sábado, 11 de diciembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (66)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

66. Los bebés y las mascotas.

Se cree que la fotografía no es elitista porque del original, el negativo, se pueden realizar tantas copias como se quiera. Tal abundancia facilita su acceso y disfrute al hacerlas llegar a todos los públicos y lugares. Con ella, se dice también, cualquiera puede ya mirar por esa ventana portátil pedazos de realidad. 

La copia fotográfica no es exactamente una copia, es también un original al ser algo nuevo, como la copia de un grabado en relación a su molde. Ambos son hijos de un troquel. La metáfora de la matriz y de la horma es extraordinariamente rica y da lugar a extrañas y perversas ideas sobre el orden, la libertad y la paz.

En la Antigüedad se copiaba constantemente, todos copiaban de todos y no existían los derechos de autor. Entonces cada copia era única, se cantaba en directo y se declamaba en presencia de todos. 

El proceso de miniaturización de las cámaras es continuo e imparable, su abaratamiento también. La fotografía digital es ya un juguete en manos de niños grandes, cualquier cosa puede ser fotografiada y cualquier instante capturado. 

Los seres mas fotografiados son los bebés y las mascotas.

Con ello, tal y como nos señala Benjamín de una manera muy lúcida, las imágenes devienen efímeras y secretas bloqueando los mecanismos de asociación comunes, los que miran son analfabetos y lo que ven es incomprensible y ya no puede ser leído porque ha perdido su capacidad de trascender. La estética ha suplido al Arte.

La multitud y la masa no pueden suplantar a la familia, al clan, a la tribu ni tampoco al pueblo, y el presente no puede ser Dios. El contacto se ha roto, no hay nadie al otro lado de la línea. La única fotografía posible y plausible, y con ella la construcción de imágenes, es la policial, la judicial y la forense. Ella es la que todavía mantiene su sentido. No hay alternativa porque incluso el periodista, que quiere ser un notario, termina siendo un simple político, un fan también, su disección de la realidad es falsaria por interesada –¿no estábamos orgullosos del subjetivismo?-, y no conserva la pulcritud de la autopsia, el periodista vendió su alma por un plato de lentejas en un cuarto oscuro.

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66M
-“Querido Víctor, érase una vez un peletero pintor que se encontraba sentado en su silla frente a su tela en blanco barruntando qué pintaría en ella. Se hallaba tan tranquilo y tan absolutamente relajado y ensimismado que su mirada se había desplazado lentamente hacia un punto de la pared que había a su derecha, allí donde la pintura blanca mostraba una pequeña y casi imperceptible mancha de color indefinido. 

Llevaba bastantes minutos reposando su mente, absorto, mirando con atención la pequeña imperfección, la irregularidad, aquella señal minúscula que quizás marcaba el tiempo transcurrido desde que hacía seis meses había pintado el piso con una moderna pintura plástica de color blanco. Sólo habían pasado ciento ochenta días y la pared ya había empezado a ser vieja, pensó.
Transcurrido un tiempo, seguía observando la mácula, tranquilo y concentrado, pero al mismo tiempo empezando a entristecerse al empezar a barruntar que esta pequeña señal era un descubrimiento inesperado del paso ineludible del tiempo, de la decadencia y de la decrepitud, de la fragilidad de las obras humanas, de la ruina. Aunque, bien mirado, era también una solemne simpleza preocuparse por una pequeña mancha que incluso podía limpiarse con facilidad en aquella moderna pintura plástica. Reconocía que la situación era absurda, pero en su interior crecía un extraño desconsuelo, un sentimiento de fracaso y derrota.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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66H
-“Ayer, querida Verónica, desatasqué el lavabo con un desatascador y barrí el suelo con una escoba, con una bayeta fregué las paredes y lavé los platos con un estropajo.

Puse una lavadora, tendí la ropa en los tendederos y hoy la plancharé con la plancha. 

Quise también colgar un cuadro en el pasillo. Tenía el cuadro y la pared, pero no había manera de que permaneciera colgado, se caía cada vez que lo intentaba, no lo logré. Lo he dejado en el suelo, apoyado en ella, creo que también es un buen sitio.

Alguien me ha recordado que necesito una barrena, un taco, un clavo y un martillo para colgar un cuadro en una pared. Se me habían olvidado esos detalles, la verdad, son demasiadas cosas.
Hacer que la vida siga adelante es a veces indigno. Pienso dejar el cuadro en el suelo, como si descansara. Ya sé que puedes pensar que no termino las cosas, que siempre quedan a medias, pero no es cierto, el suelo es también un buen lugar para una pintura, recostada. ¿No crees?” (El hilo. Cartas a una amiga.)