Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
58. El retrato y el acontecimiento.
Aristóteles afirmaba en su “Poética” que un retrato fidedigno de cualquier hecho sólo se logra cuando se experimentan las emociones implícitas en el acontecimiento. De ello podemos deducir que el propio artista representa su obra al ejecutarla, que al escribir y al pintar actúa también como si fuera un actor que logra abrigar en su seno los sentimientos del personaje llegando así a confundirse con él. Sintiendo lo que él siente es él. Las consecuencias de tal afirmación llegan hasta nuestros días y han sido motivo de grandes debates y la base teórica y práctica de muchas de las más famosas escuelas de interpretación.
Sin embargo, su fundamento encierra un equivocado concepto de verdad que la propia práctica escénica desmiente cada día. En un escenario las cosas son distintas porque parecen diferentes, así de sencillo. La altura no es la misma como si los centímetros se acortaran, la voz, el gesto, la edad tampoco son iguales, la sinceridad es de otra clase. La verdad no debe ser demostrada, sólo debe ser verosímil, si no lo es no sirve a su propósito. Y lo que vale para un escenario vale también para una tela o para el papel en blanco que debemos rellenar con las palabras que en él escribiremos.
¿Sentir las emociones que el personaje siente tiene que ver con la verdad o, como nos recordaba Frankfurt, con la mentira? ¿El disfraz que usamos nos dice quién somos?
Frankfurt advierte la importancia clave de que cuando alguien tergiversa cualquier cosa, ha de estar forzosamente tergiversando también su propio estado de ánimo.
Pero no en el Arte.
Él dice: “Es posible por supuesto, que uno tergiverse solamente eso (por ejemplo, fingiendo que tiene un deseo o un sentimiento que realmente no tiene)” Y continúa diciendo que en el supuesto de una mentira o de cualquier otra tergiversación, lo está haciendo de dos cosas al mismo tiempo, la cosa en sí tergiversada y su estado de ánimo.
¿Por qué sucede tal cosa? Rüdiger Safranski nos dice que la mentira no se opone a la verdad y sí a la veracidad y que el que está persuadido de lo que dice no miente ni siquiera cuando sus afirmaciones son erróneas.
Safranski afirma también, como Sartre, que la conciencia es libre y que ella no se limita en “ser consciente”, que también puede desgajarse de la realidad, siendo una “falta de ser”, una experiencia de la nada. Y continua:
“La libertad incluye la capacidad de cambiar la realidad según patrones que no proceden ellos mismos de la realidad sino del mundo imaginario. Y ¿qué es la imaginación? ¿Es solamente la materia a partir de la cual se hace el arte? El mundo imaginario es aquel que nos “figuramos”. Es una imagen, la cual no constituye una copia, sino que se pone en lugar de la realidad. Es un segundo mundo, que, sin embargo, puede dirigir e incluso dominar la conducta en el primer mundo. La imaginación se sirve de materiales que forman parte de nuestra vida: experiencias, impresiones, obsesiones, deseos. Pero lo que engendra a partir de ahí es algo nuevo, que puede oponerse también a la restante realidad” (“El Mal o El drama de la libertad”, Rüdiger Safranski)
Se cree que la realidad no debería necesitar de atributos para presentarse y representarse, que habría de hacerlo como si fuera un cuerpo desnudo y ella misma esa desnudez sin adjetivos, que nada debe ponerse en su lugar para “figurárnosla”. Se piensa que si los adquiere y se viste con ellos se falsea, se disfraza, se esconde o se tapa, se transmuta en mentira, se oculta. Muchos consideran que la realidad es incognoscible, pero se equivocan. ¿Por qué?, porque un vestido no tapa, todo lo contrario, desnuda de una forma que ningún streaptease consigue.
“What you see is what you get”, todo lo que ves es todo lo que hay, si crees que no hay nada es que no ves nada.
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58H
-“Siempre me robabas las ideas, querida Verónica, aunque te defendías al llamarme a mí, “tu Musa”. Pero tenía razón, eras una ladrona, ambos lo éramos. Yo se las sisaba a mi hermano y tú a mí. Luego estaban todos los demás y tus innumerables amigos que no pude jamás contar.
Antonio T. se las birlaba a cualquiera sin el menor pudor y, de una manera u otra, siempre conseguía venderlas como si fueran pescado fresco de Calafell.
Creo que nos veía como piezas de caza, inertes, sin vida aparente, y tendidos en una fría mesa de mármol, listos para que con la luz parda del atardecer nos pintara Chardin.
Creíste que me tenías como a un pato muerto, recién cazado, mis palabras de amor y mi pasión, aunque sinceras y verdaderas, te engañaron porque yo podía vivir sin ti, pero... ¿podías tú vivir sin mí?”. (El hilo. Cartas a una amiga.)
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58M
-“A mi me gustaba mirarte con veintiuno, o con doce, con apenas dos días o con cuarenta y dos años.
Ahora ya no eres tú, pero lo fuiste. Allí estabas y estás, en aquellas fotografías que te robé y que te hice.
En el año 75 murió Franco y soltábamos, sin que nos vieran, tapones de botellas de champaña por las Ramblas y aquella tarde celebramos todos nosotros una fiesta con pastel incluido. Dijimos que era para un amigo que se iba al servicio militar y encargamos unas palabras escritas con chocolate, como esos hilos negros de tus fotos, “Adiós muchacho...”, escribió el pastelero.
Hoy, cuando te miro y te remiro, veo a un hombre que se parece mucho a ti, pero que ya no eres tú, querido Víctor, y no lo eres porque ya no estás conmigo”. (La madeja. Cartas a un amigo.)