lunes, 26 de noviembre de 2018

Els morts (i 3)



30 Enero 2009

THE DEADS (y III)

 

El póster de la película que Houston dirigió inspirada en “Los muertos” anunciaba: “Aquella música cambiaría sus vidas para siempre...” Su función es clave en la obra, el eje vertical, la columna vertebral de la trama. La música… Siempre es la música… Música es lo que trae de nuevo a la vida a Michael Furey desde los avernos y consigue abismar en ellos a una mujer, en los del pasado, un pasado más vivo y real que su presente.

“¡Puedo ver sus ojos ahí mismo, ahí mismo!”

exclamaba. Música es lo que descarna la realidad de un matrimonio y hunde también las expectativas de un marido respecto a esa unión. Música le parece a Gabriel la imagen de su mujer inmóvil en la escalera, escuchando aquella malhadada canción:

“Si fuera pintor la pintaría en esa misma posición. El sombrero de fieltro azul destacaría el bronce de su pelo recortado en la sombra, y los fragmentos oscuros de su traje pondrían las partes claras de relieve. “Lejana Melodía” llamaría él al cuadro, si fuera pintor.”

Y cuando a los pocos minutos evoca momentos felices de su vida en común, a música lejana , a música con letra, le suena la frase de una de las cartas que le había dirigido a Gretta hacía ya eones:

“¿Por qué palabras como éstas me parecen tan sosas y frías? ¿Es porque no hay una palabra tan tierna que sea capaz de ser tu nombre?”

Pero no basta con poder oír una melodía, hay que saber interpretarla. Furey sabía. Gustaba de la música, tenía una hermosa voz que su enfermedad no le permitió cultivar, era delicado, tenía unos hermosos y enorme ojos negros que sabían cómo mirar a una chica, y fue capaz de morir por amor. Y Gabriel no solo no conocía la palabra adecuada para nombrar a quien se ama, además carecía de las dotes suficientes para interpretar la música. No fue capaz de entender qué había en aquella canción tan poderoso como para efectuar aquella transformación en su esposa, convertirla en símbolo de algo, colorearle intensamente las mejillas y dar brillo a sus ojos, un color y un brillo que debía de hacer mucho que no veía en ella.

“¡Ay, el día que supe que se había muerto!

Se detuvo, ahogada en llanto, y, sobrecogida por la emoción, se tiró en la cama bocabajo, a sollozar sobre la colcha.”

La música, cualquier música, deja de sonar cuando Gretta, agotada por el dolor de la pérdida de su primer amor, por el sentimiento de culpa y las lágrimas, se rinde al sueño. Su marido queda a solas con sus pensamientos y con el silencio.

“¿Qué pequeño papel he representado en tu vida? Tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que dieron su vida. ¿Cuánto tiempo has guardado en tu corazón la imagen de los ojos de tu amado, diciéndote que no deseaba vivir? Yo no he sentido nada así por ninguna mujer, pero sé que ese sentimiento debe ser amor.”

Su mirada se detiene, distraída, en las botas que su mujer se ha quitado cuando se desvestía.
"Una bota se mantenía en pie, su caña fláccida caída; su compañera yacía recostada a su lado." Es el símbolo perfecto… Y no puede entender qué le impulsó solo una hora antes a concebir aquel arrebato pasional hacia su mujer.

“A la puerta del hotel, sintió que se habían escapado a sus vidas y a sus deberes, (…) y se habían fugado juntos, sus corazones vibrantes y salvajes, en busca de una aventura nueva.”
A rememorar momentos de pasada felicidad.

“Junto a la taza de té del desayuno, un sobre color heliotropo que él acariciaba con su mano.(…) Era tan feliz que no podía probar bocado.”

No, él nunca había sentido un amor como el de Furey. Hubo momentos, al principio de su relación con Gretta, en que su amor por ella  prestaba brillo a sus ojos, pero, aunque real y sentido, derivó en algo desprovisto de romanticismo, absolutamente adocenado, tan burgués como el entorno en que se había criado. Y él mismo llega a ser consciente de ello en aquellos instantes en que la pasión y el deseo lo dominaban.

“Anhelaba hacerle recordar a ella todos esos momentos, para hacerle olvidar su aburrida existencia juntos y que rememorara solamente los momentos de éxtasis.”

De aquella pulsión sexual, del eros, no hay más que un paso al thanatos, la muerte, tras la confesión de su mujer. En el momento en que creía que ésta se acercaba a él dispuesta a entregársele y solo lo hizo para hablarle del amante muerto, siente que algún ser impalpable y vengativo, alguien salido de las sombras, se le enfrenta de forma amenazadora: Michael Furey.

“Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida.”

¿Hay forma más épica de concluir una hazaña tan heroica como la de aquel joven si no es con la muerte? La épica de la muerte… No, no había otra conclusión posible. Ahora, su pensamiento llena la habitación en semi penumbras de fantasmas pasados y futuros, de figuras que ya pasaron al Hades, como su tío Patrick, y de las que muy pronto cruzarán el río que allí lleva, como la pobre tía Julia, y sobre todas ellas, gravitando, la del joven muerto tan prematuramente. Como si las Siddhe, las hadas irlandesas que se aparecen a los que pronto van a morir, y que también están presentes en “Grace”, otro de los cuentos de Dublineses, hubieran aparecido aquella noche durante la cena, las mismas Siddhe que le han descubierto que él nunca ha amado a su esposa de la misma forma que el adolescente que murió por ella lo hizo.

“El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. (…)A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.”

Del eros al thanatos, y de thanatos al mithos…. El de Orfeo y Eurídice. Pero Gabriel, a diferencia de Orfeo —y del propio Joyce, que poseía una voz de tenor más que notable y grandes cualidades para la música— no estaba dotado de sensibilidad para este arte, y ello le privó de conocer antes la cancioncilla popular que llevó a Greta a los abismos, de rescatarla de las furias que allí la retenían y y devolverla al presente. Es Gretta quien, fusionando en su persona los papeles de Orfeo y Eurídice, vuelve la vista hacia atrás y queda atrapada para siempre en el pasado.

“De nuevo nevaba. (…) Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda.”

