jueves, 30 de julio de 2009

El peletero/La poesía horizontal/Traum

25 Septiembre 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Com jo mateix,
que al llevar-me i obrir els ulls em vaig adonar que encara eres al meu costat.

Més tard,
al despertar,
veié que ja te’n havies anat.

Fou llavors quan vaig recordar el somni,
aquell en el que jo em despertava,
i et veia adormida a la meva esquerra,

abandonada en un creuament de cames i de camins en el que somiaves que jo em despertava,
i descobria que ja no eres amb mi.

Només hi havia la teva silueta en els llençols del llit,
el pes del teu cos, el petit sot,
aquella olor calenta,

d’aixella i de pit,
i aquell so tant rar, de cony que fuig.
Allò teu i tu us en havíeu anat.

Això veié,
al despertar,
ho veié mentre somiava,

mentre somiava el retorn del mar.

(El peletero, “Traum” 16 d’agost de 2008 )


Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.

Como yo mismo,
cuando al levantarme y abrir los ojos me di cuenta de que todavía estabas a mi
lado.

Más tarde,
al despertar,
vi que ya te habías ido.

Fue entonces cuando recordé el sueño,
aquél en el que yo me despertaba.
y te veía dormida a mi izquierda,

abandonada en un cruce de piernas y de caminos en el que soñabas que yo me despertaba
y descubría que ya no estabas conmigo.

Solamente había tu silueta en las sábanas de la cama,
el peso de tu cuerpo, el pequeño hoyo,
aquel olor caliente,

de axila y de seno,
y aquel sonido tan raro, de coño que huye.
Aquello tuyo y tú os habías ido.

Eso vi,
al despertar,
lo vi mientras soñaba,

mientras soñaba el retorno del mar.

(El peletero, “Traum”, 16 de agosto de 2008)




Aquest és un llit sense capçal,
















però és la paret la que fa aquesta funció si l’arracones a tocar.

És un llit baix, potes i somier junts, tot en un mateix moble, allò que en diuen un catre.

D’amunt, el matalàs.

El conjunt és dur, no és un llit tou, però s’hi dorm bé i millor.

És fàcil també de moure i de retirar per netejar el terra de sota, passar-hi l’escombra i fregar.

I és còmode per col•locar els llençols, les mantes y el cobrellit, aquell dels fils daurats que em va regalar la mare.

És un llit doble però és un llit petit, pensat en un primer moment només per a mi, per a ningú altre, per a mi sol.

Encara que si hi ha qui ho vol, algú més pot allitar-se amb mi per dormir la migdiada, o fins i tot la nit sencera sí també cal.

A més, si ho desitja i no li dol, pot fer l’amor amb mi, no pas per deler o fam de carn i cos masculí,

no,

ni tampoc per amor,

tampoc,

només per aprofitar una tarda desdibuixada, o un parell de nits abandonades.

Unes d’aquestes que són massa fosques, nits de cap de setmana, o d’entre setmana,

perquè tant és un dilluns depressiu, que un divendres esperançant per fornicar, il•luminant al fer-ho la raconada aquella de la paret,

just allà on no hi arriba mai la llum de la tauleta ni la del matí, quan el dia despunta somnàmbul després de la son i la il•lusió que tot s’ho en duu.

En la imatge que mostro, el llit es veu irisat com jo mateix en les fotografies que els pares em feien de petit.

En ella no es veu del tot la tauleta de nit, de metall i de cristall, de peu i cama dura i de cap trencadís.

És una fotografia que ja és vella tot i que només té un any i mig de vida.

En ella jec invisible,

no se’m veu,

no obstant això,

allí hi sóc,

mort i nu.


Esta es una cama sin cabecero,

pero es la pared la que cumple esa función si la arrinconas contra ella hasta tocarla.

Es una cama baja, patas y somier juntos, todo en el mismo mueble, aquello que llaman un catre.

Encima el colchón.

El conjunto es duro, no es una cama blanda, pero en ella se duerme bien y mejor.

Es fácil también retirarla para limpiar el suelo que hay debajo, pasar la escoba y fregar.

Y es cómoda para colocar las sábanas, las mantas y el cubrecama, aquel de hilos dorados que me regaló mamá.

Es una cama doble, pero es una cama pequeña, pensada en un primer momento solamente para mí, para nadie más, para mí solo.

Aunque si hay quien así lo quiere, puede encamarse conmigo para dormir la siesta, o incluso toda la noche entera si es necesario.

Además, si lo desea y no le duele, puede asimismo hacer el amor conmigo, aunque no por deleite o hambre de carne y cuerpo masculino,

no,

ni tampoco por amor,

tampoco,

solamente para aprovechar una tarde desdibujada, o un par de noches abandonadas.

Una de esas que son demasiado oscuras, noches de fin de semana, o de entre semana,

porque da igual un lunes depresivo, que un viernes esperanzado para fornicar, iluminando al hacerlo la esquina aquella de la pared,

justo allí donde no llega nunca la luz de la mesita ni la de la mañana, cuando el día despunta sonámbulo después del sueño y la ilusión que todo se lo lleva.

En la imagen que muestro, la cama se ve irisada, como yo mismo lo estoy en las fotografías que mis padres me hacían de pequeño.

En ella no termina de verse clara la mesita de noche, de metal y cristal, de pie y de pierna dura y de cabeza quebradiza.

Es una fotografía que ya es vieja a pesar de sólo tener un año y medio de vida.

En ella yazgo invisible,

no se me ve,

no obstante eso,

allí estoy,

muerto y desnudo.

El peletero/Una vida normal (y 6)


19 Septiembre 2008

----------------------------------------------------------

El tío viudo y sin hijos murió, y la herencia se repartió. Ella obtuvo la mitad y los dos sobrinos un 20 por ciento cada uno. La tía americana recibió el 10 por ciento restante.

-----------------------------------------------------------

La última bofetada fue de órdago. De lleno en mi mejilla. Mientras me recuperaba intentando esconder mi sonrisa llegaron los insultos. Su veneno mental tampoco había menguado, pensé mientras me frotaba el rostro.

Le había llegado mi demanda del juzgado y el embargo preventivo de su nueva riqueza caída del cielo. Yo me había dado prisa, pero la justicia es y sería lenta. Todo el mundo tendría ahora tiempo suficiente de entrar en la batalla. Primero su poca pero muy codiciosa familia, y luego, en un largo goteo, aparecerían los otros acreedores aquí y allá. Todos con la mano abierta esperando recoger algo.

No sé como terminará todo esto, espero que mi abogado pesimista no tenga razón y acabe yo en la cárcel y ella encerrada en un centro de salud, mientras unos terceros disfrutan de “mi” dinero.

He de reconocer que me importa muy poco lo que a ella le pueda acontecer a partir de ahora, ha vivido a mi costa demasiados años, le financié sus absurdos negocios y hasta hoy he evitado que terminara por pudrirse del todo. Tampoco sé si esto me puede beneficiar o perjudicar ahora que casi la mando a pedir limosna. Mi abogado se cura en salud y se mantiene precavido, aunque él ya sabe que sólo cobrará si gano, no tengo dinero suficiente para satisfacer sus asombrosos honorarios. Yo estoy dispuesto a luchar hasta donde haga falta y sinceramente, no creo que me encierren en la cárcel, que me condenen a ella es posible, que me encierren no. En realidad no tengo otra cosa que hacer en la vida que recuperar mi dinero perdido inexorablemente dentro de la cabeza sin fondo de esa loca.

Que no recupere mi dinero es también muy posible y, sinceramente, es lo más probable, tanto como que ella termine encerrada, a cargo de ese par de sobrinos avariciosos, o peor, en manos de la caridad y sanidad pública, en una de esas instituciones para dementes. Algo de ello sucederá, seguro que sí, las cosas no serán muy distintas de este panorama siniestro que estoy dibujando. Ése será el fin de una historia triste donde paradójicamente el dinero, si algo ha sido, es todo menos vulgar, yo sé el dolor que ha causado y el tiempo que le hemos dedicado. Una vida entera intentando sobrevivirla y generando ilusiones que han terminado por llenar un pozo negro de decisiones equivocadas. Esta es una realidad difícil de aceptar, pero tan cierta como que su pérdida o su ganancia no son ni triviales ni intrascendentes, el dinero nunca lo es. Nada de eso significa tampoco haberlo derrochado, ni a él ni al tiempo que se nos ha proporcionado para malgastarlo. Él nos lo ha dado todo y él también nos lo ha quitado, bendito sea.

El final está aún por decidir. No nos libraremos de su sentencia, ni tampoco de su recuerdo salvaje cuando llegue, ni de ver entonces, que entre nuestras manos y nuestros ojos, no nos quede nada más nada que nada ni haya tampoco nada más nada que nada que mi estúpida cara en ese maldito espejo del lavabo que me ilumina cada mañana con toda su crueldad.

Y claridad.

Nada, ni siquiera una triste espera.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Nada.

miércoles, 29 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (5 de 6)


16 Septiembre 2008

Había faltado muy poco. No soportaba la idea de vivir a cuenta mía, decía, pero yo creo que no soportaba la idea de vivir “mal” a mi cuenta, es un pequeño matiz importante. Ya no tenía recursos ni crédito, incluso para las cosas más elementales como comer, dependía de mí. Creo que casi prefería matarme en uno de sus ataques de ira aunque eso significara verse en la indigencia.

