Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
36. Del exterior y del interior.
La moderna Holanda del siglo XVII y XVIII, cuando pinta, prefiere las representaciones de la vida real y cotidiana, el cuadro de costumbres, el retrato, el paisaje, el bodegón, la escena de interior y la arquitectura. Estos temas ya no son el marco de otros, como las personas viven también independientes.
El paisaje holandés flota, se halla en, y más allá también de los árboles que bordean los caminos, es casi trascendente. Pero ¿dónde encontrar ese alcance largo en el paisaje “campestre” que inauguran Ruysdael y Hobbema?
La pintura holandesa ha sido siempre el mejor espejo de si misma y de sus autores, conciudadanos, clientes y paganos. Un dibujo excelente y seguro, una gama cromática sobria, apenas seis colores y un sin fin de semitonos, tamaños pequeños y un uso evidente de la cámara oscura nos cuentan quiénes son. La línea del horizonte es más baja de lo habitual dando más protagonismo al cielo, buscando en él un punto de fuga más allá de lo que indican las líneas del ojo. Ese centro alto, por encima del suelo, les confiere la inevitable irrealidad y trascendencia a unas tierras que se hallan, paradójicamente, por debajo del mar y que quieren ser “campestres” y celestiales.
La naturaleza pintada y pensada de Holanda tiene el mismo aspecto que los interiores de sus casas, no hay manera poética de distinguir los unos de los otros. Patinir y Brueghel sobrevolaban como un dios la tierra, y más que paisajes nos mostraban dioramas y pesebres. Rembrandt, y todos los demás, viajaban a pie, lo único que volaba era su vista cuando se levantaba por encima del horizonte. En sus paisajes al ser humano sólo se le halla en el espectador que contempla la obra a través de la mirada del pintor. Las personas y sus figuras han desaparecido de la pintura de paisajes; ciudades, ríos, caminos, arboledas, espacios vacíos bajo cielos inmensos, naturaleza plácida fuera del polvo que el viento del mar arrastra indiferente y al que nada, tarde o temprano, sobrevivirá.
Ruysdael pinta cementerios en sus horizontes vacíos, los rastros humanos son escasos, apenas trazos, unas pocas huellas en alguna rama rota. Sin embargo, Hobbema pinta barcas en la playa sin los pescadores que las tripulan, en ellas nos muestra el instrumento laso, ¿son pecios?
Vistas iluminadas en pardo y bosques apagados en verde oscuro con sombras grises y marrones entre alguna hoja que deja ver un azul lejano y blanco.
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36M
-“Yo quise ser tu ave, tu albatros o tu frailecillo, tu tucán. Pero sólo llegue a ser tu pez plata, una faca afilada clavada en una piedra enamorada de un ciprés.
¿Me amaste alguna vez?, ¿me oíste cantar?, ¿me viste nadar de noche?, ¿cuántas veces morí en tus brazos?, ahora me muero de otra manera.
¿Dónde dices que te encuentras?, ¿en qué país estás?, ¿en qué casa vives?, ¿con quién te acuestas?, ¿has estado enfermo?
Nunca me dices nada, pareces un árbol que vigila sus secretos carcomidos en la hendidura de una roca enamorada, enamorada de ti.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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36H
-“Y yo te respondía, a mi vez y esforzándome mucho al hacerlo, que la soledad se encuentra en la mirada. Tu querías creer que ella es un faro como nuestra vela de la playa, que te señala un puerto abrigado y yo no osaba desengañarte, no deseaba cortar el lazo que nos unía cuando nos mirábamos durante horas, ese hilo del cometa que al romperse se convertía en un meteoro encendido que brillaba y caía.
“Manet es un dios curioso y cercano, solo, que no solitario. Por eso la mujer lo mira y con él nos mira a nosotros. En el centro, su compañera agachada, entre vestida o desvestida, con su rostro oculto, busca por el suelo del prado algo que ha perdido o algo que no encuentra. Los dos hombres conversan amigablemente, vestidos de la cabeza a los pies. Las interpretaciones obvias de la escena son muchas, nosotros no las expondremos ni haremos ninguna propia, sólo recordaremos a Giorgione y a su “Tempestad”. Y la mujer que allí aparece con su hijo, por cierto, ¿cómo está el tuyo? (“El peletero campestre”, el peletero) (El hilo. Cartas a una amiga.)