En la historia literaria el Hades ha sido situado con frecuencia en Irlanda, y además, “partir hacia poniente” en la cultura celta significa morir. Según la leyenda, el barquero de la muerte lleva a sus víctimas hacia el oeste, y precisamente los desplazamientos hacia este punto cardinal simbolizan a lo largo de los quince relatos que componen “Dublineses” la aceptación de la parálisis intelectual, social y moral que Joyce atribuye a su país. Y “Los muertos” no constituye excepción la regla. El simple traslado del matrimonio Conroy desde su casa en Monktown a la casa de Usher’s Island para participar en la fiesta de las ancianas tías es un movimiento hacia el oeste y por tanto revelador de la conclusión del relato. El hotel donde la pareja se queda a pasar la noche, el Gresham, está todavía más al oeste de Dublín Centro. En su debate con Miss Ivors Gabriel defiende el camino al Este, al continente, como vía de progreso, pero ninguno de sus contertulios, incluida Greta, es capaz de desviar la vista a ningún sitio que no sea el oeste.

Y al final, el joven Conroy se rendirá ante lo inevitable. No tiene ya más rumbo que el que lleva a poniente…

“Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.”

Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda...

Creo que Gabriel nunca llegó a saber de verdad quiénes son los vivos y quiénes los muertos. Quizás los muertos son los que no han huido al exilio, como Joyce, y se han quedado en la tierra de las sombras, en el poniente, como Gabriel. Francamente, yo tampoco lo sé. Solo sé que se nos mueren amores, amistades, deseos, esperanzas, convicciones, y con cada uno de ellos una parte de nosotros y de las personas y situaciones que les dieron soporte en su momento, aunque sigan vivas. Y también sé que hay situaciones y personas que ya no podemos tocar con las manos, pero que continúan teniendo una presencia absolutamente real en nuestras vidas. Solo sé que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, somos nosotros quienes decidimos quiénes son los vivos y quiénes los muertos.

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Los muertos” es la historia de un bien perdido. Y de esos, tenemos todos… Cada bien que obtenemos en la vida, sea de orden material o no, lleva aparejadas esperanzas, ilusiones, trabajos… Y todo ello parece abandonarnos cuando el bien a que van ligados desaparece. Y sin embargo...

En las cosas y objetos que aún no forman parte de nuestras vidas pero que habrán de llegar estará contenida una nueva remesa de esfuerzos, esperanzas, sueños y alegrías, serán todo un cajón de sastre que iremos llenando poco a poco de botones de vestidos y trajes que algún día serán antiguos, de hilos que terminarán colgando de las agujas que habrán de remendarlos y zurcirlos. Y que algún día se unirán en la memoria a los que ya formaron parte de nuestras existencias.

Y todas esas ilusiones, los deseos, los esfuerzos, hilos y botones, los del pasado y los venideros, están siempre contenidos en una sonrisa. En la más bonita del mundo.

REN


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Els morts (2)


29 Enero 2009

THE DEADS (II)

 

Profesor, como Joyce, Gabriel es un exiliado intelectual dentro de su propio país, y alberga las mismas ideas que su creador en lo referido a arte, política, etc, como queda de manifiesto en el acalorado debate que mantiene con Miss Ivors. “La literatura está por encima de la política”, piensa… Una frase que hubiese querido usar como arma arrojadiza, pero le falta agresividad para construir el argumento y para decirlo en voz alta. Le falta para responder a su oponente con algo más que un vergonzante silencio y explicarle por qué ha exclamado “¡Estoy harto de este país, me enferma!” en un momento de la discusión en que pierde totalmente los papeles. Le falta para firmar con su nombre completo y no solo con sus iniciales las reseñas literarias que escribe para un periódico inglés. Le falta para eso y para casi todo, desgastado por el roce perpetuo y agotador, casi castrante, con la rancia idiosincrasia dublinesa encarnada en su familia y amistades. Hasta el punto de que al final de la obra, a través del narrador, que no es otra cosa que el portavoz del monólogo que transcurre en el interior del personaje, nos llega la imagen que de sí mismo ha conseguido al fin obtener Gabriel, esa que no conseguía identificar del todo en el espejo del vestidor:

Lo asaltó una vergonzante conciencia de sí mismo. Se vio como una figu­ra ridícula, actuando como recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo.

A partir de ahí, el joven Conroy sentirá que tanto él como cuanto le rodea está siendo engullido por el mundo de las tinieblas. El mismo que, probablemente, Joyce pensó que también podría haberlo atrapado a él de haber continuado viviendo en Dublín.

Gabriel no carece de convicciones, pero sí del suficiente carácter y decisión como para mantenerlas. Su opaca personalidad queda de manifiesto desde el principio, en un comentario poco afortunado que hace a Lili, la criada, y que después, aturdido, intenta compensar dándole un aguinaldo. La excesiva solicitud y preocupación por la salud de Greta, cercana a la hipocondría, llega a constituir motivo de hilaridad entre su familia. La discusión con Miss Ivors, de la que no sale muy bien parado, consigue desasosegarlo tanto que respira aliviado cuando sabe que ella no estará presente en la cena ni, por tanto, en el discurso que ha de dar, sobre el que solo le surgen vacilaciones desde buen rato antes de pronunciarlo. Es consciente de todo eso, y le mortifica, pero aún no ha tocado fondo...

REN

lunes, 19 de noviembre de 2018

Els morts (1)



Els següents són tres post que Ren, una amiga de Sevilla, ja fa molts anys em va regalar publicant-los al seu blog pel meu aniversari. Són una obra mestra d’anàlisi literari, i en ells es reflecteix perfectament una de les tesis del seu text: que en les coses i objectes estan continguts esforços, esperances, somnis i alegries, que són tot un calaix de sastre ple de botons, d'antics vestits i fils que pengen de les agulles que els apedacen i sargeixen, un tresor que ha de passar, si volem ser fidels a la nostra identitat, de pares a fills, d’uns als altres, als que estimem o ens són indiferents, als amics i als enemics, entre el passat i el futur. Pels morts que ja som i per aquells que ens esperen o ens han oblidat. 

Ara, crec, és un bon moment per publicar-los aquí.Tornar-los a llegir m’omple d’orgull i em reconforta en un temps que ningú reconforta a ningú, per ells mateixos, perquè en ells aprenc, pel moment  present i pel fet d’`haver estat un regal en un altra època també irrepetible.

28 Enero 2009

THE DEADS (I)

Una libra esterlina a cambio de un cuento. Probablemente no era mucho en 1904, pero esta oferta del editor de un diario bastó para que un jovencísimo escritor de solo 22 años le entregase poco después para su publicación “Las hermanas”. Era James Joyce. “Las hermanas” sería el primero de una serie de 15 relatos perfectamente orquestados en los que se propuso plasmar de forma implacable y crítica el anquilosamiento e inmovilismo a que había llegado Dublín, su “hemiplejia o parálisis”, como él mismo decía, agravados por la férrea presión de la Iglesia católica y la de un nacionalismo en el que Joyce solo ve una fuente de distorsiones culturales y de un cierto provincianismo mental y cultural. Aquella colección de cuentos se tituló “Dubliners”, y tardó varios años en ser completada.

