domingo, 21 de septiembre de 2014

Violeta



Diari d’estiu (21)

Violeta.

Avui una doctora m’ha practicat una ecografia de tot el sistema urinari i renal. Quan he arribat a l’hospital amb moltes ganes d’orinar després de beure’m en només una hora un litre sencer d’aigua, condició necessària per fer correctament la prova, la infermera, una rossa espatarrant i molt escotada –duia la bata descordada fins el melic –  i que lluïa una expressió sàdica a la cara, m’ha fet baixar el pantalons, quedar-me en calçotets i jeure en una llitera preparada per la ocasió. M’ha mirat de dalt a baix sense misericòrdia i amb cara de commiseració que no he sabut interpretar, o sí, la veritat és que m’ha fet sentir poca cosa, cap i disminuït, no res, un porc a l’escorxador. Evidentment no semblava gens ni mica que m’anessin a fer un massatge amb final feliç, tot i que la rossa aparentava una altra cosa diferent d’una típica infermera del Servei Català de Salut.

Al cap d’una bona estona, quan ja em començava a entrar la son i mentre, entre badall i badall i per matar el temps, m’anava enviant WhatsApps amb la meva amiga de Sarajevo, ha entrat la doctora que amb un somrís de compromís, m’ha dit un “hola” glacial, sec i concís i ha començat a fer la seva feina, ignorant i no fent cap mena de comentari sobre els meus bonics calçotets a ratlles blau cel. Per l’accent he deduït que era argentina portenya així que li he preguntat en castellà també, però amb un marcadíssim accent català d’aquells que molesten molt als espanyols i del que sempre fan esment com si ens haguéssim d’amagar o d’avergonyir:

(La conversa la transcric directament, inclosos quasi tots el comentaris, en l’idioma en el que s’ha desenvolupat, pels accents idiomàtics que cadascú faci servir la seva imaginació. )

-Hola doctora, ¿cómo os llamáis?

M’ha mirat estranyada i sorpresa i m’ha repreguntat:

-¿Quién, yo?

-Sí, vos –le he repetido.

-Me llamo Violeta, ¿por qué?

-Por nada, porque no nos han presentado.

-Es verdad, debía haberos dicho mi nombre, os pido disculpas, ¿y vos? –me ha preguntado a su vez sin mirarme siquiera.

-¿Yo qué?

-Que cómo os llamáis  –ha insistido fastidiada.

-No me llamo Violeta –le he respondido con un poco de guasa.

-Ya me imagino –ahora sí que me ha mirado y no de buena manera.

-No os imaginéis nada, en los tiempos que corren todo es posible –he seguido con la ironía.

-Es cierto, aquí veo cosas inverosímiles –ha dicho también con la misma ironía después de un buen rato en silencio y con un deje lastimoso que parecía sincero.

-¿Cómo qué? –le he pedido curioso.

-¿Quiere saberlo?

-Sí, me haría gracia –he insistido.

-Bueeeno, pues ver habitualmente una ropa interior horrorosa, la gente tiene muy mal gusto, ¿sabe?

-¿Le gusta la mía? –he cazado la oportunidad al vuelo –esos calzoncillos están casi recién estrenados, me los compré la semana pasada para que hicieran juego con mis jeans. Lo malo, o lo bueno según cómo se mire, es que el juego de colores sólo destaca cuando me bajo los pantalones como ahora.

-No sabría deciros –me ha respondido echándoles una ojeada de refilón.

-¿Sobre qué?

-Sobre vuestros calzoncillos, ¿no me preguntáis eso?

-Sí, perdone, en realidad por ellos he pedido esta ecografía, no por otra razón, no crea, sólo para tener un buen motivo para bajármelos y que alguien los vea y me dé su opinión; últimamente ni tengo muchas ganas ni tampoco oportunidades de bajarme los pantalones delante de señoras predispuestas a que me los baje, ya me entiende, y he pensado que así era una buena forma de mantener las apariencias.

-¿De qué apariencias me habla?

-No sé, las apariencias relativas a mi dignidad masculina, ya sabe.

Me estaba a punto de mear encima, ya no podía aguantar más, llevaba dos horas con la vejiga llena.

-No, no sé, no tengo ni idea a qué se refiere. ¿Apariencias relativas a la dignidad masculina?, ¿qué es eso?

