lunes, 24 de noviembre de 2008

El peletero/La Puerta de mi casa



26 Mayo 2007

Las colinas, bajo el avión, ya abrían sus surcos de sombra en el oro de la tarde. Las llanuras se volvían luminosas, pero de una luz inútil: en este país no terminan nunca de entregar todo su oro, así como después del invierno no terminan de renunciar a su nieve.

Vuelo nocturno. Antoine de Saint-Exupéry

El avión rebotaba por entre las nubes, saltaba como un niño de una a otra mientras la pobre azafata trataba infructuosamente de servirnos un café americano. Los dos pilotos se reían de los chistes que se contaban, y casi todos los pasajeros parecían rezar a Dios, a la Virgen María o al Cristo Resucitado. Yo le soy fiel a San Pedro y a San Antonio Abad, y he de reconocer que nunca me han fallado. Poseer las llaves del Cielo y haber sido tentado directamente por el diablo en persona y no haber sucumbido, son garantías suficientes de eficacia santa y predisposición al bien. Pero no sé, me parece que los dos se burlan de mi devoción, creo que no les merezco ninguna confianza como devoto y para ser sincero, quizás tengan razón. Ellos deben pensar que no se puede ser incrédulo y al mismo tiempo rezar a San Pedro y a San Antonio, pero están equivocados, claro. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

El aterrizaje era dulce pero interminable. Eso son cosas que pasan en la vida. En el más allá, los descensos también son interminables, pero algo me hace sospechar que jamás son dulces.

Siempre me ha gustado notar que debajo de las suelas de mis zapatos no hay nada más que nada, que el suelo no puede temblar ni tampoco abrirse y tragárseme. Por eso deseaba llegar pronto para ir rápido en busca del mar, el agua también te proporciona esa sensación de no tener suelo ni techo.

Una vez que llegaba a Atenas podía ir a Sounion, a bañarme en los barrancos nudistas que daban impúdicamente la cara al mar. A una hora de autobús de Atenas, el templo consagrado a Poseidón te recibía elegante, esbelto y gentil. Pero estaba lleno de turistas y había demasiadas mujeres solas. Casi siempre acababa por irme al Pireo donde allí no iba ningún turista, y las mujeres que se bañaban en sus playas estaban todas acompañadas por sus hijos pequeños. Me gustaba verlas y mirarlas. La maternidad explícita siempre hace que las mujeres “parezcan” mucho más sensuales, aunque inaccesibles. Tal vez en eso se encontraba mi interés y mi tranquilidad. El baño sabía mucho mejor y el deseo de mi cuerpo podía sobrellevarlo con más facilidad y saborearlo como se degusta un helado de chocolate, despacio, con una languidez estudiada y calculada hasta que solamente queda el maldito palo de madera. Ése era siempre el final, injusto y cruel. Entonces me volvía a zambullir, buceaba tontamente en busca de la oscuridad y pensaba que ya era hora de regresar. El crepúsculo es difícil de afrontar cuando en las manos no tienes nada más que un palito de madera. Parece casi una burla.

Atenas es una ciudad fea, en realidad las ciudades modernas griegas, grandes, medianas y pequeñas tienen muy poco encanto estético, todas ellas. Entre el fin de Bizancio y la moderna independencia del país, no hay nada, no podía haber nada excepto revueltas, luchas románticas y esperanzas infundadas de recuperar Constantinopla y las ciudades griegas de Anatolia.

Kemal Ataturk terminó con estas ilusiones de una manera que los griegos todavía recuerdan con temor.

Esa fealdad es un atributo que bien sobrellevado se transforma fácilmente en virtud. Aunque los propios griegos no sé si son conscientes de ello, tan deslumbrados como están por la belleza irrepetible de su pasado, pagano y cristiano.

A mí, sin duda, me gustaban esas calles y esos edificios sin personalidad, baratos o demasiado suntuosos, de nuevo rico, siempre fuera de lugar. El resultado de un error, de una equivocada apreciación de las cosas. De una absoluta falta de criterio, mal hechos y apresurados. Nunca formarán parte de ningún catálogo, ni siquiera tendrán el derecho a convertirse en ruinas. Sin embargo, en ellos encontramos un verdadero afán de resistencia, son la consecuencia de una lucha noble, de un anhelo por sobrevivir, por querer cumplir un deber. Plasmado de la mejor de las maneras posibles, no en los edificios, sino en la pervivencia de la lengua. Ella ha sido la verdadera almadía que les ha permitido sobrevivir. Las palabras.

Subió, corrigiendo los desvíos provocados por el viento gracias a las señales que le ofrecían las estrellas. El imán pálido de la luz de los astros lo atraía. Había penado tanto en busca de una luz, que ahora no habría abandonado la más tenue. Enriqueciéndola con un resplandor de albergue, le habría volado en torno hasta la muerte, alrededor de ese signo del que tenía hambre. Y ahora subía hacia campos de luz.
Se elevaba poco a poco en espiral, en el agujero que se había abierto, y que se cerraba debajo de él. Y a medida que subía, las nubes perdían su lodo de sombra, se deslizaban contra él como olas cada vez más puras y blancas.


Vuelo nocturno. Antoine de Saint-Exupéry

De vuelta de la playa miraba mi piel enrojecida por el sol y la ducha fría me sabía a poco, por suerte, antes de coger el autobús ya me había tomado mi primera cerveza que indudablemente orinaba mientras me duchaba en la habitación del hotel. La tarde empezaba a declinar, abría la mini nevera, sacaba de ella mi segunda cerveza y envuelto todavía en la toalla, me tumbaba en la cama para ver oscurecer.

Mañana debía tomar el avión que me llevaría de regreso a casa.

Los soldados de aviación no tienen posesión alguna, escasos lazos, pocas preocupaciones cotidianas. Por lo que a mí se refiere, el deber sólo me exige ahora que los cinco botones de mi pechera brillen.

El Troquel. T. E. Lawrence