lunes, 13 de diciembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (67)



Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

67. Adorno.

Una derivada interesante de los nuevos tiempos es el empobrecimiento lingüístico de las imágenes que nacen con las nuevas técnicas, fotografía incluida. Para Benjamín, esa pérdida de significado y la trivialización consecuente de la obra de arte prefiguran el fascismo. No le faltaba razón. Una nueva forma de fascismo, la estupidez.

Adorno también afirma que la subordinación a la técnica es en realidad una regresión. El motivo de la obra, dice, no está en ella misma sino fuera, en la técnica que la produce. No obstante, eso siempre ha sido en buena parte así, el medio condiciona el fin, el mensaje era el lenguaje para McLuhan y la técnica es el mensaje para Benjamín. La diferencia se encuentra, con todo, en el gran poder de los nuevos instrumentos tecnológicos que el ser humano utiliza, capaces de crear una realidad tan virtual como verosímil. Al Arte le ocurre lo mismo que a las armas, cada vez él, el Arte, también es más poderoso y mortífero.

Sin embargo, o precisamente por ello, la variedad de máquinas, herramientas y utensilios varios que manufacturan imágenes en nuestros días, en lugar de ofrecernos una fundamentada visión de la realidad, una variedad de perspectivas, nos ofrece un menú en el que los signos están desasistidos de sentido. Antes, las imágenes, igual que la música, eran escasas, las debíamos buscar en las catedrales y ahora las encontramos por todas partes acompañándonos como rémoras igual que lo hace la música que oímos de fondo en los ascensores de los grandes almacenes. 

Como las visiones de un sueño, el objeto artístico y la imagen se diluyen en una simple cacofonía y desorden en el que todo no sólo cabe, sino que también es visto. “La ventana indiscreta” se funde con el “Gran hermano”, somos ya el ojo de Dios. 

El resultado es la confusión que ocasiona una extraña ceguera. En ese griterío, en la repetición del “horror vacui” se origina una paradójica uniformidad, antesala de un nuevo fascismo, esta vez sin uniformes ni brazos en alto.

La realidad tardomoderna es un ejemplo constante y permanente de esa paradoja. En todos los ámbitos se busca la forma básica universal, el signo primordial que todos sean capaces de leer y de comprar y que no causa otra cosa que una nivelación rasa, de bajo nivel y por abajo. Nuestras escuelas son el mejor ejemplo de ello. 

Citemos a Goebbels: "toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida".

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67M
-“Cuando me levante, se dijo el peletero pintor, buscaré un trapo limpio, lo mojaré, y lavaré con él la mancha. Será fácil, pensó, un pedazo de sábana vieja y agua limpia bastarán, no necesitaré nada más. Cuando deje de mirar la mancha, me levantaré, iré a la cocina, y allí humedeceré el trapo o mi propio pañuelo con agua. La cocina está justo detrás de mí, a mi espalada, pero si quiero ir he de incorporarme y dejar de mirar la mancha, es tan pequeña que tal vez cuando regrese para limpiarla ya no sepa encontrarla, ¿dónde estará?, ¿más arriba o más abajo?, ¿más hacia la ventana o más cerca del suelo?, ¿se habrá ido? Se intranquilizó, empezaba a dudar, tenía miedo, la mancha seguía allí, inmóvil y él no podía dejar de moverse de su silla ni dejar de mirarla un solo instante. 

¿Se encontraba atrapado, raptado por una mancha pequeña de color indefinido que quizá sólo él era capaz de ver?

Pasó el tiempo, querido Víctor, y al cabo de dos meses unos obreros encontraron al peletero pintor muerto, cuentan que estaba sentado en su silla frente a su tela en blanco, plantada en su flamante caballete de madera clara, y con los dos ojos abiertos mirando algo, no se sabe qué de la pared que había al lado, a su derecha”. (La madeja. Cartas a un amigo.)
 
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67H
-“Antes, los nombres y las cosas eran uno. 

Antes, con sólo nombrarte comparecías. Yo te llamaba y venías, pero eso era antes, ahora, o yo me he quedado mudo o tú sorda.

Pájaros de fuego y muchachas floridas, música y poesía. 

Tienes razón, hay un matiz diferente entre observar y mirar aunque no es posible el primero sin el segundo.


También es verdad, como decía Derrida, que en toda confesión hay una concesión. ¿Qué concedemos en el amor?, ya sabes, querida Verónica, que únicamente compartimos el espacio y el tiempo que empieza más allá de nuestros cuerpos, ellos son lo único que tenemos y al darlos y recibirlos pensamos que vencemos a la muerte. Y no. ¿Cómo están tus manos?, las mías nunca llegaron a tocarte.” (El hilo. Cartas a una amiga.)