El último relato, “The Deads”, “Los Muertos”, terminado en el exilio y algo diluida ya en una cierta nostalgia la acritud que había concebido hacia su ciudad natal, suaviza en mucho las tintas, y el recuerdo de su patria chica se irisa para hacerse más comprensivo, amable y lírico, incluso dando protagonismo a la hospitalidad de la gente irlandesa, una de sus virtudes más tradicionales y celebradas, en un intento de ser más justo con su tierra. El resultado final, sin embargo, no deja de estar teñido de una amarga melancolía.

Como melancólica se muestra Dublín, cubierta por la nieve, a principios de enero de 1904. Las ancianas señoritas Morkan y su sobrina Mary Jane, también soltera, que vive con ellas, ofrecen su fiesta anual de Navidad a parientes y amigos, que irán llegando, perfectamente ataviados para la ocasión, y siendo recibidos por Lili, la criada, que se afana en todo momento por atender a sus muchas obligaciones. Miss Ivors, profesora y nacionalista convencida, Gabriel Conroy, también profesor, sobrino de las ancianas señoritas Kate y Julia Morkan, Gretta, su esposa, y un nutrido grupo más de personajes ríen, beben, cantan y bailan en los salones al son del piano que Mary Jane toca, comen el ganso que, como todos los años, trincha Gabriel, y el tradicional budín a los postres, y charlan agradablemente sobre ópera, teatro, música… Es al llegar a temas como el nacionalismo, la cultura o la política, sobre los que discuten Miss Ivors y Gabriel, cuando la tela del delicioso cuadro costumbrista que se ha ido esbozando ante los ojos del lector queda cuarteada y severamente dañada, quedando claro el provincianismo cultural, la parálisis y el atraso acarreados por las posturas nacionalistas y las acendradas convicciones religiosas.
Además del variopinto paisanaje humano que deambula por el relato, hay dos elementos protagonistas indiscutibles: la nieve y la música. La música parece ser la línea que marca la línea divisoria entre la ontología masculina y femenina, una diferenciación asimismo señalada mediante la tradicional dicotomía hombre-razón/mujer-corazón. Las ancianas tías son calificadas por Gabriel como mujeres ignorantes, la señorita Ivors, feminista, independizada y culta, como vacía interiormente (“¿Tendrá ella alguna vida propia más allá de su propagandismo?”, se pregunta resentido Gabriel, tras su discusión con la dama), la misma Gretta es menospreciada por su suegra por pertenecer al inculto entorno rural irlandés…

Es la música, con la que todos los personajes femeninos están relacionados de uno u otro modo, el discurso ligado a la feminidad, en tanto y en cuanto permite expresar los sentimientos pasionales, dar forma a los más recónditos deseos y emociones femeninos. Mary Jane imparte clases de música en su casa, las tías cantan en un coro, tocan el piano… La mayoría de varones que asisten a la fiesta carecen de la sensibilidad necesaria para bien avenirse con el mundo musical, de hecho, algunos “escapan” al salón contiguo a tomar unas copas mientras la sobrina Morkan toca una pieza que ni siquiera agrada ni entiende Gabriel, de gustos más refinados. Sin embargo, la tradicional separación entre hombres y mujeres es en realidad cultural, de ahí que encontremos algunos hombres que comulgan con la esfera femenina a través de la música, como Bartell D’Arcy, uno de los invitados, tenor, y mujeres que se identifican más con la esfera masculina, como la madre de Gabriel, el “cerebro” de la familia y la única de las hermanas sin dotes para la música. Y será precisamente una canción la que desencadene los acontecimientos que ocurrirán tras la cena, y uno de los momentos epifánicos, de revelación, en la obra. El principal.

La otra protagonista no humana indiscutible de la historia es la nieve. El relato avanza al mismo ritmo que la tormenta de nieve. Cuando Gabriel llega a 15, Usher Island, la casa de sus tías,

"Una leve franja de nieve reposaba sobre las hombreras de su abrigo, como una esclavina, y como una pezuña sobre el empeine de sus zuecos".

Mientras la velada avanza y los invitados comentan que en 30 años no se había visto nevar así, el protagonista mira por la ventana:

“La nieve se veía amontonada sobre las ramas de los árboles y poniendo un gorro refulgente al monumento a Wellington.”

Hasta llegar a cubrir como un blanco sudario toda Irlanda.

"Sí, los periódicos tenían razón: la nieve se extiende por toda Irlanda..."

Música y nieve serán, pues, elementos recurrentes tanto en las conversaciones como en las situaciones que se van desarrollando ante nuestros ojos, y con un papel preponderante en los acontecimientos finales. Dos elementos de elevado valor simbólico, y verdaderas epifanías.

Pero “The Deads”, “Los muertos”, es algo más que una estampa de la decadencia de la sociedad dublinense. Es ese espejo en que se mira Gabriel, ya casi al final de la historia, en el que jamás logra obtener una idea cierta de sí mismo, el espejo en que el propio Joyce, el eterno exiliado, el eterno incomprendido y atormentado por celos y reconcomias de todo tipo, busca quizás su propia imagen a través de su alter ego, Mr Conroy y, sobre todo, la verdad. ¿Qué verdad? La del Dublín por cuyo rechazo quedó marcado, que amó y odió. La que se escondía en el corazón de Nora Barnacle, su compañera. La verdad que siempre persiguió obstinadamente rebuscando entre sus concepciones de la vida y de la literatura sin saber a ciencia cierta si estaba jugando con él al escondite. Quizás por ello el entramado de “Los Muertos” lo formarán en buena parte los temas que nutren a la verdad y a la mentira, y que siempre le obsesionaron: el amor, la culpa, la expiación y esos intensos y profundos momentos de revelación en que las cualidades esenciales y constitutivas de las cosas, la vida y la muerte ofrecen sus misterios a los cinco sentidos. Esos momentos, a los que llamó “epifanías”, son como fogonazos en que el enigma se desvela por un instante y la verdad aparece desprovista de luces y sombras.