Yo también me mantenía en una especie de indigencia moral aterradora, pues fundamentaba mis esperanzas en la herencia de un pariente lejano que todavía le quedaba y que no terminaba de morirse. Todo era muy triste y desolador. Procuraba que ella mantuviera la relación con ese tío viudo y sin hijos que aún vivía, no quería que la desheredase o que simplemente la olvidase. Cada año le mandaba buenos regalos pagados por mí y a su nombre. Cada cierto tiempo íbamos a visitarle. Y por Navidad lo invitábamos para que no se encontrara solo. Debíamos competir con un par de sobrinos que también se preocupaban de no quedar olvidados en la desmemoria, la demencia o el resentimiento de ese tío rico y solo.

Rico lo era, yo ya me había preocupado de averiguarlo. Tenía dinero y propiedades. Si acertaba en mis pronósticos y heredaba esa fortuna, no sé como el juez podría considerar entonces la demanda que yo interpondría rápidamente para reclamar la deuda. ¿El vil expolio de una pobre mujer enferma? No sé. Mi abogado cree que hasta yo podría acabar en la cárcel sin cobrar un céntimo.

Piénsalo, me dice, no es una posibilidad remota, es un riesgo que debes tener en cuenta, tu relación con ella, antes y ahora, ha ido más allá de ser meramente mercantil, y la poca familia que le queda, esos dos sobrinos y la tía lejana de América, lo saben, y lo pueden fácilmente probar, acababa afirmando. Piensa que también es determinante que el juez o el fiscal sean mujeres o no, si lo son será una dificultad añadida, te lo digo por experiencia, afirmaba con aires de entendido ¡Ah! y no olvides a los acreedores.

Tenía razón, yo sería entonces el responsable, el culpable de haberla violentado de mil maneras y conducido a su situación actual. Enferma y pobre, expoliada, y violada. Debía de haberme casado cuando aún estaba a tiempo y ella predispuesta. El matrimonio me hubiese dado más poder y control sobres sus asuntos. Pero en aquella época a mí solamente me importaba su genio. Más tarde comprobé que ese genio solamente era delirio. Tampoco me seducía una boda por interés, en aquel entonces era joven y tonto, aunque bien mirado la interesada en algo semejante tenía que ser ella, el dinero lo tenía yo.

Firmamos un contrato comercial, abrimos una empresa en la que a pesar de poner yo todo el dinero nos repartíamos los beneficios al 50 por ciento, eso nos bastó entonces. Lo aliñamos con sexo y eso también nos bastó. El sexo duró un tiempo, pero terminó mucho antes de que se acabara el dinero, es curioso, siempre ocurre al revés. Lo que vino a continuación fue que yo me encontré atrapado en su fracaso profesional, económico y vital. Todo mi patrimonio se volatilizó demasiado rápido. Excepto un documento donde ella reconocía su deuda conmigo no tenía nada más, eso era todo.

martes, 28 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (4 de 6)


12 Septiembre 2008

Sí, eso fue, fueron esos chinos ricos, de traje caro pero que les sentaba fatal, a los chinos les sienta casi todo fatal, incluso el opio. Esos chinos que no paraban de fumar tabaco americano y que siempre, siempre terminaban de putas y que siempre, siempre las querían rubias. Cedió, su resistencia se rompió por su punto más débil, la ira. Se operó los pechos y se quitó las arrugas de los labios, y al quitárselos regaló su sonrisa a un fantasma que pasaba por allí una tarde tonta, como son casi todas las tardes, tontas, un plato de lentejas, un afán, un regreso al principio, una vuelta por Navidad, una vuelta de tuerca hasta que el tornillo se pasa de vueltas.

Sin embargo el que también estuvo a punto de no mantenerse entero fui yo. Aún tengo la señal de un mordisco suyo en mi brazo izquierdo. En aquella ocasión no tuve más remedio que agarrarla de los cabellos cortos y tirar fuerte, sólo así me soltó. Doce puntos de sutura me dieron en el hospital; dije que había sido un perro. La enfermera me miró extrañada, no, perdón, rectifiqué, no ha sido un perro, ha sido una perra.

Yo sólo quería poner un poco de humor en aquella situación tan deplorable, no quería que me sobrepasase el lamento y la tristeza por ella y por mí, pero me equivoqué completamente. La conversación que siguió luego es mejor que no la cuente, sólo diré que aquella enfermera estuvo a punto de llamar a la policía para que me arrestara.

Era una mujer vieja, extrañamente vieja, tenía las uñas demasiado largas para ese trabajo, muy pintadas y algo sucias, me dio asco, le sonreí y todavía empeoré la situación.

También estuvo muy cerca de matarme el día que me puso aquel enorme cuchillo de cocina en la barriga. Miré a la derecha, a la ventana que hay encima del fregadero de mi cocina, como si viera algo, un truco muy manido, de película, lo sé, pero funcionó. Su cabeza razona como una maza, no como un martillo. Ella también miró, entonces le así la mano del cuchillo. Sorprendida apretó con fuerza, la mía la frenaba, ella apretaba más y más, no conseguía clavármelo. No sé que le ocurrió, pero al desistir agotada se orinó y defecó encima. Sucia, sin fuerzas y con el cuchillo aún entre los dedos, se arrodilló exhausta y derrotada, me ensució mis zapatos italianos. La levanté, la metí en la bañera, la limpié y la acosté. Se durmió como un bebé y yo me curé el pinchazo que tenía cerca del ombligo.

lunes, 27 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (3 de 6)


9 Septiembre 2008


Es evidente que me equivoqué con ella, me arriesgué, tenía un lado bueno la niña, tuvo un lado bueno, y prometía algo que valoré de manera muy errónea. En sus buenos años era rápida y perspicaz, más con las personas que con los objetos. Sabía conocerlas, sabía preguntarles un par o tres de cosas que disimulaba como si fueran halagos. Las respuestas le daban un diagnóstico, decía ella, una propensión. Me gustaba esa palabra casi médica, casi de físico quántico, me gustaba esa manera que tenía de situarse en la esquina, desmadejada como un ovillo deshecho, piernas mal colocadas y brazos mal cruzados, pero atenta al entorno como una mosca que mira en todas direcciones.

Hubiera podido salir bien, pero se rompió. La gente a veces se rompe o alguien la trocea como si fuera papel con garabatos o carne para un bistec “tartare”, o peor, restos de comida para perros o hamburguesas para niños. Se despedazó y los miles de fragmentos apenas se mantuvieron unos encima de los otros como naipes el día que llegó el tan esperado “The Big One” a San Francisco, aquel terremoto que arrasó hasta las cloacas de la ciudad de las mil colinas.

Parecía un rompecabezas equivocado con muchas piezas perdidas, mal diseñadas o abandonadas. Muchos dirán que fui yo, yo era su pareja económica y durante un tiempo, sentimental también, y durante otro, sexual y durante otra época más fuimos un poco de todo, mezclamos dineros, sentimientos, convivencia y sexo. Y durante siempre fui su pareja intelectual, yo les daba forma a sus ideas. A veces nos aburríamos y muchas otras parecíamos enloquecer arriesgando en la cama y en la bolsa. Reíamos demasiado cuando follábamos.

Sea como sea se quebró, quizás por reír mucho, o por no hacerlo suficiente, tal vez se enamoró de aquel gitano que un día se la llevó y tardó seis meses en devolverla. Quizás fue la directora del banco que nos prestó algún dinero y con la que yo acabé acostándome a ratos primero, y luego a días enteros, en fines de semana rodando por las alfombras abrazados y regateando tipos de interés mientras le besaba los pechos. Pero puede que fuera aquel muchacho rubio, como ella, que la halagaba y le hablaba de todo de manera diferente. O la morena que me halagaba a mí y me decía lo mismo que dicen todas pero de manera distinta a cómo lo dicen todas. Aunque lo más seguro es que fuera aquel cliente de Hong Kong que no terminó de firmar aquel contrato, el más importante de todos.

sábado, 25 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (2 de 6)


5 Septiembre 2008

Nunca consiguió hilvanar ni un triste paso de baile, la enfurecía y avergonzaba su falta de destreza, su nula elegancia. Ella se esforzaba, decía, afirmaba también que le gustaba la música y se le iban los ojos detrás de las parejas que bailaban como si fueran una sola cosa, uno en otro, otro dentro de uno. En las fiestas a las que debíamos ir, yo la dejaba sentada en un rincón charlando con esos unos y me iba a bailar con aquellas otras. Entre baile y baile veía como se le iba llenando el cargador de munición, mudaba el rostro y lo deformaba en una sonrisa que siempre fue una amenaza y que por mi bien nunca desprecié, ni minusvaloré.

Ya sabía que aquella misma noche, en nuestra cama, o bien al día siguiente, en nuestra oficina, dispararía a quemarropa, que era como le gustaba, nada de refinamientos de franco tirador, no, el cañón bien cerca de la barriga, hundido en ella, como un dedo en la mantequilla, y entonces apretar el gatillo. Más que un rifle parecía una lanza, una pica de picador, una taladradora de cueva sadomasoquista. Se creía que me intimidaba. No te tengo miedo, me gritaba abriendo mucho la boca. No sé si me tenía miedo a mí, a qué o a quién, pero que estaba muerta de terror era evidente.

También se creía dura y fuerte de espíritu y la pobrecita no hubiera soportado ni medio soplo. Era penoso verla llorar derrotada por su propia furia. Jamás respondí a sus golpes, aunque eso la enfureciera más todavía. Si lo hubiese hecho ahora yo estaría en la cárcel. Las deudas la hubiesen ahogado y habría perdido irremediablemente los miserables ahorros que aún le quedaban. Yo le pagué el médico y todas las terapias que necesitó su cabeza de tambor, sus estancias en los hospitales y centros de salud, aguanté sus recaídas, sus idas y sus vueltas.

