10 Mayo 2010
La aguja del pajar.
Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas  sobre arte y pintura.
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Para Verónica, te lo prometí un día y ahí lo  tienes.
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0. Presentación (1 de 2).
Mi nombre es Antonio T., buenos días y sean  bienvenidos a este curso que tengo el honor de impartir, y que, de una  manera vaga pero premeditada, he titulado, “La aguja del  pajar. Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y  pintura”.
Gracias por su asistencia, por su interés y por  su ilusión, que doy por descontados, y gracias también por la confianza  que depositan en mí.
Antes de empezar las clases quiero aclarar que  las siguientes lecciones que vamos a desarrollar en los próximos días no  son obra mía, provienen todas ellas de una mezcla variopinta y  desencajada de estudios, ensayos, monografías y escritos diversos de dos  antiguos alumnos míos, Víctor y Verónica. 
La importancia de ello es obvia y evidente. Mi  responsabilidad sobre los trabajos mencionados ha consistido sólo en  tratar de ordenarlos de forma coherente para obtener la necesaria  consistencia pedagógica que todo curso o seminario requiere.  Sinceramente, dudo haberlo conseguido, ustedes me disculparán si ellas  siguen ajustándose fielmente al título y continúan estando desordenadas y  siendo más imaginarias y supuestamente poéticas que lecciones o  conferencias bien trenzadas y tejidas. 
Su valor, como la vida, está en su verdad, ella  es el orden y el ritmo, es el río que pasa, es el recuerdo y es el mar  helado que un día nos atrapó en una mirada alucinada. 
La verdad es también el tiempo que para, el  momento que se detiene en nuestros labios y en nuestras voces para  escuchar el arpa. En ella se encuentra lo que nunca pudo ser, la verdad  alimenta y mata, la verdad es un nombre, la verdad es una palabra, la  verdad es alguien, es un jilguero, es un eco, la verdad no es nada.
Así pues, el presente curso que hoy iniciamos y  que constará, como ya conocen, de tres clases semanales -los lunes, los  miércoles y los viernes, a las doce del mediodía, excepto festivos-,  hasta completar ciento once, corresponde y se fundamenta en unos textos  ajenos a mí, no son mis palabras las que pronunciaré, yo no las escribí  ni antes tampoco las pensé. Un necesario sentido de la decencia me  obliga a desvincularme de su autoría.