-¿Qué es?, ¡caramba!, lo de siempre, un poco de orgullo, un poco de hipocresía y vanidad, igual que las mujeres. El otro día colgué una fotografía de ellos en mi blog, pero nadie me los elogió expresamente, me sentí ignorado y decepcionado, la verdad, en realidad nadie me lee, sólo una amiga de Sarajevo a ratos perdidos cuando no tiene otra cosa mejor que hacer y otra chica que también tiene nombre de flor pero que no sé por qué razón tonta lo acorta.

-Así que se siente ignorado, pobrecito.

-Bueno, no sé, yo…

-¿Cuál es?

-¿Cuál o quién?

-¿Cuál es su nombre?

-¿De quién?

-De su amiga con nombre de flor.

-Margarita.

-Es sin duda un nombre bonito y una buena razón la suya para hacerse una ecografía, pero me gusta más su próstata, tiene un tamaño correcto –me ha dicho satisfecha como si la próstata fuera suya y no mía.

Nos hemos quedado en silencio los dos, al cabo de un rato…

-Próstata es un nombre raro para una mujer, ¿no le parece? –le he preguntado para romper el silencio.

-Y para un hombre también, es verdad, pero yo me llamo Violeta, ya se lo he dicho.

-Sí, ya me lo ha dicho, pero no me negará una cosa.

-¿El qué?

-Que vos no tenéis próstata.

-No esté tan seguro, como vos decís, en los tiempos que corren todo es posible.

-Pero, ¿la tenéis al menos en el lugar que corresponde?

-La verdad es que no estoy muy segura tampoco.

-Si queréis os hago yo una ecografía también y os indico el lugar exacto, por cierto, ¿de qué color lleváis la ropa interior? –le he preguntado de sopetón y sin pensar.

-¡Oiga!, la doctora soy yo y no vos. ¿El color de mi ropa interior?, eso es una impertinencia, ¿no os parece?, un paciente no se lo pregunta a su doctora –ha exclamado enfadada.

-¿Por qué no?

-No sé, no está en el protocolo.

-Creo que es injusto, ya sé que parece soez, pero mi pregunta es solamente por interés estético, no lo dude ni sé confunda ni se equivoque, yo soy un caballero, pero hágase cargo, estoy aquí, con los pantalones bajados, con los calzoncillos al aire, marcando paquete, poco paquete, es verdad, lo he de reconocer, pero es lo que hay, y usted me está manoseando los riñones y la vejiga con este aparato que usa un gel lubricante helado que no sé yo de dónde demonios lo debe de haber sacado, de un sex-shop seguro que no, es una situación humillante y desproporcionada, ¿no le parece? –le he respondido vehemente y aparentando estar ofendido.

-Es una manera rara de considerarlo. El gel estará helado pero a mí me está entrando calor.

-Tranquilícese,  Violeta, no he querido molestarla.

-No, si no me ha molestado, la verdad, ya que me lo ha preguntado me doy cuenta que no recuerdo el color de mis bragas, he pillado las primeras que tenía a mano esta mañana al levantarme, en realidad ni sé el día en el que estamos ni cuántas ecografías llevo realizadas hoy ni qué hora es ni si mi marido me engaña con otra que es lo más seguro que debe de estar haciendo en este preciso momento, no sé nada de nada, me siento mal, estoy a punto de llorar y todavía no me habéis dicho cómo os llamáis.

-Me llamo Xavier.

-Pensaba que me habías dicho que no os llamabais Violeta.

-Bueno sí, eso es lo que he dicho también, me sabe mal, no quería burlarme.

-Me están empezando a gustar esos calzoncillos que lleváis.

-Pero mis calzoncillos no son de color violeta, son azul celeste, Violeta. Tiene usted unos ojos azules bonitos, ¿sabe?

-Sí, lo sé, todo el mundo me lo dice y, por lo que veo, vos también decís lo mismo que dicen todos, no sois demasiado original, ¿sabéis?, es lo que me dijo mi marido cuando nos conocimos, podríais esforzaros un poco, ¿no, Xavier?, estoy hasta las narices del color de mis ojos azules y que todo el mundo me venga con la misma cantinela y piropo manido, es un clásico en mi vida, toda mi vida es un clásico, incluso los cuernos que llevo.

-Así que le gustan mis calzoncillos y mi próstata –le he preguntado para cambiar de tema, la conversación estaba girando y tomando un vuelco imprevisto y delicado y se me han encendido algunas luces rojas.

