9 Julio 2010
Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
24. La Muerte y la poesía.
Algunos buenos críticos literarios consideran que el único género básico es la llamada “serie negra” y que en ella están incluidas todas las demás. La Historia, el cuento, el mito, la novela y las leyendas son el relato de la muerte, sea nativa o forastera, propia o ajena. Así pues, el argumento fundacional del arte de contar historias no es otro que el crimen, pues crimen es también morir por accidente o por enfermedad. El resto son variantes o hijos más o menos naturales o legítimos del peor pecado, el asesinato.
Nosotros lo hallamos en el único “Tema” poético de Robert Graves y en la poesía apolínea que, con Sócrates y Platón, lo sustituye. En el amor a la Diosa están escondidos la muerte y el asesinato, y ambos también se encuentran, de una manera más manifiesta si cabe, en el suicidio del propio Sócrates. En las dos la muerte es necesaria para que la tribu o el pueblo sigan viviendo. La Diosa, encarnada en cualquier mujer, y la razón, en la de cualquier juez, son las dos entidades que mejor representan la crueldad al no permitirse jamás ser piadosas, ni con el hijo-amante ni tampoco con el reo que incumple la ley. La primera usa del “chivo expiatorio” y la otra de la justicia ciega y sorda que elimina la venganza y que convierte los asuntos privados en públicos. Jesús pone en evidencia algo obvio para nosotros, pero que a lo largo de la Historia de la Humanidad no lo ha sido casi nunca, que el chivo es inocente y que su asesinato es responsabilidad de todos sin distinción.
Hay dos clases de muerte, la de los otros y la nuestra.
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva, es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. (Albert Camus)
¿Qué tiene todo ello que ver con la pintura?
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24M
-“En la Avenue Jean Jaurés de Paris tenía su piso mi amiga Mercé que trabajaba de costurera en (…) Ella era la excusa que siempre le daba a Antonio T. para quedarme unos días más. En su apartamento nos encontrábamos tú y yo medio furtivamente cuando él regresaba a Barcelona. Mi amiga nos dejaba una habitación pequeña y una cama que casi no cabía en ella. Tú venías en tren y yo pasaba de un gran hotel a una buhardilla con el suelo de madera. Todo era muy romántico, yo te facilitaba entradas gratis para los museos y a ti te gustaba visitar el taller donde trabajaba Mercè y ver los carretes de hilos y las madejas de lana como si fueran composiciones policromas vanguardistas. Tú pagabas “Le Metro” y yo los restaurantes y los libros que me pedías que te regalase. Había uno que te gustaba especialmente, “Souvenirs retrouvés”, la autobiografía de Kiki de Montparnasse, una famosa cantante y artista variada de los años 20, modelo y musa de muchos pintores. Siempre me decías que contemplar aquellos desnudos antiguos tenía algo de incestuoso, como si miraras a tu madre o a tu abuela desnudas. Por eso me corté el pelo como ellas, a lo garçon. Nunca quisiste que me depilara el pubis, en cambio Antonio T. siempre me lo quería afeitar, no sabía qué hacer y a quién obedecer. Uno de los dos, no recuerdo cuál, decía que tanto pelo parecía un Pollok.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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24H
-“Un día llegaste con un aire resuelto fuera de lo habitual, nunca fuiste una mujer apática ni perezosa, pero sólo demostrabas interés por algo cuando terminábamos de estar juntos después de tu último éxtasis, no antes, era entonces cuando elegías un libro, hablabas de ti, de mí, de los hijos que deseabas tener o de los amantes que sí lograste conseguir después. Esta vez no, tu entusiasmo no pudo esperar al sexo post coito para despertarse. Te sentaste, alisaste tu falda, te bebiste de un solo trago una coca cola entera y sin eructar me pediste: “¡háblame de Pollok!” Me desmayé.” (El hilo. Cartas a una amiga.)