Yo no era caritativo, ella también me debía dinero a mí, mucho dinero, y yo quería cobrar. Todavía tenía esperanzas de lograrlo gracias al reconocimiento de deuda que ella me había firmado en nuestros buenos tiempos. En aquel momento pensé que ese papel me garantizaba el cobro, pero cada vez dudaba más que pudiera recuperar algo de lo perdido. Sin embargo era ya casi un asunto de dignidad y de pundonor, no quería hacer el ridículo ante mí mismo, ante mi vida vivida a su lado que era casi toda. Aún quería aferrarme a la esperanza de recobrar una parte por pequeña que fuera. Ya no soñaba con la deuda entera, por supuesto que no.

viernes, 24 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (1 de 6)


2 Septiembre 2008


PRÓLOGO

La cuestión fundamental es tratar de responder a la pregunta de por qué permanecí a su lado tantos años soportando su violencia física, verbal y sus arrebatos incontrolados en los que podría haberme matado, esas furias provocadas por esa ira patológica incontenible que le provocaba su fracaso vital. ¿Por qué no la abandoné?, ¿fue ese dinero que me debía?

¿Amor?, ¿lástima?, ¿resentimiento?, ¿rencor?

El dinero es la razón en la que se fundamenta el presente relato. Pero si procuro ser sincero conmigo mismo he de afirmar que todavía no estoy capacitado para responder, quizás nunca lo esté. La narración sigue su propio camino, y en ningún caso es la respuesta a esa adversa pregunta.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

La última bofetada fue de órdago. Con la mano bien abierta, en pleno rostro izquierdo y con toda la fuerza de que era capaz. Me giró la cara, me tambaleé y la mejilla se hinchó enrojecida.

Caramba, pensé, sigue siendo rápida y fuerte, la muchacha.

¿Te ha gustado mi derechazo?, me preguntó amenazante, ¿quieres más? Seguía manteniendo la mano abierta a medio metro de mi nariz, tenía los brazos largos, casi no necesitaba agacharse ni doblar las rodillas o la cintura para tocar el suelo con los pulgares. No era la primera vez que usaba este argumento conmigo, en una ocasión lo acompañó con una izquierda directa a mi hígado que me doblegó. No acostumbraba a dar patadas, no sabía, no era capaz de acertar con los pies ni a una pelota grande, hinchable, de esas de playa, solamente los usaba para andar y para calzarse los zapatos, ni siquiera lograba pisar uva con ellos. En cambio las manos sí que las sabía utilizar y con ellas los brazos y los codos, los hombros también y mucho más los omoplatos y la cintura. Tenía un giro rápido de avispa y lanzaba los puños al igual que escupitajos de bereber adolescente, directos y mortales, de camaleón africano y enfadado. Un buen entrenador hubiera hecho maravillas con aquellas manos que abiertas abofeteaban mejor que los golpes que prodigaba con sus puños de niña.

Ese era su “hándicap”, era todavía una niña, una niña mayor que a pesar de los cuarenta y tantos se quebraba, sus nudillos eran cuchillos de cristal, y a través de su piel podías vislumbrar los huesos de humo congelado que la mantenía derecha. Según cómo, mirarla era extraño y sorprendente.

Era pequeña, pesaba poco y en cualquier somier rebotaba hasta colgarse de la lámpara del techo, se balanceaba desnuda como una monita pelada y me amenazaba con orinarse encima mientras se moría de risa. Se soltaba y yo me hacía a un lado si no quería ver mi pene aplastado por sus nalgas y atravesado por su coxis como si fuera la punta de una flecha de hueso de una apache de cabellos rubios y nórdicos, de piel clara y deslucida.

jueves, 23 de julio de 2009

El peletero/La poesía horizontal/La col nacarada



28 Agosto 2008



Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Que tot i romandre callat,
m’explicava una vegada,
que a William, el poeta nord-americà,
una dona li va mostrar un ram de flors congelat,
orgullosa de la seva bellesa nacrada.


William Carlos es va entendrí davant del gest estrafolari de la seva amiga,
congelar flors com si fossin aliment,
pèsols, mongetes, potes de pollastre
o talls de lluç per fer-lo arrebossar.


William Carlos Williams va intentar recordar l’olor de les flors,
i jo no sé ell, però ell sap que jo,
tinc el nas i la gola brutes
i ambdues gairebé mortes
de tant menjar terra, fang i col.

(El peletero, “La col nacrada” a mitjans del segle XXI )




Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.

Que a pesar de permanecer callado,
me contaba una vez,
que a William, el poeta norteamericano,
una mujer le mostró un ramo de flores congelado,
orgullosa de su belleza nacarada.

William Carlos se enterneció al ver el gesto estrafalario de su amiga,
congelar flores como si fueran alimento,
guisantes, judías, muslos de pollo
o cortes de merluza para rebozar.

William Carlos Williams intentó recordar el olor de las flores,
y yo no sé él, pero él sabe que yo
tengo la nariz y la garganta sucias
y ambas casi muertas
de tanto comer tierra, fango y col.

(El peletero, “La col nacarada”, a mediados del siglo XXI )




La col nacrada

















(Jeff Bark, fotògraf)


em surt de dins l’esòfag adolorit pel càncer que em mata, tant inflada i envermellida que gairebé no em deixa empassar ni el menjar ni la saliva. La llengua grossa i nafrada em molesta a la boca i em torna a fer tartamudejar com quan era petit i no sabia dir les coses si no les amuntegava una d’amunt de l’altra, en caòtica munió de trets que més eren trons i petards avergonyits que sons articulats o fonemes espirituals dits per home elegant i savi.

La col nacrada aviat serà blanca, ni roja ni negra, i sí leprosa i contagiosa. Font de pus per haver parlat massa i no haver besat prou.

La col nacrada put com ara ho fa aquesta pus que vessa blanca del mugró que és ma boca malalta, regalima, cau, esquitxa i taca de blanc el terra de color salmó amb els pètals i les gotes del dolor, repetides i no iguals, mai similars i sempre diferents, como una metralladora encallada i como un re, re, re, repicar de timbals anunciant alguna novetat que s’acosta i que no pot arribar. Seré jo que parlo per no acabar de dir mai el que volia dir?

Adéu,
llavis que no sou meus,
boca la teva,
car la meva se’m mora
i aviat morirà en el dolor del silenci
i el darrer bes que mai et podré donar.



La col nacarada se me escapa del esófago dolorido por el cáncer que me mata, tan inflamada y enrojecida que casi no me deja tragar ni la comida ni la saliva. La lengua gorda y llagada me molesta en la boca y hace que tartamudee de nuevo como cuando era pequeño y no sabía decir las cosas si no las apilaba una encima de la otra, en caótica muchedumbre de disparos que más eran truenos y petardos avergonzados que sonidos articulados o fonemas espirituales dichos por hombre elegante y sabio.

La col nacarada pronto será blanca, ni roja ni negra, y sí leprosa y contagiosa. Fuente de pus por haber hablado demasiado y por no haber besado suficiente.

La col nacarada apesta como ahora lo hace este pus que derrama el pezón que es mi boca enferma, se vierte, cae, salpica y mancha de blanco el suelo de color salmón con los pétalos y las gotas del dolor, repetidas y no iguales, nunca similares y siempre diferentes, como una ametralladora encasquillada y como un re, re, re, repicar de tambores anunciando alguna novedad que se acerca y no consigue llegar. ¿Seré yo que hablo para no terminar de decir nunca aquello que quería decir?

Adiós,
labios que no sois míos,
boca la tuya,
pues la mía se me muere
y pronto morirá en el dolor del silencio
y el último beso que nunca te podré dar.




miércoles, 22 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (12 segunda parte)


25 Agosto 2008

14 de juny

Continues obsessionat mirant-te la cua, i gairebé no m'escoltes.

Hi ets, i ja ets fora.

Vens i te'n vas.

Tens gana de mosques com la tens d'enraonar i també tens ganes de pensar amb estanys plens de salamandres i amfibis pintats de coloraines y la pell humida i tersa, esmerilada i freda.

I quan et miro sempre t'espero trobar en la rajola de la paret, o bé en aquella de la cantonada que t'agrada tant.

En ella et sents protegit, si s'acostés una rata la veuries venir, suposo.

I podries fugir.

¿Cóm és que el Paradís és també l'Infern?

¿Per què se'n volen anar si es troben a gust en aquestes illes del Sud?

¿Per què diuen que es troben tant bé si només pensen en marxar?

Fas preguntes igual com una metralleta dispara el seus trets. Ets ràpid i fugisser i encara que silenciós, les paraules no sé si les treus per la boca, o com un tro pudent les expulses per la cloaca de sota la cua.

En canvi, jo sóc lent i sapastre i només somio en dones perfumades amb canella de rama.

L’únic que et puc dir és que aquesta és una de les claus de la vida humana, parlar al mateix temps que es pensa.

Aquesta és una característica que poques persones són capaces de comprendre. Qui sap si tu sí, si tu n’ets, perquè tu parles, però no penses gaire. I com ja saps, ambdues coses són, si fa no fa, el mateix.

Em sorprèn, però, la teva subtilesa al captar aquesta mena d’aparents contradiccions de la existència, i de les estranyes raons que duen a les persones a relacionar-se i a desitjar-se les unes a les altres, i fins i tot a morir en aquesta impressionant aventura que és estimar-les, les unes a les altres, o banyar-se, alegres i contentes, en la merda per tal d’això que en diuen amor.

Potser tu, més que no pas jo, saps que la vida és molt perillosa i ben rara. Tant impossible i estranya com que ara, en aquest precís moment, jo estigui escrivint en somalí, una llengua que desconec, una que no sé parlar i que no sabia, fins ara mateix que podia escriure, i que ara me’n adono, com si fos un miracle, que sí puc. I que ben pensat, ara que també hi penso, tard o d’hora, més a prop de demà que de passat demà, hauré de millorar, hauré de parlar perfectament, si vull, tal i com ho tinc previst i planificat, que em matin allí.

