lunes, 11 de junio de 2012

El Peletero/Feliz Cumpleaños


Hemeroteca peletera

Feliz cumpleaños.

“Conforme se va extinguiendo el Estado del Bienestar en toda Europa, la seguridad de los trabajadores en cobrar una pensión de jubilación se va transformando poco a poco en incertidumbre por la cuantía de la misma, cuando no en preocupación por la pervivencia de un sistema de prestaciones con cargo a la Seguridad Social que cubra sus necesidades a partir de los 65 años. (...)” (Cumpleaños feliz, Juan Manuel Zafra, El País, domingo, 19 de septiembre de 1993)

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El sábado pasado, ya que estoy de mudanzas, tiré la casa por la ventana y decidí ir al restaurante a almorzar solo, sin compañía. Ése fue todo mi apetito ese día caluroso de primeros de junio, comer algo que yo no hubiera cocinado.

Y sentirme servido.

Me gasté 15 euros en el menú de fin de semana, macarrones, magret de pato y dos bolas de helado, una de vainilla y la otra de chocolate. Agua sin gas para beber.

Elegí el restaurante que hay enfrente, tampoco tenía ganas de caminar.

El comedor estaba medio vacío, aparte de otros dos hombres que almorzaban también solos como yo, únicamente había una mesa más ocupada, lo estaba por ocho mujeres que pasaban todas ellas de los cincuenta y de los sesenta y que parecían ser familiares, compañeras o amigas de toda la vida. Su animada conversación se mezclaba en mis oídos con la que igualmente tenían los camareros, la mayoría latinoamericanos, hablando de las circunstancias laberínticas y muy complicadas, precarias y penosas que conformaban su vida laboral, los contratos, los sueldos magros y la obtención de los consabidos papeles de residencia.

Las ocho mujeres también charlaban de intereses y de dinero y de lo que el dinero significa, una de ellas era secretaria de un juzgado que muy a menudo debía ir por las casas a entregar citaciones y que ya conocía los diferentes y variados trucos que usa la gente para eludir recibirlos y firmarlos. Había una de ellas que era la dueña de una tienda de marroquinería, otra ejercía de ejecutiva de cuentas de una agencia de publicidad, y la que parecía la mayor de todas llevaba la contabilidad de una empresa, o al menos eso deduje yo al escucharlas de tapadillo. Las ocho eran profesionales en activo, ningún ama de casa, hablaban de lo que sabían y sabían de lo que hablaban, era una conversación franca, desprovista de eufemismos, clara y absolutamente explícita sin el puritanismo que mucha gente siente al hablar de dinero. En ningún momento salió a relucir la jubilación, la familia ni los hijos ni los nietos ni los maridos o amantes, no hablaron de hombres ni de amor ni de sexo, tampoco de emociones o sentimientos, sólo de herencias, bienes y dinero, de trabajo y de impuestos. Ninguna era maestra. Se quejaban de la extinción de la clase media que ha sido, según decían, esquilmada, asaltada, despojada y desvalijada por los que han vivido a costa del Estado, la rótula que une el fémur con la tibia, la que te permite caminar. Contaban que las herencias se pueden aceptar o rechazar y que si las aceptas contraes también las deudas del fallecido. De las riadas de dinero europeo que han inundado España durante décadas y que sólo han servido para alimentar a los buscavidas, a los perezosos, crear molicie y falsear la realidad de las cuentas y de las vidas de las personas, que el dinero no ganado, que cae del cielo, es un regalo del diablo que pervierte voluntades y que destruye los países como los que tienen enormes reservas de petróleo. Eran ocho mujeres catalanas hablando en un perfecto catalán de Barcelona, el mío, en el que aprendí a pensar y amar, ocho auténticas damas, unas “Señoras de Barcelona” que también configuran una especie en extinción. Me recordaban a mi madre y a mis tías, a mis primas, pero no a sus hijas, ésas son diferentes ya, no tienen pasado porque, perdón por la presunción, no se puede tener pasado cuando has nacido a finales de los ochenta o a primeros de los noventa. Terminaron hablando de los bancos que están agotando el alquiler de las cajas de seguridad y que eso es para lo poco que sirven porque nunca ha sido bueno trabajar con el dinero de los otros, y de la inevitable política de nuestros días dirigida por mediocres mentirosos, nuevos ricos y sicarios, meros esbirros de simples delincuentes o de masas ignorantes, gente sin personalidad, puros arribistas porque el buen ejemplo no es premiado ni siquiera por las víctimas del malo. Y deseando que sus hijos, fue la única vez que los nombraron, vieran pronto una Catalunya desvinculada de España. Me sorprendió la contundencia y la naturalidad de su afirmación, su llaneza desprovista de dramatismo, su falta de patrioterismo, la seguridad desinhibida con la que afirmaban un deseo de tan hondas repercusiones, algo espontáneo, simple, lógico, técnico, inevitable, imparable, vivido en sus casas desde siempre; pero me hizo gracia una de ellas cuando afirmó, de manera irónica y graciosa, que votaría, sin dudar, afirmativamente en un referéndum sobre la independencia de Catalunya, pero que al día siguiente, si el sí saliera ganador, emigraría rápidamente a los Estados Unidos. Todas se rieron, yo también.

Ni a Alemania ni a Suiza, a los Estados Unidos de Norteamérica, repitió con énfasis y claridad.

Al levantarme las observé y pensé que Modigliani hubiera hecho con aquellos rostros hermosos unos estupendos retratos.

La más mayor me miró y nos sonreímos mutuamente.

El camarero, un muchacho joven, catalán también, que estaba harto de contratos de formación, me preguntó al salir si no tomaba café. Le dije que no, pagué en metálico y me fui a tomar uno cortado en un bar que hay cerca y que llevan dos hermanos burgaleses que saben cortar bien los cafés, como es debido y como se hace en Madrid, con un par de gotas de leche, nada más. Los camareros son brasileños y cubanos, chicos y chicas nacidos todos en la segunda mitad de los ochenta que hacen muy bien su trabajo. Hoy han cambiado las mesas, han comprado unas nuevas muy bonitas y más modernas, de color rojo oscuro, pero se han equivocado de tamaño, son demasiado grandes y han perdido ocupación y servicios.

El lunes 27 de septiembre de 2010, Xavi Ayen entrevistaba en la Vanguardia de Barcelona a John Le Carré a propósito de su nueva novela, “Un traidor como los nuestros”, en ella el escritor británico cuenta que “los espías y los mafiosos comprenden cómo funciona el mundo realmente” y que, como comentario a uno de sus personajes, “somos muy vulnerables a la belleza, al charme. Nos resulta difícil resistir a eso y estamos todos atraídos por la gente guapa, les disculpamos sus defectos y les aguantamos humillaciones. Me fascina la manera en que los seductores se reconocen mutuamente”.

Mi amigo Ernesto, del que hablaba en el pasado post, también ha hecho cambios en su bufete, en este caso ha contratado a una nueva secretaria, es una trabajadora eficaz y una chica muy guapa. Según parece ahora los clientes aceptan de mejor manera los honorarios y las provisiones de fondos que les pide por su trabajo, no los discuten ni tratan de regatear como hacían antes. Ernesto es un pozo de anécdotas, una especie de sacerdote que confiesa sin dar la absolución, pero que intenta ofrecer, de manera honesta y absolutamente legal, algo mucho mejor, una sentencia judicial favorable.