30
Enero 2009
THE DEADS (y III)
El póster de la película que
Houston dirigió inspirada en “Los muertos”
anunciaba: “Aquella música cambiaría sus vidas para siempre...” Su
función es clave en la obra, el eje vertical, la columna vertebral de la trama.
La música… Siempre es la música… Música es lo que trae de nuevo a la vida a
Michael Furey desde los avernos y consigue abismar en ellos a una mujer, en los
del pasado, un pasado más vivo y real que su presente.
“¡Puedo ver sus ojos ahí
mismo, ahí mismo!”
exclamaba. Música es lo que
descarna la realidad de un matrimonio y hunde también las expectativas de un
marido respecto a esa unión. Música le parece a Gabriel la imagen de su mujer
inmóvil en la escalera, escuchando aquella malhadada canción:
“Si fuera pintor la
pintaría en esa misma posición. El sombrero de fieltro azul destacaría el
bronce de su pelo recortado en la sombra, y los fragmentos oscuros de su traje
pondrían las partes claras de relieve. “Lejana Melodía” llamaría él al cuadro,
si fuera pintor.”
Y cuando a los pocos minutos
evoca momentos felices de su vida en común, a música lejana , a música con
letra, le suena la frase de una de las cartas que le había dirigido a Gretta
hacía ya eones:
“¿Por qué palabras como
éstas me parecen tan sosas y frías? ¿Es porque no hay una palabra tan tierna
que sea capaz de ser tu nombre?”
Pero no basta con poder oír
una melodía, hay que saber interpretarla. Furey sabía. Gustaba de la música,
tenía una hermosa voz que su enfermedad no le permitió cultivar, era delicado,
tenía unos hermosos y enorme ojos negros que sabían cómo mirar a una chica, y
fue capaz de morir por amor. Y Gabriel no solo no conocía la palabra adecuada para
nombrar a quien se ama, además carecía de las dotes suficientes para
interpretar la música. No fue capaz de entender qué había en aquella canción
tan poderoso como para efectuar aquella transformación en su esposa,
convertirla en símbolo de algo, colorearle intensamente las mejillas y dar
brillo a sus ojos, un color y un brillo que debía de hacer mucho que no veía en
ella.
“¡Ay, el día que supe que
se había muerto!
Se detuvo, ahogada en
llanto, y, sobrecogida por la emoción, se tiró en la cama bocabajo, a sollozar
sobre la colcha.”
La música, cualquier música,
deja de sonar cuando Gretta, agotada por el dolor de la pérdida de su primer
amor, por el sentimiento de culpa y las lágrimas, se rinde al sueño. Su marido
queda a solas con sus pensamientos y con el silencio.
“¿Qué pequeño papel he
representado en tu vida? Tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella
por la que dieron su vida. ¿Cuánto tiempo has guardado en tu corazón la imagen
de los ojos de tu amado, diciéndote que no deseaba vivir? Yo no he sentido nada
así por ninguna mujer, pero sé que ese sentimiento debe ser amor.”
Su mirada se detiene,
distraída, en las botas que su mujer se ha quitado cuando se desvestía.
"Una bota se mantenía
en pie, su caña fláccida caída; su compañera yacía recostada a su lado." Es el símbolo perfecto… Y no puede entender qué le
impulsó solo una hora antes a concebir aquel arrebato pasional hacia su mujer.
“A la puerta del hotel,
sintió que se habían escapado a sus vidas y a sus deberes, (…) y se habían fugado
juntos, sus corazones vibrantes y salvajes, en busca de una aventura nueva.”
A rememorar momentos de
pasada felicidad.
“Junto a la taza de té del
desayuno, un sobre color heliotropo que él acariciaba con su mano.(…) Era tan
feliz que no podía probar bocado.”
No, él nunca había sentido un
amor como el de Furey. Hubo momentos, al principio de su relación con Gretta,
en que su amor por ella prestaba brillo a sus ojos, pero, aunque real y
sentido, derivó en algo desprovisto de romanticismo, absolutamente adocenado,
tan burgués como el entorno en que se había criado. Y él mismo llega a ser
consciente de ello en aquellos instantes en que la pasión y el deseo lo
dominaban.
“Anhelaba hacerle recordar
a ella todos esos momentos, para hacerle olvidar su aburrida existencia juntos
y que rememorara solamente los momentos de éxtasis.”
De aquella pulsión sexual,
del eros, no hay más que un paso al thanatos, la
muerte, tras la confesión de su mujer. En el momento en que creía que ésta se
acercaba a él dispuesta a entregársele y solo lo hizo para hablarle del amante
muerto, siente que algún ser impalpable y vengativo, alguien salido de las
sombras, se le enfrenta de forma amenazadora: Michael Furey.
“Mejor pasar audaz al otro
mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la
vida.”
