miércoles, 29 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (5 de 6)


16 Septiembre 2008

Había faltado muy poco. No soportaba la idea de vivir a cuenta mía, decía, pero yo creo que no soportaba la idea de vivir “mal” a mi cuenta, es un pequeño matiz importante. Ya no tenía recursos ni crédito, incluso para las cosas más elementales como comer, dependía de mí. Creo que casi prefería matarme en uno de sus ataques de ira aunque eso significara verse en la indigencia.

Yo también me mantenía en una especie de indigencia moral aterradora, pues fundamentaba mis esperanzas en la herencia de un pariente lejano que todavía le quedaba y que no terminaba de morirse. Todo era muy triste y desolador. Procuraba que ella mantuviera la relación con ese tío viudo y sin hijos que aún vivía, no quería que la desheredase o que simplemente la olvidase. Cada año le mandaba buenos regalos pagados por mí y a su nombre. Cada cierto tiempo íbamos a visitarle. Y por Navidad lo invitábamos para que no se encontrara solo. Debíamos competir con un par de sobrinos que también se preocupaban de no quedar olvidados en la desmemoria, la demencia o el resentimiento de ese tío rico y solo.

Rico lo era, yo ya me había preocupado de averiguarlo. Tenía dinero y propiedades. Si acertaba en mis pronósticos y heredaba esa fortuna, no sé como el juez podría considerar entonces la demanda que yo interpondría rápidamente para reclamar la deuda. ¿El vil expolio de una pobre mujer enferma? No sé. Mi abogado cree que hasta yo podría acabar en la cárcel sin cobrar un céntimo.

Piénsalo, me dice, no es una posibilidad remota, es un riesgo que debes tener en cuenta, tu relación con ella, antes y ahora, ha ido más allá de ser meramente mercantil, y la poca familia que le queda, esos dos sobrinos y la tía lejana de América, lo saben, y lo pueden fácilmente probar, acababa afirmando. Piensa que también es determinante que el juez o el fiscal sean mujeres o no, si lo son será una dificultad añadida, te lo digo por experiencia, afirmaba con aires de entendido ¡Ah! y no olvides a los acreedores.

Tenía razón, yo sería entonces el responsable, el culpable de haberla violentado de mil maneras y conducido a su situación actual. Enferma y pobre, expoliada, y violada. Debía de haberme casado cuando aún estaba a tiempo y ella predispuesta. El matrimonio me hubiese dado más poder y control sobres sus asuntos. Pero en aquella época a mí solamente me importaba su genio. Más tarde comprobé que ese genio solamente era delirio. Tampoco me seducía una boda por interés, en aquel entonces era joven y tonto, aunque bien mirado la interesada en algo semejante tenía que ser ella, el dinero lo tenía yo.

Firmamos un contrato comercial, abrimos una empresa en la que a pesar de poner yo todo el dinero nos repartíamos los beneficios al 50 por ciento, eso nos bastó entonces. Lo aliñamos con sexo y eso también nos bastó. El sexo duró un tiempo, pero terminó mucho antes de que se acabara el dinero, es curioso, siempre ocurre al revés. Lo que vino a continuación fue que yo me encontré atrapado en su fracaso profesional, económico y vital. Todo mi patrimonio se volatilizó demasiado rápido. Excepto un documento donde ella reconocía su deuda conmigo no tenía nada más, eso era todo.