A Somàlia, on les dones són altes i fosques, i la seva silueta agafa les corbes del Nil llunyà.

. . . . . . . . . .

(La fotografia que encapsa-la el text és del fotògraf de Mali, Seydou Keita, i cal pensar que les noies també ho són i no de Somàlia, però això tant se val)


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

14 de junio de 2008

Continúas obsesionado mirándote la cola y casi ya no me escuchas.

Estás y ya estás fuera.

Vienes y ya te has ido.

Tienes hambre de moscas como también la tienes de “enraonar” (expresión catalana a medio camino o mezcla singular entre razonar y conversar) y ganas de pensar en estanques llenos de salamandras y anfibios pintados de colorines y la piel húmeda y tersa, esmerilada y fría.

En cambio yo soy lento y torpe.

Y cuando te miro siempre te espero encontrar en la baldosa de la pared, o bien en aquella de la esquina que tanto te gusta.

En ella te sientes protegido, si se acercase una rata la verías venir, supongo.

Y podrías huir.

¿Cómo es que el Paraíso es también el Infierno?

¿Por qué se quieren ir si se encuentran a gusto en esas islas del Sur?

¿Por qué dicen que se encuentran tan bien si solamente piensan en irse?

Haces preguntas igual como una metralleta dispara sus balas. Eres rápido y huidizo y aunque silencioso, las palabras no sé si las sacas por la boca, o como un trueno pútrido las expulsas por la cloaca de debajo la cola.

Lo único que te puedo decir es que esta es una de las claves de la vida humana, hablar al mismo tiempo que se piensa.

Es una característica que pocas personas pueden llevar a cabo, tampoco tú, que hablas pero no piensas, o viceversa. A pesar que ambas cosas, son, más o menos, lo mismo.

Me sorprende, sin embargo, tu sutileza al captar esta especie de aparentes contradicciones de la existencia, y de las extrañas razones que conducen a las personas a relacionarse y a desearse las unas a las otras, incluso hasta llegar a morir en esta impresionante aventura que es amarse los unos a los otros, o bañarse, alegres y contentos, en la mierda por tal de eso que llaman amor.

Quizás tú, más que yo, sabes que la vida es muy peligrosa y bien rara. Tan imposible y extraña como que ahora, en este preciso momento, yo esté escribiendo en somalí, una lengua que desconozco, que no sé hablar y que desconocía, hasta este mismo instante, que podía escribir, y que me doy cuenta, como si fuera un milagro, que sí puedo. Y que bien pensado y ahora que lo pienso, tarde o temprano, más cerca de mañana que de pasado mañana, habré de mejorar, habré de aprender hablar perfectamente, si quiero, tal y como tengo previsto, que me maten allí.

En Somalia, donde las mujeres son altas y oscuras, y su silueta toma las curvas del Nilo lejano.

. . . . . . . .

(La fotografía que encabeza el texto es del fotógrafo africano de Mali, Seydou Keita, y cabe suponer que las dos chicas también, pero eso tanto da)

martes, 21 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (12 primera parte)



22 Agosto 2008

14 de juny

Malgrat ser un rèptil em preguntes per una paradoxa que creus haver trobat en aquest curt text que reprodueixo de L. Stevenson en el poema dedicat a Tarita Teriipia. Vols saber, como diu l’escriptor de “Les illes del Sud”, per què els viatgers que les visiten somien en tornar a casa, però que el seu és un desig que mai es compleix, sotmesa la seva circumstància a una maledicció que gairebé sembla també consentida i volguda

Afirmes que deu ser una variant del captiveri daurat, com si el Paradís fou al mateix temps el veritable Infern.

Jo no sé d'on pots haver tret aquests conceptes, són massa elaborats per un animal com tu, curt de tot, excepte de cua i de sentit comú. Em respons que de l'aigua i de les granotes, que ambdues et provoquen un estat incòmode i confús, d'estranyesa, de pertinença perduda. Em dius que hi ha vegades que et sents d'aquesta manera, perdut, sense saber cap on has d'anar. Mancat de necessitats i sense pors o com si la cua tallada hagués deixat de créixer.

Un record és perdre la cua definitivament?, em preguntes.

Sí, és cert, si fa no fa és això mateix, et responc. Un record és perdre una cosa definitivament, la cua o un dit, un ull o la llengua, el pany o la clau.

Per què m'agraden les granotes i els gripaus?, insisteixes.

T'agraden com a nosaltres ens agraden les sirenes, intento raonar. Elles habiten un mon que va ser nostre, però que ara ja és inhabitable i inhòspit.

Et bellugues nerviós, girant sobre tu mateix, intentant mirar-te i mesurar-te la cua, com si volguessis comprovar que encara la tens.

I jo et miro amb l'ull dret, i després amb l'ull esquerre, com si volgués comprovar que encara hi ets i no te n'has anat per cap esquerda.

Quan arriba el vespre et ve la gana. Encenem els fanals que ben aviat s'omplen amb el seu núvol d'insectes esmorteint la llum i els seus senyals.

Aquestes preguntes, si més no, sempre les fas abans de dinar o de sopar, que ja no sé quan dines o sopes. Les fas sempre amb l'estomac buit.

Però si et respongués com es mereix la teva perspicàcia hauria de desvetllar secrets que no em pertanyen, misteris que no són meus. Aquest secrets els he sabut gràcies a la facilitat que dona l’amor per obrir les portes de la necessitat humana i no pas gràcies a l’habilitat del pare confessor ni tampoc a la del psicoanalista barat. Tardes de licors i aiguardents amb nits de vins i de roses exòtiques, tot sentint serenates alienes, mentre el món girava als meus peus –i això no és pas cap metàfora- m’han donat la no sempre agradable oportunitat de conèixer coses i afers que no em pertanyen ni em pertanyeran mai, al menys ja mai més, per què l’adverbi “mai” sempre correspon al futur i no pas al passat que ja no és temps ni tampoc és res.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

14 de junio de 2008

A pesar de ser un reptil me preguntas por una paradoja que crees haber hallado en este corto texto que reproduzco de L. Stevenson en el poema dedicado a Tarita Teriipia. Quieres saber, como dice el escritor de “Las islas del Sur”, por qué los viajeros que las visitan sueñan en regresar a casa, pero que el suyo es un deseo que nunca se cumple, sometida su circunstancia a una maldición que casi parece consentida y querida.

Afirmas que debe de ser una variante del cautiverio dorado, como si el Paraíso fuera al mismo tiempo el verdadero Infierno.

Yo no sé de dónde puedes haber sacado estos conceptos, son demasiado elaborados para un animal como tú, corto de todo, excepto de cola y de sentido común. Me respondes que del agua y de las ranas, que las dos te provocan incomodidad y confusión, extrañeza, la sensación de pertenencia perdida. Me dices que hay momentos en que te sientes así, perdido, sin saber hacia dónde debes ir. Falto de necesidades y sin miedos, o como si la cola cortada hubiera dejado de crecer.

¿Un recuerdo es perder la cola definitivamente?, me preguntas.

Sí, es cierto, más o menos debe ser eso mismo, te respondo. Un recuerdo es perder algo definitivamente.

¿Por qué me gustan las ranas y los sapos?, insistes.

Te gustan como a nosotros nos gustan las sirenas, intento razonar. Ellas habitan un mundo que fue nuestro, pero que ya es inhabitable e inhóspito.

Te mueves nervioso, girando sobre ti mismo, intentando mirarte y medirte la cola a ojo, como si quisieras comprobar que todavía la tienes.

Y yo te miro con el ojo derecho, y después con el ojo izquierdo, como si quisiera comprobar también que todavía estás y aún no te has ido por ninguna grieta.

Cuando llega el atardecer te entra hambre. Enciendo los rótulos para que se llenen con su nube de insectos amortiguando la luz y sus señales.

Estas preguntas, siempre las haces antes de comer o cenar, que ya no sé cuando comes o cenas. Las preguntas siempre con el estómago vacío.

Pero si te respondiera como se merece tu perspicacia habría de desvelar secretos que no me pertenecen, misterios que no son míos. Estos secretos los he sabido gracias a la facilidad que da el amor para abrir las puertas de la necesidad humana y no gracias a la habilidad del padre confesor ni tampoco a la del psicoanalista barato. Tardes de licores y aguardientes, con noches de vinos y rosas exóticas, oyendo serenatas, mientras el mundo giraba a mis pies -y eso no es ninguna metáfora- me han dado la no siempre agradable oportunidad de conocer cosas y asuntos que no me pertenecen ni me pertenecerán nunca, al menos ya nunca más, porque el adverbio “nunca” siempre corresponde al futuro y no al pasado que ya no es tiempo ni tampoco es nada.

lunes, 20 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (11)


19 Agosto 2008

13 de juny de 2008

Aquest vespre Antoinette em cuinarà un salmó a la planxa, a la llossa, en una de ferro colat, ben negra com el carbó. I mentre ens el mengem, tan ella com jo recordarem el Montsant i les seves serres, els crancs de riu i les pedres planes, aquelles pissarres que férem servir com lloses de debò per coure la carn quan encara es podia fer foc lluny del mar i al mig del os.

“En el cor del bosc” i a la fi de la mort.

Lluny de la sort.

Estimada sargantana, l’altre dia em deies que ets una relíquia, que t’agradaria ser un faune i tenir un penis llarg com la teva cua, tibant, enlairat i tan brillant i enlluernador com una torxa.

T’imagines que el meu és potent i gros, de mamífer pelut, dius. M’has demanat que te l’ensenyi.

