martes, 3 de febrero de 2009

El peletero/Bullshit y el Gato viejo. (y 2)



4 Octubre 2007

SEGUNDA PARTE Y ÚLTIMA

De momento dejaremos a las prostitutas tranquilas y nos centraremos en el tahúr.

Y de esa forma aprovecharemos de paso, para hablar de otro delicioso libro, llamado “La ciudad de las patrañas” del director de teatro y de cine norteamericano David Mamet, y más concretamente de su primer capítulo. “Joyas de la biblioteca de un jugador”

En 1.987 Mamet dirigió una muy buena película titulada, “The House of Games”, interpretada por Lindsay Crouse y Joe Mantenga. Ella interpreta a una psiquiatra que se ve atrapada, casi por propia voluntad, en las redes de unos estafadores y jugadores de ventaja.

El mismo David Mamet nos cuenta de él una pregunta aparentemente insignificante que su padre le formuló, al anunciarle una tarde, que iba a jugar a las cartas.

¿Todavía juegas?”, le preguntó. ¿Tenía esa pregunta algún significado escondido? Mamet se responde y nos indica que:

“Lo que mi padre quiso decir fue lo siguiente: ¿Todavía necesitas las restricciones artificiales de un juego de reglas fijas? ¿Todavía necesitas un campo delimitado, y no te das cuentan de que el Juego tiene lugar constantemente a tu alrededor?”

Así pues, hemos de saber determinadas cosas sobre la realidad de la vida que las cartas nos pueden enseñar para poder salir, más o menos, bien librados de ella. Mamet hace una muy buena relación de consejos, avisos y anécdotas.

Empezaremos recordando que Ricky Jay, en su libro, “Las cartas como armas”, nos advierte que:

“Las artes marciales siempre han insistido en el control espiritual basado en la destreza física y mental: Los juegos de cartas se prestan maravillosamente bien a este proceso”.

Continuaremos con los hermanos Bert y Bart Maverick y leeremos en su libro de título poco original, “El póquer según los Maverick”, una buena anécdota:

“Un forastero entra en una partida de póquer y liga una escalera de color. Apuesta y pone todo su dinero en la mesa. Su adversario enseña un dos, un cuatro, un siete, un nueve y una sota de distintos palos y empieza a arramblar con el dinero. Nuestro amigo, incrédulo, señala su escalera de color y protesta. El otro señala un letrero en la pared que dice “2-4-7-9-sota hacen un Gato Viejo. El Gato viejo gana a todo.””

La conclusión de los hermanos Maverick es la siguiente:

1) “Hay que conocer las reglas.
2) Cuando algo es demasiado bueno para ser cierto es que no es cierto.

Cuando juegas el juego de otro lo más seguro es que acabes pagándole.”

Son buenos consejos, sin duda, y también lo son los que nos regala Herbert Yardley en, “La educación de un jugador de póquer”, cuando afirma sin pestañear que:

A) “Si no tienes nada, retírate.
B) Si te van a ganar, retírate.
C) Si tienes la Mejor Jugada, hazles pagar.”

Naturalmente, para que todo ello sirva de algo hemos de ser conscientes para qué estamos jugando. Y eso nos lo recuerda Frank Wallace en, “Conceptos avanzados del póquer”.

El señor Wallace deja bien claro que:

“El objetivo del juego es ganar dinero. El buen jugador ha de querer ganar “Todo el dinero”, y que para logarlo debe:

“Aprovechar cualquier ventaja legítima, teniendo en cuenta que: se considera ventaja legítima todo aquello que no sea manifiestamente ilegal.”

El libro de Wallace también nos recomienda que, uno debe convertirse en el alma de la partida casera (o amistosa), que uno debe procurar ganarse la fama de servicial y al mismo tiempo una imagen de imparcialidad.

Continúa diciéndonos que debe hacerse cargo de las pequeñas cosas y decisiones. Solamente así conseguirá al final decidir en las grandes, en las importantes y elegir de esta manera el lugar, la hora e incluso la comida.

Lo más gracioso es la manera que él propone para conseguir todo eso tan difícil. El método es lo que él llama “el viejo truco de hervir una rana”. No hay que meter la rana en agua caliente, porque escapará de un salto. Se mete en agua fría y se va calentando muy, muy despacio.

A continuación David Mamet nos enseña algo que yo siempre procuro llevar a la práctica. Y es que uno puede aprender de cualquier cosa enseñanzas que te pueden servir para lo más insospechado.

De esta manera Mamet llega a una conclusión muy interesante basándose únicamente en un libro para entrenar perros, “El perro doméstico” de Richard Wolters.

La conclusión del libro es obvia, y lo es tanto que puede pasar desapercibida. “Para adiestrar al perro hay que ser más listo que él, anticipándose a sus necesidades y aprovechando sus querencias”.

Mamet afirma muy convencido que solamente así evitaremos “el menos apasionante de los Descubrimientos Familiares: descubrir quién es el que manda”.

Pero de todas estas recomendaciones, la que a mí me parece más útil es la que sin temblarle la lengua, nos ofrece Herbert Yardley:

“Echa un vistazo a la mesa y averigua quién es la Víctima; si no puedes localizarla, es que eres tú”.

En este sentido y a estas alturas creo que queda muy claro que uno no puede ganar si no está dispuesto a perder. Y que aunque el propósito sea ganar “todo el dinero”, es conveniente también dar buenas propinas. Solamente así comprenderemos bien la historia que nos cuenta y que circulaba en su niñez y tratar al mismo tiempo de entender que una de las claves de la vida es precisamente esa, dar buenas propinas.

Esa historia nos dice que a un gran jugador llamado Thomas Preston (Amarillo Slim) que jugaba en Arabia, la mafia le propuso protección y la garantía de cobrar sus ganancias a cambio de un 25 % de ellas. Slim aceptó sin pensárselo dos veces. La razón, decía ése Slim, era que siempre es mejor jugar tranquilo, que con el ánimo alterado.

Mamet termina citando a un tal Andrews, para justificar sin sofismas esta retahíla de anécdotas afirmando por boca de ése gran jugador que:

“lo anterior puede servir de advertencia a los incautos carentes de malicia y puede inspirar a los habilidosos, enseñándoles artimañas…

Pero no volverá crueles a los inocentes, ni transformará en un profesional al que juega para pasar el rato; ni hará listos a los tontos, ni reducirá la cosecha anual de primos”.


Pero David Mamet sí que realmente termina el capítulo, al reconocer que en realidad ya no juega a las cartas, y que se está acercando a la edad que tenía su padre cuando le hizo aquella pregunta cargada de ironía.

Tal vez por eso nos aconseja en su última frase que: “Fíate de todo el mundo, pero corta la baraja”.

Nosotros diremos poca cosa más. Nos limitaremos ha constatar la evidencia histórica que los ingleses, aunque tal vez no sean los mejores, cuando se trata de explicar la cruda realidad, no los gana nadie. Al menos eso era así hasta no hace mucho. La expresión “mierda de toro”, es una buena prueba de ello.

Me gusta su contundencia.

Y afirmar también, que más veces de las que desearíamos, nos las hemos de ver con un buen pedazo de mierda de toro entre las manos. O… tener que besar por obligación, o por equivocación, el culo de un toro.

Desgraciadamente yo he tenido que besar más de uno a lo largo de mi vida. Sin embargo no me consuela saber también que las vacas no son mejores, la verdad es que no lo son. Lo sé.