miércoles, 13 de agosto de 2008

El peletero/Diana Krall



11 Noviembre 2006

Su rostro ovalado, bien dibujado y su cráneo en forma de melón hubieran enamorado al mismísimo Dino Segre, alias Pitigrilli, autor de la curiosa novela “Dolicocéfala rubia”. Diana Krall es canadiense, y no belga como lo es la heroína del relato del autor italo-argentino, aunque bien mirado, ambas cosas pueden ser muy parecidas si las observamos un poco de lado y con un ojo cerrado.

Su poderosa mandíbula ya nos promete una voz espléndida, dura, honda y bien tensada, y también unos cuantos mordiscos dulces y dolorosos. Frente amplia, nariz fina, ojos grises y una boca con sólo dos labios, no necesita tampoco más, con ambos tiene suficiente para hacer lo que con ellos le venga en gana hacer y cantar.

Mofletuda. Alta, de piernas y pasos largos, proporcionada, esbelta, femenina y fuerte. Elegante, muy bien vestida, de hombre o de mujer, da igual. Incluso cuando está desnuda, el vestido siempre es el más adecuado. Bien calzada con zapatos apretados, de tacones altos, puntiagudos y afilados. Rubia, media melena, siempre despeinada, que deseamos sea por manos ajenas a las suyas.

Y sus dedos, como pinceles de marta cibelina, de uñas cortas y claras. Sin pintar.

Mujer, también cantante, pianista de jazz, crooner. Bella, de risa masculina. Admirada y deseada, tanto si está sola con su piano o si está rodeada de hombres, acompañándola y obedeciéndola, al igual que si tenemos la buena suerte de verla cantar a dúo con otra como ella.

Las muecas de concentración cuando interpreta su música nos hacen pensar en momentos innombrables, íntimos y secretos. Sus golpes de cabeza y de mentón, sus cabellos sobre la frente, tapándole los ojos, son tan seductores como los pelos de su nuca que no podemos ver. Mientras, durante o después, nos irá enseñando su sonrisa, su agradecimiento y una seguridad en sí misma trabajada duramente desde la cuna.

Diana Krall, una verdadera dolicocéfala rubia. No hay muchas más como ella.