La nutrida correspondencia que Joyce mantuvo con Nora, su mujer, y con Stanislaus, su hermano, se conserva en su mayor parte y ha sido publicada. Llega a sorprender la fidelidad con que reproduce este relato no solo las ideas que expresa en sus cartas, incluso frases textuales que pondrá en boca de Gabriel, el personaje joyceano que más cercanamente representa el sentir y el pensar de su creador, sino hasta qué punto la historia que narra es una extrapolación de la suya propia. Parte del contenido de esa correspondencia está en el discurso que Gabriel pronuncia tradicionalmente en todas las fiestas de Navidad en la casa de las señoritas Morkan, éstas están inspiradas en las señoritas Flynn, tías por parte materna y que, efectivamente, vivían en el 15 de Usher Island, Miss Ivors, encarnación de los elementos más radicalizados del Irish Revival, tiene su origen en una bella muchacha nacionalista por la que Joyce se sintió atraído en su primera juventud, y Gretta es el alter ego de Nora.

Gabriel es quizás el tipo de hombre que Joyce pudo haber llegado a ser si hubiese permanecido en Dublín.

REN

jueves, 15 de noviembre de 2018

La vida secreta dels dracs (i 2)

Aprenent de Philip-Lorca di Corcia (fotografia d'un servidor)

Diari de tardor (11)

La vida secreta dels dracs (i 2)

Mentre pujava pel carrer Casanova, em vaig fixar en un noi africà que duia un carretó de supermercat ple de ferralla. Estava parat al mig del carrer mirant el seu mòbil amb una cara de tristesa, o això em va semblar a mi. Era un mòbil antic, d’aquells petits anterior a l’era dels smartelephons que ara tots tenim. No parlava ni escoltava, ni tampoc teclejava res, només se’l mirava amb cara de llàstima. No semblava que se l’hagués trobat a les escombraries. O sí, no ho puc assegurar.

Passat Sepúlveda hi havia dos nois blancs d’uns trenta anys, parlaven castellà però amb un accent sud-americà que no vaig saber identificar. Un d’ells ho feia a través d’un mòbil mentre consultava un paper on hi havia una llista. L’altre, al seu costat, se’l mirava en silenci.

-       Sí, mamá, ya te digo que lo estoy mirando ahora mismo. Que sí, que tengo la lista delante, la de los traumatólogos, sí. Es la lista que me ha dado el seguro, están todos y las direcciones. Que sí, caramba, ¿no te digo que lo estoy consultando? Tengo la lista de los traumatólogos en las manos, pero no pone lo que cobran. Sí mamá, sí. Vale, mamá, no sé, eso no lo sé.

En un dels moments que vaig sortir a prendre la fresca, veié que a l’alçada del veí, a la mateixa vorera, hi havia un home gran parat, quiet, mirant en direcció Besòs, totalment immòbil, ignoro què dimonis mirava. Encuriosit vaig esperar a veure què feia. Durant uns bons cinc minuts llargs no va fer res, res de res, cinc minuts!, només estar-se quiet, palplantat al mig del carrer amb una bossa a la ma i amb una mirada que no puc dir que estigués perduda, però sí quieta. Passat aquest temps va reprendre la marxa. A Sòcrates també li succeïa, tota Atenes ho sabia, en el seu cas podia estar-se hores i arribar tard a trobades amb els amics com bé explica Plató, crec, al seu Banquet.

Aquest matí he mirat com anava el desmantellament del barracot que tenim enfront de casa. Van a bon ritme. Tot està ballat i vigilat. Apilen la ferralla i la brossa de l’interior en un container. Una furgoneta aparcada al costat deixa clar amb el seu logotip i eslògan que és una empresa capdavantera en reciclatge. A fora de les balles metàl·liques hi havia un d’aquests nois subsaharians, com l’anterior, amb el seu carretó que s’ho mirava com un voltor, amb la característica mirada inexpressiva de paciència infinita d’altres terres que nosaltres hem perdut, no sé si definitivament.

Al vespre, al tornar capa a casa, vaig veure a una de les prostitutes xineses del barri amb un home de relatiu bon aspecte, barbut, de barba blanca com la meva. Era la prostituta “jefa”, la que sempre està a la cantonada del Sandwichez fumant i dirigint a les altres. Normalment, quan puja amb un client cap el meublé que tenen a prop de Gran Via, va caminant uns metres per davant i l’home la segueix uns passos per darrera arrossegant els peus. No es diuen res ni conversen excepte, he observat en ocasions, que ella de vegades els hi dona presses com si els homes no estiguessin gaire convençuts encara del tracte.

Però aquesta vegada era diferent, anaven caminant amb un bon ritme, agafadets de la ma com uns promesos, uns enamorats, entrellaçant els dits igual que una parella qualsevol i ella li anava parlant amb aquest espantós castellà xinès dels xinesos, la mar de contenta i amb una alegria al rostre que mai li havia vist abans, sempre ombrívola i fosca. L’home l’escoltava i somreia i no era el seu macarró.

El meu amic de Costa Rica em diu que el món està agafant un bias molt fosc. A la mort de Déu li segueix la mort de la Dignitat, i tot el que comporta en relació a l'ètica, la moral...  que nosaltres hem despertat aquí el cervell de rèptil del nacional catolicisme espanyol que estava esmorteït i que molts no sabien ni saben que tenen. Em recorda també a Max W. el dia aquell que en un hotel de Nova York ens va ensenyar el seu tatuatge al braç que li van fer de nen. No ho oblidaré mai.

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Diario de otoño (11)

La vida secreta de los dragones (y 2)

Mientras subía por la calle Casanova, me fijé en un chico africano que llevaba un carrito de supermercado lleno de chatarra. Estaba parado en medio de la calle mirando su móvil con una cara de tristeza, o eso me pareció a mí. Era un móvil antiguo, de aquellos pequeños anterior a la era de los smartelephons que ahora todos tenemos. No hablaba ni escuchaba, ni tampoco tecleaba nada, sólo lo miraba con cara de lástima. No parecía haberlo encontrado en la basura. O sí, no lo puedo asegurar.

Pasado Sepúlveda había dos chicos blancos de unos treinta años, hablaban castellano pero con un acento sudamericano que no supe identificar. Uno de ellos lo hacía a través de un móvil mientras consultaba un papel donde había una lista. El otro, a su lado, lo miraba en silencio.

- Sí, mamá, ya te digo que lo estoy mirando ahora mismo. Que sí, que tengo la lista delante, la de los traumatólogos, sí. Es la lista que me ha dado el seguro, están todos y las direcciones. Que sí, caramba, ¿no te digo que lo estoy consultando? Tengo la lista de los traumatólogos en las manos, pero no pone lo que cobran. Sí mamá, sí. Vale, mamá, no sé, eso no lo sé.