No sé que dir-te i no sé què fer. No sé si riure o baixar-me els pantalons i ensenyar-te aquest penis que dius que tinc, gros i de mamífer pelut. De moment només se m’acut llegir-te aquest poema de Joan Alcover, diu així:

... Faune mutilat,
brollador eixut,
jardí desolat
de ma joventut...

Beneïda l'hora
que m'ha duit aquí.
La font que no vessa, la font que no plora
me fa plorar a mi.
Sembla que era ahir
que dins el misteri de l'ombra florida,
tombats a la molsa,
passàvem les hores millors de la vida.
De l'aigua sentíem la música dolça;
dintre la piscina guaitàvem els peixos,
collíem poncelles, caçàvem bestioles,
i ens fèiem esqueixos
muntant a la branca de les atzeroles.

Ningú sap com era
que entre l''esponera
de l'hort senyorívol,
fent-lo més ombrívol,
creixia la rama d'antiga olivera.
Arbre centenari,
amorós pontava la soca torçuda,
perquè sense ajuda
poguéssim pujar-hi.
Al forc de la branca senyora i majora
penjàvem la corda de l''engronsadora,
i, venta qui venta,
folgàvem i rèiem fins que la vesprada
la llum esvaïa de l'hora roenta,
de l'hora encantada.

Somni semblaria
el temps que ha volat
de la vida mia,
sense les ferides que al cor ha deixat;
sense les ferides que es tornen a obrir
quan veig que no vessa
ni canta ni plora la font del jardí.
Trenta anys de ma vida volaren de pressa,
i encara no manca,
penjat a la branca,
un tros de la corda de com trista penyora,
despulla podrida d'un món esbucat...

Faune mutilat,
brollador eixut,
jardí desolat
de ma joventut.

« La relíquia » Joan Alcover.

Què és un brollador eixut?, m’has preguntat.

La sed, t’he contestat.

M’has mirat i has enlairat la cua com si fos ta bandera, la teva senyal de pertinença, el teu nom.


TRADUCCIÓ CASTELLANA

13 de junio de 2008

Este anochecer, Antoinette me cocinará un salmón a la plancha, a la losa, en una de hierro colado, negra como el carbón. Y mientras nos lo comemos, ella como yo, recordaremos el Montsant y sus sierras, los cangrejos de río i las piedras planas, aquellas pizarras que usamos como losas de verdad para asar la carne cuando todavía se podía encender fuego lejos del mar y en medio del hueso.

“En el corazón del bosque” y en el fin de la muerte.

Lejos de la suerte.

Querida lagartija, el otro día me comentabas que eres una reliquia, y que te gustaría ser un fauno y tener un pene largo como tu cola, tirante, levantado y tan brillante y deslumbrante como una antorcha.

Te imaginas que el mío es potente y grande, de mamífero peludo, dices. Me has pedido que te lo enseñe.

No sé qué decirte y no sé qué hacer. No sé si reír o bajarme los pantalones y enseñarte ese pene que dices que tengo, grande y de mamífero peludo. De momento solamente se me ocurre leerte este poema de Joan Alcover, dice así:

… Fauno mutilado,
surtidor seco,
jardín desolado
de mi juventud…

Bendita la hora
que me ha llevado hasta aquí,
la fuente que no rebosa, la fuente que no llora
me hace llorar a mí.
Parece que fuera ayer
que dentro del misterio de la sombra florida,
tumbados en el musgo,
pasábamos las horas mejores de la vida.
Del agua oíamos la música dulce;
dentro de la piscina mirábamos los peces,
recogíamos amapolas, cazábamos bestiecitas,
y nos rompíamos a pedazos
subiendo a la rama de las acerolas.

Nadie sabe cómo era
que entre la espesura
del huerto señorial,
haciéndolo más sombreado,
crecía la rama del antiguo olivo.
Árbol centenario,
amoroso curvaba la raíz torcida
para que sin ayuda
pudiéramos subir.
En la ristra de la rama señora y principal
colgábamos la cuerda del columpio,
y abanica que abanica,
holgábamos y reíamos hasta que al atardecer
la luz se desvanecía de la hora candente,
de la hora encantada.

Sueño parecería
el tiempo que ha volado
de la vida mía,
sin las heridas que el corazón ha dejado;
sin las heridas que se vuelvan a abrir
cuando veo que no vierte
ni canta ni llora la fuente del jardín.
Treinta años de mi vida volaron deprisa,
y todavía no falta,
colgado en la rama,
un trozo de la cuerda, que como triste prenda,
desnuda podrida de un mundo desbocado.

… Fauno mutilado,
surtidor seco,
jardín desolado
de mi juventud…

(« La reliquia » Joan Alcover.)

¿Qué es un surtidor seco?, me has preguntado.

La sed, te he respondido.

Me has mirado y has levantado la cola como si fuera tu bandera, tu señal de pertenencia, tu nombre.

sábado, 18 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (10)

14 Agosto 2008

11 de juny de 2008

A casa les bombetes han petat gairebé totes, s'han cremat, poques resisteixen il•luminant les rajoles del terra i les parets pintades amb un color salmó, suau i fi. És un color alegre i elegant, està ben trobat el to.

A les tardes hi continua tocant el sol a les parets del saló,
on les finestres donen a l'oest i tant a l'estiu com a l'est,
el sol entra sense demanar permís,
gros i encès com un rei,
tal com és,
groc i pentinat,
des de la punta del remolí
fins al mig del serrell,
des del diàmetre que marca l’altell,
fins al interminable “pi”,
pentinat per mi
o per les teves pestanyes que ombregen el camí,
o qui sap si per l’esquerda,
o per la ziga-zaga d’un raig verd,
o per aquella branca morta
del meu ram sec.

A la primavera com a la tardor,
de cara i del revés,
de front o d’esquena,
mai està de més.

Mai.

I menys ara que també arriba fins al petit bany de l'altre extrem del pis, gràcies a que una amiga grassoneta va enlairà la cortina mentre ens dutxàvem junts como si la dutxa fos el nostre estany.

Ella i jo la clau, la llum i la claror, el pany.

Em demanes que canti, sargantana, i ja saps que no en sé. Jo no sé cantar, només sé imaginar que canto, somiar-ho. Tampoc sé estimar, només imaginar que estimo, somiar-ho.

Deixa’m citar-te al gran poeta anglès, W. H. Auden, un trosset petit del seu “Funeral Blues”, t’agradarà.

Vaig creure que l’amor perduraria
per sempre,
estava equivocat.


No necessitem estrelles ara...
Apagueu-les totes
Emboliqueu la lluna
Desarmeu el sol
Buideu l’oceà i
Taleu el bosc
Perquè d’ara en endavant
Res servirà.

No ploris, sargantana, que tu no en saps de plorar.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ.

11 de junio de 2008

En casa las bombillas han reventado casi todas, se han quemado, pocas resisten iluminando las baldosas del suelo y las paredes pintadas en un color salmón, suave y fino. Es un color alegre y elegante, está bien hallado el tono.

Por las tardes sigue tocando el sol en las paredes del salón,
donde las ventanas dan al oeste y tanto en verano como al este,
el sol entra, sin pedir permiso,
grande y encendido, como un rey,
tal y como es,
amarillo y peinado,
desde la punta del remolino
hasta justo en medio del flequillo,
desde el diámetro que marca el altillo
hasta el interminable “pino”,
peinado por mí
o por tus pestañas que sombrean el camino,
o quien sabe si por la grieta,
o por el serpenteo de un rayo verde,
o por aquella rama muerta
de mi ramo seco.

En primavera como en otoño,
de cara y del revés,
de frente o de espalda
el sol nunca nos muestra su envés.

Incluso ahora que también llega hasta el pequeño baño del otro extremo del piso, gracias a que una amiga gordita levantó la cortina mientras nos duchábamos juntos como si la ducha fuera nuestro estanque.

Ella y yo la llave, la luz y la cortina, la clave.

Me pides que cante, lagartija, y ya sabes que no sé. Yo no sé cantar, solamente sé imaginar que canto, soñarlo.

Tampoco se amar, solamente imaginar que amo, soñarlo.

Déjame citarte al gran poeta inglés, W. H. Auden, un pedazo pequeño de su “Funeral Blues”, te gustará.

Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.

No precisamos estrellas ahora...
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.

No llores, lagartija, no llores que tú no sabes llorar.

viernes, 17 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (9)


11 Agosto 2008

8 de juny de 2008

Estimada sargantana, el mar ha deposat el seu poder. La gloria d'abans és només humitat en una raconada de la casa.

En una paret entapissada de plata sobresurt una taca ben a prop de la taula, una llosa de granit rosa.

En ella vaig imaginar-la un dia, asseguda i abstreta en les seves coses.

En aquesta taula de pedra la vaig estimar i crec que ella també a mi.

Ara, i encara que polida, freda i llisa com era la seva manicura, ningú s'hi asseu, ni dina, ningú tampoc berena ni sopa, ningú en té cura, com si ja només fos la llosa que tanca la fossa, que mata la lluna.

Hem dius, sargantana, que he d’esperar. El què?, ¿què he d’esperar?

I m’has respòs citant-me el darrer vers de les “Muntanyes de Mourne”:

Així doncs esperaré a la rosa salvatge que em busca
allí on les muntanyes de Mourne penetren en el mar.

Et faré cas,

així doncs esperaré,

esperaré a la rosa,

a la rosa salvatge que em busca,

tot sabent que sí,

que l’important és ella,

sempre ho és.

Esperaré.




TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ.

8 de junio de 2008

Querida lagartija, el mar ha depuesto su poder. La gloria de antaño es sólo humedad en una esquina de casa.

