lunes, 29 de diciembre de 2008

El peletero/El amigo



28 Julio 2007

No tenía cuello, ni poco ni mucho, nada.

Pero su pico era descomunal, enorme, desproporcionado si tenemos en cuenta que solamente comía insectos.

Las plumas, como las mismas alas, eran grandes y fuertes, adaptadas para vuelos de altura, largos y difíciles, hechas para atravesar tormentas y huracanes.

La cola y las piernas eran también potentes y robustas. Las huellas de sus patas, gigantes y sus garras intimidadoras. Daba sobresalto y miedo observarlas.

Pero si le mirabas sus pequeños y tiernos ojos, veías entonces su cara de buena persona. Y efectivamente, lo era, era un buen muchacho que había atravesado medio planeta para venir a verme.

Latido tras latido, de alas y de corazón, comiendo únicamente moscas y mosquitos, soportando diluvios, ventiscas y sequías, aquí lo tenía ahora, parado frente a la puerta de mi casa, mudo de tan cansado, sucio de tanto polvo acumulado, pero de pie, bien despierto y derecho con aquellas sus patas de gigante simpático y confiado.

Deberé de limpiarlo y tratar que los colores de sus maravillosas plumas resplandezcan de nuevo y como es debido. Y a mi vez, yo habré de vestirme con una túnica a tono, que haga juego con él y su indumentaria natural. Una túnica larga hasta los pies, de seda, naturalmente, de colores diversos, extraños y singulares como los suyos. Pañuelos variados y guirnaldas de flores.

Y tendré también que colocarme un sombrero enorme y estrafalario para no desafinar y mantener las proporciones entre él y yo.

Descansados y contentos de estar juntos de nuevo, él con su pico enorme, y yo con mi sombrero extravagante, conversaremos y charlaremos, mientras comemos. Reiremos, y mientras bebemos, seguro que incluso cantaremos alguna que otra canción de esas que nos gustan, que son tristes y al mismo tiempo alegres.

Leeremos en voz alta poesía, y por supuesto a nuestro querido y barbudo Walt Whitman, y recordaremos juntos los amores no correspondidos.

Tal vez incluso lloremos un poco, pero nada nos podrá amargar la alegría de nuestra mutua compañía.

Y así permaneceremos, horas y horas, días y días.

Viendo salir el sol y al crepúsculo llegar.

Con su fuego frío, indiferente y ajeno a la muerte del mar.