Tenía realmente unos ojos azules preciosos aunque no celestes, eran de un azul oscuro, marino y profundo, pero parecía que hoy se había levantado con mal pie y he preferido no insistir, había entendido, creo, el estado de su situación emocional: siniestro total, así que mejor desviar la atención no fuera que le diera por untarme más con aquel desagradable gel.

-Sí, me gusta, por cierto, ¿eyaculáis correctamente? –me ha soltado la muy marrana. Se está tomando la revancha por lo de la ropa interior, he pensado.

-¿Por qué lo dice?, ¿ha visto algo raro, algún tapón?

-No, que va, pero a su edad es normal tener dificultades –finamente me ha dicho que soy un viejo.

-Pues… últimamente no eyaculo demasiado ni muy correctamente, la verdad, pero ya sabe que el diablo sabe más por viejo que por diablo.

-¿Y con eso qué diablos queréis decirme?

-¿Usted que cree?

-No sé, no tengo ni idea.

-Que mande a su marido a freír espárragos, ¡ostras! , hoy no tiene buen día, le cuesta entender la cosas, ¿eh? –le he dicho arriesgándome a que me electrocutara.

Se ha quedado callada.

-Sí, eso es lo que debería hacer –me ha respondido tranquila y con tristeza mientras terminaba la prueba.

-No lo dude, hágalo, eso es lo que siempre hay que hacer con los maridos y, permítame que lo diga aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, a los países como España también, tarde o temprano hay que tomar la decisión –ya sé que es un comentario fuera de lugar en este momento, en calzoncillos, con una mujer a punto de tomarse una sobredosis de barbitúricos y con una especie de plancha eléctrica en la mano, pero, por alguna razón profunda, tenía ganas de dejarlo ir y lo he hecho, la verdad es que me he quedado a gusto.

-No sé qué deciros, yo soy argentina.

-Precisamente por eso, si fuera cubana con más razón todavía.

-¿Por qué?

-Porque hoy en día España volvería a perder Cuba de igual manera que la perdió entonces, no han aprendido nada.

-Pues vaya idiotez. Aunque nosotros con las malditas Malvinas no podemos dar lecciones a nadie.

-¡Y vaya tragedia! ¿Cómo habéis dicho que os llamáis? –le he vuelto a preguntar de nuevo.

-Violeta ¿y vos?

-Yo no me llamo Violeta.

-Ya he terminado, Xavier –me ha respondido riéndose con ganas –podéis ir a orinar, los resultados los recibirá directamente vuestro médico.

-Gracias, ya no podía aguantar más, estoy a punto de reventar, se me está escapando el pipí.

-Voy haceros caso y me iré directa al juzgado a pedir el divorcio, tengo la fortuna que mi marido no es España y, por consiguiente, aunque es parte no es al mismo tiempo juez.

-Que tenga mucha suerte, Violeta –le he dicho entrando disparado al lavabo y con los pantalones por los pies.

-Gracias también a vos por la conversación, Xavier, es la mejor ecografía que he realizado desde hace años –me ha gritado para que la oyera a través de la puerta cerrada –y, por cierto, eyaculad, hacedlo, es sano, no lo olvidéis, igual o casi tanto como votar.

-Lo tendré en cuenta y no lo olvidaré, gracias de nuevo, aunque, ya sabe, lo primero depende de mí lo segundo no del todo.  Si algún día quiere llorar llámeme –le he respondido mientras caía la última gota.

-¡Lo haré!

Ufff!!, quin descans!!!

Al sortir li he explicat com havia anat tot a la meva amiga de Sarajevo, però no sé què punyetes m’ha dit d’una russa i m’ha enviat uns mails sobre marxisme i nacionalisme que semblaven sortir de l’any de la “catapun”.

En fi, ja se sap que les dones tenen unes derivades més inescrutables que els camins del dimoni que, com tothom sap, no és pas català ni britànic tampoc, deu ser gelosia i pura enveja, segur, deu estar gelosa per la Violeta d’ulls blau marí que ha vist la meva pròstata i ella, en canvi, no. Em deu voler despistar, desviar el meu centre d’atenció amb rotllos marxistes dels anys seixanta i setanta, de la Kristeva i companyia, més pesats que les cançons d’un rapero dolent. 

L’estiu acaba bé, però recoi!, que rares són les dones! La meva novia també ho era de rara, però me l’estimava i això ho canviava tot.

