sábado, 20 de junio de 2009

El peletero/El Gordo/El Fin (y 5)



13 Junio 2008

No me fue ni fácil ni difícil, pero días después llamé a su puerta de nuevo. Cuando le vi volvió a ocurrir. ¡Demonios!, no sabía qué veía, si un reflejo en un cristal, una pintura en la pared o una sombra en el suelo. Volví a tener miedo y volví a sudar adrenalina. Nos encontrábamos solos los dos, sus gorilas ya me habían registrado hasta las fosas nasales.

Una gorda que conozco quiere cobrar un seguro de vida, le dije.

Sonrió.

Vivía en un lujo frío y seguía vistiendo un invisible traje gris.

¿Y esa gorda para qué te necesita?, me preguntó.

Se ha enamorado de mí, le respondí. Si acabamos con el marido ella cobrará el seguro, es fácil y simple.

Volvió a sonreír. Me estaba poniendo nervioso tanta sonrisa.

Acaba tú solo con él, me dijo.

No sé, no sé matar, le respondí.

Y quieres que yo lo haga.

Sí.

Se arrellanó en el sofá, me miró de arriba a bajo y de derecha a izquierda y dijo: muy bien, ahora hablemos de dinero que es de lo que me gusta hablar. Soy caro, ¿sabes?, quiero el 50 % del seguro. ¿Se lo sacarás con facilidad?

Está muy enamorada de mí le “confesé” con la más absoluta de mis “sinceridades”.

Tú respondes de ello, me advirtió.

Esa fue la tercera verdad, la verdad que los demás quieren oír. Eso era lo que le gustaba, hablar de dinero y se le notaba. Empezaba a hacerse visible. Las moléculas volátiles de su cuerpo se juntaban, comenzaba a solidificarse, se hacía opaco a la luz y denso al tacto. Yo le hablé de mucho dinero y de otro más que podíamos conseguir haciendo no sé qué. Empezaron a despuntar las arrugas del traje y de su rostro, el vello de su piel, la humedad de sus ojos y la saliva de sus labios. Fue en aquel momento cuando me senté encima de él, quince minutos bastaron. Aquel cuerpo tan pequeño no aguantó mi enorme humanidad. Mis gorilas ya se habían hecho cargo de los suyos, no oí los disparos, siempre usamos silenciador. No oí esos disparos ni tampoco los gritos de ese monstruo que tenía debajo de mi cuerpo, gracias a mi gran volumen cárnico apenas se oyeron un par de bufidos de ternerita.

Así terminó todo, de esa forma tan tonta. Lo maté por aplastamiento. Antes de irme registré el apartamento e hice volar la caja fuerte. Dentro de ella había cosas interesantes, dinero, joyas, acciones, bonos al portador, fotografías de gente desnuda, famosa y nada famosa, haciendo cosas raras con otras personas y con otros animales, mierda de buey, mierda de rata y cabellos de ángel. No conseguimos recuperar toda la suma estafada, solamente una buena parte, pero no toda.

Brigitte se convirtió en mi amante y yo en el suyo. Nunca abandonó a su marido que terminó por enloquecer. Lo cuidó hasta que falleció de un cáncer de hígado. Entonces sí, entonces cobró su seguro de vida.

Habían quedado unos flecos por pagarme, unas dietas, poca cosa. Ella quería abonármelas pero yo me negué. Siempre la recuerdo con cariño, Brigitte consiguió también de mí que me comportara como todo un caballero. Fue la única.

He de aclarar que la caballerosidad sólo la puedes ejerce si antes la prácticas contigo mismo. Eso fue lo que me permitió hacer Brigitte, ser un caballero conmigo y así poderlo ser con ella.

Primero pensé que era poesía, luego pensé que era poesía. Ahora pienso que es poesía. Incluso pienso que yo soy poesía y lo más sorprendente es que estoy seguro que tú también eres poesía.

Toda mi vida almacenando grasa para terminar siendo un cursi.