En uno de los momentos que salí a tomar el fresco, vi que a la altura del vecino, en la misma acera, había un hombre mayor parado, quieto, mirando en dirección Besòs, totalmente inmóvil, ignoro qué demonios miraba. Curioso esperé a ver qué hacía. Durante unos buenos cinco minutos largos no hizo nada, nada de nada, ¡cinco minutos!, sólo estuvo quieto, plantado en medio de la calle con una bolsa en la mano y con una mirada que no puedo decir que estuviera perdida, pero sí quieta. Pasado este tiempo reanudó la marcha. A Sócrates también le sucedía, toda Atenas lo sabía, en su caso podía estar horas y llegar tarde a encuentros con los amigos como bien explica Platón, creo, en su Banquete.

Esta mañana he mirado como iba el desmantelamiento del barracón que tenemos frente de casa. Van a buen ritmo. Todo está vallado y vigilado. Apilan la chatarra y la basura del interior en un container. Una furgoneta aparcada al lado deja claro con su logotipo y eslogan que es una empresa líder en reciclaje. Fuera de las vallas metálicas había uno de estos chicos subsaharianos, como el anterior, con su carretilla que lo miraba como un buitre, con la característica mirada inexpresiva de paciencia infinita de otras tierras que nosotros hemos perdido, no sé si definitivamente.

Al volver capa a casa, he visto a una de las prostitutas chinas del barrio con un hombre de relativo buen aspecto, barbudo, de barba blanca como la mía. Era la prostituta "jefa", la que siempre está en la esquina del Sandwichez fumando y dirigiendo a las otras. Normalmente, cuando va con un cliente hacia el meublé que tienen cerca de Gran Vía, va caminando unos metros por delante y el hombre la sigue unos pasos por detrás arrastrando los pies. No se dicen nada ni conversan excepto, he observado en ocasiones, que ella a veces les da prisas como si los hombres no estuvieran muy convencidos todavía del trato.

Pero esta vez era diferente, iban caminando con un buen ritmo, cogiditos de la mano como unos prometidos, unos enamorados, entrelazando los dedos igual que una pareja cualquiera y ella le iba hablando con este espantoso acento castellano de los chinos, la mar de contenta y con una alegría en el rostro que nunca le había visto antes, siempre sombría y oscura. El hombre la escuchaba y sonreía y no era su macarrón.

Mi amigo de Costa Rica me dice que el mundo está cogiendo un sesgo muy oscuro. A la muerte de Dios le sigue la muerte de la Dignidad, y todo lo que conlleva en relación a la ética, la moral... que nosotros hemos despertado aquí el cerebro de reptil del nacional catolicismo español que estaba amortiguado y que muchos no sabían ni saben que tienen. Me recuerda también a Max W. el día aquel que en un hotel de Nueva York nos enseñó su tatuaje en el brazo que le hicieron de niño. No lo olvidaré.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

La vida secreta dels dracs (1)

Aprenent de Philip-Lorca di Corcia (fotografia d'un servidor)

Diari de tardor (10)

La vida secreta dels dracs (1)

Després d'adonar-me que no em podia quedar pel volum de la música discotequera que hi havia al carrer a causa de la fira que s’hi feia, vaig decidir passar una estona a la llibreria de segona ma, Re-Read, que hi ha a la Gran Via i on em vaig comprar el Victus de butxaca i la biografia del mafiós Vincent Teresa. Era dissabte, feia bon temps i no suporto la música per a sords.

A la llibreria hi va entrar també un home alt, molt prim, que semblava encara més alt perquè duia unes sabates femenines de taló i sola d’un pam. Uns pantalons esfilagarsats de campana, vells, atrotinats, descosits i bruts, una bossa de sac llardosa plena de coses i una gesticulació incorporada, impostada i exageradament femenina. El pobre anava ensopegant amb els llibres exposats a les taules i a les prestatgeries que queien per terra com una calamarsada, maldestre, desmanyotat i barroer.

A la tarda, quan anava cap al caixer a treure diners, me'l vaig tornar trobar també a la Gran Via cantonada Casanova al costat de muntanya - Llobregat. Allà estava, tirat al terra, caigut tan llarg com era. Al seu costat, dret, un altre home que l’esbroncava dient-li i tirant-li en cara a crits que no es preocupava mai de ningú, que anava sempre a la seva, que era un egoista, etc. Ell, a terra, li suplicava que l'ajudés i que el dugués a l'hospital perquè no es trobava bé. Que truqués a una ambulància. L'altre, sense fer-li cas, l'anava escridassant i renyant mentre el pobre s'arrossegava com algú apallissat demanant socors i clemència. La tarda continuava essent agradable i el sol tan suau com lluminós.

Més amunt, a l’alçada de València, a l'esperar que el semàfor es posés verd, vaig veure una noia telefonant amb el mòbil mentre plorava completament desconsolada. Recolzava el cap contra la paret. Era una plorera molt sentida, vehement. Aquella noia estava passant un drama, vaig pensar, una tragèdia o alguna cosa similar, no sé. La paret on es recolzava formava part d'una clínica veterinària. Ignoro si guardaba o no alguna relació amb les seves llàgrimes. Els núvols eren d’aquell blanc encotonat, de sucre de fira que promet tant que enfarfega.

Ahir, cap el vespre, em va entrar un senyor gran d’uns 75, vestit modestament i correcta, que, amb molta educació, una educació a l'antiga, em va preguntar si tenia automatitzada la reixa. Li vaig contestar que sí. I ell que si em funcionava bé. Li respongué que també, que anava perfecte. Es va disculpar per la seva impertinència i em digué que m'ho preguntava perquè ell n’instal·lava, que buscava feina i que el disculpés de nou.

El meu amic de Costa Rica em diu al seu mail que es normal que estiguem espantats perquè la meitat del país i tota la resta de la península s'ha revoltat amb ràbia com un animal ferit, com un drac ferit, i vosaltres, diu ell, no sou pas Sant Jordi, més aviat és el drac, amagat sota una crosta que l'ocultava rere una careta de princesa, el que us ha mossegat i no para ni pararà de treure llamps per la boca.

Crec que la propera setmana plourà.