¿Hay forma más épica de
concluir una hazaña tan heroica como la de aquel joven si no es con la muerte?
La épica de la muerte… No, no había otra conclusión posible. Ahora, su
pensamiento llena la habitación en semi penumbras de fantasmas pasados y
futuros, de figuras que ya pasaron al Hades, como su tío Patrick, y de las que
muy pronto cruzarán el río que allí lleva, como la pobre tía Julia, y sobre
todas ellas, gravitando, la del joven muerto tan prematuramente. Como si las
Siddhe, las hadas irlandesas que se aparecen a los que pronto van a morir, y
que también están presentes en “Grace”, otro de los cuentos de Dublineses,
hubieran aparecido aquella noche durante la cena, las mismas Siddhe que le han
descubierto que él nunca ha amado a su esposa de la misma forma que el
adolescente que murió por ella lo hizo.
“El aire del cuarto le
helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de
su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. (…)A sus ojos las
lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una
figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas
próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no
podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se
esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se
criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.”
Del eros al thanatos,
y de thanatos al mithos…. El de Orfeo y Eurídice.
Pero Gabriel, a diferencia de Orfeo —y del propio Joyce, que poseía una voz de
tenor más que notable y grandes cualidades para la música— no estaba dotado de
sensibilidad para este arte, y ello le privó de conocer antes la cancioncilla
popular que llevó a Greta a los abismos, de rescatarla de las furias que allí
la retenían y y devolverla al presente. Es Gretta quien, fusionando en su
persona los papeles de Orfeo y Eurídice, vuelve la vista hacia atrás y queda
atrapada para siempre en el pasado.
“De nuevo nevaba. (…)
Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban
en lo cierto: nevaba en toda Irlanda.”
En la historia literaria el
Hades ha sido situado con frecuencia en Irlanda, y además, “partir hacia
poniente” en la cultura celta significa morir. Según la leyenda, el barquero de
la muerte lleva a sus víctimas hacia el oeste, y precisamente los
desplazamientos hacia este punto cardinal simbolizan a lo largo de los quince
relatos que componen “Dublineses” la aceptación de la parálisis intelectual,
social y moral que Joyce atribuye a su país. Y “Los muertos” no constituye excepción la regla. El simple traslado
del matrimonio Conroy desde su casa en Monktown a la casa de Usher’s Island
para participar en la fiesta de las ancianas tías es un movimiento hacia el
oeste y por tanto revelador de la conclusión del relato. El hotel donde la
pareja se queda a pasar la noche, el Gresham, está todavía más al oeste de
Dublín Centro. En su debate con Miss Ivors Gabriel defiende el camino al Este,
al continente, como vía de progreso, pero ninguno de sus contertulios, incluida
Greta, es capaz de desviar la vista a ningún sitio que no sea el oeste.
Y al final, el joven Conroy
se rendirá ante lo inevitable. No tiene ya más rumbo que el que lleva a
poniente…
“Su alma caía lenta en la
duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve,
como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.”
Sí, los diarios estaban en lo
cierto: nevaba en toda Irlanda...
Creo que Gabriel nunca llegó
a saber de verdad quiénes son los vivos y quiénes los muertos. Quizás los
muertos son los que no han huido al exilio, como Joyce, y se han quedado en
la tierra de las sombras, en el poniente, como Gabriel. Francamente, yo tampoco
lo sé. Solo sé que se nos mueren amores, amistades, deseos, esperanzas,
convicciones, y con cada uno de ellos una parte de nosotros y de las personas y
situaciones que les dieron soporte en su momento, aunque sigan vivas. Y también
sé que hay situaciones y personas que ya no podemos tocar con las manos, pero
que continúan teniendo una presencia absolutamente real en nuestras vidas. Solo
sé que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, somos nosotros quienes
decidimos quiénes son los vivos y quiénes los
muertos.
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“Los muertos” es la historia de un bien perdido. Y de esos, tenemos
todos… Cada bien que obtenemos en la vida, sea de orden material o no, lleva
aparejadas esperanzas, ilusiones, trabajos… Y todo ello parece abandonarnos
cuando el bien a que van ligados desaparece. Y sin embargo...
En las cosas y objetos
que aún no forman parte de nuestras vidas pero que habrán de llegar estará
contenida una nueva remesa de esfuerzos, esperanzas, sueños y alegrías, serán
todo un cajón de sastre que iremos llenando poco a poco de botones de vestidos
y trajes que algún día serán antiguos, de hilos que terminarán colgando de las
agujas que habrán de remendarlos y zurcirlos. Y que algún día se unirán en la
memoria a los que ya formaron parte de nuestras existencias.
Y todas esas ilusiones,
los deseos, los esfuerzos, hilos y botones, los del pasado y los venideros,
están siempre contenidos en una sonrisa. En la más bonita del mundo.
REN