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Diario de verano (21)

Violeta.

Hoy una doctora me ha practicado una ecografía de todo el sistema urinario y renal. Cuando he llegado al hospital con muchas ganas de orinar después de haberme bebido en sólo una hora, un litro entero de agua, condición necesaria para hacer correctamente la prueba, la enfermera, una rubia alucinante y muy escotada -llevaba la bata desabrochada hasta el ombligo - y que lucía una expresión sádica en la cara, me ha hecho bajar los pantalones, quedarme en calzoncillos y tumbarme en una camilla preparada para la ocasión. Me ha mirado de arriba abajo sin misericordia y con cara de conmiseración que no he sabido interpretar, o sí, la verdad es que me ha hecho sentir poca cosa, miserable, nada, un cerdo en el matadero. Evidentemente no parecía lo más mínimo que me fueran a hacer un masaje con final feliz, aunque la rubia aparentaba otra cosa distinta de una típica enfermera del Servicio Catalán de Salud.

Al cabo de un buen rato, cuando ya me empezaba a entrar sueño y mientras, entre bostezo y bostezo y para matar el tiempo, me iba enviando Whatsapps con mi amiga de Sarajevo, ha entrado la doctora que con una sonrisa de compromiso, me ha dicho un "hola" glacial, seco y conciso y ha empezado a hacer su trabajo, ignorando y no haciendo ningún tipo de comentario sobre mis bonitos calzoncillos a rayas azul celeste. Por el acento he deducido que era argentina porteña así que le he preguntado en castellano también, pero con un marcadísimo acento catalán de aquellos que molestan mucho a los españoles y del que siempre hacen mención como si nos tuviéramos que esconder o avergonzar:

(La conversación la transcribo directamente, incluidos casi todos los comentarios, en el idioma en el que se ha desarrollado, para los acentos idiomáticos que cada uno use su imaginación.)

-Hola doctora, ¿cómo os llamáis?

Me ha mirado extrañada y sorprendida y me ha repreguntado:

-¿Quién, yo?

-Sí, vos –le he repetido.

-Me llamo Violeta, ¿por qué?

-Por nada, porque no nos han presentado.

-Es verdad, debía haberos dicho mi nombre, os pido disculpas, ¿y vos? –me ha preguntado a su vez sin mirarme siquiera.

-¿Yo qué?

-Que cómo os llamáis  –ha insistido fastidiada.

-No me llamo Violeta –le he respondido con un poco de guasa.

-Ya me imagino –ahora sí que me ha mirado y no de buena manera.

-No os imaginéis nada, en los tiempos que corren todo es posible –he seguido con la ironía.

-Es cierto, aquí veo cosas inverosímiles –ha dicho también con la misma ironía después de un buen rato en silencio y con un deje lastimoso que parecía sincero.

-¿Cómo qué? –le he pedido curioso.

-¿Quiere saberlo?

-Sí, me haría gracia –he insistido.

-Bueeeno, pues ver habitualmente una ropa interior horrorosa, la gente tiene muy mal gusto, ¿sabe?

-¿Le gusta la mía? –he cazado la oportunidad al vuelo –esos calzoncillos están casi recién estrenados, me los compré la semana pasada para que hicieran juego con mis jeans. Lo malo, o lo bueno según cómo se mire, es que el juego de colores sólo destaca cuando me bajo los pantalones como ahora.

-No sabría deciros –me ha respondido echándoles una ojeada de refilón.

-¿Sobre qué?

-Sobre vuestros calzoncillos, ¿no me preguntáis eso?

-Sí, perdone, en realidad por ellos he pedido esta ecografía, no por otra razón, no crea, sólo para tener un buen motivo para bajármelos y que alguien los vea y me dé su opinión; últimamente ni tengo muchas ganas ni tampoco oportunidades de bajarme los pantalones delante de señoras predispuestas a que me los baje, ya me entiende, y he pensado que así era una buena forma de mantener las apariencias.

-¿De qué apariencias me habla?

-No sé, las apariencias relativas a mi dignidad masculina, ya sabe.

Me estaba a punto de mear encima, ya no podía aguantar más, llevaba dos horas con la vejiga llena.

-No, no sé, no tengo ni idea a qué se refiere. ¿Apariencias relativas a la dignidad masculina?, ¿qué es eso?