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Diario de otoño (10)

La vida secreta de los dragones (1)

Después de darme cuenta que no podía quedarme por el volumen de la música discotequera que había en la calle, decidí ir a pasar un rato a la librería de segunda mano, Re-Read, que hay en la Gran Vía y donde me compré el Victus de bolsillo y la biografía del mafioso Vincent Teresa. Era sábado, hacía buen tiempo y no soporto la música para sordos.

En la librería entró también un hombre alto, muy delgado, que parecía aún más alto porque llevaba unos zapatos femeninos de tacón y suela de un palmo. Unos pantalones deshilachados de campana, viejos, estropeados, descosidos y sucios, una bolsa de saco pringosa llena de cosas y una gesticulación incorporada, impostada y exageradamente femenina. El pobre iba tropezando con los libros expuestos en las mesas y en las estanterías que caían por tierra como una granizada, torpe y chapucero.

Por la tarde, cuando iba hacia el cajero a sacar dinero, me lo volví a encontrar también en la Gran Vía esquina Casanova junto a montaña - Llobregat. Allí estaba, tirado en el suelo, caído tan largo como era. A su lado, de pie, otro hombre que le reprobaba diciéndole y echándole en cara a gritos que no se preocupaba de nadie, que iba siempre a la suya, que era un egoísta, etc. Él, en el suelo, le suplicaba que lo ayudara y que lo llevara al hospital porque no se encontraba bien. Que llamara a una ambulancia. El otro, sin hacerle caso, le iba gritando y regañando mientras el pobre se arrastraba como alguien apaleado pidiendo socorro y clemencia. La tarde seguía siendo agradable y el sol tan suave como luminoso.

Más arriba, a la altura de Valencia, al esperar que el semáforo se pusiera verde, vi una chica llamando con el móvil mientras lloraba completamente desconsolada. Apoyaba la cabeza contra la pared. Era una llorera muy sentida, vehemente. Aquella chica estaba pasando un drama, pensé, una tragedia o algo similar, no sé. La pared donde se apoyaba formaba parte de una clínica veterinaria. Ignoro si guardaba o no alguna relación con sus lágrimas. Las nubes eran de aquel blanco algodonado, de azúcar de feria que promete tanto que atiborra.

Ayer, al anochecer, entró un señor mayor de unos 75, vestido modesta y correctamente, que, con mucha educación, una educación a la antigua, me preguntó si tenía automatizada la reja. Le contesté que sí. Y él que si me funcionaba bien. Le respondí que también, que iba perfecta. Se disculpó por su impertinencia y me dijo que me lo preguntaba porque él las instalaba, que buscaba trabajo y que lo disculpara de nuevo.

Mi amigo de Costa Rica me dice en su mail que es normal que estemos asustados porque la mitad del país y todo el resto de la península se ha sublevado con rabia como un animal herido, como un dragón herido, y vosotros, dice él, no sois Sant Jordi, más bien es el dragón, escondido bajo una costra que lo ocultaba tras una careta de princesa, el que os ha mordido y no para ni parará de sacar rayos por la boca.

Creo que la próxima semana lloverá.


jueves, 8 de noviembre de 2018

Un sol poble


Diari de tardor (9)

Un sol poble.

Els andalusos, com els castellans, els extremenys o els murcians, són, amb les diferències naturals que hi ha en qualsevol societat moderna, civilitzada i contemporània, un sol poble. Igual que els gallecs, els asturians, els aragonesos o càntabres, com els portuguesos també, per citar-ne només uns quans que habiten la península. Tot i ser diversos social,econòmica i políticament, tots ells són un sol poble. No sabria dir-ho dels valencians ni tampoc dels navarresos o bascos, ho ignoro. Però sí sé que els catalans no som un sol poble. No ho som des de fa molt de temps, com a mínim des de fa 80 anys.

Tots plegats tenim el dret a considerar-nos catalans, ciutadans de Catalunya amb els mateixos drets i deures, però no som un sol poble. No ho som com no ho eren tampoc, o no ho són ni ho han estat altres societats, l’algeriana colonial amb la cohabitació de berebers i peus negres, la sud-africana, la finlandesa amb una població de parla sueca i un partit suec que reivindica la reunificació amb Suècia... La llista, crec, seria interminable. 



Que ningú se senti molest per les meves paraules perquè sempre és millor la veritat que les suposicions, la realitat que la fantasia per més políticament necessària que sia. La convivència no es construeix amb neutralitat amnèsica com alguns reclamen.   

Com diu Joan Margarit: “per tenir casa hi ha que guanyar la guerra”.

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Diario de otoño (9)

Un solo pueblo.

Los andaluces, como los castellanos, los extremeños o los murcianos, son, con las diferencias naturales que hay en cualquier sociedad moderna, civilizada y contemporánea, un solo pueblo. Al igual que los gallegos, los asturianos, los aragoneses o cántabros, como los portugueses también, por citar sólo unos cuantos que habitan la península. A pesar de los contrastes sociales, económicos y políticos, todos ellos son un solo pueblo. No sabría decirlo de los valencianos ni tampoco de los navarros o vascos, lo ignoro. Pero sí sé que los catalanes no somos un solo pueblo. No lo somos desde hace mucho tiempo, al menos desde hace 80 años.

Todos tenemos el derecho a considerarnos catalanes, ciudadanos de Cataluña con los mismos derechos y deberes, pero no somos un solo pueblo. No lo somos como no lo eran tampoco, o no lo son ni lo han sido otras sociedades, la argelina colonial con la cohabitación de bereberes y pies negros, la sudafricana, la finlandesa con una población de habla sueca y un partido sueco que reivindica la reunificación con Suecia... la lista, creo, sería interminable.



Que nadie se sienta molesto por mis palabras porque siempre es mejor la verdad que las suposiciones, la realidad que la fantasía por más políticamente necesaria que sea. La convivencia no se construye con neutralidad amnésica como algunos reclaman.

Como dice Joan Margarit: “para tener casa hay que ganar la guerra”.

martes, 6 de noviembre de 2018

El vot de la Roser



Diari de tardor (8)

El vot de la Roser.

No fa pas gaire li vaig preguntar a una amiga que ja passa dels setanta, veient que les institucions de moment no li feien cap cas, si ella es llevaria la vida al complir els 90 tal com un dia em va dir molt seriosa que hauria de dur a terme l’Estat amb tota aquesta colla de vells que no fan altra cosa que molestar i dur una vida indigna. Em va mirar més molesta que estranyada per la meva demanda.



Estúpid és la paraula clau que més llegeixo i sento, referint-se als que no voten amb seny, sentit comú i la corresponent equidistància i neutralitat entre la justícia i la injustícia.