En una pared tapizada de plata sobresale una mancha cerca de la mesa, una losa de granito rosa.

En ella la imaginé un día, sentada y ensimismada en sus cosas.

En esta mesa de piedra la amé y creo que ella también a mí.

Ahora, aunque pulida, fría y lisa como era su manicura, nadie se sienta ni come, nadie merienda ni nadie cena, nadie la cuida, como si ya fuera solamente una losa que cierra la fosa. Que mata la luna.

Me dices, lagartija, que he de esperar. ¿El qué?, ¿qué he de esperar?

Y me has respondido citándome el último verso de las “Montañas de Mourne”

“Así pues esperaré a la rosa salvaje que me busca
Allí donde las montañas de Mourne penetran en el mar.”

Te haré caso.

así pues esperaré,

esperaré a la rosa,

a la rosa salvaje que me busca,

sabiendo que sí,

que la importante es ella,

siempre lo es.

Esperaré.

jueves, 16 de julio de 2009

El peletero/Glosas: Conversaciones con una lagartija (8)


6 Agosto 2008

5 de juny

Tot i que necessites amagar-te en les escletxes per protegir-te dels enemics, el sol et cal per viure. El busques al cel i també en l’escalfor que deixa en la terra. La teva panxa es reconforta al sentir la cremor. Però em confesses que mai feries la barbaritat de plantar-te tota sola a una platja i exposar-te a que qualsevol gavina se t’endugués.

El sol t’agrada però t’enlluerna, has de tancar els ulls i al fer-ho et fan pampallugues, a dins t’esclaten llampecs i trons de llum.

Dius que em veus irisat. Jo també.

Em veig irisat en un moviment ample. Somrient i mirant a la càmera senyalo alguna cosa amb algun dels dits de la ma esquerra. El colors s’han cremat i al voltant llampeguen llums que algú diria són fantasmes del migdia.

La escena és naturalment muda, com la veu del pare als últims anys. Parlo sense que ningú em senti i ni jo mateix recordo què era el que deia amb aquest somrís penjat de la cara.

No ha passat el temps encara que sí els anys. Els anys aniran passant mentre el temps continuarà aturat, detingut en algun d’aquest llavis que ploren al capvespre, quan tot cau.

Allò que deia a la càmera deu ser el que ara no recordo que deia, però que no paro de dir sense saber què em dic.

Em veig irisat i envoltat de blancor mentre els colors fugen i el blanc dels ulls espetega emblanquinant la sorra del migdia. Aquella sorra que cremava en aquella platja de Badalona. L’aigua se’ns enduia a tots mentre rèiem al construir castells i casetes de cristall sota el mar, aquell mar de la cançó, el mar de casa, el mar del gibrell, el de la primera dutxa, petita i tant gran com tota la mar salada en la que jugàvem rient.

L’autobús era ple a rebentar, i la cua era tant llarga a una cantonada de Fontanella, que hi havia vegades que hi entràvem per la finestra com si fóssim les carmanyoles de truita de patates i ceba i les amanides d'enciam, escarola, olives i tomàquets. Cerveses, vi i gracioses gasoses per acompanyar i endolcir la calor i el gust de les carns que ja començaven a salar-se de només contemplar el mar.

Hi havia caps de setmana que hi anàvem amb més colla familiar, ells eren joves i nosaltres uns nens. Al vespre tots en comitiva cap el cinema.

Em veig irisat senyalant alguna cosa que hi havia més enllà d’allà.

Allà, a l’illa de Capri que teníem a prop de casa i a tocar dels tròpics, en un “Tropical” que es va fer famós a la vora del Mediterrani. Allí, a les platges de Gavà, la Veni s’asseia com tota una senyora sense trepitjar la sorra i en Pere mig mirava els avions que s'enlairaven del Prat i que qui sap si la propera setmana el durien a l’altre punta d’aquell mar. O mig mirava també a les noies que ja es treien els sostenidors i feien “topless”.

“Els metges recomanen que els hi toqui el sol”, deien elles tot mirant-se’ls pits satisfetes. Nosaltres també ho estàvem de satisfets. Els veiem rodonets, en forma de poma, de pera o de canti, embrunits, arrodonits i “engorronits”, “cigronats” a la punta, punxeguts i lleugerament pendulars.

Pendulars cap a baix, és clar. Com convidant-te a enlairar-los perquè els hi toqués més i millor l’aire fresc de la matinada marinera i el sol que sortia per Estambul.

La Veni no s’atrevia encara a despullar-se així, tot i que s’abaixava l’escot del banyador tant que ensenyava la seva famosa piga en una escena preciosa perquè Rubens o Tiziano la pintés.

Uns altres anys travessàvem les costes de Garraf i les seves nombroses corbes per arribar fins a Sitges quan encara no era patrimoni gai

Més al sud, Torredembarra, i encara més enllà, Calafell, on estiuejaven els nostres amics de París, amb la resta de tota la seva família, conformant una comunitat en la que semblava que tothom feia el que li donava la gana.

Un any fins i tot varem arribar a Benicàssim. Fou aquell estiu en que Boney M. cantava “Rivers of Babylon”. No sé per què aquest plural del títol de la cançó quan Babilònia només en va tenir un de riu, encara que l’altre era ben a prop.

“Bab Ilum”, “La porta de Deu”, un nom preciós per una ciutat que va acabar colgada per les sorres.

Peníscola, Alacant, Cartagena i la Mar Menor, on una arqueòloga espavilada va situar les columnes d’Hèrcules per a fer-s’ho venir bé y col•locar l’Atlàntida a terres peninsulars.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

5 de junio

A pesar que debes esconderte en las grietas para protegerte de tus enemigos, necesitas el sol para vivir. Lo buscas en el cielo y también en la calidez que deja en la tierra. Tu vientre se reconforta al notar la quemazón. Pero me confiesas que nunca cometerías la barbaridad de plantarte solo en una playa y exponerte a que cualquier gaviota se te llevase.

El sol te gusta pero te deslumbra, has de cerrar los ojos y al hacerlo ves descargas, rayos y truenos de luz.

Dices que mes ves irisado. Yo también.

Me veo irisado en un movimiento amplio. Sonriente y mirando a la cámara señalo algo con alguno de los dedos de mi mano izquierda. Los colores se han quemado y alrededor estallan luces que alguien diría son fantasmas del mediodía.

La escena es naturalmente muda, como la boca de papá en sus últimos años. Hablo sin que nadie me oiga y ni yo mismo recuerdo qué era aquello que decía con la sonrisa colgándome de la cara.

No ha pasado el tiempo todavía y sí los años. Los años irán pasando mientras el tiempo continuará parado, detenido en alguno de estos labios que lloran al anochecer, cuando todo cae.

Aquello que decía a la cámara debe ser eso que ahora no recuerdo que decía, pero que no paro de decir sin saber qué me digo.

Me veo irisado y rodeado de claridad mientras los colores huyen y el blanco de los ojos estalla manchando de cal la arena del mediodía. Aquella arena que quemaba en aquella playa de Badalona. El agua nos raptaba a todos mientras reíamos al construir castillos y casas de cristal debajo del mar. En aquel mar de la canción, el mar de casa, el del barreño, el de la primera ducha, pequeña y tan grande como todo el mar salado en el que jugábamos riendo.

El autobús estaba lleno a reventar y la cola era tan larga en una esquina de la calle Fontanella, que había veces que entrábamos por la ventana como si fuéramos las fiambreras de tortilla de patatas y cebolla y las ensaladas de lechuga y escarola, aceitunas y tomates. Cervezas, vino y graciosas gaseosas para acompañar y dulcificar el calor y el sabor de las carnes que ya empezaban a salarse de solo contemplar el mar.

Había fines de semana que íbamos con más familia, ellos eran jóvenes y nosotros unos niños. Por la noche todos en comitiva al cine.

Me veo irisado señalando algo que había más allá de allá.

Allá, en la isla de Capri que había cerca de casa y rozando los trópicos, en un “Tropical” que se hizo famoso a la vera del Mediterráneo. Allí, en las playas de Gavá, Veni se sentaba como toda una señora sin pisar la arena, y Pere medio veía los aviones despegar del Prat, que quien sabe si la próxima semana lo llevarían a la otra punta de aquel mar. O medio miraba también a las muchachas que ya no llevaban los sujetadores del bikini y hacían topless.

“Los médicos recomiendan que les toque el sol”, decían ellas satisfechas. Nosotros también lo estábamos. Los veíamos redondos, en forma de manzana, de pera o de botijo. Tostaditos, rosáceos, marronaditos, empezonados y agarbanzados en la punta de la punta, puntiagudos y ligeramente pendulares.

Pendulares hacia abajo, claro. Como invitándote a elevarlos para que les diera más y mejor el aire fresco de la mañana marinera y el Sol que salía por Estambul.

Veni no se atrevía todavía a desnudarse así, a pesar que ya se bajaba el escote del bañador tanto que enseñaba su famosa peca en una escena preciosa para que Rubens o Tiziano la pintara.

Otros años atravesábamos las costas de Garraf y sus numerosas curvas para llegar a Sitges cuando todavía no era patrimonio gay.

Más al Sur, Torredembarra, y todavía más allá, Calafell, donde veraneaban nuestros amigos de París, con el resto de toda su familia, en una comunidad en la que parecía que todos hacían lo que les daba la gana.

Un año incluso llegamos hasta Benicassim. Fue aquel verano en que Boney M. cantaba “Rivers of Babylon”. No sé por qué este plural del título de la canción cuando Babilonia sólo tuvo un río, aunque el otro bajaba cerca.

“Bab Ilum”, “La puerta de Dios”, un nombre precioso para una ciudad que terminó sepultada por las arenas.

