sábado, 24 de octubre de 2009

El peletero/De Meditaciones (3)



6 Febrero 2009

“En fornicació està lo major contrari que pot ésser enfre marit e muller” (Llull, Proverbis, OE, I, pàg. 1253)
“En la fornicación está la contradicción mayor que puede haber entre marido y mujer”.
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí gordo, aunque él contaba que en otro tiempo tuvo un cuerpo espectacular. Alto sí era, y las fotos de su juventud demuestran que no mentía. Era una mujer verdaderamente despampanante, una auténtica rubia con sorpresa. “Yo fui una mujer del gran mundo”, decía abriendo los brazos de par en par como si quisiera abrazar ese gran mundo con ellos.
Yo, en cambio, no soy despampanante, tampoco soy una mujer, ni siquiera una rubia teñida con una sorpresa entre las piernas. Tampoco soy extraordinario y mucho menos sorprendente, al menos no lo soy en esos recónditos lugares dOnde dicen que uno debe mostrar la carne de la que está hecha su alma. ¿Dónde?, en las alcobas, en los retretes, en las cocinas, en los probadores de los modistos y las tiendas de ropa, en la consulta de los médicos, en los salones de las peluquerías, en las habitaciones de los hoteles, en los prostíbulos y en los confesionarios de las iglesias.
En realidad soy un hombre torpe e inhábil en la cama cuando en ella también hay una mujer y ninguno de los dos está dormido.
Dormir es una tarea que sé desempeñar de la manera adecuada y conveniente, como corresponde a alguien inerte, basta con cerrar los ojos y pensar que estás muerto. Fornicar en cambio, no, no es precisamente mi don, no nací para yacer con mujeres ni con hombres. Hay demasiadas cosas a las que uno debe atender, muchos objetivos de interés, y para ser honesto y comprometido hay que prestarles toda tu atención con la dedicación y maestría debidas, debes focalizar en ellos tu curiosidad y demostrar con palabras y hechos tus ganas de agradar. Nunca lo consigo, jamás logro satisfacer del todo a mis amantes, que me regañan, me corrigen y me demandan cosas que yo no puedo darles. Tienen razón, en esta vida no todos servimos y valemos para lo mismo, las aptitudes son distintas en cada persona, y yo, he de reconocer, no soy un buen amador, copulo mal, no sé efectuar eso que mis queridísimas amantes dicen, entornando los ojos, “hacer el amor”. Hubo una que incluso me lo decía en francés, “faire l’amour”, con acento gallego y tratando de imitar a la Piaf al pronunciar la “erre” con la campanilla de la glotis en lugar de hacer vibrar la lengua en el paladar, era deliciosa y dulce y se llamaba Maruxa. A muchas les propuse en matrimonio y ninguna aceptó.
La verdad es que me siento culpable y en deuda con mis amigas y compañeras de cama, por eso voy de putas. Ellas me alaban y me elogian, dicen que soy el mejor, me cuentan que han conocido a muchos, pero que ninguno es tan bueno como yo. Ya sé que mienten, incluso a veces mienten demasiado, o demasiado mal, pero para ser sinceros, entre la verdad de unas y las mentiras de las otras, me quedo con estas últimas. Esa es mi verdad, la que a mí me gusta, la que me conviene oír para no tener que acabar en el diván de un psiquiatra, las mentiras de mis muy queridas putas.
Puede parecer mentira, pero la verdad es que no conocí a Hildegart en el burdel “La Metamorfosis”. Recuerdo que Hildegart era esa maestra que ejercía de puta a ratos libres y los fines de semana, para así dejar escapar su furor, el psíquico y el uterino. Nos vimos por primera vez, y por pura casualidad, en una librería llamada “El sí de las niñas”, en honor a Moratín. Quizás ése era un lugar más acorde con nuestras profesiones públicas, maestra y bibliotecario, que un prostíbulo donde desarrollábamos nuestras otras aficiones secretas, de puta ella y de putero yo.
Ambos estábamos enfrascados curioseando los libros, ojeándolos y leyendo de ellos pedazos sueltos o quizás buscando algo que no sabíamos exactamente qué era, cuando la vi de espaldas. Tenía un buen detrás y supuse que su delante era hija de los mismos padres.
Mi padre fue modisto, un sastre humilde de barrio, con mucho mejor gusto para las telas que conocimientos empresariales. Tenía el taller en la propia vivienda donde recibía a sus clientas. Se encerraba con ellas en el probador con cierto disgusto por parte de mi madre. A veces se oían risas.
Él me enseño a coser, a usar la aguja y el hilo, a saber cortar una tela, del derecho y al bies, a tomarles las medidas a las clientas, a dibujar un vestido antes de concebir su patrón, a probar la prenda en el maniquí de madera y en otros de carne y hueso. Lo intentó, pero mis manos han sido siempre torpes, lo han sido con la aguja y el hilo y también con los botones y los ojales. Para vestir a alguien de la mejor manera, me recordaba mi padre, es imprescindible saberla antes desnudar, debes mirar y conocer ese cuerpo que piensas cubrir, sea con ropas, con pieles o con tus propios besos. Lo escuchaba atento, igual que lo hacía mi madre también, pero yo no sé hacer ninguna de esas tres cosas, al menos no sé hacerlas bien, como ellas quieren y les gusta.
Vi que Hildegart hojeaba un libro que yo ya tenía en las estanterías de mi casa. Era: “Superhéroes: Fashion and Fantasy”, sobre una exposición habida, desde mayo a setiembre de 2008, en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. En ella se mostraban diferentes piezas y vestidos de grandes modistos, Armani, Galiano, Moschino y Thierry Mugler, entre otros. Todas ellas espectaculares, espléndidas fantasías de héroes y heroínas vestidos en esos trajes construidos con acero, plumas, charol y cuero de todos los colores. Arañas, guerreros, serpientes, lagartos, gatas y verdugos.
Me acerqué a ella, “hola”, la saludé. Me miró manteniendo el libro abierto por una página que mostraba un modelo de Mugler que recordaba a Michelle Pfeiffer vestida de pantera negra. Hace un par de meses lo compré, le dije, todavía está encima de la mesita de noche de mi habitación sin desenvolver, ¿quieres que te lo regale? Abrió los ojos sorprendida, se rió y ni me respondió, dejó el libro en el estante y se fue, dándome otra vez su espléndida espalda.
Más nos reímos ambos cuando dos meses más tarde nos encontramos de nuevo en “La Metamorfosis”. Yo de cliente y ella de puta. ¿Quieres que te lo regale ahora?, le pregunté entre risas. Ahora sí, ahora sí quiero, me respondió Hildegart, mientras me llevaba, cogidito de la mano, a su habitación, vestida de leopardo macho y dispuesta a devorarme.
Mientras mordía mi cuello con sus colmillos afilados, recordé a mi padre y al autor de una tesis del siglo XIX, sobre la economía de la costura, que “dividía a las clientas en dos categorías: las mujeres del gran mundo, a las que el modista debe conceder crédito, y las entretenidas, a las que debe cobrar, por adelantado, considerables sumas, si no quiere correr ningún riesgo”. (1)
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(1) “los Magos de la Moda”, “Las entretenidas”, Anny Latour