sábado, 31 de mayo de 2008

El peletero artista



25 de abril de 2006


Félix de Azúa, el prestigioso y erudito profesor de estética de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Barcelona, mantiene la tesis de que el Arte ha muerto. No seremos nosotros quienes dudemos de tan trascendente afirmación, pero si el Arte ha muerto es que alguna vez estuvo vivo, ¿cuándo? Cuando la comunidad creía tener un origen, un fin y un camino que recorrer entre ambos; el Arte era entonces aquella cosa que explicaba y al mismo tiempo representaba simbólicamente con palabras, objetos, imágenes, actos y sonidos ese triángulo sagrado. Pero como hoy en día los únicos triángulos que encontramos o bien son los de tráfico o los amorosos, no hay nada que explicar ni que representar.

El Arte ha muerto, sí, y con él la catarsis que comporta y que tan necesaria es a cualquier comunidad que no sólo sea de vecinos. Actualmente las únicas “catarsis” a las que asistimos son los pasacalles carnavalescos y las manifestaciones políticas o deportivas multitudinarias. En su lugar hemos colocado el prozac y el orgasmo, o lo que es lo mismo: el paraíso artificial y la estética, o lo que es lo mismo: el placer. El placer, naturalmente, sea físico o psicológico, no está mal, pero tiene un enorme peligro, que no es otro que el de su terrible banalidad.

Los peleteros, hemos de reconocer, nunca hemos sido unos artistas, unos artesanos si, pero no unos artistas. Somos unos artesanos, palabra humilde y modesta pero suficiente, extraordinariamente suficiente en un mundo tan vacío como el nuestro que a lo sumo si algo lo llena es agua, incolora, inodora e insípida, escurridiza, inasible, tormentosa y destructora pero fundamentalmente transparente y aunque parezca una redundancia, líquida y limpia. Nuestro quehacer sin embargo encierra algo tenebroso, tan oscuro como el color de la sangre, que aunque roja en realidad es mucho más negra que el carbón o el petróleo y su mancha es tan indeleble que ni siquiera el dinero (el mejor de los detergentes) puede lavarla. Nuestras obras son pequeñas manchas ensuciando este inconmensurable océano brillante y radiante pero sin sol que lo ilumine ni sombra que lo esconda.