, habábamos de Lawrence y que tú pensabas lo mismo que pensaba él.

-Y como él muchos otros. Entre ellos el mismo Kavafis cuando en su hermoso poema “la ciudad”, habla de la imposibilidad casi física de abandonarla. Cuando dice:

“La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
ue te arranque a ti mismo.”


-Pero eso es terrible Augustus.

-¿Por qué?

-Tu casa no puede ser una jaula. Y cuando hablo de casa me refiero a…

-¿A qué?

-No estoy seguro.

-Te refieres al tiempo, a la posibilidad de que el futuro cambie el pasado, pero eso es imposible, quien lo pretenda será siempre un impostor.

-No, no me refiero a eso, me refiero a otra cosa, no es lo contrario pero casi. El futuro no cambia el pasado, no puede, pero de lo que se trata es de que el pasado no te impida cambiar el futuro.

-Claro Fidelius, eso nunca debe suceder. Pero el pasado no es solamente el camino que vas dejando atrás, el pasado siempre se va acumulando en tu espalda, igual que si fuera una mochila. Tenemos de evitar que esa mochila se convierta en una joroba. Es el drama del mestizo.

-¿Del mestizo?

-Sí, de ése que no es querido por ninguna de sus familias, ni la de su madre, ni la de su padre. Aquí en Catalunya, muchos emigrantes conocen esta sensación. Aquí son “charnegos” y allí son “polacos”. En la epopeya americana, la que colonizó su frontera, muchas tribus indias secuestraban blancos, casi siempre niñas, tenían un déficit crónico de mujeres que morían al dar a luz y por las duras condiciones de vida que no eran nada idílicas y sí terriblemente machistas. Una mujer valía menos que un caballo. Esas niñas blancas secuestradas, cuando eran rescatadas, años después, casi nunca conseguían vivir como blancas normales. El mundo occidental les era tan extraño para ellas como lo era el de sus secuestradores. Pocas sobrevivían a los dos mundos. Se han escrito novelas románticas narrando todo lo contrario, pero son fantasías.

En “The Searchers” (en España “Centauros del desierto”) John Wayne busca a la niña secuetrada, Natalie Wood, su sobrina, no tanto para rescatarla y sí para matarla. Sabe que jamás volverá a ser una blanca, ni que tampoco fue nunca una comanche.

-¿Eso es lo que Lawrence quiere afirmar?

-Eso creo. Yo soy consciente como él, aunque no he necesitado quebrantar mis orígenes, que mi universo mental, imaginario, icónico, psicológico y emocional, todos mis referentes son occidentales, cristianos y católicos. Yo soy hijo de eso que me enseñaron mis padres y antes que ellos mis abuelos. Todo eso es una tradición que yo respeto, admiro, critico y quiero. Y pienso, que si llegase a desperdiciarse, perderíamos lo mejor que ha dado el ser humano.

-¿Lo mejor?

-No quiero ofender a nadie, pero eso es lo que pienso. Algunos usan un criterio equivocado cuando valoran una civilización.

-¿Cuál?

-El de su sofisticación, Fidelius.

-¿Qué pretendes afirmar?

-Lo afirmaré en positivo para no molestar. Los ingleses tienen una cocina simple y pésima, pero su aportación, la de ellos y la de todo el mundo anglosajón, a la formulación de una idea moderna de la democracia es impagable e inigualable. Es la continuación natural de Roma y Grecia.

-¿Ni por los franceses?

-Creo que no, pero no es el caso, porque al menos los franceses tienen también una cocina sofisticada. Me refiero a los protocolos, a los ceremoniales del día a día, a las reglas, a los tabúes, a las prohibiciones y a las obligaciones, a la riqueza de sus alfombras, al brillo de sus vestidos de seda y a la cantidad de vueltas que necesitan sus turbantes. A las jerarquías, y al número de cuentas que hallamos en sus rosarios. A la cantidad de colchones que encontramos en sus divanes y al número de eunucos que vigilan sus harenes. A sus dinastías, a sus maestros y a sus discípulos, a sus sabios y a sus profetas. A los cubiertos necesarios para comer una aceituna. Al número de habitaciones que tienen sus palacios. Y a las castas que estratifican sus comunidades. Me refiero a eso cuando hablo de sofisticación.

Gore Vidal, en su novela “Creación”, nos habla de eso. En esta novela el embajador persa en la Atenas de Pericles ve a los griegos como salvajes maleducados, sucios y peor vestidos con esas túnicas de algodón. Para él, un harén numeroso es señal de sabiduría, una cima. Unas vestiduras ricas también. La altura de una sociedad se rige por las castas, compartimentos estancos, que la forman. No entiende las leyes de Solón, no entiende nada.

Por eso los soldados de Alejandro se negaron a postrarse ante él cuando se lo pidió. “Nosotros somos griegos” le respondieron. En esa simple frase está lo mejor del mundo, a eso me refiero cuando hablo de ello.

-¿Tienes hambre, padre?

-¿Qué me ofreces?

-Un aperitivo. Una cerveza rubia y unos berberechos del Cantábrico que pueden ser pinchados con un humilde mondadientes.

-¿Y para comer?

-¿Te apetece una paella?

-¡Claro!, pero, ¿quién lavará los platos?

-Tú.