Tan comuna és la denúncia d’aquesta suposada estupidesa com la soterrada enveja social pels sous dels polítics, tot i reconèixer jo també, que els partits han estat i són veritables oficines de col·locació per gent mediocre, encara que segur que no més que aquests que s’estripen els vestits ofesos.

No puc deixar de recordar la darrera vegada que el meu pare va votar. Va ser, precisament, en el Referèndum per aprovar aquell Estatut que tot i ser aprovat no és vigent. Tenia Alzheimer i no puc afirmar que triés la papereta amb coneixement de causa. Però jo sabia, com sé ara, que el seu vot, fos el que fos, era útil i necessari més enllà de la seva capacitat i del seu seny malmesos per la malaltia.

Igual que ho és el de la Roser, la filla d’un amic amb deficiència intel·lectual que fa poc va obtenir el dret a votar.  Jo, l’Albert, i tota la seva família ens vam alegrar molt sabent el significat i el valor profund, no només per a ella sinó també per a tota la comunitat, que gent com la Roser exerceixi el seu dret a vot.

La tènue línia que separa la justícia de la injustícia, el cinisme de la saviesa, és el vot dels analfabets, dels indocumentats i de persones com el meu pare acostant-se perillosament als 90 anys i a d’altres com la Roser que només els babaus qualificarien d’estúpida.

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Diario de otoño (8)

El voto de Roser.

No hace mucho le pregunté a una amiga que ya pasa de los setenta, viendo que las instituciones de momento no le hacían ningún caso, si ella se quitaría la vida al cumplir los 90 tal como un día me dijo muy seria que debería hacer el Estado con todos estos viejos que no hacen otra cosa que molestar y llevar una vida indigna. Me miró más molesta que extrañada por mi demanda.



Estúpido es la palabra clave que más leo y escucho, referida a los que no votan con sensatez, sentido común y la correspondiente equidistancia y neutralidad entre la justicia y la injusticia.

Tan común es la denuncia de esta supuesta estupidez como la soterrada envidia social por los sueldos de los políticos, a pesar de reconocer yo también, que los partidos han sido y son verdaderas oficinas de colocación para gente mediocre, aunque seguro que no más que estos que se desgarran los vestidos ofendidos.

No puedo dejar de recordar la última vez que mi padre votó. Fue, precisamente, en el Referéndum para aprobar ese Estatuto que a pesar de ser aprobado no está vigente. Tenía Alzheimer y no puedo afirmar que eligiera la papeleta con conocimiento de causa. Pero yo sabía, como sé ahora, que su voto, fuera el que fuese, era útil y necesario más allá de su capacidad y de su cordura dañadas por la enfermedad.

Al igual que lo es el de Roser, la hija de un amigo con deficiencia intelectual que hace poco obtuvo el derecho a votar. Yo, Albert, y toda su familia nos alegramos mucho sabiendo el significado y el valor profundo, no sólo para ella sino también para toda la comunidad, que gente como Roser ejerza su derecho a voto.

La tenue línea que separa la justicia de la injusticia, el cinismo de la sabiduría, es el voto de los analfabetos, los indocumentados y de las personas como mi padre acercándose peligrosamente a los 90 años y el de otros como Roser que solamente los bobos calificarían de estúpida.


viernes, 2 de noviembre de 2018

L’esclau i el joc net dels romans.


Diari de tardor (7)

L’esclau i el joc net dels romans.

Igual que no hi ha corruptes sense corruptors tampoc esclavistes sense esclaus.

En la següent conversa extreta del guió que va escriure Donald Trumbo per a la pel·lícula Espàrtac que va protagonitza l’extraordinari Kirk Douglas hi trobem dos homes que parlen.

Marcus Licinius Crassus necessita que Lentulus Batiatus, el lanista, li faci una descripció del físic de l’esclau Espàrtac per poder-lo atrapar si resulta ser un dels supervivents de la batalla que l’endemà enfrontarà als esclaus revoltats amb els legionaris romans que els persegueixen.

Batiatus no s’hi pot negar, però li respon que necessita al seu torn que la seva consciència sigui respectada. Com?

És evident, al menys ho és per a mi, la incapacitat bàsica de Crassus de reconèixer a un esclau tot i tenir-lo davant. No és pas Espàrtac l’esclau sinó Batiatus que els comprava per fer-ne gladiadors…

És per a mi també evident, com ho és que cada dia surt el sol encara que els núvols el tapin, que aquesta conversa permetria fer una parodia perfecta del famós “peix al cove català” entre Jordi Pujol i els corresponents caps de govern espanyols. Un peix al cove tan enyorat per gent que creu de debò que:  “Tots dos som patriotes romans, senyor. Tu grandiós, jo, en canvi, més petit. Tu patrici, jo plebeu. Però tots dos creiem en el joc net romà. Si vols alguna cosa de mi... Faltaria al respecte a la meva pròpia consciència... si al meu torn no us digués que desitjo alguna cosa de tu també”.

La Marta Roqueta avui acaba el seu article al Nacional parlant-nos de “la prodigiositat de la mentalitat autonomista que encara cueja a la societat catalana, que és capaç de premiar, amb les molles que li dispensa l’amo, tant la seva claca més incondicional com alguns dels seus detractors”. Ja se sap, cal mantenir respectable la nostra consciència.

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-Salve, Crassus. Lentulus Batiatus espera a la seva Excel·lència.

-Qui?

-El lanista, senyor.

-Fes-lo passar.

-Santíssima Altesa, tan aviat com vaig rebre el teu missatge... Em vaig apressar a acudir davant la teva distingida presència.

-Me n'alegro que hagis pogut estalviar temps. Seu. Què graciós, m'han informat que Espàrtac va entrenar sota els teus auspicis.

-Sí! De fet... Si no és massa subversiu dir-ho... Jo vaig fer el que ell és avui.

-He de felicitar-te de veritat. I jo també m’he de felicitar perquè, com puc comprovar, ja que estàs tan admirablement qualificat per donar-me... el que fins ara no he pogut obtenir: una descripció física d'Espàrtac.

-Sí. Però el vas veure.

-Què?

-Al ring.

-Quan?

-Quan vas visitar la meva escola amb aquelles dues dames encantadores.

-Què?

-Confio que les dues gaudeixin de bona salut. El van seleccionar per enfrontar-se a Draba, el negre.

-Recordo al negre.

-Vas tenir un bon motiu per recordar-lo, per dir-ho així, Excel·lència.