Peñíscola, Alicante, Cartagena y el Mar Menor, donde una arqueóloga espabilada situó las columnas de Hércules para hacer coincidir y colocar la Atlántida en tierras peninsulares.

miércoles, 15 de julio de 2009

El peletero/Cadáveres estupefactos



1 Agosto 2008


SMS, SALIENTE 7,30 am
¿Has dormido bien, amor mío?, ¿quieres ducharte conmigo?

SMS, ENTRANTE 7,35 am - Paula
Quero que me vistas de branco, meu amorr.

SMS, SALIENTE 7,45 am
¿De “blanco” significa con mi semen?, ¿y cómo piensas lograr eso?

SMS, ENTRANTE 7,50 am - Paula
O teu sêmen es branco e a minha boca conseguirá inflamar a tua polla hasta que explote y me cobra entera. Quizá depois no me dé ningún banho y me quede un buen rato coberta de ese sêmen, para cuando mires veas o teu territorio marcado.

SMS, ENTRANTE 7,51 am - Luis
Recuerda que hoy has de enviarme el pagaré.

SMS, SALIENTE 7,53 am
Esta mañana te lo envío, por mensajero urgente, es el día 30, ¿verdad?

SMS, ENTRANTE 7,54 am - Luis
Sí, el vencimiento es el 30.

SMS, ENTRANTE 7,54 am - Paula
Quero eso, que me enches entera de tua leite merengada, pringosa, e demorar así horas, que me mires y veas a tua gatinha banhada de ti.

SMS, ENTRANTE 7,55 am - Luis
¿El pantalón de piel negra con remaches de metal lo necesitabas hoy, o mañana?

SMS, SALIENTE 8,10 am
Hoy, Carlos lo necesita hoy mismo, su cliente pasará esta tarde a recogerlo.

SMS, ENTRANTE 8,15 am - Luis
No lo tendré listo.

SMS, SALIENTE 8,22 am
¿No?, pues es imprescindible, debes terminarlo como sea, se lo prometí y él ya ha concertado hora con su cliente. Lo cobro y te pago.

SMS, ENTRANTE 8,25 am - Paula
Así banhada por ti me follarás a 4 patas, a xoxota y el ano do traseiro, los dos ben abertos, suculentos e sucosos, y luego pedirás a meua boca y me la encherás con a tua polla suja de mí.

SMS, ENTRANTE 8,26 am - Luis
Haré lo que pueda, ¿si te lo llevo esta tarde, te va bien?

SMS, ENTRANTE 8,27 am - Hermano
Buenos días, muchachote, querido hermano, ¿has pasado buena noche?, yo no demasiado, unos descerebrados hablando alto, sentados en la acera desde las 3 de la madrugada, me han despertado y ya no he podido dormir.

SMS, SALIENTE 8,28 am
¿A qué hora lo traerías?

SMS, ENTRANTE 8,28 am - Mamá
Hijo, ¿vendrás hoy a comer?, ¿te preparo canelones que te gustan tanto? ¿Con mucha bechamel?

SMS, ENTRANTE 8,28 am - Paula
¿Me follarás como me prometiste ontem?, ¿de quatro e alzada em cima da mesa?, ¿delante de un espelho?, ¿sujeitándome por as cadeiras enquanto me embistes y se bamboleian mis tetas leiteras?

SMS, ENTRANTE 8,30 am - Luis
A las seis, más o menos.

SMS, SALIENTE 8,31 am
Sí, te follaré a 4 patas.

SMS, SALIENTE 8,32 am
Sí, iré a comer.

SMS, SALIENTE 8,32 am
Sí, he dormido bien, ¿y tú?

SMS, SALIENTE 8,31 am
No más tarde de las seis, el cliente de Carlos llegará a las seis en punto, procura venir antes.

SMS, ENTRANTE 8,35 am - Hermano
Ya te he dicho que no, los descerebrados esos que hablaban alto no me han dejado dormir. ¿Pasa algo?

SMS, ENTRANTE 8,35 am - Paula
¿Pasa algo?, ¿no me queres follar, meu amor?, ¿no queres darme a tua leite merengada?

SMS, ENTRANTE 8,35 am - Mamá
¿Y los canelones, cariño?, ¿los quieres o no?, ¿pasa algo?

SMS, ENTRANTE 8,35 am - Luis
Estaré entre las 6 y 6,30 de la tarde.

SMS, SALIENTE 8,36 am
¡A las 6, caramba!

SMS, SALIENTE 8,37 am
No pasa nada y sí, quiero follarte.

SMS, SALIENTE 8,38 am
No pasa nada y sí, quiero canelones

SMS, SALIENTE 8,39 am
No pasa nada y sí, no has dormido bien.

SMS, ENTRANTE 8,40 am - Luis
Vale, vale, te traigo el pantalón a las 6, pero no hace falta que me folles, no hay para tanto.

SMS, ENTRANTE 8,40 am - Paula
¿Qué cosa dizes de un pantalón, amorr meu?, ¿queres que me baje el pantalón?, ¿qué pantalón?, siempre llevo saias y no llevo calcinhas jamais, como a ti te gosta, dormo e tomo el banho sem elas, ya lo sabes.

SMS, ENTRANTE 8,40 am - - Hermano
¿Pero has pasado buena noche o no?, ¿Qué dices de follarme?, ¡coño!, que soy tu hermano. Te noto raro.

SMS, ENTRANTE 8,41 am - Carlos
Hooooola, soy Carlos, ¿Cuándo me traerás el pantalón?, piensa que el cliente viene esta tarde a las seis en punto y muuuy en punto, puntualíííísimo, ¿recuerdas?

SMS, ENTRANTE 8,41 am - Mamá
¡Hijo mío!, ¿qué te sucede?, ¿qué dices, que me quieres follar?, ¡que soy tu madre!, ¡por Dios! Te noto raro. Eso de vivir solo no te sienta bien, búscate una mujer.

SMS, ENTRANTE 8,41 am - La Compañía
La compañía de telefonía le avisa que tiene nuevos mensajes en su buzón de voz, si quiere oírlos llame al 555.

SMS, ENTRANTE 8,42 am - Paula
¿De verdade que queres follarme, vida minha?, te noto raro.

SMS, ENTRANTE 8,42 am - Luis
¿Te llevo o no te llevo el pantalón?, te noto raro.

SMS, ENTRANTE 8,43 am - Carlos
Hooooola, soy Carlos de nuevo, ¿quieres follarme?, ¡uysss!, ¡por Diosss!, chico, pues mira no sé qué decirte, eres muy brusco, no sé si me hace ilusión o no. Te noto raro.

SMS, ENTRANTE 8,45 am - La Compañía
La compañía de telefonía le advierte que no tiene por costumbre ser follada por sus clientes. Para su correcta información le señala que es todo lo contrario, somos nosotros los que los jodemos a ellos y naturalmente a usted también, querido pagano. Le notamos raro.





_______________________________________________


LÉXICO ERÓTICO-BÁSICO BRASILEIRO-PORTUGUÉS:


Abertos-abiertos (abrir)

Amorrrrrr-Amor

Ano do traseiro-ano del culo

Bamboleian-bambolean

Banhada-bañada (bañar)

Banho-baño

Branco-blanco

Cadeiras-caderas

Calcinhas-braguitas

Cobra-cubra (cubrir)

Depois-después

Em cima- encima

Enches-llenes (llenar)

Espelho-espejo

Follarás-follarás (follar)

Gatinha-gatita

Jamais-nunca

Leite merengada-leche merengada

Meu-mío

Minha-mía

Ontem-ayer

Polla-polla

Quero-quiero (querer)

Saias-faldas

Sêmen-semen

Sem elas-sin ellas

Suja-sucia

Tetas leiteras-tetas lecheras

Verdade-mentira

Xoxota-coño

martes, 14 de julio de 2009

El peletero/La poesía horizontal/Tarita Teriipia

26 Julio 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

En el seu silenci
et miro i sé com et dius.

En el meu silenci et demanava,
i al demanar-te mig et tombaves allunyant-te;
mentre,
dues colomes blanques jugaven al seu niu,
alienes a la mort del mar.

(El peletero, “Tarita Teriipia”, 6 de juliol de 2007)




Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.

En su silencio
te miro y sé como te llamas.

En mi silencio te llamaba,
y al llamarte medio te girabas alejándote;
mientras,
dos palomas blancas jugaban en su nido,
ajenas a la muerte del mar.

(El peletero, “Tarita Teriipia”, 6 de julio de 2007)



Tarita Teriipia.

























Aquest era el seu nom, es deia Tarita Teriipia.

Nom que vaig saber només veure-la, aquell any llunyà de 1962 quan jo tot just acabava de fer set anys.

Set anys són molt pocs per conèixer la transcendència d’una cosa d’aquestes, però al cas es que fou així.

En una cambra negra l’evidència se’m va aparèixer sortida directament de l’Edèn.

En aquella sala fosca la mateixa vida era la que se’m mostrava d’una manera tant contundent com atraient.

La vida i la seva condemna també, implacable com si fos un sobrepreu devastador, totes dues juntes. Si la primera era el pecat, la segona havia de ser la penitencia.

La certesa se’m revelava com ho devia haver fet en les primitives càmeres que fotografiaven les primeres cares, o com una d’aquestes capses quàntiques on mai se sap si el gat es viu o és mort fins que no l’obres.

Jo l’havia obert i sabia exactament qui veia i cóm es deia.

Tot i no haver-la vist mai abans, i no haver-ho llegit pas enlloc, no en vaig tenir pas cap dubte, sabia el seu nom de la mateixa manera que també sabia el meu.

Aquella noia es deia Tarita Teriipia.

