9 Noviembre 2009
El bosque
Había todo un bosque en un solo árbol de tronco pálido y grueso, de ramas altas que podía tocar con mi mano de niño travieso. De hojas planas de un verde intenso y claro. Arriba se hallaba el sol y debajo la vida. El ruido, y las sombras frescas de clorofila, acompañaban al deslucido mate de las baldosas y al gris brillante del adoquín que cubría la calle.
También había los amarillos y los azules de tus vestidos que lucías al pasear. El castaño suave y el rubio radiante de tus cabellos, el cielo de tus brazos, y el viento en aquellos lazos de colores que prendían y pendían de algún mechón.
Entre la selva las esmeraldas, entre las ramas tus frutos, y entre tus ojos el ceño y tu mirada de pirata que nunca me miró de tan alto que estaba mi balcón.
El pastel, el beige, el marrón, el chocolate, los tornasoles en el aire, y en las copas de los árboles flores. Aquel ligero resplandor, las lentejuelas debajo de tu falda, chispas y perlas en tu ropa interior, blanca y pequeña, con remates y algún que otro dolor.
Corazones bordados, pistilos y corolas, labios y pétalos, ojos abiertos, polen, limaduras y cenizas, y todo el oro en polvo pintado en tu corazón.
¿Cómo se pinta el oro?, me preguntabas. Y yo te confesaba que no lo sabía, y al responderte lloraba al pensar en la otra vida, en aquella que hube de vivir sin ti antes de nacer, ¿la recuerdas?, te preguntaba a mi vez, y tú, en lugar de responder cantabas como si fueras mi jilguero o mi gata blanca que nunca tuve, no la tuve a ella ni te tuve a ti.
Ni mañana ni tampoco ayer.