-¿Qué es?, ¡caramba!, lo de siempre, un poco de orgullo, un poco de hipocresía y vanidad, igual que las mujeres. El otro día colgué una fotografía de ellos en mi blog, pero nadie me los elogió expresamente, me sentí ignorado y decepcionado, la verdad, en realidad nadie me lee, sólo una amiga de Sarajevo a ratos perdidos cuando no tiene otra cosa mejor que hacer y otra chica que también tiene nombre de flor pero que no sé por qué razón tonta lo acorta.

-Así que se siente ignorado, pobrecito.

-Bueno, no sé, yo…

-¿Cuál es?

-¿Cuál o quién?

-¿Cuál es su nombre?

-¿De quién?

-De su amiga con nombre de flor.

-Margarita.

-Es sin duda un nombre bonito y una buena razón la suya para hacerse una ecografía, pero me gusta más su próstata, tiene un tamaño correcto –me ha dicho satisfecha como si la próstata fuera suya y no mía.

Nos hemos quedado en silencio los dos, al cabo de un rato…

-Próstata es un nombre raro para una mujer, ¿no le parece? –le he preguntado para romper el silencio.

-Y para un hombre también, es verdad, pero yo me llamo Violeta, ya se lo he dicho.

-Sí, ya me lo ha dicho, pero no me negará una cosa.

-¿El qué?

-Que vos no tenéis próstata.

-No esté tan seguro, como vos decís, en los tiempos que corren todo es posible.

-Pero, ¿la tenéis al menos en el lugar que corresponde?

-La verdad es que no estoy muy segura tampoco.

-Si queréis os hago yo una ecografía también y os indico el lugar exacto, por cierto, ¿de qué color lleváis la ropa interior? –le he preguntado de sopetón y sin pensar.

-¡Oiga!, la doctora soy yo y no vos. ¿El color de mi ropa interior?, eso es una impertinencia, ¿no os parece?, un paciente no se lo pregunta a su doctora –ha exclamado enfadada.

-¿Por qué no?

-No sé, no está en el protocolo.

-Creo que es injusto, ya sé que parece soez, pero mi pregunta es solamente por interés estético, no lo dude ni sé confunda ni se equivoque, yo soy un caballero, pero hágase cargo, estoy aquí, con los pantalones bajados, con los calzoncillos al aire, marcando paquete, poco paquete, es verdad, lo he de reconocer, pero es lo que hay, y usted me está manoseando los riñones y la vejiga con este aparato que usa un gel lubricante helado que no sé yo de dónde demonios lo debe de haber sacado, de un sex-shop seguro que no, es una situación humillante y desproporcionada, ¿no le parece? –le he respondido vehemente y aparentando estar ofendido.

-Es una manera rara de considerarlo. El gel estará helado pero a mí me está entrando calor.

-Tranquilícese,  Violeta, no he querido molestarla.

-No, si no me ha molestado, la verdad, ya que me lo ha preguntado me doy cuenta que no recuerdo el color de mis bragas, he pillado las primeras que tenía a mano esta mañana al levantarme, en realidad ni sé el día en el que estamos ni cuántas ecografías llevo realizadas hoy ni qué hora es ni si mi marido me engaña con otra que es lo más seguro que debe de estar haciendo en este preciso momento, no sé nada de nada, me siento mal, estoy a punto de llorar y todavía no me habéis dicho cómo os llamáis.

-Me llamo Xavier.

-Pensaba que me habías dicho que no os llamabais Violeta.

-Bueno sí, eso es lo que he dicho también, me sabe mal, no quería burlarme.

-Me están empezando a gustar esos calzoncillos que lleváis.

-Pero mis calzoncillos no son de color violeta, son azul celeste, Violeta. Tiene usted unos ojos azules bonitos, ¿sabe?

-Sí, lo sé, todo el mundo me lo dice y, por lo que veo, vos también decís lo mismo que dicen todos, no sois demasiado original, ¿sabéis?, es lo que me dijo mi marido cuando nos conocimos, podríais esforzaros un poco, ¿no, Xavier?, estoy hasta las narices del color de mis ojos azules y que todo el mundo me venga con la misma cantinela y piropo manido, es un clásico en mi vida, toda mi vida es un clásico, incluso los cuernos que llevo.

-Así que le gustan mis calzoncillos y mi próstata –le he preguntado para cambiar de tema, la conversación estaba girando y tomando un vuelco imprevisto y delicado y se me han encendido algunas luces rojas.

