lunes, 2 de noviembre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (11)


23 Febrero 2009

11. El escarabajo

Estabas sentado en la taza del wáter haciendo tus necesidades, el papel estaba demasiado atrás y al sacarlo de su sitio para desenrollarlo más fácilmente, del interior del tubo de cartón salió un escarabajo que fue a depositarse en tu mano. Los dos os quedasteis atónitos y él saltó rápido para esconderse. Te limpiaste deprisa y nervioso, nunca te han gustado estos bichos. Cuando estuviste listo lo buscaste, lo hallaste y lo mataste con la escoba después de perseguirlo durante un buen rato. Lo aplastaste como lo hubiera hecho yo, barriste el cadáver desmenuzado a la pala y lo echaste por la misma taza del wáter donde poco antes habías defecado, tiraste de la cadena y te lavaste las manos. Al cabo de pocos segundos sonó el teléfono, era ella, con su voz acaramelada de siempre, tratando de ser educada y cariñosa al mismo tiempo. Quería hacerlo bien, se estaba esforzando, tal y como le habían enseñado de pequeña, como ha visto hacerlo siempre en su mundo, creyendo que era lo adecuado, la manera correcta, con aquel peculiar aire de alguien que sabe exactamente con quién está hablando, pero… equivocándose de cabo a rabo. Después de aquella triste conversación nunca más volviste a oír su voz. Fue así, ¿no?

¿El qué?

¿El qué, preguntas? ¿No me has solicitado que lo hiciera yo? Estoy contando la anécdota que me has pedido, ¿no te has dado cuenta? No me estás escuchando, nunca escuchas a nadie.

No te enfades, Gordo, era sólo una broma, continuaré yo. Cuando nos decíamos adiós secamente, entre el adiós de ella y el mío, llamó a la puerta de mi tienda una muchacha. Era una de las mujeres más bellas que nunca había visto y jamás he vuelto a ver. Entre mi adiós hube de decirle hola a esa mujer que llamaba a mi puerta de cristal. Le abrí sin haber colgado todavía, resonando su adiós en mi oído le pregunté qué deseaba. Quería saber el precio de un anillo de plata que había en el escaparate; no era caro, pero me dijo que no llevaba bastante dinero, que le gustaba mucho ese anillo y que iba a un cajero próximo a sacar el suficiente para comprarlo. La vi marchar, todavía tenía el teléfono en la mano y me fijé en su espalda larga, en su cabello oscuro, en su cuerpo y en su andar elegante. No regresó. Convertí en mierda el oro, Gordo, no todo el mundo es capaz. Ya sabes, si tu mano derecha te escandaliza… córtatela.

Puro rencor, peletero, nada más que resentimiento. Ahora eres manco. Eres débil, y eso, como tú has afirmado en muchas ocasiones, es peligroso, te hace ser mala persona y tú lo has sido en más de una ocasión, ¿me equivoco? Por cierto y perdona que cambie aparentemente de tema, ¿fuiste a ver este verano pasado la exposición de J. G. Ballard?, dicen que fue un perfecto narrador del presente.