lunes, 20 de octubre de 2008

El peletero/La huida



17 Marzo 2007


“Tropecé y me caí, el golpe no fue muy fuerte pero me dañé las palmas de las manos. El suelo era pedregoso y aquellas piedras cortaban. Al levantarme tuve que escupir en ellas para limpiármelas de tierra y sangre. Las heridas no fueron importantes pero el dolor tardó en pasar.

Era difícil andar sin caerse por aquel pedregal cargado como un asno, con mis pocas y pobres posesiones. Había perdido la cuenta de los días que ya llevaba andando por aquellos caminos, durmiendo al pairo y casi sin poder hacer fuego; no había madera, ni arbustos, ni siquiera mierda seca de animales con la que poder quemar algo que diese calor y luz.

Yo resistiría lo que hiciese falta, pero mis zapatos viejos no, estaba preocupado, no tenía otros. De todo disponía de dos piezas, pantalones o camisas, pero de zapatos sólo tenía un par y ya estaban ruinosos cuando se los robé a mi padre antes de marcharme. A él lo dejé con mis deshilachadas alpargatas y yo me fui con sus viejos zapatos de cuero.

Nunca me hubiese podido imaginar que se pudiera tardar tanto en llegar a algún sitio. Era la primera vez que me escapaba de casa y no tenía ni idea del tamaño del mundo, de lo lejos o cerca que estaban nuestros vecinos, si los teníamos. En una ocasión se lo pregunté a mi padre, y me contestó que mirara el cielo, es enorme ¿no?, me preguntó, pues la tierra lo es más hijo, mucho más, tanto, que no llueve siempre en todas partes.

Me quedé pensando en su respuesta, se burla de mi, me dije, está loco. Quiere darme miedo para que no me vaya nunca de su lado. Si mamá se marchó y nos dejó, yo también me iré, me propuse.

Estoy inquieto, no sólo se están rompiendo mis zapatos sino que se está terminando la comida. Por aquí no hay nada que comer, ni raíces, ni hierbas, ni frutos, ni mucho menos caza. Desde que salí aun no he encontrado ni una fuente, ni un río, el agua también se me está agotando, ya hace días que la bebo racionada.

¿Por qué se fue tu madre?, anda, búscala y pregúntaselo, me decía, yo no voy a dar un paso para encontrarla. Se quiso ir, ¿no?, pues bien, se fue y ya está. Desde pequeño he sido yo quien te ha cuidado. Aquí terminaba la conversación. Si quieres ir a buscarla, ve, anda, vete, pero con tus pobres alpargatas no andarás muy lejos. Al decir eso se reía mirándome los pies.

Ya estoy andando descalzo, el agua y la comida se han terminado y ni siquiera ha llovido un poco desde que me fui. Allí a lo lejos veo una roca grande con una buena sombra, cuando la alcance me echaré y me dormiré un rato. He de estar cerca de algo”.



¿De qué huye el protagonista? ¿Qué espera encontrar al atravesar el desierto de sus propias dudas y preguntas? ¿La huida también podría ser búsqueda?

Huye de la sentencia paterna acerca de la imposibilidad de escapar. Quedarse es una derrota y él no solo necesita demostrarse a si mismo que lo logrará, sino que requiere con urgencia ir en búsqueda de una respuesta que nunca llega. ¿Por qué se fue su madre?

Pero la culpa lo persigue, viene en forma de sol canicular, de sed, de hambre, de unos zapatos que no resistirán el intento. ¿Lo resistirá él? La culpa está siempre al acecho de los seres humanos, su fin no es la misericordia, su propósito es acorralarnos invariablemente. Quien no la mantiene a prudente distancia corre el riesgo de ser devorado por ella ó terminar huyendo hacia ninguna parte.