martes, 13 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (4 de 6)


14 Enero 2009

Esa niña consentida se llamaba Lupita, y disfrutaba del gran poder que da la pérdida de memoria. Se olvidaba de las cosas y de los hechos con mucha facilidad; otros en su lugar se hubieran preocupado y hubieran acudido al médico, ella en cambio, no parecía darle demasiada importancia.

La amnesia siempre ha sido la mejor de las disculpas, no hay pecado sin recuerdo. La culpa es una evocación, es una manera de protagonizar los acontecimientos, de querer salir en mejor lugar, en uno más destacado y visible. En la primera fila de la fotografía de fin de curso. Esas macro fotografías colectivas de decenas o más de cien niños o jóvenes alineados tan juntos que parecen camuflarse los unos con los otros y en los mismos tonos de gris, de blanco y negro del retrato. Todos ellos mirando fijamente a la cámara como si fuera un anzuelo, un asidero, ese cabo que te iza, que te salva del marasmo.

Lupita era una desmemoriada y no recordaba a los que mataba, por eso era inocente, y yo su abogado defensor, su juez y su fiscal. Nunca protestaba cuando le presentaba la factura de mis honorarios y ella pagaba sin rechistar mucho dinero para seguir no recordando nada. No recordaba siquiera el color de sus propios ojos ni las cosas que ella misma había visto con ellos y mucho menos las que habían contemplado, en los últimos instantes de su vida, los ojos de ese cadáver que siempre hallábamos al otro lado de la cama.

Es curioso, al otro lado de la cama siempre hay un cadáver, siempre aparece alguien que, como si se bañara en el mar, flota apacible, dejándose mecer por las suaves olas de las sábanas, a la deriva, a punto de convertirse, no en un pez y sí en un pecio.

Cuando aparece un cadáver en tu cama, es, evidentemente, un error. No es ningún asesinato ni tampoco un crimen, es solamente un error.