miércoles, 25 de febrero de 2009

El peletero/Poesía Fría-El primer vuelo (1 de 4)



14 Noviembre 2007

EL PÁJARO

He aquí el jardín.
La rosa y mis tres amigos están ahí.
La brisa de la tarde mueve las hojas de los olmos
Es hoy.


¿A dónde mi sueño?

Esta es la realidad.
La rosa y mis tres amigos están ahí.


El canto de los pájaros pretende ahuyentar la realidad,
más la realidad no se mueve.
Es la tarde.


Hacia el sueño vuelan los pájaros.


(Primer verso de, “EL PÁJARO SOLITARIO”, Francisco Pino)

Existe una duda científica razonable sobre si el origen de las aves, que se remonta aproximadamente a unos 140 millones de años contando desde hoy a las 14 horas y cinco minutos en punto, debe buscarse en los mismos dinosaurios, como el pequeño Compsognathus, o bien en los tecodontos pseudosuquios como el Euparkeria, ancestros de los propios dinosaurios.

No se sabe con seguridad.

Lo que sí sabe es que en sus orígenes debieron competir y compartir el aire con los pterosaurios.

El resultado de tal competencia todos lo conocemos, creo. Gracias a él hoy comemos pollo, de lo contrario comeríamos algún que otro lagarto, quizás incluso más sabroso que nuestro querido y hermoso gallo.

La victoria de las aves, como mejores seres voladores, dejó exacta constancia de la superioridad de la pluma frente a la piel tensa y tersa de las alas de reptiles o mamíferos. El entramado de plumas permite que el aire transite por ellas. La pluma facilita también, y mucho mejor que la piel, las necesarias reparaciones frente a sus posibles desperfectos y daños.

Sin duda es así y yo como peletero no tengo reparos en reconocerlo, y admitir también que la pluma es un buen y adecuado elemento de vestimenta, aunque no puedo evitar resaltar su excesiva ostentosidad, más apropiada para la fiesta de Carnaval que para el día a día, o la noche iluminada. Su glamour frente a la piel es obviamente otro, no son comparables entre sí.

Pero también he de resaltar con contundencia, en aras de mi defensa, la mucha mejor adaptabilidad de la piel a las formas del cuerpo humano, su gran capacidad ergonómica y su enorme sensualidad, que la convierten en uno de los materiales más confortables para ser vestidos.

Hoy en día se calcula que debe de haber existido unos 30 órdenes de la clase Aves, algunos de ellos todavía vigentes, aunque ningún ornitólogo conoce exactamente el cómo y el cuándo de su aparición, a causa de la fragilidad de sus huesos que no toleran bien su fosilización al estar necesariamente huecos para permitir mejor la levitación, perdón, el vuelo.

Existieron aves con dientes, existen aves acuáticas, terrestres, e incluso aves no voladoras, en una de las paradojas más extrañas de la naturaleza.

Las hay vegetarianas, carnívoras y carroñeras. Minúsculas y enormes. Sedentarias y nómadas.

De picos pequeños o formidables, proporcionados o todo lo contrario, más grandes y pesados que el resto de su cuerpo.

Hay pájaros que gruñen o graznan y otros que cantan o silban.

Incluso algunos parece que hablen.

El pájaro es la metáfora perfecta del alma, el más sublime ser alado que conocemos, apenas contrariado por libélulas y mariposas.

En el “Diccionario de símbolos” de Juan-Eduardo Cirlot, leemos la cita de un cuento indostánico en la que un ogro nos cuenta dónde podemos hallar su alma, el texto dice: “A veinticinco leguas de aquí hay un árbol. Rondan ese árbol tigres y osos, escorpiones y serpientes. En la copa del árbol está enroscada una serpiente muy grande; sobre su cabeza hay una jaulita y en la jaulita un pájaro; mi alma está dentro del pájaro”.

En el citado diccionario seguimos leyendo que aunque no todas las almas son necesariamente bondadosas, la asociación del pájaro con las características de lo espiritual es obvia y abundante. Sus colores significan cosas distintas y también el ascenso o descenso del ave nos señala sublimaciones o caídas no precisamente físicas.

Así mismo es símbolo solar y fálico, del viento y de la tempestad. Y la serpiente según parece es su gran antagonista. El gran pájaro solar Garuda de los hindúes, es “el matador de las nágas o serpientes”.

Al menos a este lado del océano.

La serpiente emplumada Quetzalcoatl nos remite a otro mundo, donde sus hombres pájaros deberían traer buenaventuras para nosotros, pobres humanos que apenas podemos levantar la cabeza para tratar levemente de adivinar que es aquello que hace mover las nubes.

¿Qué es?

¿El viento?

No, el viento no es.

Yo fui un hombre pájaro y sé que no es el viento, es otra cosa peor.

“CANCIÓN DE MIS OJOS”

Por allí viene el pájaro, el pájaro solitario.
Ya ha escogido la rama;
es la primera rama de la copa;
de la copa del olmo.


Allí pone cansancio;
ya se va a lo más alto;
ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido


“SEGUNDA CANCIÓN DE MIS OJOS”

Por allí viene el pájaro, el pájaro solitario.
Ya ha escogido la rama;
es la segunda rama de la copa;
de la copa del olmo.


Allí pone su soledad,
no sufre compañía.
Ya es una esfera, una esfera de amor.
Ya, ya rueda su olvido


“TERCERA CANCIÓN DE MIS OJOS”

Por allá viene el pájaro, el pájaro solitario;
ya ha escogido la rama;
es la tercera rama de la copa;
de la copa del olmo.


Allí pone su sueño;
ya pone el pico al aire.
Ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido


“CUARTA CANCIÓN DE MIS OJOS”

Por allá viene el pájaro, el pájaro solitario;
ya ha escogido la rama;
la penúltima rama de la copa,
de la copa del olmo.


Allí pone su alegría,
¿quién dirá su color?
Ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido


“QUINTA CANCIÓN DE MIS OJOS”

Por allá viene el pájaro, el pájaro solitario;
ya ha escogido la rama;
ya es la quinta rama de la copa,
de la copa del olmo.


Allí cierra sus ojos;
ya canta suavemente;
ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido


“ÚLTIMA CANCIÓN DE MIS OJOS”

Dormido está el pájaro, el pájaro solitario;
en la rama más alta, dormido está;
en la rama invisible de la copa invisible,
de la copa del árbol invisible.


Ya no le ven mis ojos.
Ya su sueño en la noche está sumido;
ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido


(“EL PÁJARO SOLITARIO”, Francisco Pino)