lunes, 9 de febrero de 2009

El peletero/Mi querida Natalia. (3) (1)



18 Octubre 2007

Nada puede ser
demasiado amado,
y todo puede ser
mal amado.


(W. H. Auden)

TERCERA PARTE (1)

Querida Natalia, como ya sabes, siempre consulto las cosas importantes con mi hermano Rafael; somos diferentes, pero nuestras opiniones son complementarias y nunca disienten. Ya sabes Natalia que él siempre insiste en que las palabras deben servir para explicar la realidad y no para embellecerla y que la palabra dada no solamente debe ser una galantería o algo que tenga que ver únicamente con la cortesía y la buena educación, en la cultura de donde procedes ése es un error que cometéis en demasiadas ocasiones. La palabra dada implica un compromiso que hay que cumplir, no es ningún adorno, no es el lazo que envuelve una caja vacía. La caja debe de estar llena. Hablar ha de tener consecuencias, nadie debe pensar que es impune cuando habla.

Debo recordarte que no lograrás salir de esa mediocridad en la que ahora te hallas estableciendo compromisos sentimentales inadecuados y sin “lógica”.

Te repito que ahora eres tú quien es una piedra, si es que no lo has sido siempre. Perdona esa sinceridad Natalia, pero Rafael y yo sabemos que hay roca en el centro de tu corazón. No te avergüences por ello, ya que la tienes debes aprovecharla.

¡Ah! y ten siempre en cuenta que debes hablar bien de los hombres que lloran y no se avergüenzan de ello, alaba su sensibilidad, ese lado femenino que tanto les reclamáis las mujeres, su ternura y sus sentimientos dulces. Todo eso está muy de moda, pero por favor, no te comprometas con ninguno de ellos, no lo hagas nunca. No dejes que sean algo más que amigos. Esas cualidades no sirven para la vida, sólo para la poesía, y la vida no lo es, ¿verdad? Y tú quieres vivir, no ser la protagonista de una novela, ¿o sí?

Procura dar donativos para paliar el cambio climático, pero no seas la heroína de ninguna novela.

Ahora querida Natalia, correspondería decirte que es el momento adecuado para disfrutar de la vida y de los hombres. Mi consejo habría de ser: disfruta de ellos, te lo has ganado, tienes derecho, te lo mereces y necesitas vivir unos años así, sin compromisos.

Y continuaría afirmando algo obvio, que tú eres una mujer que “puede elegir”, que eres muy bella y atractiva y tienes a los hombres haciendo fila esperando a que les hagas un simple gesto de asentimiento, hazlo. Ésa es una etapa que deberías de vivir y experimentar, es importante que la vivas, debes pasar por ella, será bueno para ti.

Terminaría diciéndote, para tu tranquilidad, que todo eso no es ningún pecado, llévate a la cama a los hombres o a las mujeres que quieras. Si quieres mujeres entre tus sábanas, atrévete, se valiente, en realidad ya lo has hecho, no tengas miedo entonces, continúa, todo es carne. Todo son personas

Ése debería ser mi consejo. Ya sabes que yo no soy un puritano y Dios muchísimo menos. Te puedo asegurar que por lo que sé, y sé mucho de Él, no lo es.

En la actualidad todos piensan que una mujer es muchas cosas al mismo tiempo, pero que básicamente es una víctima. La mujer simboliza así, perfectamente, la condición humana contemporánea.

El cristianismo tuvo éxito al considerar y entender que la víctima era el “otro”, en esa propuesta se hallaba la clave del nuevo contrato social.

En cambio su posible fracaso estará en no ser capaz de ver la víctima en el “yo”, como sí ha sabido hacer la psicología, consiguiendo de esa manera “triunfar” al interpretar correctamente, y a gusto del público y del consumidor, aquello que encarna la condición humana de nuestra era: el “yo victimario”.

Pero… ¿Debería realmente ser ése mi consejo? ¿Debería hablarte así? ¿Cómo lo haría cualquier mujer supuestamente instruida y medianamente culta y preparada? ¿Mujer que al hablarte, también se estaría hablando a sí misma?

¿Debería decirte como lo haría ella, que los 40 años en una mujer son malos porque suponen el final de la juventud y el principio de la madurez, el momento en el que empiezas a pensar que ya todo lo que viene es declive y cuesta abajo? ¿Y que entonces descubrís, pensando que sois muy inteligentes o que habéis sido muy tontas, o muy sacrificadas, o muy bondadosas, o muy engañadas, o muy obligadas, o muy violentadas, lo que verdaderamente hay detrás de vuestras sábanas y de vuestras ventanas y al hacerlo pensáis agitadas que se os está presentando la última oportunidad?

¿Debería?

¿Debería seguir afirmando, -como ésa supuesta mujer- que los 40 seguramente provocan su peor crisis? ¿Pero que también y al mismo tiempo se abre un abanico de posibilidades, nuevas vidas, hombres y mujeres solícitos, predispuestos y obsequiosos, quizás poderosos, quizás ricos, quizás jóvenes?

¿Debería?

¿Y debería seguir afirmando después que esa mujer quiere “renacer”, “resucitar”, “emerger” del agua que la ahoga y respirar todo el aire del mundo? ¿Y afirmar alto y segura que nadie podrá arrogarse el derecho de impedir que renuncie a todo eso?, ¿a su disfrute?, ¿Qué nadie logrará que se baje de ése último tren?

¿Debería?

Pero como yo no soy ninguna mujer, ni lo he sido nunca, ni tampoco lo seré, no diré nada de eso. Si lo hiciera, y quisiera ser justo, debería haber hablado antes de la crisis de los treinta y antes todavía de esa otra de los veinte, para saltar luego a los famosos cincuenta y su todavía más famosa crisis, sin olvidar, por supuesto, los sesenta, y casi concluir con los setenta, cuando la mayoría de mujeres ya son viudas y los seres más felices de la tierra.

Para finalizar, ahora sí, con la crisis de los ochenta, la auténtica, la verdadera crisis.

Crisis, sin embargo, poco mediática, sin encanto, sin “glamour”. Ni siquiera la llaman “crisis”, en una muestra más de ése uso de las palabras para embellecer y no explicar. Pero no hay otra, no hay otra crisis más indiscutible que ésa.

Pero quizás sí que haya otra crisis, la que se vive en la infancia, donde todos mienten cuando afirman que fueron felices. Lo que sucede es que creen de verdad que lo fueron. Sí creen eso imagínate pues cómo deben sentirse ahora.

¿Debería?

No, no debería.

Así pues no afirmaré nada de eso, ni lo contrario, pero añadiré con la ironía que define a los seres sin cuerpo, que ni la más hermosa poesía tiene suficiente poder frente a un cuerpo “portentoso”.

Ése es el anhelo de Satán, ser un portento.

La carne siempre vence a la palabra. Y lo sé porque yo no soy eso, eso que se pudre, y en cambio sí soy eso otro, eso que se olvida

Siempre es así.

Casi siempre es así.

Pero sí deberé, ya que me lo consultas de nuevo, repetirte por enésima vez que hay dos clases de sexo.

Aunque sé que dentro de diez años volverás a preguntarme lo mismo.