viernes, 14 de octubre de 2011

El peletero/Vero (y 2)

2.
Soñé que regresaba a casa después de muchos años, que entregaba a mi familia una bolsa llena de monedas de oro, que vivía con nosotros aquella hermana que nuestra madre abortó, Julia, y que mi padre comandaba, con su característica autoridad y ternura, nuestra pequeña familia.

En el sueño mi madre se llamaba asimismo Julia, igual que la mujer con la que me casé y la hija que me dio. Allí estábamos todos y también mis hermanos, Severo, el mayor, entero y fuerte, y Cayo, el mediano, pródigo y valiente. Y entre todos ellos yo, Quinto Sempronio Vero, el pequeño, feliz y cansado, triste por lo visto en mi largo viaje, apenado y afligido porque sabía que lo que vivía era un simple sueño.

¿Cayo, dónde estás?, ¿Julia, eres mi rosa? Nadie respondía porque sólo podía elegir a uno de ellos. Así lo hice, elegí.

Cuando desperté la fiebre había desaparecido. Con unas cuantas sopas de coles y caldos de pollo me recuperé. Diez días después vimos venir a Cayo caminando por el sendero en el que están enterrados nuestros padres y Julia, esa hermana no nacida, la vía de los cipreses.

El augurio es el indicio de aquello que ocurrirá, en cambio, el vestigio, siendo la señal de algo que ha sucedido, es también el testimonio, el resto a través del cual obtendremos la verdad.

La verdad está siempre abierta a nuestros ojos, no se encuentra oculta en ningún escondrijo como si fuera un simple misterio.

El buche es la bolsa membranosa que comunica la boca con el esófago de las aves, en él se reblandece el alimento gracias a unas piedras tragadas por el animal para tal fin. Se dice también que es el lugar en el que se finge que se guardan los secretos.

Así pues, al abrir el pecho y el buche de las aves, habremos de separar, enumerar y clasificar con minuciosidad, las piedras que hallemos en él. Su color, su forma, su peso y su tamaño serán los indicios que nos servirán de puentes para traspasar el río y la niebla que oculta su otra orilla.  

Las piedras, y también todas las demás cosas y seres que encontremos en ese saco o bolsa, serán un vestigio y un augurio al mismo tiempo, y lo serán porque la verdad no es sólo aquello que ha ocurrido, es también todo lo que tiene que suceder.

Como augur debía de ser fiel a los gestos, memorizarlos para repetirlos con precisión y exactitud. En esa repetición absurda está el secreto, es el ritmo del tambor que, más que la rueca, marca el tiempo. La gente los conocía mejor que yo y me los demandaba como si fueran unos niños que siempre piden que se les cuente igual la misma historia.

Mis padres han fallecido, pero todavía conservo a mis hermanos aunque a uno le falte medio cuerpo y al otro media alma y a los tres Julia.

Sé lo que debo de saber que no es más que aquello que de mí depende pues siempre he creído que el daño del mundo es consecuencia de alguna clase de traición y de promesa no cumplida, en los tratos y en las fidelidades y lealtades rotas nace el rencor y la venganza. Algún día llegará Julia, y si no llega iré yo a buscarla aunque para ello deba de morirme.

Esta mañana he abierto una paloma, blanca y gris, estaba limpia y no opuso resistencia, el hígado era claro y en el cielo no volaban los halcones, hace calor, se acerca el verano y los niños ya corren desnudos hacia la alberca para bañarse.