Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.
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1. El centro.
La base de cualquier análisis de una obra de arte debe ser la que expuso en su día E. Wölfflin (1864-1945) en: “Prolegómenos para una filosofía de la arquitectura”, (1866) y que más tarde reiteró el célebre historiador alemán en su posterior y famoso ensayo: “Renacimiento y Barroco” (1888), cuando escribió que: “la organización de nuestro cuerpo es la forma bajo la que comprendemos las formas corporales del arte”; (...) “las leyes de la estética formal no son sino las condiciones de posibilidad de nuestro bienestar orgánico”.
Ambas afirmaciones las recogemos de la Presentación que realizó, para el segundo de los libros citados, Bernard Teyssèdre, tesis que nos recuerda él mismo ya fue expresada también por Jacob Buckhardt (1818-1897) al afirmar: “el sentido determinado de la forma (que implica la génesis de un estilo expresa) el ser físico del hombre”, “en una palabra el sentido vital de una época”.
En 1600 nuestro corazón se encontraba, igual que hoy, a nuestra izquierda, nuestros genitales entre nuestras piernas, y aunque todavía pertenecieran ambos a las simas desconocidas de las fantasías su forma empezaba a emerger, cada vez más nítida, de un fondo oscuro y antiguo.
Copérnico (1473-1543) cedió el centro del Universo a un sol que Josué no pudo haber parado, Galileo (1564-1642) lo certificó un siglo después, pero Calvino (1509-1564) quemó por hereje a Miguel Servet (1511-1553) en la hoguera de la muy puritana ciudad de Ginebra.
Ignoramos si el verdadero centro es una pira, un astro incandescente, el corazón que late bajo nuestro pecho o si, en cambio, lo son los órganos sexuales que nos acompañan tanto como nos importunan, pero, sin duda, sí lo son nuestros ojos que pueden incluso mirarse en los ojos de los demás.
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“Contra Miguel Servet del Reino de Aragón, en España: Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las Escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina evangélica, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes.
Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo.”
(Sentencia contra Miguel Servet dictada por el Petit Counseil de Ginebra, 1553)
José Baron, “Miguel Servet: Su vida y su obra”, Austral, publicado por Patricia Damiano en “Ignoria” el 15 de agosto de 2010 ·
Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo.”
(Sentencia contra Miguel Servet dictada por el Petit Counseil de Ginebra, 1553)
José Baron, “Miguel Servet: Su vida y su obra”, Austral, publicado por Patricia Damiano en “Ignoria” el 15 de agosto de 2010 ·
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