Tenía realmente unos ojos azules preciosos aunque no celestes, eran de un azul oscuro, marino y profundo, pero parecía que hoy se había levantado con mal pie y he preferido no insistir, había entendido, creo, el estado de su situación emocional: siniestro total, así que mejor desviar la atención no fuera que le diera por untarme más con aquel desagradable gel.

-Sí, me gusta, por cierto, ¿eyaculáis correctamente? –me ha soltado la muy marrana. Se está tomando la revancha por lo de la ropa interior, he pensado.

-¿Por qué lo dice?, ¿ha visto algo raro, algún tapón?

-No, que va, pero a su edad es normal tener dificultades –finamente me ha dicho que soy un viejo.

-Pues… últimamente no eyaculo demasiado ni muy correctamente, la verdad, pero ya sabe que el diablo sabe más por viejo que por diablo.

-¿Y con eso qué diablos queréis decirme?

-¿Usted que cree?

-No sé, no tengo ni idea.

-Que mande a su marido a freír espárragos, ¡ostras! , hoy no tiene buen día, le cuesta entender la cosas, ¿eh? –le he dicho arriesgándome a que me electrocutara.

Se ha quedado callada.

-Sí, eso es lo que debería hacer –me ha respondido tranquila y con tristeza mientras terminaba la prueba.

-No lo dude, hágalo, eso es lo que siempre hay que hacer con los maridos y, permítame que lo diga aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, a los países como España también, tarde o temprano hay que tomar la decisión –ya sé que es un comentario fuera de lugar en este momento, en calzoncillos, con una mujer a punto de tomarse una sobredosis de barbitúricos y con una especie de plancha eléctrica en la mano, pero, por alguna razón profunda, tenía ganas de dejarlo ir y lo he hecho, la verdad es que me he quedado a gusto.

-No sé qué deciros, yo soy argentina.

-Precisamente por eso, si fuera cubana con más razón todavía.

-¿Por qué?

-Porque hoy en día España volvería a perder Cuba de igual manera que la perdió entonces, no han aprendido nada.

-Pues vaya idiotez. Aunque nosotros con las malditas Malvinas no podemos dar lecciones a nadie.

-¡Y vaya tragedia! ¿Cómo habéis dicho que os llamáis? –le he vuelto a preguntar de nuevo.

-Violeta ¿y vos?

-Yo no me llamo Violeta.

-Ya he terminado, Xavier –me ha respondido riéndose con ganas –podéis ir a orinar, los resultados los recibirá directamente vuestro médico.

-Gracias, ya no podía aguantar más, estoy a punto de reventar, se me está escapando el pipí.

-Voy haceros caso y me iré directa al juzgado a pedir el divorcio, tengo la fortuna que mi marido no es España y, por consiguiente, aunque es parte no es al mismo tiempo juez.

-Que tenga mucha suerte, Violeta –le he dicho entrando disparado al lavabo y con los pantalones por los pies.

-Gracias también a vos por la conversación, Xavier, es la mejor ecografía que he realizado desde hace años –me ha gritado para que la oyera a través de la puerta cerrada –y, por cierto, eyaculad, hacedlo, es sano, no lo olvidéis, igual o casi tanto como votar.

-Lo tendré en cuenta y no lo olvidaré, gracias de nuevo, aunque, ya sabe, lo primero depende de mí lo segundo no del todo.  Si algún día quiere llorar llámeme –le he respondido mientras caía la última gota.

-¡Lo haré!

Ufff !!, qué descanso !!!

Al salir le he explicado cómo había ido todo a mi amiga de Sarajevo, pero no sé qué puñetas me ha dicho de una rusa y me ha enviado unos mails sobre marxismo y nacionalismo que parecían salir del año de la "catapun".

En fin, ya se sabe que las mujeres tienen unas derivadas más inescrutables que los caminos del demonio que, como todo el mundo sabe, no es ni catalán ni británico tampoco, deben de ser celos y pura envidia, seguro, debe de estar celosa por la Violeta de ojos azul marino que ha visto mi próstata y ella, en cambio, no. Me querrá despistar, desviar mi centro de atención con rollos marxistas de los años sesenta y setenta, de la Kristeva y compañía, más pesados ​​que las canciones de un rapero malo.

El verano termina bien, pero ¡caramba!, ¡que raras son las mujeres! Mi novia también lo era de rara, pero la quería y eso lo cambiaba todo.