-Espàrtac era l'oponent?

-Sí.

-Quin aspecte tenia?

-Això és una cosa d'alguna importància per Sa Altesa?

-Sí, ho és per a cada home que estima a Roma i desitja veure-la forta.

-Tots dos som patriotes romans, senyor. Tu grandiós, jo, en canvi, més petit. Tu patrici, jo plebeu. Però tots dos creiem en el joc net romà. Si vols alguna cosa de mi ... Faltaria al respecte a la meva pròpia consciència... si al meu torn no us digués que desitjo alguna cosa de tu també.

-Digues el teu preu.

-Si no... Quan guanyis la teva victòria demà... presumiblement els supervivents seran subhastats per pagar les despeses d'aquesta heroica expedició. ¿No podria l'agent d'aquesta venda ser...? Qui comparteixi aquest petit moment de la història amb sa Senyoria?

-D'acord, t’autoritzo a ser l'agent de la venda de tots els supervivents. A canvi, romandràs aquí amb nosaltres fins després de la batalla... i ajudeu-me a identificar Espàrtac.

-Després de la batalla? Em mal interpretes. Sóc un civil. Sóc encara més civil que la majoria dels civils.

-Si vols romandre així... Et recomano encaridament que et quedis aquí i siguis el nostre convidat. ¡Guàrdia!

-Estimat i conqueridor meu, Marcus Licinius Crassus... I si és Espàrtac qui creua el camp de batalla...? Hauré de buscar-te?

-En aquestes circumstàncies, no tinc dubtes... que l’ajudaràs a trobar-me.


-Aquest home (dirigint-se al guàrdia) romandrà amb nosaltres fins després de la batalla. Fes-lo sentir còmode. No deixis que se senti sol.

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Diario de otoño (7)

El esclavo y el juego limpio de los romanos.

Al igual que no hay corruptos sin corruptores tampoco esclavistas sin esclavos.

En la siguiente conversación extraída del guión que escribió Donald Trumbo para la película Espartaco que protagonizó el extraordinario Kirk Douglas encontramos dos hombres que hablan.

Marcus Licinius Craso necesita que Lentulus Batiatus, el lanista, le haga una descripción del físico del esclavo Espartaco para poderlo atrapar si resulta ser uno de los supervivientes de la batalla que al día siguiente enfrentará a los esclavos sublevados con los legionarios romanos que los persiguen.

Batiatus no se puede negar, pero le responde que necesita a su vez que su conciencia sea respetada. ¿Cómo?

Es evidente, al menos lo es para mí, la incapacidad básica de Craso de reconocer a un esclavo todo y tenerlo delante. No es Espartaco el esclavo sino Batiatus que los compraba para hacer gladiadores...

Es para mí también evidente, como lo es que cada día sale el sol aunque las nubes lo tapen, que esta conversación permitiría hacer una parodia perfecta del famoso "pájaro en mano catalán" entre Jordi Pujol y los correspondientes jefes de gobierno españoles. Un pájaro en mano tan añorado por gente que cree de verdad que: "Los dos somos patriotas romanos, señor. Tú grandioso, yo, en cambio, más pequeño. Tú patricio, yo plebeyo. Pero ambos creemos en el juego limpio romano. Si quieres algo de mí... Faltaría al respeto a mi propia conciencia... si a mi vez no te dijera que deseo algo de ti también".

Marta Roqueta termina hoy su artículo en el Nacional hablándonos de "la prodigiosa mentalidad autonomista que aún colea en la sociedad catalana, que es capaz de premiar, con las migajas que le dispensa el amo, tanto su claque más incondicional como algunos de sus detractores". Ya se sabe, hay que mantener respetable nuestra conciencia.

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-Salve, Craso. Lentulus Batiatus espera a su Excelencia.

-¿Quién?

-El lanista, señor.

-Hazlo pasar.

-Santísima Alteza, tan pronto como recibí tu mensaje... Me apresuré a acudir ante tu distinguida presencia.

-Me alegro que hayas podido ahorrar tiempo. Siéntate. Qué gracioso, me han informado de que Espartaco entrenó bajo tus auspicios.

-¡Sí! De hecho... Si no es demasiado subversivo decirlo... Yo hice lo que él es hoy.

-Debo felicitarte de verdad. Y yo también me tengo que felicitar porque, como puedo comprobar, ya que estás tan admirablemente cualificado para darme... lo que hasta ahora no he podido obtener: una descripción física de Espartaco.

-Sí. Pero lo viste.

-¿Qué?

-En el ring.

-¿Cuándo?

-Cuando visitaste mi escuela con aquellas dos damas encantadoras.

-¿Qué?

-Confío que ambas disfruten de buena salud. Lo seleccionaron para enfrentarse a Draba, el negro.

-Recuerdo al negro.

-Tuviste un buen motivo para recordarlo, por decirlo así, Excelencia.

-¿Espartaco era el oponente?

-Sí.

-¿Qué aspecto tenía?

-¿Eso es algo de alguna importancia para su Alteza?

-Sí, lo es para cada hombre que ama a Roma y desea verla fuerte.

-Los dos somos patriotas romanos, señor. Tú grandioso, yo, en cambio, más pequeño. Tú patricio, yo plebeyo. Pero ambos creemos en el juego limpio romano. Si quieres algo de mí... Faltaría al respeto a mi propia conciencia... si a mi vez no te dijera que deseo algo de ti también.

-Di tu precio.

-Si no... Cuando ganes tu victoria mañana... presumiblemente los supervivientes serán subastados para pagar los gastos de esta heroica expedición. ¿No podría el agente de esta venta ser...? ¿Quien comparta este pequeño momento de la historia con su Señoría?

-De acuerdo, te autoriza a ser el agente de la venta de todos los supervivientes. A cambio, permanecerás aquí con nosotros hasta después de la batalla... y ayúdame a identificar a Espartaco.

-¿Después de la batalla? Me mal interpretas. Soy un civil. Soy aún más civil que la mayoría de los civiles.

-Si quieres permanecer así... Te recomiendo encarecidamente que te quedes aquí y seas nuestro invitado. ¡Guardia!

-Querido conquistador mío, Marcus Licinius Craso... ¿Y si es Espartaco quien cruza el campo de batalla...? ¿Tendré que buscarte?

-En estas circunstancias, no tengo dudas... que le ayudarás a encontrarme.


-Este hombre (dirigiéndose al guardia) permanecerá con nosotros hasta después de la batalla. Hazlo sentir cómodo. No dejes que se sienta solo.