No era cap endevinalla encertada ni tampoc una premonició o un presagi, ni molt menys un do ni cap virtut . Tal vegada fou un càstig. Simplement ho sabia, era la veritat.

La veritat més certa i segura que he sabut mai. Sabia cóm es deia.

Em va passar llavors, amb els meus curts set anys, i no em va sorprendre, era la cosa més natural del món saber el seu nom només mirant-la.

No em podia moure, ni deixar de mirar tampoc, clavat com estava al seient del cinema, aquella enorme nau, la “Bounty”, de veles gegantines, travessar l’Atlàntic i superar després el cap de “Hornos” en mig de tempestes i de la por ofegada dels propis mariners.

No podia apartar la mirada de la pantalla al veure’ls arribar a tots a Tahití, més estalvis que sans, i més fatigats que cansats i plens d’un ànsia molt especial.

Tampoc podia evitar contemplar somrient i amb una sana enveja la benvinguda que els hi donaven. Eren homes valents, bruts, incultes, espantosament rossos, peluts, de pells fastigosament pàl•lides i plens de taques rosses com escamarlans duts als fogons de la cuina. Aquells nois arribaven a uns paisatges impossibles. El contrast amb la gent d’aquelles illes era revelador d’alguna veritat només pensada en desig i en el silenci.

Arribaven al Sud.

Anys més tard, quan ja era un adolescent, vaig buscar, altre volta, la mateixa clarividència en les pintures de Gauguin, que també se’n va anar a Tahití després de passar per Panamà i la Martinica.

La vaig buscar també entre les estampes japoneses que tant li agradaven al pintor francés i fins i tot vaig llegir un llibret de Somerset Maugham, titulat, “The Moon and Sixpence“ (La lluna i sis penics), aquí batejat “Supèrbia” , un nom ben estrany per retratar la vida de Gauguin, un home que abandonant-ho tot també va partir per trobar casa seva més enllà del tròpic de Càncer.

Somerset Maugham sempre ha estat un escriptor entranyable per a mi quan vaig descobrir que també era petit i tartamut com jo. Més tard he volgut creure que aquesta condició, la tartamudesa, es el senyal físic que delata, anticipant-la, la paraula a l’objecte, en un exercici de precipitació i d’urgència vital, de necessitat que et permet veure clar abans el nom que la cosa. Es una manera com qualsevol altre d’intentar guanyar-li la ma a la mort, de voler anar més de pressa que ella.

Tot això va ocórrer quan només tenia set anys, però molts temps més tard va succeir una segona vegada quan ja era completament adult.

En aquesta ocasió fou també una altra dona jove que era mare d’un vailet espavilat i que “curiosament i casual” tenia uns trets racials tant similars als de Tarita que gairebé ambdues semblaven bessones, i que, com era d’esperar, geogràficament també era propera als seus mars.

Tot i que s’amagava els ulls darrera unes ulleres fosques, unes de sol, de sol immodest i alt, vaig saber immediatament cóm es deia al només mirar-la.

Al veure-la la vaig retrobar, i al fer-ho vaig haver de d’ emmudir tot i que el silenci havia estat ja massa llarg, tant com ho pot ser tota una vida sense dir el seu nom.

Des de llavors he sabut que la infantesa és el patrimoni que l’amor mai pot amortitzar.

En aquesta fotografia que mostro, en blanc i negre, Tarita, ja estava casada amb en Marlon Brando. En ella hi ha també els seus dos fills tinguts amb l’actor nord-americà , Simon Tehotu, el noi eixerit que veiem a l’esquerra de la imatge, i Cheyenne, la nena petita asseguda a les cames de la seva mare, i que es va suïcidar l’any 1995.

Hi ha fotografies en les que Tarita està molt més maca i atractiva, però la meva preferida sempre ha estat aquesta. Ja no és una noia, és una dona, jove, però una dona. M’agrada veure-la amb el seus dos fills, que no sé per què m’imagino que són els meus.

No sé per què.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Hi ha al món unes illes que exerceixen sobre els viatgers una irresistible i misteriosa fascinació. Pocs són els homes que les abandonen després d’haver-les conegut; la majoria deixen que el seus cabells es tornin blancs en els mateixos indrets on desembarcaren; fins el dia de la seva mort, a l’ombra de les palmeres, sota els vents alisis, alguns acaricien el somni d’un retorn al país natal que mai compliran. Aquestes illes son les Illes del Sud. Conten que en elles hi va haver, fa temps, el Paradís

(L. Stevenson, "Illes del Sud”)




Ése era su nombre, se llamaba Tarita Teriipia.

Nombre que supe nada más verla, aquel año lejano de 1962 cuando apenas acababa de cumplir los siete años.

Siete años son muy pocos para conocer la trascendencia de algo como eso, pero el caso es que así fue.

En una estancia negra la evidencia se me apareció salida directamente del Edén.

En aquella sala oscura la misma vida era la que se me mostraba de una manera tan contundente como atrayente.

La vida y su condena también, implacable como si fuera un sobreprecio devastador, las dos juntas. Si la primera era el pecado, la segunda debía ser la penitencia.

La certeza se me revelaba como debía haberlo hecho en las primitivas cámaras que fotografiaban las primeras caras, o como una de esas cajas cuánticas donde nunca se sabe si el gato está vivo o muerto hasta que no la abres.

Yo la había abierto y sabía exactamente a quién veía y cómo se llamaba.

A pesar de no haberla visto nunca antes, y no haberlo leído en ninguna parte, no tuve ninguna duda, sabía su nombre de la misma manera que también sabía el mío.

Aquella muchacha se llamaba Tarita Teriipia.

No era ninguna adivinanza acertada, ni tampoco una premonición o un presagio, ni mucho menos un don ni ninguna virtud. Tal vez fue un castigo. Simplemente lo sabía, era la verdad.

La verdad más cierta y segura que he sabido nunca. Sabía cómo se llamaba.

Me sucedió entonces, con mis cortos siete años, y no me sorprendió, era la cosa más natural del mundo saber su nombre sólo mirándola.

No me podía mover ni tampoco dejar de mirar, clavado como estaba en el asiento de la sala de cine, aquella enorme nave, la “Bounty”, de velas gigantescas, atravesar el Atlántico y superar después el cabo de “Hornos” en medio de tempestades y del miedo ahogado de los propios marineros.

No podía apartar la mirada de la pantalla al verlos llegar a todos a Tahití, más salvos que sanos, más fatigados que cansados y llenos de un ansia muy especial.

Tampoco podía evitar contemplar sonriente y con una sana envidia la bienvenida que les daban. Eran hombres valientes, sucios, incultos, espantosamente rubios, velludos, de pieles asquerosamente pálidas y llenos de manchas rosáceas como langostinos llevados a los fogones de la cocina. Aquellos muchachos llegaban a unos paisajes imposibles. El contraste con la gente de aquellas islas era revelador de alguna verdad innombrable, solo pensada en el deseo y en el silencio,

Llegaban al Sur

Años más tarde, cuando era un adolescente, busqué, otra vez, la misma clarividencia en las pinturas de Gauguin, que también se fue a Tahití después de pasar por Panamá y la Martinica

La busqué también entre las estampas japonesas que tanto le gustaban al pintor francés, e incluso leí un librito de Somerset Maugham, titulado, “The Moon and Sixpence“ (La luna y seis peniques), aquí llamado “Soberbia”, un título muy extraño para retratar la vida de Gauguin, un hombre que abandonándolo todo también partió para encontrar su casa más allá del Trópico de Cáncer.

Somerset Maugham siempre ha sido un escritor entrañable para mí cuando descubrí que también era pequeño y tartamudo como yo. Más tarde he querido creer que esta condición, la tartamudez, es la señal física que delata, anticipándola, la palabra al objeto, en un ejercicio de precipitación y urgencia vital, de necesidad que te permite ver claro antes el nombre que la cosa. Es una manera como cualquier otra de intentar ganarle la mano a la muerte, de querer ir más deprisa que ella.

Todo eso ocurrió cuando apenas tenía siete años, pero mucho tiempo más tarde sucedió una segunda vez cuando ya era completamente adulto.

En esta ocasión fue también otra mujer joven, una madre de un muchacho listo y que casual y curiosamente tenía unos rasgos raciales tan similares a los de Tarita que ambas casi parecían mellizas, y que, como era de esperar, geográficamente también era cercana a sus mares.

A pesar que escondía sus ojos tras unas gafas oscuras, unas de sol, de sol inmodesto y alto, supe inmediatamente cómo se llamaba sólo al mirarla.

Al verla la reencontré, y al hacerlo hube de enmudecer a pesar que el silencio había sido ya demasiado largo, tanto como lo puede ser toda una vida sin pronunciar su nombre.

Desde entonces he sabido que la infancia es el patrimonio que el amor nunca puede amortizar.

En esta fotografía que muestro, en blanco y negro, Tarita, ya estaba casada con Marlon Brando. En ella vemos también a sus dos hijos tenidos con el actor norteamericano. Simon Tehotu, el niño avispado que sonríe en la izquierda de la imagen, y Cheyenne, la niña pequeña, y que se suicidó el año 1995, sentada en las piernas de su madre

Hay fotografías en las que Tarita está mucho más bonita, y atractiva, pero mi preferida siempre ha sido ésa. Ya no es una muchacha, es una mujer, joven, pero una mujer. Me gusta verla con sus dos hijos, que no sé por qué me imagino que son los míos.

No sé por qué.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Hay en el mundo unas islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y misteriosa fascinación. Pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido; la mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron; hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que jamás cumplirán. Esas islas son las Islas del Sur. Cuentan que en ellas estuvo en tiempos el Paraíso.

(L. Stevenson, "Islas del Sur”)