UN AUTOBUS A GOA

“Que el paso de los años, en muchas partes del mundo, no ha mejorado, más bien todo lo contrario, el bienestar y la paz de los humanos y la felicidad posible de algunos viajes, es una verdad tan cierta como desagradable. Yo todavía conservo, a pesar de todo, un poco de optimismo histórico, pero no tanto, como mi amigo Joan Oliver. Principalmente cuando medito que hay cosas, caminos y viajes que hace treinta años eran posibles y ahora no son ni siquiera imaginables. Como uno que yo no hice, pero que igualmente evocaré. Antes que el trozo de mundo entre el Mediterráneo y el Índico, el espacio del efímero imperio de Alejandro Magno y un poquito más se convirtiera en la brutal desgracia que ahora es.

Eso era, entonces, a primeros o mediados de los años setenta, en una visita a la ciudad de Estambul. Era cuando la antigua Constantinopla, antes Bizancio, no se había convertido todavía en este monstruo de doce millones de habitantes, de nubes de gas coches, de putas eslavas y de multitudes de rumanos, de ucranianos y búlgaros comprando sacos negros de mercancías para revender en sus desproveídos países, que es el espectáculo que ofrecía veinte años después. Cuando Estambul era una gran ciudad clásica y tranquila, excepto por la presencia de soldados en las calles, con uniformes de ejército pobre y con caras pasablemente siniestras. Cuando los barrios de Kumkapi y Karsikapi estaban llenos de hotelitos agradables para turistas discretos, y no eran sede de un tráfico incesante de mercado negro, prostitución y alguna otra actividad inconfesable, como he encontrado en visitas más recientes. Cuando casi todas las mujeres iban con la cabeza descubierta y los cabellos al aire, y no abundaban tanto los pañuelos llamados islámicos como en mi última visita, el pasado verano.

Entonces, una mañana, muy cerca del gran bazar cubierto, encontré una parada de autobuses, con tres o cuatro vehículos que se iban lentamente llenando de pasajeros. Al lado de uno de los autocares, una baluerna con todo el aspecto de haber vivido ya una larga vida, con los colores vivos de otro tiempo ya apagados, un vehículo lleno de polvo no limpiada en muchos años, un individuo con un gran bigote y pantalones anchos animaba a comprar un billete. Le pregunté dónde iba el autobús y me indicó el cartel, un cartel muy largo: Estambul – Ankara – Damasco – Bagdad – Teherán – Kabul – Delhi – Bombay – Goa. Ese era el viaje, y supongo que solamente lo hacían entero algunos jóvenes de barba rosa y con aspecto de hippies sin reciclar, que debían soñar con experiencias místicas en la India o con paraísos de playa y palmeras en las playas de la antigua colonia portuguesa. Todavía deben estar allí, por lo que se puede ver en algún reportaje: hippies sexagenarios vendiendo souvenirs en los chiringuitos de Goa. La mayoría de la gente, sin duda, tomaban aquel autobús para hacer solamente parte del trayecto. Lo supuse al ver que el equipaje que cargaban no era susceptible de resistir muchos días de malos tratos: sacos de víveres, bolsas mal cerradas, cabras con las patas atadas, gallinas, y otras mercancías poco resistentes para un trayecto tan largo.

La fascinación, en viajeros como yo, no demasiado amante de la aventura, estaba justamente en la lista de nombres del trayecto. Y es una fascinación retrospectiva y triste, al ver como han ido después las cosas en aquellas partes del mundo. Veinte años después, en efecto, en otro viaje a Estambul, aquel autobús había desaparecido, y nadie supo darme razón de él, cuando pregunté en el mismo lugar de la parada. Había desaparecido y era impensable, esta es la dramática historia. Cuando el mundo era un poquito más antiguo, cuando todavía no habían habido tantas novedades y tantas revoluciones, cuando Sadam Hussein el sanguinario no mandaba en Irak, cuando Khomeini y los ayatolas no habían proclamado la oscura pureza de su fe, cuando en Afganistán no había habido aún el golpe de Estado comunista que abrió las puertas del infierno, cuando todo era más tradicional, más moderado, menos antioccidental, entonces era posible, a Estambul, en los márgenes del viejo Mediterráneo, subirse a un autobús que va a Kabul y todavía más allá.

Hace treinta años, entonces, se podía subir a Estambul y pasar por Bagdad y por Teherán en el mismo vehículo, y bajar en Goa, volver a subir y hacer el camino de vuelta. En las calles de Kabul no había caído ninguna bomba, ni en Irak ni en Irán había habido una guerra de ocho años con un millón de cadáveres ya olvidados, ni había habido una guerra de el Golfo y después una invasión y otra guerra, ni los años de extenso terror suicida, ni los talibanes. Ni la pasión por cambiarlo todo, para derrocar, destruir, rebelarse, matar y mandar, no se había apoderado de los espíritus entre el Mediterráneo y el Índico. ¿Alguien puede decirme qué hemos ganado –qué han ganado los pueblos, la pobre gente de cada lugar- con estas pasiones desatadas? ¿Alguien puede suponer que el mundo, esta parte del mundo, era peor cuando podías subir a un coche de línea a Estambul, camino de Kabul, y terminar el viaje en santa paz a Goa? Lo pregunté por escrito, ya hace algunos años, pero no tuve respuesta.


(Joan F. Mira - Diario “Avui”, 23 de febrero de 2008)

(1)-El peletero-El viejo profesor.

(2)-El peletero penitente.